Cuando Tarsicio salió del pueblo, una vez
tomó el camino de Mieza, miró hacia el oeste y observo que el cielo se iba
nublando por momentos ante la avanzadilla de las primeras nubes; si hasta
entonces los truenos se habían oído lejos, ahora se escuchaban más cerca ya que
la tormenta, que hasta entonces se hallaba en Portugal, había cruzado la
frontera y se estaba aproximando, pero eso no le preocupaba demasiado y
avanzaba a buen paso a lomos de la mula.
Tras media hora de camino, el cielo se había
oscurecido totalmente al quedar el sol oculto por las nubes y la tormenta ya se
encontraba encima del viajero. Era seca, ya que las nubes no descargaban lluvia
ni granizo, pero el fuerte estruendo de los truenos y, sobre todo, el intenso
resplandor de los relámpagos, asustaban a la mula que estaba muy inquieta y a
veces incluso se detenía, viéndose obligado el jinete a azuzarla para que
continuase el camino.
![]() |
dZoom |
Si no hubiera sido por la prisa que llevaba,
se habría bajado de la mula y habría avanzado caminando delante de ella
llevándola del rabero; pero la imagen de la esposa enferma, que llevaba varias
horas esperando la medicina, no le abandonaba y ello le empujaba a recorrer lo
antes posible el largo trayecto que aún tenía por delante.
Había pasado el lugar donde se separan el
camino de Cerezal y el de Mieza; una vez tomado este segundo, había llegado al
regato de las Casas Santas -entonces aún
no recibía tal nombre- y, como eran los primeros días de agosto, hacía
semanas que ya no corría agua alguna por él.
Aunque había una “pequeña puente” para
cruzarlo (en aquella época los puentes
eran del género femenino), decidió bajarse de la mula para cruzar el lecho
seco del regato, situándose delante de ella; cogió el rabero para guiarla,
deteniéndose un momento para examinar el terreno donde pisaba; de pronto oyó un
fuerte chasquido y, cuando alzó la vista, vio horrorizado cómo un rayo caía
sobre el pobre animal que cayó fulminado al suelo.
Él, a su vez, sintió una sensación muy
extraña en la cabeza, percibió que todo daba vueltas a su alrededor; no sentía
su cuerpo; notó una debilidad extrema en las piernas y cayó inconsciente al
suelo.
Cuando recuperó la conciencia, no recordaba
nada; tenía la cabeza embotada y sentía
todo el cuerpo dolorido; totalmente confundido, permanecía con los ojos
cerrados y la primera sensación que percibió fue escuchar el tamborileo de la
lluvia en un tejado a la par que percibía un olor a tierra mojada –el sentido del oído y del olfato estaban
indemnes- ; hizo un gran esfuerzo para abrir los ojos y, cuando lo logró ,
vio mucha oscuridad y una luz mortecina entrando por una puerta entreabierta -el sentido de la vista también estaba bien.
Se encontraba en el interior de un edificio y
por ello oía el repiqueteo de la lluvia al chocar sobre las tejas.
- ¡Ha abierto los ojos! -
oyó que decía una mujer.
Giró la
cabeza lentamente hacia donde acababa de oír la voz y, a pesar de la penumbra,
logró ver dos rostros sobre su cabeza, que le miraban con atención.
- ¡Como estás amigo! -
ahora era una voz de hombre la que preguntaba.
- ¡Un rayo! ¡Un rayo nos
ha caído encima, a la mula y a mí, y nos ha matado! -acertó a contestar
Tarsicio. Porque estoy muerto ¿verdad? ¿Esto es el cielo?
Las dos personas que le
miraban, al oír la pregunta, comenzaron a reír y respondió el hombre:
- Si el cielo es como
esto, está visto que no merece la pena ser bueno en esta vida para acabar allí.
Estas vivo y en una casa de campo. Mi mujer y yo estábamos aquí refugiados de
la tormenta, pero como pasaba el tiempo y ya duraba demasiado, decidimos volver
al pueblo. Cuando íbamos a salir al camino, vimos que cayó un rayo muy cerca y
al llegar al regato os vimos a la mula y a ti tirados en el suelo, así que
pensamos que el rayo os había caído encima y que estabais los dos muertos; pero
mi mujer puso la oreja en tu pecho y vio que tu corazón funcionaba, así que te
subimos en la burra como pudimos y volvimos para acá los cuatro, la burra y
nosotros tres. Tranquilízate, porque no estás muerto, hoy no era tu día.
Tenías un dedo de la mano derecha dislocado…
supongo que habrá sido al caerte, pero Santa te lo ha recolocado y seguramente
ha sido el dolor de la maniobra lo que te ha despertado; llevas mucho rato sin
conocimiento ¿Notas dolor en esa mano?
- ¡En la mano…! Me duele
todo, sobre todo la espalda.
-
Es que estás echado en el suelo, aquí no hay cama alguna. Aunque tenemos aquí
esta casa, vivimos en el pueblo. Te pusimos un saco debajo, pero eso alivia
poco. Aparte del dedo escoñado, menos mal que el rayo no te ha hecho nada, pero
la mula no veas como ha quedado.
Tarsicio, a pesar de haber recuperado la conciencia y oír bien, su capacidad de raciocinio aún era poco fluida y no estaba seguro de haberlo comprendido todo:
- No debe apoyar la mano,
ni coger peso con ella durante unos días –dijo la mujer. Aunque le he colocado
el dedo en su sitio, es mejor que lo use lo mínimo posible.
Tarsicio, que por momentos iba recordando
cosas, dijo:
- Ya recuerdo lo que ha
pasado; me acababa de bajar de la mula y, si no llega a ser por eso, ahora
estaría igual que ella –hizo una pausa y continuó preguntando- ¿Vosotros
quienes sois y que hacéis por aquí con esta tormenta?
- Esta es mi mujer, yo me
llamo Julián y la casa y el prado donde estamos son nuestros. Tenemos ganado y
un huerto al lado del regato. Habíamos venido a dar agua al ganado ya que
ahora, como no corre el regato, hay que llevarlo al pilar, y también a cuidar
un poco el huerto. Venimos todas las tardes y hoy… pues nos ha pillado aquí la
tormenta.
Como al principio era seca, decidimos
volvernos al pueblo; pero os hemos encontrado a ti y a la mula tirados en el
suelo, te hemos recogido y por eso nos volvimos a la casa; una vez aquí, ha
sido cuando ha empezado a llover y no veas con que ganas lo hace. Como puedes
ver, lo nuestro tiene un pase, ¡pero tú…! ¿Qué haces por aquí en plena
tormenta? Porque del pueblo no eres.
El boticario me recomendó que esperara a que
pasara la tormenta, pero ¡cómo iba a hacerle caso, si mi mujer necesita la
medicina! La llevaba en las alforjas y con la lluvia a lo mejor ya se ha
estropeado.
El matrimonio miraba al hombre que,
totalmente abatido, no podía reprimir las lágrimas y Julián intentó consolarlo:
- De las alforjas no se preocupe usted
-añadió la mujer. Las recogimos también; así que lo que lleve en ellas, no
puede haberse estropeado.
A Tarsicio, a pesar de la conmoción del
momento, le resultaba curioso apreciar que ella le hablaba de usted al tratarse
de un desconocido, mientras que el marido le tuteaba como si fueran viejos
amigos.
- ¡Anímate hombre!
–continuó diciendo Julián. Aunque te has llevado un susto de muerte, piensa que
lo tuyo ha sido un milagro; además, Santa te ha arreglado el dedo y gracias a
que estabas inconsciente no te has enterado. Repito que hoy has vuelto a nacer
y eso hay que celebrarlo ¡Santa!, pásale la bota de vino que está ahí a tu
lado, a ver si se anima un poco este hombre.
Tarsicio, una vez logró contenerse y reprimir
el llanto, se enjugó las lágrimas con un pañuelo que sacó del bolsillo y vio
que la mujer aflojaba el tapón de la bota de vino para que no forzara el dedo
lesionado, antes de tendérsela; cogió la bota y ya bastante calmado, dijo:
- Disculpadme, pero entre
el miedo tan horrible que he pasado y los nervios, no he podido contenerme. Os
agradezco mucho lo que habéis hecho por mí ¡Salud para todos! –añadió.
Empinó la bota, dio un generoso trago y aquel
vino le supo divinamente. Un dicho popular dice ”El vino es la forma que tiene Dios de decirnos que nos quiere” y
Tarsicio debió pensar algo similar pues ya más reconfortado, continuó diciendo:
- Por qué te llama Santa
tu marido.
Al oírle, rieron los dos cónyuges y contestó
ella.
- Por lo mismo que a
usted le llaman Tarsicio. Porque es mi nombre.
- Cuéntaselo todo
-intervino el marido. No solo es por eso, Santa es la única mujer por aquí que
se llama así y yo empecé a decir en broma que es la santa del pueblo; además,
tiene un don para curar enfermedades, ha curado a mucha gente y algunos, muy
agradecidos, comentan que para ellos es una auténtica santa.
- ¡No digas tonterías!
–protestó enfadada la mujer. Sabes que esas bromas no me gustan.
- No son tonterías. ¡Mira
Tarsicio!, como estabas sin conocimiento, no has visto cómo tenías el dedo,
estaba totalmente fuera de su sitio y míralo ahora; está donde tiene que estar
y seguro que puedes moverlo.
El aludido, movió todos los dedos de la mano
derecha y comprobó con satisfacción que, aunque le dolía el dedo dislocado y
recolocado, podía moverlo igual que los demás.
- ¿Tú crees que
cualquiera sabe hacer eso? –insistió
Julián.
- La verdad es que no me
he enterado de nada, pero, a partir de ahora, para mí también eres una santa.
- ¡Mira Tarsicio, deja de decir las mismas
bobadas que mi marido! (Santa estaba
visiblemente enfadada y ello había ocasionado que se hubiera olvidado del
respeto y la distancia que había guardado hasta ese momento hacia el
forastero) ¡Julián se pone muy tonto cuando empina la bota y no quiero que
vayas a empezar a decir, tú ahora, las mismas tonterías que él!
- Disculpa. Era con la
mejor intención.
- ¡Me da igual que la
intención sea la mejor o la peor! ¡No bromees con lo de santa!
Era evidente que la mujer estaba muy enojada
y Tarsicio no entendía muy bien el motivo de dicho enfado, pero ese pensamiento
desapareció al cambiar ella repentinamente de tema:
- Tu mujer como se llama.
- ¿Mi mujer…?, Casilda.
- ¿Qué le pasaba esta
mañana?
- Se levantó con unos
dolores tremendos en la barriga y no podía ni moverse de la cama.
- ¿Le dolía toda, o solo
en un sitio concreto?
- No lo sé –respondió
Tarsicio extrañado por el súbito interés de Santa por su mujer. Creo que toda.
- ¿La vio el médico?
- Naturalmente, fue él
quien le recetó la medicina que he venido a buscar a Barrueco.
- Estoy seguro que, si la
hubiera visto Santa, le hubiera sobado la barriga y en unos minutos la hubiera
curado – afirmó Julián (Hoy día, Julián
en vez de sobar seguramente hubiera dicho masajear)
Tarsicio al escucharle,
comentó:
- Entonces, usted es
curandera (Ahora era él quien empezó a
tratar a Santa de usted).
- Mi madre lo era, pero
yo no. Solo sé curar algunas cosas que ella me enseño.
-
No le hagas caso –dijo Julián- Lo es y muy buena, ha curado a mucha gente y, a
pesar de que al médico no le gusta que lo haga, sigue haciéndolo porque dice
que lo que sabe, su madre se le enseñó para ayudar a los demás y por eso no les
cobra nada.
Además, está lo de la broma de la santa;
cuando el cura oye decir a alguien que en este pueblo hay una santa, se enfada
mucho, ¡pero qué culpa tiene ella de llamarse así!
Es por eso por lo que se ha enfadado, no
quiere que digan que es curandera y menos una santa.
- No te preocupes. No me he enfadado contigo sino con Julián, sabe que no me gusta lo de la broma de la santa y encima de haber sido él causante…quien la empezó, sigue y sigue con ella. También dice que yo tengo un don y no es cierto, yo no tengo don alguno; lo que sé, es porque me lo enseño mi madre.
Si yo tuviera algún don, supongo que gracias a
él sería capaz de ganar dinero y viviríamos mejor, pero ya ves cómo estamos;
nosotros solo tenemos esto, una casa en el pueblo y poco más.
- La tormenta no acaba de irse, así que vamos a rezar para que se vaya de una vez y de paso para que se cure Casilda, aunque tengo la sensación de que a estas horas ya se le ha pasado el dolor.
- ¡Dios la oiga! –exclamó Tarsicio, que al saber que ella curaba a la gente, no dudaba en tratarla con el máximo respeto. ¿Por qué cree usted eso?
- Porque sabe cosas que
nosotros no sabemos. Respondió Julián, sin dar opción a que ella contestara.
- ¿Tú también crees que
mi mujer ya está bien?
- Si Santa lo afirma, no
me queda duda alguna.
- ¡Callad ya los dos y
vamos a rezar! -Exclamó ella levantando la voz.
En el siglo XIX, que una mujer levantara la
voz no solo a un hombre, sino a dos, debía ser algo excepcional, pero en aquel
caso, si había algo excepcional era aquella mujer y los dos hombres lo
reconocían, así que obedecieron sin dudarlo un momento; el marido porque estaba
acostumbrado a hacerlo desde siempre, y Tarsicio porque no salía de su asombro
ante las palabras de Julián afirmando que Santa tenía poderes, y si ella quería
rezar para que se alejase la tormenta y de paso para que sanase Casilda, no
podía negarse.
Rezaron un poco, dirigiendo Santa las
oraciones, después hizo la clásica invocación a Santa Bárbara para que les
protegiese de la tormenta; también pidió a la misma santa que Casilda se sanase
y al poco rato la tormenta, con la ayuda o sin la ayuda de Santa Bárbara…, eso
nunca lo sabremos, fue alejándose poco a poco, dejó de llover y salió el sol.
Salieron de la casa; recogieron el vehículo
del matrimonio -la burra que estaba en
una cuadra adyacente a la casa – y se la prestaron a Tarsicio para que
volviera a Mieza.
Se dice que “el amor y la amistad no se buscan, sino que se encuentran”
cumpliéndose en este caso una vez más el proverbio, ya que, tras haberse
conocido en unas circunstancias tan extrañas, se inició entre ellos una sólida
amistad.
A la hora de despedirse, Santa le dijo a
Tarsicio:
- Vete tranquilo, estoy
casi segura que Casilda ya está bien.
Tarsicio llegó a Mieza a media tarde bajo un cielo totalmente despejado y encontró a Casilda en la puerta de casa; estaba perfectamente sin dolor alguno. Curiosamente, al verla tan bien, no sintió extrañeza alguna; tras las palabras de Santa, no sabía explicar por qué, pero él también estaba casi convencido que iba a encontrarla sana, a pesar de que el medicamento aún seguía en las alforjas.
Ella, al verle regresar en una burra y no en
la mula, muy extrañada preguntó si había pasado algo.
- ¡Que si ha ocurrido
algo! Entremos en casa y ya sentados te lo cuento todo. No vas a creértelo.
-------------
Como buen miezuco, tenía una excelente huerta
y llevaba en las alforjas abundante de fruta para sus nuevos amigos, en
agradecimiento por los favores recibidos.
También le contó que había sido recogido por un matrimonio y que, gracias a ellos, lo más crudo de la tormenta lo había pasado en una casa de campo.
![]() |
Casa de las Santas |
El boticario, que ya conocía todo lo sucedido - en su día, este hecho fue muy comentado en toda la comarca-, se alegró mucho al verle y le informó que aquella casa era conocida como la Casa de las Santas, porque en ella habían vivido los padres de Santa cuando ella era niña, y como la madre también se llamaba Santa y una y una suman dos, y dos es plural, de ahí el nombre.
Desde La Zarza, real y virtual, Saludos. Como siempre tus historias, relatos, cuentos ,...y cómo nos los cuentas, .. .nos hacen pasar un buen rato, que mitiga en parte el calor de esta tarde de verano . Estaré en el pueblo estos días, si tu estás en Barrueco , me avisas, te acercas, o me acerco y nos vemos. Recuérdame,la palabra "rabero".
ResponderEliminarMe alegro que te guste. Yo iré a mediados de la próxima semana al pueblo pero pararé poco allí; cuando esté te llamo y si no estás entonces, quedamos en Salamanca si es preciso, donde permaneceré más tiempo, pero de este verano no pasa el que nos veamos
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar