No te limites a existir, procura vivir lo mejor posible y ser feliz.
Encontrar una definición de la vida no es
una tarea fácil, ya que el concepto puede ser abordado desde unas perspectivas
tan diferentes como la biología, la medicina, la filosofía, la religión y otras
más; por ello, antes de que nos entre dolor de cabeza, intentando comprender
qué es la vida, vamos a olvidarnos de ello y centrarnos únicamente en el hecho
de que estamos vivos (al menos de momento).
Los
seres humanos tenemos un comienzo y un final sin posibilidad alguna de alargar
la existencia; decía el poeta que “desde que nacemos, nuestro destino está escrito en las estrellas”; por ello, el
secreto para “vivir más tiempo” consiste en hacerlo lentamente, disfrutando de la
vida día a día; esto es lo más parecido a alargarla o, dicho de otro modo, ya
que no podemos prolongarla, al menos intentemos ensancharla.
En cambio, es más sencillo definir la muerte; podemos decir de ella que es el final de nuestro ciclo vital. Si la vida es
aquello que nos sucede mientras estamos en este mundo, la muerte, por analogía, es “aquello que nos sucede" cuando dejamos de existir;
aunque, ajustándonos a la realidad, es el momento en el que dejan de sucedernos
cosas.
En los cuentos observamos que, con frecuencia,
aparecen personajes de todo tipo: príncipes
encantados; brujas malas malísimas; hadas buenas; animales que hablan;
Jesucristo y San Pedro son otros clásicos de algunos cuentos; el diablo también
cobra protagonismo en otros y hasta la muerte en ocasiones la tenemos de estrella principal, encontrándola habitualmente simbolizada como una mujer totalmente vestida de negro, apareciendo algunas veces con una guadaña y otras sin
ella.
La
medicina, es la ciencia que se dedica a la prevención, diagnóstico y tratamiento
de las enfermedades; siendo los médicos quienes ayudan a las personas, que llegan
al final de su ciclo vital, a que el trance sea lo más llevadero posible; por
ello, si alguien está familiarizado con la muerte, son ellos y no necesitan
símbolo, representación o alegoría alguna para reconocerla con facilidad.
Con
estos antecedentes, quien le iba a decir a Fulgencio, el médico de Juntal de
Arriba, que un día iba a encontrarse con ella de cara y que además no iba a
ser capaz de reconocerla.
Del mismo modo que existen en la comarca dos
Peralejos, el de Arriba y el de Abajo; si había un Juntal de Arriba, lógicamente,
también existía Juntal de Abajo; ambos pueblos estaban próximos y Fulgencio, que era el médico de las dos poblaciones, tenía que recorrer con mucha frecuencia
el camino que unía (o separaba) ambos lugares.
El suceso que a continuación describo podría
haber sucedido a comienzos del siglo XX, una época en la que apenas había
coches particulares; de ahí que el médico debía desplazarse a los sitios en un
caballo o, cuando económicamente era más solvente, en una calesa (un carruaje
tirado por un caballo); aunque, pensándolo bien, también podría haber ocurrido a finales del siglo pasado. Entonces ya había muchos coches, aún no existían los centros de salud y cada médico tenía adjudicados uno o varios pueblos,
dependiendo del tamaño de los mismos.
Actualmente, los sueldos de los médicos que trabajan en los Centros de Salud son muy similares, pero esto antes no era así, era proporcional al número de pacientes que cada
uno atendía. Por poner un ejemplo, si uno tenía trescientos asegurados cobraba
X, el que atendía seiscientos cobraba XX.
Fulgencio, al ser el médico de dos pueblos
pequeños que sumaban poco habitantes, era de los que cobraba X; en cambio, al
lado de los dos Juntales, había un pueblo bastante mayor, el número de
habitantes era considerablemente más alto, su médico era de los que cobraban XX,
y encima no se debía desplazar a ningún otro pueblo a hacer consulta, como a
él le ocurría.
Por si eso no fuera suficiente para sentir una
ligero grado de envidia hacia el colega; este, que era bastante más viejo que
él y por ello llevaba trabajando muchos años, había ahorrado un dinero y
acababa de comprarse un flamante Mercedes-Benz, un hecho que había ocasionado que el grado de envidia
hubiese aumentado últimamente, pasando de leve a moderado, ya que Fulgencio, como era
joven y llevaba trabajando poco tiempo,
aún no tenía ahorro alguno viéndose obligado a circular en un coche de segunda
mano que tenía kilómetros a mansalva y que, de cada tres días, se averiaba los dos de al lado y a veces también el del medio, como se dice vulgarmente.
Vivía
en Juntal de Arriba y, cada vez que debía ir al de Abajo, a pesar de ser muy
ateo, a veces hasta rezaba y todo para que no se le averiase el auto y le
dejara tirado a medio camino.
Un día que iba a este segundo pueblo,
mientras conducía, iba pensando en lo injusta que es la vida algunas veces (muchos opinan que esto ocurre casi siempre, no solo algunas veces), pues el compañero, además de tener un mercedes, era veinte años mayor que él, viudo, bastante feo en el decir de la
gente y, a pesar de ello, tenía una novia joven y muy atractiva; mientras que
él, que era joven y muy guapo (esto
último se lo decía su madre y ya se sabe que las madres muy imparciales no son),
no tenía pareja dándose en él ese hecho tan común que sucede a los
solteros que no es otro que “lo que quiero no me lo dan y lo que me dan no lo
quiero”. Esto último, el reciente noviazgo
del compañero, había determinado que la envidia que sentía hacia él ya
hubiese alcanzado un grado supino.
Iba sumido en estos pensamientos, conduciendo
su Citroën cv2, o lo que es lo mismo, un “Dos Caballos”, y de pronto divisó a
lo lejos un bulto en una cuneta.
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Al acercarse,
comprobó que se trataba de una persona tendida en el suelo que permanecía
inmóvil. Cuando llegó a su altura, paró el coche, bajó del mismo acercándose a ella
y, como estaba tendida boca abajo, le dio la vuelta pudiendo apreciar que era
una mujer que presentaba una herida en la cabeza, por lo que le resultó fácil
llegar al diagnóstico. Ha caído al suelo y está inconsciente debido al “cogotón”
que se ha dado -pensó.
Al verle el rostro, tuvo la sensación de haberla
visto anteriormente en alguna ocasión, pero no recordaba donde. Ella, con el
movimiento recuperó la conciencia y Fulgencio, como llevaba el material
apropiado, dijo:
- Tienes
una herida en la cabeza, soy médico y voy a curarte. Aunque es pequeña y
superficial, el golpe que te has dado ha debido ser bastante fuerte ya que te
ha hecho perder el conocimiento
Durante la cura, ambos permanecieron en
silencio todo el rato, ella sentada en el suelo mientras que él arrodillado hacía
su trabajo y, una vez que acabó, la miró con detenimiento.
Al estar sentada, la falda se le había subido
muy arriba mostrando generosamente sus piernas; era joven, muy guapa, con una
figura estupenda y de inmediato se sintió atraído por ella. No es que sintiera sentimientos
románticos hacia la mujer, lo que sintió hacia ella era otra cosa (si antes hemos
hablado de envidia, a esto se le sumaba ahora la lujuria).
- ¿Quién
eres? –preguntó. Estoy seguro de haberte visto anteriormente, en alguna
ocasión, pero no recuerdo donde.
- ¿Solo
en alguna ocasión…? Me has visto bastantes veces, lo que sucede es que nunca hemos
estado tan cerca uno del otro como ahora...por eso no me reconoces. Soy la
muerte, cuando has ido a atender a algún paciente que estaba muy grave y no se
ha salvado, yo siempre estaba por allí para llevármelo, de eso me conoces.
- ¡¡¡La
muerte…!!! ¡Una chica guapa y con minifalda! Me estás tomando el pelo, la muerte
es una mujer vieja y fea ¡Cómo vas a ser tú la muerte!
- ¡A todos os pasa lo mismo! –respondió ella
enfadada. Creéis que soy vieja y fea, pero estáis muy equivocados. Lo de vieja lo
reconozco… soy tan vieja como el mundo; pero no entiendo por qué todos os
empeñáis en que soy fea. Supongo que es debido a que siempre estáis intentando evitarme
y nunca queréis verme de cerca. En cuanto a la minifalda, que quieres que te
diga. Hoy es día de descanso y me visto como me da la gana, pero cuando trabajo
la hago de uniforme y es como me veis. Siempre llevo un vestido de color negro con capucha también negra que
me tapa la cabeza pero no la cara, aunque ninguno me la veis porque os da miedo mirarme. Por eso
me enfado tanto cuando decís que soy fea.
Fulgencio
tras escucharla con atención, respondió:
- Es
que te presentas en unos momentos críticos, donde todo se ve muy negro. Tú
misma acabas de decir que apareces vestida así para recoger el alma del difunto.
La muerte, aunque esperada, nunca llega a tiempo, por eso nadie te quiere ver
de cerca.
- Efectivamente,
eso es lo que ocurre; pero la culpa es vuestra. La mayoría de los humanos pasáis
por la vida sin saber disfrutar de ella, porque no sabéis vivir; por ello os
desesperáis cuando llega la hora de abandonar este mundo. En realidad, soy yo quien da sentido
a la vida, ten en cuenta que, desde el momento que uno nace, se puede decir que
comienza a morir ya que es algo inevitable; por eso, lo que debéis hacer,
mientras estáis vivos, es procurar vivir lo mejor posible y no limitaros a
existir como hacen algunos. Hay que vivir, día a día, siendo conscientes que todo
tiene un final, valorando el presente de modo que, hasta que llega ese momento, vuestro objetivo debe ser intentar ser lo más felices posible.
El médico escuchaba los razonamientos que
daba la muerte, los veía bastante lógicos y de pronto se alarmó al venirle un
terrible pensamiento a la mente:
- ¡A
propósito…! ¿Has venido a por mí?
- No,
puedes estar tranquilo… hoy no es tu día. ¿Acaso me ves con el uniforme de
trabajo? Ya te he dicho que hoy descanso. Como me has socorrido, te voy a compensar
un poco. De ahora en adelante, cuando estés con un enfermo en su habitación y
me veas, fíjate bien donde estoy situada.
Si
observas que estoy en la cabecera de la cama, no pierdas el tiempo con él
porque a ese no hay medico ni medicina que lo salve. Si es
católico, le dices a la familia que le administren los Santos Oleos, quedas bien con ellos y te vas
tranquilo.
En
cambio, cuando me veas a los pies de la cama, ese seguro que se salva; no va a
haber enfermedad que pueda con él; ni siquiera el peor médico, por muy malo que
sea, va ser capaz de cargárselo.
No olvides que soy yo la que decide
quien se va conmigo y quien se queda.
Una
vez dicho esto último, aquella chica joven y guapa, por la que inicialmente
había sentido una fuerte atracción, que había desaparecido súbitamente al saber
de quien se trataba, se esfumó dejando a Fulgencio totalmente confundido.
Subió al viejo Citroën y, antes de arrancarlo,
sopesó detenidamente lo ocurrido inmerso en un mar de dudas. Aquello le había parecido tan extraño que se
dio una buena bofetada a sí mismo para convencerse que estaba despierto y no había
sido un sueño; como le dolió bastante, llegó al convencimiento de que la
bofetada era real y que no estaba soñando volviendo sus pensamientos al encuentro
con la mujer que afirmaba ser la muerte. Aún tenía serias dudas de aquello hubiera
ocurrido realmente y, como hombre de ciencia que era, se puso a analizar la
situación.
Eran
las diez de la mañana y él nunca bebía aguardiente ni licor alguno a aquellas
horas, luego, no podía tener perturbada la mente por el alcohol; además, como tampoco
consumía drogas lícitas, ni ilícitas, consideró que por ahí no iba la cosa.
También valoró el haber sufrido un espejismo,
tal como le sucede a algunas personas en el desierto cuando están con hambre,
sed y calor; pero él no se encontraba en medio del Sahara, sino a medio camino,
entre Juntal de Arriba y Juntal de Abajo, el suelo estaba cubierto de hierba y contaba además con una buena capa arbórea, luego aquello distaba mucho de ser un desierto; tampoco tenía hambre ni sed, ya que había desayunado opíparamente, así que lo del
espejismo también quedaba descartado.
Otra posibilidad era que hubiese tenido una
alucinación visual y esta fuese el primer síntoma de una enfermedad
venidera. Los médicos, como conocen tantas enfermedades, algunos son algo
hipocondríacos y creen tenerlas todas, pero él no lo era y tampoco consideró
que la cosa fuera por ese camino.
Una vez
descartadas las distintas posibilidades, aunque seguía sin encontrar
explicación lógica alguna al encuentro que creía haber tenido, decidió olvidar
el asunto. Además, si aquella mujer realmente era la muerte, tendría ocasión de
comprobarlo cuando estuviera con algún enfermo a punto de abandonar este mundo.
El paciente al que iba a ver, en Juntal de Abajo,
era un hombre mayor, muy rico y soltero. Siempre se ha dicho que “a quien no tiene hijos, el diablo le da
sobrinos”, especialmente si hay dinero por medio, y allí se daba esa circunstancia.
Se llamaba Gaudencio, estaba en la cama
bastante fastidiado de salud y le acompañaba una sobrina. Al verla vestida de
negro, Fulgencio la miró fijamente a la cara para asegurarse que no era la
mujer que creía haber visto en el camino, aunque después recordó haberla oído
decir que aquel día lo tenía libre. Una vez comprobó que no era ella, quedó muy
tranquilo pues Gaudencio, por muy pachucho que estuviera, sabía que aún no
iba a palmarlas.
- ¡Doctor!
Sé que soy viejo y que estoy bastante mal, pero no me deje morir ¡Cúreme por
favor! –exclamó el paciente
- No
te preocupes que hoy no te vas a morir –le tranquilizó el médico. Eso te lo
garantizo. Voy a ponerte un tratamiento y ya veremos cómo evolucionas. Mañana
por la mañana vuelvo a verte.
Al día siguiente, cuando el médico volvió a
ver al enfermo, este seguía en la cama y observó que la misma estaba rodeada
por cerca de una docena de personas... eran los sobrinos y sus cónyuges. Se habían enterado que el tío rico estaba enfermo
y allí estaban todos sin faltar ni uno.
El enfermo, no veía afecto ni sentimiento alguno
en sus caras, sólo veía reflejado en ellas el interés; estaban deseando
que muriera y apañar todo lo posible, una vez dejara de existir.
Fulgencio,
al entrar en la habitación, vio al pobre Gaudencio con una cara de angustia
tremenda (cuando una persona está grave, os
aseguro que sonríe poco) y, al ver aquel barullo de gente, les dijo que
el enfermo necesitaba tranquilidad pidiéndoles que salieran todos y que les
dejaran solos, como así hicieron.
- ¡Sálveme
doctor! -es lo primero que dijo el
enfermo. Si me salva y evita que me muera, le pago lo que me pida, por dinero
no lo haga. Yo no tengo hijos; ésa caterva de
gente que acaba de salir de la habitación, son los sobrinos con los mujeres y
maridos respectivos.
¿Ha visto usted alguna vez a los buitres buscando
comida? Cuando uno de ellos tiene hambre, al llegar la mañana inicia el vuelo buscando
carroña, surca el cielo planeando y, cuando la ve, empieza a volar en círculos
antes de aterrizar para comerla; los demás, cuando de lejos ven a uno de ellos volar
en círculos, saben que ha encontrado algo que llevarse al buche y acuden todos
allí.
Algo así ha pasado, la sobrina que estaba aquí
ayer cuando vino usted, dio el aviso a los demás de que estaba enfermo y ahí
están todos ellos.
Ellos
no vuelan, pero rodean la cama formando casi un circulo y eso no me
gusta nada.
- Sí, eso pasa a veces cuando no se tienen hijos – respondió el médico lacónicamente.
Fulgencio daba por supuestos que estaban los
dos solos y de pronto reparó que, al lado de la cabecera de la cama, había una
mujer totalmente vestida de negro, con una amplia capucha cubriéndole la cabeza, recordando entonces lo ocurrido en la carretera el día anterior.
Había
mantenido la duda de que aquello hubiera sucedido realmente y ahora comprobaba
que todo había sido real... era la muerte con su uniforme de trabajo y, lo que
era peor, estaba situada en la cabecera, lo cual significaba que, hiciera lo
que hiciera, Gaudencio no iba a salvarse.
- ¡¡No
deje que me muera…por favor!! – volvió a rogar el enfermo. No tengo mujer y
tampoco hijos, solo dinero; tengo mucho dinero y si me muero ¡de qué me va
servir! He vivido toda mi vida trabajando y ahorrando y ahora es cuando me
arrepiento de no haber vivido un poco mejor. Tengo medio millón de euros en el banco, si me salva usted le doy la mitad.
El médico, al escucharle, sintió un gran
sobresalto y casi sufre un cortocircuito cerebral pues sus pensamientos empezaron a
circular a gran velocidad. Si lograba salvar a Gaudencio y recibía doscientos cincuenta mil euros, tendría dinero de sobra para un Mercedes-Benz y de los más caros,
logrando así superar al colega del pueblo vecino al que tanto envidiaba, consiguiendo así que la envidia cambiara de lado, pasando a ser él el envidiado; pero había un
problema…aquella mujer vestida de negro.
Aunque no le veía la cara por la capucha, no
tenía duda alguna que se trataba de su vieja amiga con el uniforme de trabajo;
recordó haberla oído decir que, si estaba la cabecera, eso significaba que
Gaudencio era un caso perdido, lo que conllevaba que iba a quedarse sin el
mercedes, y eso hizo que cogiera un enfado tremendo.
- ¡Vaya
faena que me estás haciendo! –exclamó irritadísimo, dirigiéndose a ella ¿Por
qué no haces el favor de colocarte a los pies de la cama?
Pero ella, imperturbable, no respondió; al
contrario que en la carretera, donde se había mostrado bastante habladora, algo
comprensible si consideramos que era su día libre y se hallaba fuera de
servicio, en ese momento estaba haciendo su trabajo y la muerte siempre es
silenciosa.
- ¡¡¡Por
lo que más quiera!!! - volvió a suplicar el enfermo casi gritando, desesperado
al haber reparado también en la presencia de la mujer de negro. Si me salva y
no me muero, aumento la cifra, le doy trescientos mil.
¡Trescientos mil euros! - repitió Fulgencio
en voz alta, apesadumbrado al ver que se le iba escapar la oportunidad de tener
un mercedes.
Siempre se ha dicho que, “ante situaciones extraordinarias, hacen falta soluciones extraordinarias”
y algo así sucedió con Fulgencio, al que le llegó la inspiración súbitamente.
Si la muerte estaba a la cabecera con
lo que eso conllevaba, eso iba a solucionarlo inmediatamente. Agarró la cama por el lado de los pies y le
dio la vuelta, girándola, desplazándose él con la misma, consiguiendo, de ese modo, que ahora la muerte quedase situada a los pies de
la cama y la cabecera en el lado contrario, pensando que así lograría evitar que ésta se llevara a Gaudencio. Pero con el esfuerzo sintió una
fuerte opresión en el pecho, algo parecido a lo que sucede cuando a uno le da
un infarto, y perdió la conciencia.
Cuando la recuperó, no estaba en el
dormitorio de Gaudencio sino que se encontraba en un lugar desconocido para él; miró
hacia todos los lados, no reconocía nada y de pronto a su lado vio a la mujer
de negro.
- ¿Qué
ha pasado? –preguntó.
- Que
torpe has sido Fulgencio –respondió ella. Estabas avisado que, si me veías en la cabecera
de la cama de alguien, era porque ya no tenía remedio y me lo llevaba. Has
girado la cama consiguiendo que yo pasase a estar a los pies de Gaudencio, le has salvado a él...sí, ¿pero sabes que has conseguido con eso? Te lo explico en pocas palabras. Al hacer esa
maniobra, acabaste colocándote a mi lado y, por si no lo recuerdas, soy la muerte. Si estoy con mi uniforme de trabajo, es porque había venido a llevarme a alguien y si él ya no iba a poder ser, tu verás...
Fulgencio, permaneció un momento pensativo, tras escuchar sus palabras y preguntó:
- Esto es solo un sueño ¿verdad?
- Si prefieres verlo así....Respondió ella. Algunos lo llaman sueño eterno.