sábado, 4 de marzo de 2017

Asuntos divinos y profanos 

El final del invierno

   Los misioneros/as son gente admirable que dedican su trabajo, y su vida, a ayudar a los más necesitados desarrollando una gran labor en los países más pobres. Actualmente,  también existen  ONG que prestan ayuda  a los ciudadanos de otros países en situaciones de pobreza, enfermedad, hambre…, pero, hasta no hace muchos años,  esta labor era desarrollada, fundamentalmente, por este colectivo de hombres y mujeres extraordinarios.
   Aunque pueden ser seglares, en su gran mayoría son religiosos, y allí donde van, además de  acristianar a la gente,  intentan mejorar las condiciones de vida de esas personas prestando ayuda sanitaria, alimentaria, educacional…. Pero, para  desarrollar estas actividades ,  no basta con ser personas virtuosas y tener buenas intenciones, también son necesarios medios materiales; por decirlo de otra forma:  si los misioneros  pretenden  vivir en otros países, construir escuelas, consultorios, capillas,  pozos de agua potable  y una larga lista de cosas,  en aquellos lugares donde realizan su labor,   necesitan dinero y éste nunca es suficiente (ni en las misiones, ni en ningún otro lado, todo hay que decirlo).  Por este motivo,  a mediados del siglo pasado, en las décadas de 1960 y 1970, algunos misioneros, cuando volvían a España de vacaciones desde los países donde desarrollaban su trabajo, aprovechaban su estancia aquí para visitar las parroquias de los pueblos, solicitando ayuda económica, con el fin de poder seguir desarrollando su actividad en aquellos lugares.  En realidad, era una continuación de su labor misionera: aquí recogían lo que podían, y allí lo distribuían después.
  Cuando venían a los pueblos, habitualmente,  lo hacían en tiempo cálido: primavera o  verano; pero  un  año llegaron a nuestro pueblo en la primera quincena de marzo, a finales del invierno. 
En estas fechas,  aunque la primavera cronológica ya está próxima, a veces no ocurre lo mismo con la primavera climática pues el ambiente aún sigue siendo demasiado invernal, manteniéndose las temperaturas excesivamente bajas, como ocurría aquel año.  
   Las iglesias suelen ser lugares bastante frescos; este hecho, que durante el verano es estupendo,  cuando llega el  invierno no lo es tanto, y en los pueblos, como antes en ninguna de ellas había  calefacción, en esta estación eran auténticas neveras.   
Las iglesia suelen ser sitios frescos
   Durante los días que permanecían los misioneros en el pueblo  se celebraban diversos  actos religiosos (rosarios, misas, o simples reuniones)  en el templo, y,  debido a que el  clima, aquel año, aún era bastante frío,  el párroco y los dos misioneros que habían venido al pueblo, en esta ocasión, conscientes de la situación, hablaron del tema y llegaron a la conclusión de que una cosa es ser buen cristiano  y otra quedarse congelado en la templo (debieron pensar que la iglesia católica ya tenía  muchos mártires, y que no necesitaba más), así que acordaron que el número de actos  con los feligreses se mantendría, pero procurando que  duraran el menor tiempo posible.
 
   Las celebraciones religiosas tenían lugar al caer la tarde y, más o menos, transcurrían de este modo: El párroco del pueblo oficiaba el  acto religioso oportuno, acompañado de los  misioneros y, en un momento dado, uno de estos  tomaba la palabra y hablaba a la grey sobre la bondad, la hermandad entre las personas, la desigualdad entre países pobres y ricos, y de lo bien que vivíamos nosotros -según ellos-   mientras que en los países, donde  estaban de misión,  todo eran necesidades… La conclusión final era que   nosotros, como buenos cristianos,  debíamos ser generosos con “los hermanos de los otros países”.
  Todo esto no se resumía a un solo día; los misioneros,  permanecían en el pueblo  dos o tres días y después se iban a otro lugar a continuar su labor.
   En aquella  época, la religiosidad de la gente era  mucho mayor que ahora y lo habitual era que los feligreses acudieran en gran número, a la iglesia.  
  Una noche, en plena celebración,  el misionero que hablaba aquel día debía estar muy inspirado pues, a pesar del clima tan gélido que había en esos momentos en el templo,  olvidó el compromiso que adquirido con los colegas, respecto a la brevedad de las celebraciones,  y llevaba más de media hora hablando sin parar, inmune al frío, mientras los feligreses le escuchaban  “engarañados”.
   Nuestros  paisanos: hombres,  mujeres, viejos, jóvenes y niños, todos ellos, estaban literalmente helados, aguantando estoicamente las palabras del orador, haciendo méritos para ir al cielo.  Éste  seguía con su plática,  como si nada, y,  en un momento dado, comenzó a amenazar con las llamas del infierno a aquellos malos cristianos que no fueran  generosos con los hermanos pobres de los otros continentes (a este tipo de acciones, hoy día, los psicólogos lo llaman chantaje emocional).
   Un hombre de reconocida religiosidad, hasta ese día,  como todos los demás, estaba aterido de frío; encogido, dentro de su abrigo,  tiritaba,  casi le castañeteaban los dientes  y apenas sentía los pies, de lo helados que los tenía. Por su mente pasaban un montón de pensamientos y todos estaban relacionados con el intenso frío que sentía (pensaba en lo bien que estaría en su casa al  brasero, en su mesa camilla. Se juraba a sí mismo que jamás volvería a escuchar  a ningún misionero aunque viniera en pleno  mes de julio; y, finalmente, llegó a la conclusión de que, como siguiera unos minutos más en la iglesia, le iba a pasar algo… y él no tenía madera de mártir).
  Se hallaba sumido en estos pensamientos, cuando oyó la amenaza de “las llamas del infierno para los malos cristianos”,  esto le  hizo recordar la acogedora lumbre que había dejado encendida en su casa, y ya no  aguantó más. Se levantó  del banco en el que se encontraba sentado y pudo apreciar  que todo el mundo le observaba. Hasta el misionero interrumpió la larga charla que estaba dando, mirándole también. Debieron pensar todos que quizá le sucedía algo malo; lo que, en cierto modo, no dejaba de ser verdad ya que el frío que tenía el hombre no era nada bueno.

   Pero nuestro paisano ya sólo pensaba  en su lumbre; se imaginaba lo bien que estaría sentado en la chimenea de su cocina, calentando el cuerpo por fuera, e incluso tomándose además una copa de coñac, para calentarlo también por dentro, y tomó una decisión irrevocable: no aguantaba en la iglesia un minuto más… se iba para casa. Allá los demás si querían seguir pasando frío;  por él,  podían seguir escuchando al misionero “hasta  el Día del Juicio, por la tarde”.
   A las personas, generalmente,   les avergüenza abandonar una celebración, sea religiosa, o de cualquier otro tipo, sin que ésta haya acabado;  pero este hombre estaba desesperado por el intenso frío que tenía  y, a pesar de que todos continuaban mirándole,  ya nada podía detenerle.
   Dirigió sus pasos hacia la salida del templo y cuentan que, en el trayecto, hasta llegar a la puerta, alguien le oyó mascullar:

-         ¡Qué suerte tienen los malos cristianos! ¡Lo a gusto que deben estar en el infierno! 

2 comentarios:

  1. Tus historias, tus relatos siempre tan interesantes, curiosos, divertidos, y también siempre, a los que contamos años, nos traen recuerdos similares o parecidos de nuestra infancia en el pueblo. El fraile que me viene a la memoria es el padre Constantino, dominico de la Peña de Francia, que más de una ocasión fue a La Zarza a predicar por la cuaresma. A la salida, los mayores comentaban: ¡Qué bien predica este fraile! También, las gentes acostumbradas a ver en el púlpito al párroco D. Leopoldo, más bien de mediana o baja estatura y por el contrario el fraile mencionado era alto como un pino, más de uno pronosticaba que cualquier día, durante la prédica, el fraile, vehemente, amenazante, con el fuego del infierno y aquellas cosas, se iba a caer pues salía del púlpito tanto, que daba la sensación que se iba a caer, pues casi todo el cuerpo le quedaba fuera y por eso comentaban que cualquier día se va a caer y “esmorrar” contra el suelo. Y nosotros nos lo tomábamos al pie de la letra y en el sermón siguiente, esperando, expectantes y preocupados a la vez, el momento del “esmorre”… ahora, ahora es cuando se cae. Recuerdos…

    Las fotos que acompañas, majas, majas; la una me gusta por las luces y sombras especiales. La otra del fuego, luce una llama muy viva, en la que yo no pondría la mano por nada.

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    1. Me alegro que te resulta curiosa la historia, y que haya contribuido a revivir tus recuerdos de niñez. Antes en las iglesia no había calefacción y yo sí que recuerdo haber pasado un frío tremendo en más de una. Menos mal que en la actualidad esto ha mejorado. Un saludo

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