El criado
portugués
La comarca de Las Arribes, nuestra comarca, se encuentra en el oeste de
la península y es una zona limítrofe con Portugal; como en los mapas, las
fronteras están representadas mediante rayas; por ello, nosotros decimos que somos de la
Raya.
En la provincia de Salamanca, existen dos tipos rayas, la Raya Seca, en la comarca de Ciudad
Rodrigo, donde la frontera no es más que
un hito sobre el terreno que separa ambos países, y la Raya Húmeda, la nuestra, llamada así porque el límite
fronterizo entre ambos países está conformado por dos ríos, El Duero y El
Águeda -este segundo, uno de sus afluentes, desemboca en el primero a la altura
de La Fregeneda- constituyendo, ambos, una formidable frontera natural.
A pesar de que, en nuestra comarca, durante siglos, la frontera entre
España y Portugal ha estado, prácticamente, cerrada al tránsito de
personas; los pueblos de ambos lados de
la misma se encuentran próximos entre sí y siempre ha habido bastante relación
entre los habitantes de ambos lados de La Raya. Unas veces, la relación era
comercial (contrabando), otras veces era
social (no eran infrecuentes los matrimonios mixtos entre gente de ambos países),
y otras laboral (era bastante común que
más de uno cruzara la frontera para
trabajar en el otro país).
Esto sucedió hace bastante tiempo, cuando mi bisabuelo aún era joven.
Una vez llegó al pueblo un portugués buscando trabajo y Eutimio, un
hombre del lugar, lo contrató de criado para que le ayudase en las labores del
campo.
Sólo había un problema: el portuguesiño no sabía absolutamente nada de
español, y su nuevo patrón desconocía totalmente el portugués.
Hoy día, en los pueblos de ambos lados de la frontera, es fácil sintonizar
cadenas de TV y radio del “otro país”;
de ahí que, nosotros, con frecuencia, oímos palabras en portugués y ellos
las oyen en nuestro idioma; por lo que,
sin pretenderlo, conocemos bastantes
palabras del otro lado de la Raya,
igual que sucede con ellos; pero entonces
aún no existían estos medios audiovisuales
y el desconocimiento del otro idioma, a pesar de estar tan próximos, era
total.
Arribes del Duero |
Desde siempre, este ha sido nuestro sino: Portugal, tan cerca,
físicamente; y tan lejos
espiritualmente.
Al compartir ambos idiomas, español y portugués, la misma raíz latina,
tienen mucha semejanza entre sí; esto lo sabía
el criado que, además, como era muy voluntarioso, le dijo al nuevo
patrón que no habría problema alguno de comunicación ya que estaba totalmente
convencido de que, para un portugués, el español era muy fácil; y que si le
enseñaba las palabras más necesarias, en una semana él se comprometía a hablar
nuestra lengua como el mejor.
A Eutimio, los buenos propósitos de su nuevo criado, de que en pocos
días sería capaz de parlotear un perfecto español, lejos de satisfacerle, no le gustaron nada y
hasta sintió algo de enfado. ¡Pues sí que era pretencioso el hombre! ¡Cómo pretenderá poder hablar español en
cuatro días, si yo tardé en hablarlo correctamente tres años, según contaba mi
madre! -por lo visto Eutimio no debió ser un niño demasiado espabilado- ¡Y
encima pretende que yo sea su maestro! ¡Se va a enterar éste de “lo fácil” que es hablar español!
Todo esto pensaba el amo, para sus adentros.
Se dirigieron ambos, el patrón y el criado, a la casa del primero, y en
la puerta encontraron al gato que estaba en el umbral echado, tomando el sol.
- Em português é um gato, dijo el criado señalando al animal.
-
Pues en español no, respondió el amo. Es
un “conejodomésticosedosoyhermoso “.
Entraron en la casa y salió a su encuentro la
mujer del amo, que era muy guapa.
- ¿É a tua mulher?, é muito bela -añadió el
criado.
- No, contestó muy serio el amo. Es
“projimanostraquealegralapajarilla”.
El “alumno de español”, tras las
dos primeras palabras que había escuchado, empezó a preocuparse
seriamente. Siempre había oído que lusos
e hispanos se entendían bien, debido a la similitud de ambos idiomas -aún más en nuestra zona, donde comparten muchas
expresiones del antiguo dialecto leonés, a ambos lados de la frontera-, pero se
estaba dando cuenta de que estas primeras palabras de español, que le había
enseñado su “profesor de idiomas”, no guardaban el más mínimo parecido con sus
homónimas portuguesas.
El patrón continuó toda la tarde tomándole el pelo al nuevo criado, enseñándole varias
palabras, cada cual más enrevesada, y éste, aunque ponía gran
atención, cada vez estaba más confundido.
El brasero resultó llamarse “sitiocalientedondegustaestaralagente”, las faldillas de la mesa pasaron a ser
“sayasbonitasyacogedoras”, las chispas se llamaban “Chiribitasitasitas”, las patas de la mesa se llamaban “piernasbellasfuertesytorneadas”, la cayada se llamaba “instrumentoderechoylargo”, y así una larga lista de palabras, cada cual
más rebuscada que la anterior.
El pobre portuguesiño, a pesar de la gran dificultad que le suponía el
aprendizaje del “nuevo idioma”, hacía progresos y, tras la primera semana, ya
parloteaba este español tan particular que su nuevo amo le enseñaba.
Una tarde, volvieron juntos del campo, el amo y el criado, y una vez que
entraron en la casa vieron al ama que en ese momento estaba metiendo el brasero
en la mesa camilla. Las faldillas de la mesa
estaban subidas, para poder colocarlo en la caja, y resulta que el gato
estaba echado allí mismo, en el hueco del brasero; así que la dueña dejó un momento el brasero
en el suelo, al lado de la mesa, y cogió con cariño al gato, acariciándolo un
poco, antes de echarlo de allí para
poder colocar el brasero en su sitio.
La mujer se incorporó con el gato aún cogido en las manos, haciendo
intención de soltarlo para colocar el
brasero en su sitio, y Eutimio, en ese
mismo momento, que venía con la cayada
en la mano, al acercarse a ella para darle un beso, perdió el equilibrio al
tropezar con el borde de una alfombra y, al ver que el porrazo era inevitable, soltó
la cayada para intentar amortiguar la caída con las manos yendo a parar encima
de su mujer, cayendo ambos al suelo.
Ella, al ver que el marido se le venía encima, soltó el gato y éste,
asustado, saltó cayendo encima de uno de
los bordes del brasero que volcó sobre el suelo aparatosamente, saliendo
despedidas chispas, ceniza y algunos tizones de cisco, quedando todo esparcido por el piso de la
habitación.
La mala suerte quiso que una de las chispas alcanzase la cortina de la ventana, y ésta
empezó a arder.
El criado reaccionó con prontitud y, con las propias manos, apagó el
pequeño conato de incendio de la cortina; ayudando, posteriormente, a
incorporarse al amo y al ama que se
encontraban en el suelo entrelazados uno sobre la otra, doloridos por el golpe,
y, muy sorprendidos por el follón que, en pocos segundos, se había armado en el comedor.
Tras recuperarse del sobresalto, comprobaron que no había sucedido nada
importante: Las personas y el gato, salvo el susto que se habían llevado los
tres, estaban bien, y el único daño colateral lo había sufrido la cortina, que
tenía un pequeño agujero por la quemadura;
pero, como el lío pudo haber acabado mucho peor, estaban contentos.
Al día siguiente, se encontró en la calle el patrón con un vecino, y
este, muy serio, le dijo:
- Debéis tener cuidado tu mujer y
tú, cuando os pongáis "al asunto"; evitad que os vea vuestro criado.
Mira que luego lo cuenta todo.
Eutimio miró extrañado al vecino, sin saber a qué se estaba refiriendo,
y le preguntó:
-
¿De qué asunto hablas?
-
De lo que pasó ayer. Me lo ha contado Joao con todo detalle.
Eutimio estaba confundido, ya que no tenía ni
idea de lo que su vecino estaba intentando decirle, y algo enfadado le dijo:
-
¡Mira, dime que te ha contado mi criado, porque no sé de qué me estás
hablando!
- Verás, dijo el vecino bajando la
voz -como estaban en la calle, y el tema
parecía bastante delicado, pretendía que sus palabras sólo pudieran ser oídas
por los dos-
- Tu criado me contó lo que ocurrió
ayer noche…lo que hacíais la Antonia y
tú en el comedor. La verdad es que no entiendo cómo se os ocurre hacer esas
cosas allí, expuestos a que él os
vea.
Eutimio no entendía en absoluto qué es lo que, con tanto misterio,
pretendía decirle el vecino. La noche anterior, salvo el incidente del brasero,
no recordaba que hubiera ocurrido nada destacable y estaba empezando a
enfadarse.
- ¡Vamos a ver!, dijo alzando la
voz -al contrario que su interlocutor,
él no encontraba motivo alguno para tanta
discreción- Lo repito. Dime lo
que sea…lo que te haya contado Joao…a
ver si me entero de una vez, qué es lo que me quieres decir. Porque no sé de
qué coños me estás hablando.
El vecino entonces dijo:
- Pues tu criado me ha dicho que
ayer tarde, cuando llegasteis a casa, encontrasteis en el salón a tu mujer, que
estaba con las “sayasbonitas”
levantadas, acariciando el "conejohermosoysedoso"; que tú te acercaste hacia ella con el
“instrumentoderecho” en la mano, lo
soltaste y acabaste encima de ella, allí entre las
“piernasbellasfuertesytorneadas”, en el
“sitiocalientedondegustaestaralagente”, y que hasta salieron chiribitas. Está más
claro que el agua.
Eutimio no daba crédito a lo que estaba oyendo. Resulta que João le
había contado al vecino, exactamente, lo ocurrido la noche anterior, utilizando
el lenguaje “neo español” tan enrevesado,
que él le había enseñado, y el
vecino había entendido otra cosa.
Decidió que no merecía la pena explicarle la verdad, estaba plenamente
convencido de que no iba a a creerle.
(Este es un conocido cuento tradicional, del cual
existen dos versiones; una apta para un público infantil, la más conocida, y
ésta que es para adultos. Recuerdo que antiguamente, cuando había niños
presentes y los adultos hablaban de temas poco
adecuadas para los primeros, decían: “no puedo seguir, porque hay ropa
tendida”. Entonces, una de dos: o lo dejaban pendiente para otra ocasión, o, lo que era más habitual, nos
echaban de allí para quedarse solos y poder
seguir hablando libremente entre ellos.
Estoy versión era de las que se
reservaban para aquellas situaciones en que a “la ropa tendida” la mandaban
fuera de la reunión)
Qué bonita, curiosa y divertida historia que nos relatas hoy y como nos la cuentas, con tu maestría habitual, la hace más divertida e interesante.
ResponderEliminarMe alegro que te guste. Es un cuento tradicional muy conocido cuyo argumento se basa en la confusión que crean los malentendidos, en este caso, motivados por el desconocimiento del idioma. Tuve la suerte de oír las dos versiones, la que era para niños, cuando yo era un niño, y esta, siendo ya adolescente, que me sorprendió mucho cuando la escuché, pues en ambas ocasiones el narrador fue la misma persona. Un saludo.
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