Curanderos. Entre la ciencia
y la magia II
El curandero de Aliste
Aliste,
es una comarca situada al noroeste de la provincia de Zamora que tiene muchas
cosas en común con la nuestra (quizá sería más acertado decir que tiene unos
problemas muy similares a la nuestra). Es fronteriza con Portugal, se trata de
una zona muy deprimida y su economía se basa fundamentalmente en la
ganadería. Sus pueblos, ya pequeños de por sí, cada vez lo son más debido
a que sufren, desde hace décadas, una progresiva pérdida de población motivada
por el éxodo de sus habitantes hacia otras zonas del país en busca de unas oportunidades laborales que allí no
encuentran; todo esto sucede sin que en el horizonte haya perspectiva alguna de que este problema pueda
ser atajado en un corto plazo de tiempo.
Esta
es la triste suerte que ha seguido no sólo Aliste, sino la práctica totalidad
de las comarcas del oeste español, rayanas con el vecino país; todas ellas
adolecen de los mismos males y ostentan el triste récord de encontrarse entre
las zonas más empobrecidas de toda la Unión Europea.
No sé si están
abandonadas de la mano de Dios, como se dice vulgarmente, pero de quien sí lo
están, eso sí es seguro, es de la mano de los políticos. Para la gran mayoría de
ellos, ni existimos.
Bueno,
pues en uno de estos pueblos alistanos vivía, en la segunda mitad del siglo XX,
un curandero al que acudía mucha gente buscando alivio para sus males.
Entre
los antiguos curanderos, algunos intentaban aliviar determinadas enfermedades
concretas: problemas musculares y óseos, de la piel, el mal de ojo, etc; en cambio,
otros trataban todo tipo de males, tanto
del cuerpo, como del espíritu.
Algunos
de estos sanadores llegaron a ser muy famosos, trascendiendo su fama no sólo a
los pueblos de la comarca o provincia donde ejercían su actividad, también ésta alcanzaba a otras provincias…y eso que la única publicidad con la que contaban era el “boca
a boca” de la gente.
Nuestro
curandero pertenecía al segundo grupo: trataba enfermedades de todo tipo, era bastante
famoso, y tenía un “don”, o habilidad, que le diferenciaba del resto de los
curanderos. Él, apenas necesitaba
preguntar a los pacientes cual era el mal que les había empujado a buscar sus
servicios ya que les cogía la mano, les tomaba el pulso, y así era capaz de
averiguar qué era lo que le pasaba al enfermo y, además, el lugar del cuerpo
donde se localizaba la dolencia.
Esto
era posible porque el curandero, una vez que establecía el contacto con el
paciente a través de la mano, sentía en su propio cuerpo una molestia similar y
en el mismo órgano, que aquel. Después, ya hablaba con él y le indicaba el
tratamiento a seguir.
Evidentemente,
esto era algo maravilloso. A veces, cuando se tiene una enfermedad y se va
al médico; éste, para poder prescribir o
realizar un tratamiento, necesita hacer previamente el oportuno diagnóstico y
ello conlleva, frecuentemente, la solicitud de pruebas radiológicas, análisis, etc, que tardan algún tiempo en ser realizadas, ocasionando nuevas
consultas, retrasos en el diagnóstico y comienzo del tratamiento, mayores gastos
de dinero (y de paciencia), convirtiéndose todo ello en un proceso largo y desesperante,
por qué no reconocerlo.
En
cambio, a todo aquel que iba a este curandero; éste, le tomaba el
pulso e, inmediatamente, averiguaba lo que le ocurría; proporcionándole, a continuación,
el oportuno tratamiento. Todo ello sucedía en un corto espacio de tiempo, en
una sola consulta que apenas duraba unos minutos.
Claro
que en esta vida nada es perfecto y, en
todo aquello que hacemos o nos proponemos, siempre existe algún inconveniente o
dificultad. Es sabido que cuando en cualquier tipo de actividad, sea material
o inmaterial, todo parece perfecto a nuestros ojos, y no encontramos inconveniente alguno;
esto, casi siempre, es debido a que no hemos mirado bien, o a que algo se nos ha pasado por
alto. En cambio, si volvemos a mirar la cosa o el asunto, detenidamente, desde
al ángulo adecuado, entonces, la mayoría de las veces, logramos encontrar alguna
imperfección o dificultad que nos había pasado desapercibida en un primer
momento.
En
este caso, el inconveniente que había era bastante evidente y no hacía falta
investigar mucho para encontrarlo. Resulta que al curandero, a consecuencia de algún accidente que había sufrido en una pierna, le habían quedado serías secuelas en la misma y cojeaba.
Un
día llegó a la casa del curandero un hombre que tenía fuertes dolores en una pierna y conocía la metodología de trabajo del mismo. Confiaba en que la pierna donde al
sanador tenía su problema no fuera la misma en la que él tenía el dolor; pero sus esperanzas desaparecieron nada más
verle. No obstante, como ya estaba allí, decidió continuar la consulta.
Cuando
el curandero se disponía a tomarle el pulso,
para localizar la enfermedad, el paciente dijo:
- Antes de nada, quiero hacerle una pregunta. Usted, al
tomar el pulso, sabe dónde está el mal de los que venimos porque lo siente en el
mismo sitio en su cuerpo. ¿Es cierto?
-
Es cierto, contestó muy serio el curandero. Yo siento algo
semejante a lo que le ocurre, y en el mismo lugar.
- Y si el mal que yo tengo estuviera en su pierna mala,
¿cómo va a saber, entonces, lo que tengo?
- Eso es muy sencillo, respondió el curandero, sin inmutarse
lo más mínimo ante la impertinencia de la pregunta. Si yo tomo el pulso a alguien y
no siento nada, entonces sé que el mal lo tiene en esa pierna.
Esta anécdota se la atribuyen a Simón, un antiguo curandero
de San Cristóbal de Aliste (Zamora). No puedo asegurar que este hecho sucediera
realmente, pero lo que sí es cierto es que, usaba su “don” tomando el pulso a los
pacientes, para hacer sus diagnósticos; no obstante, esto era sólo una parte
más de la consulta pues, como todos los curanderos, tenía una gran capacidad
Iglesia de San Cristóbal de Aliste. Foto: Adata.es |
Simón,
para tratar las enfermedades, empleaba remedios naturales, fórmulas magistrales
elaboradas, básicamente, con plantas.
Muchos
curanderos elaboraban ellos mismos los “productos
terapéuticos” que les administraban a los pacientes,
procurando mantener en el más absoluto secreto su composición; en cambio, con
el curandero de San Cristóbal de Aliste no existía ocultismo alguno ya que, a
las personas que trataba, les proporcionaba la fórmula final del producto que
recomendaba para el correspondiente tratamiento (la
lista de las sustancias que lo componían, así como la proporción de cada una de
ellas); explicándoles, además, cómo elaborar adecuadamente la mezcla, y la forma de administrar el
producto correctamente.
¿Que
si los tratamientos eran eficaces? Supongo que unas veces lo serían y otras no.
Yo una vez tuve ocasión de utilizar uno de
sus remedios para evitar la caída del pelo. En esta ocasión, al ser el
diagnóstico era tan evidente, no fue necesario que utilizara su “don” para
llegar al mismo.
Recomendó una fórmula magistral, que debía ser aplicada en el cuero cabelludo, en forma de loción. Cuando me hice con ella,
la usé tal como dijo el curandero y …
Cuando me hice con ella, la usé tal como dijo el curandero y… Supongo que seguirá en Curanderos III, IV, …porque el tema da para mucho. ¿Quién no ha oído contar historias y visitas a curanderos. Creo que era también por esa zona de Aliste, donde cierto curandero adivinaba, nada más ver al paciente entrar en su consulta por qué estaba allí y cuál era el mal que le aquejaba. Se decía que no había magia ni adivinación, que el tal curandero tenía unos cuantos cómplices siempre en su consulta, haciéndose pasar por pacientes, donde hábilmente comentando todos sus males los presentes en la sala de espera, tomaban suficiente información que le pasaban al curandero, pasando los primeros a consulta. -La señora de la blusa azul tiene mal una rodilla, el señor de la chaqueta de pana, de Bolillos de Arriba, tiene fuertes dolores en la espalda, etc.,-
ResponderEliminarAsí yo también me atrevo a adivinar los males de los confiados pacientes.
Saludos, -Manolo-
DE un modo u otro, todos podemos ser curanderos. Si tienes una verruga, la frotas con hierbabuena y tiras las hojas en un sitio por donde no vuelves a pasar durante una buena temporada, hay muchas posibilidades de que se cure. Imagino que esto lo oirías también de pequeño, como yo. Si se lo recomiendas a alguien, existen muchas posibilidades de que "lo cures". Así que ya eres curandero (claro que si no se aplica nada sobre la verruga, su tendencia es a desaparecer espontáneamente. Al fin y al cabo, es una enfermedad vírica y el sistema inmunitario sabe lo que se hace). Bueno, pues yo usé la loción, tal como dijo el curandero y, a día de hoy, peino una raya al medio de casi una cuarta). Un saludo
ResponderEliminarEse curandero se hubiera hecho de oro si se hubiese enterado de su crecepelo el príncipe Alberto de Mónaco.
ResponderEliminarFélix Carreto.
Un día, un hombre fue al médico, porque se estaba quedando calvo, y le preguntó que qué podía hacer para conservar el pelo. Éste le contestó que para conservarlo, la única posibilidad que había es que lo fuera guardando en una caja de zapatos. Imagino que este príncipe en su día también iría a dermatólogos, esteticistas y quien sabe si también acudió de incógnito a este curandero. Por cierto, me gustaría saber si también es de los que usaron la caja de zapatos
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