domingo, 21 de septiembre de 2025

El Mercedes

 


                                                                        

                                                  No te limites a existir, procura vivir lo mejor posible y ser feliz

 

   Encontrar una definición de la vida no es una tarea fácil, ya que el concepto puede ser abordado desde unas perspectivas tan diferentes como la biología, la medicina, la filosofía, la religión y otras más; por ello, antes de que nos entre dolor de cabeza, intentando comprender qué es la vida, vamos a olvidarnos de ello y centrarnos únicamente en el hecho de que estamos vivos (al menos de momento).

 Los seres humanos tenemos un comienzo y un final sin posibilidad alguna de alargar la existencia; decía el poeta que “desde que nacemos, nuestro destino está escrito en las estrellas”; por ello, el secreto para “vivir más tiempo” consiste en hacerlo lentamente, disfrutando de la vida día a día; esto es lo más parecido a alargarla o, dicho de otro modo, ya que no podemos prolongarla, al menos intentemos ensancharla.

   En cambio, es más sencillo definir la muerte; podemos decir de ella que es el final de nuestro ciclo vital. Si la vida es aquello que nos sucede mientras estamos en este mundo, la muerte, por analogía, es “aquello que nos sucede" cuando dejamos de existir; aunque, ajustándonos a la realidad, es el momento en el que dejan de sucedernos cosas.

 En los cuentos observamos que, con frecuencia, aparecen personajes de todo tipo: príncipes  encantados; brujas malas malísimas; hadas buenas; animales que hablan; Jesucristo y San Pedro son otros clásicos de algunos cuentos; el diablo también cobra protagonismo en otros y hasta la muerte en ocasiones la tenemos de estrella principal, encontrándola habitualmente simbolizada como una mujer totalmente vestida de negro, apareciendo algunas veces con una guadaña y otras sin ella.

 La medicina, es la ciencia que se dedica a la prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades; siendo los médicos quienes ayudan a las personas, que llegan al final de su ciclo vital, a que el trance sea lo más llevadero posible; por ello, si alguien está familiarizado con la muerte, son ellos y no necesitan símbolo, representación o alegoría alguna para reconocerla con facilidad.

  Con estos antecedentes, quien le iba a decir a Fulgencio, el médico de Juntal de Arriba, que un día iba a encontrarse con ella de cara y que además no iba a ser capaz de reconocerla.

  Del mismo modo que existen en la comarca dos Peralejos, el de Arriba y el de Abajo; si había un Juntal de Arriba, lógicamente, también existía Juntal de Abajo; ambos pueblos estaban próximos y Fulgencio, que era el médico de las dos poblaciones, tenía que recorrer con mucha frecuencia el camino que unía (o separaba) ambos lugares.

 

  El suceso que a continuación describo podría haber sucedido a comienzos del siglo XX, una época en la que apenas había coches particulares; de ahí que el médico debía desplazarse a los sitios en un caballo o, cuando económicamente era más solvente, en una calesa (un carruaje tirado por un caballo); aunque, pensándolo bien, también podría haber ocurrido a finales del siglo pasado. Entonces ya había muchos coches, aún no existían los centros de salud y cada médico tenía adjudicados uno o varios pueblos, dependiendo del tamaño de los mismos.

   Actualmente, los sueldos de los médicos que trabajan en los Centros de Salud son muy similares, pero esto antes no era así, era proporcional al número de pacientes que cada uno atendía. Por poner un ejemplo, si uno tenía trescientos asegurados cobraba X, el que atendía seiscientos cobraba XX.

  Fulgencio, al ser el médico de dos pueblos pequeños que sumaban poco habitantes, era de los que cobraba X; en cambio, al lado de los dos Juntales, había un pueblo bastante mayor, el número de habitantes era considerablemente más alto, su médico era de los que cobraban XX, y encima no se debía desplazar a ningún otro pueblo a hacer consulta, como a él le ocurría.

  Por si eso no fuera suficiente para sentir una ligero grado de envidia hacia el colega; este, que era bastante más viejo que él y por ello llevaba trabajando muchos años, había ahorrado un dinero y acababa de comprarse un flamante Mercedes-Benz, un hecho que había ocasionado que el grado de  envidia hubiese aumentado últimamente, pasando de leve a moderado, ya que Fulgencio, como era joven y llevaba trabajando  poco tiempo, aún no tenía ahorro alguno viéndose obligado a circular en un coche de segunda mano que tenía kilómetros a mansalva y que, de cada tres días, se averiaba los dos de al lado y a veces también el del medio, como se dice vulgarmente.

  Vivía en Juntal de Arriba y, cada vez que debía ir al de Abajo, a pesar de ser muy ateo, a veces hasta rezaba y todo para que no se le averiase el auto y le dejara tirado a medio camino.

 

  Un día que iba a este segundo pueblo, mientras conducía, iba pensando en lo injusta que es la vida algunas veces (muchos opinan que esto ocurre casi siempre, no solo algunas veces), pues el compañero, además de tener un mercedes, era veinte años mayor que él, viudo, bastante feo en el decir de la gente y, a pesar de ello, tenía una novia joven y muy atractiva; mientras que él, que era joven y muy guapo (esto último se lo decía su madre y ya se sabe que las madres muy imparciales no son), no tenía pareja dándose en él ese hecho tan común que sucede a los solteros que no es otro que “lo que quiero no me lo dan y lo que me dan no lo quiero”. Esto último, el reciente noviazgo  del compañero, había determinado que la envidia que sentía hacia él ya hubiese alcanzado un grado supino.  

 Iba sumido en estos pensamientos, conduciendo su Citroën cv2, o lo que es lo mismo, un “Dos Caballos”, y de pronto divisó a lo lejos un bulto en una cuneta.

elpais.com

 Al acercarse, comprobó que se trataba de una persona tendida en el suelo que permanecía inmóvil. Cuando llegó a su altura, paró el coche, bajó del mismo  acercándose a ella y, como estaba tendida boca abajo, le dio la vuelta pudiendo apreciar que era una mujer que presentaba una herida en la cabeza, por lo que le resultó fácil llegar al diagnóstico. Ha caído al suelo y está inconsciente debido al “cogotón” que se ha dado -pensó.

 Al verle el rostro, tuvo la sensación de haberla visto anteriormente en alguna ocasión, pero no recordaba donde. Ella, con el movimiento recuperó la conciencia y Fulgencio, como llevaba el material apropiado, dijo:

 -  Tienes una herida en la cabeza, soy médico y voy a curarte. Aunque es pequeña y superficial, el golpe que te has dado ha debido ser bastante fuerte ya que te ha hecho perder el conocimiento

  Durante la cura, ambos permanecieron en silencio todo el rato, ella sentada en el suelo mientras que él arrodillado hacía su trabajo y, una vez que acabó, la miró con detenimiento.

  Al estar sentada, la falda se le había subido muy arriba mostrando generosamente sus piernas; era joven, muy guapa, con una figura estupenda y de inmediato se sintió atraído por ella. No es que sintiera sentimientos románticos hacia la mujer, lo que sintió hacia ella era otra cosa (si antes hemos hablado de envidia, a esto se le sumaba ahora la lujuria).

-  ¿Quién eres? –preguntó. Estoy seguro de haberte visto anteriormente, en alguna ocasión, pero no recuerdo donde.

 -  ¿Solo en alguna ocasión…? Me has visto bastantes veces, lo que sucede es que nunca hemos estado tan cerca uno del otro como ahora...por eso no me reconoces. Soy la muerte, cuando has ido a atender a algún paciente que estaba muy grave y no se ha salvado, yo siempre estaba por allí para llevármelo, de eso me conoces.

 -  ¡¡¡La muerte…!!! ¡Una chica guapa y con minifalda! Me estás tomando el pelo, la muerte es una mujer vieja y fea ¡Cómo vas a ser tú la muerte!

 - ¡A todos os pasa lo mismo! –respondió ella enfadada. Creéis que soy vieja y fea, pero estáis muy equivocados. Lo de vieja lo reconozco… soy tan vieja como el mundo; pero no entiendo por qué todos os empeñáis en que soy fea. Supongo que es debido a que siempre estáis intentando evitarme y nunca queréis verme de cerca. En cuanto a la minifalda, que quieres que te diga. Hoy es día de descanso y me visto como me da la gana, pero cuando trabajo la hago de uniforme y es como me veis. Siempre llevo un vestido  de color negro con capucha también negra que me tapa la cabeza pero no la cara, aunque ninguno  me la veis porque os da miedo mirarme. Por eso me enfado tanto cuando decís que soy fea.

 Fulgencio tras escucharla con atención, respondió:

 -  Es que te presentas en unos momentos críticos, donde todo se ve muy negro. Tú misma acabas de decir que apareces vestida así para recoger el alma del difunto. La muerte, aunque esperada, nunca llega a tiempo, por eso nadie te quiere ver de cerca.

 -   Efectivamente, eso es lo que ocurre; pero la culpa es vuestra. La mayoría de los humanos pasáis por la vida sin saber disfrutar de ella,  porque no sabéis vivir; por ello os desesperáis cuando llega la hora de abandonar este mundo. En realidad, soy yo quien da sentido a la vida, ten en cuenta que, desde el momento que uno nace, se puede decir que comienza a morir ya que es algo inevitable; por eso, lo que debéis hacer, mientras estáis vivos, es procurar vivir lo mejor posible y no limitaros a existir como hacen algunos. Hay que vivir, día a día, siendo conscientes que todo tiene un final, valorando el presente de modo que, hasta que llega ese momento, vuestro objetivo debe ser intentar ser lo más felices posible.

   El médico escuchaba los razonamientos que daba la muerte, los veía bastante lógicos y de pronto se alarmó al venirle un terrible pensamiento a la mente:

-  ¡A propósito…! ¿Has venido a por mí?

 

-    No, puedes estar tranquilo… hoy no es tu día. ¿Acaso me ves con el uniforme de trabajo? Ya te he dicho que hoy descanso. Como me has socorrido, te voy a compensar un poco. De ahora en adelante, cuando estés con un enfermo en su habitación y me veas, fíjate bien donde estoy situada.

   Si observas que estoy en la cabecera de la cama, no pierdas el tiempo con él porque a ese no hay     medico ni medicina que lo salve. Si es católico, le dices a la familia que le administren los Santos      Oleos, quedas bien con ellos y te vas tranquilo.

   En cambio, cuando me veas a los pies de la cama, ese seguro que se salva; no va a haber enfermedad que pueda con él; ni siquiera el peor médico, por muy malo que sea, va ser capaz de cargárselo.

   No olvides que soy yo la que decide quien se va conmigo y quien se queda.

 

    Una vez dicho esto último, aquella chica joven y guapa, por la que inicialmente había sentido una fuerte atracción, que había desaparecido súbitamente al saber de quien se trataba, se esfumó dejando a Fulgencio totalmente confundido.

   Subió al viejo Citroën y, antes de arrancarlo, sopesó detenidamente lo ocurrido inmerso en un mar de dudas. Aquello le había parecido tan extraño que se dio una buena bofetada a sí mismo para convencerse que estaba despierto y no había sido un sueño; como le dolió bastante, llegó al convencimiento de que la bofetada era real y que no estaba soñando volviendo sus pensamientos al encuentro con la mujer que afirmaba ser la muerte. Aún tenía serias dudas de aquello hubiera ocurrido realmente y, como hombre de ciencia que era, se puso a analizar la situación.

  Eran las diez de la mañana y él nunca bebía aguardiente ni licor alguno a aquellas horas, luego, no podía tener perturbada la mente por el alcohol; además, como tampoco consumía drogas lícitas, ni ilícitas, consideró que por ahí no iba la cosa.

  También valoró el haber sufrido un espejismo, tal como le sucede a algunas personas en el desierto cuando están con hambre, sed y calor; pero él no se encontraba en medio del Sahara, sino a medio camino, entre Juntal de Arriba y Juntal de Abajo, el suelo estaba cubierto de hierba y contaba además con una buena capa arbórea, luego aquello distaba mucho de ser un desierto; tampoco tenía hambre ni sed, ya que había desayunado opíparamente, así que lo del espejismo también quedaba descartado.

  Otra posibilidad era que hubiese tenido una alucinación visual y esta fuese el primer síntoma de una enfermedad venidera. Los médicos, como conocen tantas enfermedades, algunos son algo hipocondríacos y creen tenerlas todas, pero él no lo era y tampoco consideró que la cosa fuera por ese camino.

  Una vez descartadas las distintas posibilidades, aunque seguía sin encontrar explicación lógica alguna al encuentro que creía haber tenido, decidió olvidar el asunto. Además, si aquella mujer realmente era la muerte, tendría ocasión de comprobarlo cuando estuviera con algún enfermo a punto de abandonar este mundo.

   El paciente al que iba a ver, en Juntal de Abajo, era un hombre mayor, muy rico y soltero. Siempre se ha dicho que “a quien no tiene hijos, el diablo le da sobrinos”, especialmente si hay dinero por medio, y allí se daba esa circunstancia.

  Se llamaba Gaudencio, estaba en la cama bastante fastidiado de salud y le acompañaba una sobrina. Al verla vestida de negro, Fulgencio la miró fijamente a la cara para asegurarse que no era la mujer que creía haber visto en el camino, aunque después recordó haberla oído decir que aquel día lo tenía libre. Una vez comprobó que no era ella, quedó muy tranquilo pues Gaudencio, por muy pachucho que estuviera, sabía que aún no iba a palmarlas.

-  ¡Doctor! Sé que soy viejo y que estoy bastante mal, pero no me deje morir ¡Cúreme por favor! –exclamó el paciente

 -  No te preocupes que hoy no te vas a morir –le tranquilizó el médico. Eso te lo garantizo. Voy a ponerte un tratamiento y ya veremos cómo evolucionas. Mañana por la mañana vuelvo a verte.

 Al día siguiente, cuando el médico volvió a ver al enfermo, este seguía en la cama y observó que la misma estaba rodeada por cerca de una docena de personas... eran los sobrinos y sus cónyuges. Se habían enterado que el tío rico estaba enfermo y allí estaban todos sin faltar ni uno.

 El enfermo, no veía afecto ni sentimiento alguno en sus caras, sólo veía reflejado en ellas el interés;  estaban deseando que muriera y apañar todo lo posible, una vez dejara de existir.

   Fulgencio, al entrar en la habitación, vio al pobre Gaudencio con una cara de angustia tremenda (cuando una persona está grave, os aseguro que sonríe poco) y, al ver aquel barullo de gente, les dijo que el enfermo necesitaba tranquilidad pidiéndoles que salieran todos y que les dejaran solos, como así hicieron.

-  ¡Sálveme doctor!  -es lo primero que dijo el enfermo. Si me salva y evita que me muera, le pago lo que me pida, por dinero no lo haga.  Yo no tengo hijos; ésa caterva de gente que acaba de salir de la habitación, son los sobrinos con los mujeres y maridos respectivos.

 ¿Ha visto usted alguna vez a los buitres buscando comida? Cuando uno de ellos tiene hambre, al llegar la mañana inicia el vuelo buscando carroña, surca el cielo planeando y, cuando la ve, empieza a volar en círculos antes de aterrizar para comerla; los demás, cuando de lejos ven a uno de ellos volar en círculos, saben que ha encontrado algo que llevarse al buche y acuden todos allí.

 Algo así ha pasado, la sobrina que estaba aquí ayer cuando vino usted, dio el aviso a los demás de que estaba enfermo y ahí están todos ellos.

  Ellos no vuelan, pero rodean la cama formando casi un circulo y eso no me gusta nada.


-  Sí, eso pasa a veces cuando no se tienen hijos – respondió el médico lacónicamente.

  Fulgencio daba por supuestos que estaban los dos solos y de pronto reparó que, al lado de la cabecera de la cama, había una mujer totalmente vestida de negro, con una amplia capucha cubriéndole la cabeza, recordando entonces lo ocurrido en la carretera el día anterior.

  Había mantenido la duda de que aquello hubiera sucedido realmente y ahora comprobaba que todo había sido real... era la muerte con su uniforme de trabajo y, lo que era peor, estaba situada en la cabecera, lo cual significaba que, hiciera lo que hiciera, Gaudencio no iba a salvarse.

 -    ¡¡No deje que me muera…por favor!! – volvió a rogar el enfermo. No tengo mujer y tampoco hijos, solo dinero; tengo mucho dinero y si me muero ¡de qué me va servir! He vivido toda mi vida trabajando y ahorrando y ahora es cuando me arrepiento de no haber vivido un poco mejor. Tengo medio millón de euros en el banco, si me salva usted le doy la mitad.

   El médico, al escucharle, sintió un gran sobresalto y casi sufre un cortocircuito cerebral pues sus pensamientos empezaron a circular a gran velocidad. Si lograba salvar a Gaudencio y recibía doscientos cincuenta mil euros, tendría dinero de sobra para un Mercedes-Benz y de los más caros, logrando así superar al colega del pueblo vecino al que tanto envidiaba, consiguiendo así que la envidia cambiara de lado, pasando a ser él el envidiado; pero había un problema…aquella mujer vestida de negro.

  Aunque no le veía la cara por la capucha, no tenía duda alguna que se trataba de su vieja amiga con el uniforme de trabajo; recordó haberla oído decir que, si estaba la cabecera, eso significaba que Gaudencio era un caso perdido, lo que conllevaba que iba a quedarse sin el mercedes, y eso hizo que cogiera un enfado tremendo.

-   ¡Vaya faena que me estás haciendo! –exclamó irritadísimo, dirigiéndose a ella ¿Por qué no haces el favor de colocarte a los pies de la cama?

  Pero ella, imperturbable, no respondió; al contrario que en la carretera, donde se había mostrado bastante habladora, algo comprensible si consideramos que era su día libre y se hallaba fuera de servicio, en ese momento estaba haciendo su trabajo y la muerte siempre es silenciosa.

-   ¡¡¡Por lo que más quiera!!! - volvió a suplicar el enfermo casi gritando, desesperado al haber reparado también en la presencia de la mujer de negro. Si me salva y no me muero, aumento la cifra, le doy trescientos mil.

 ¡Trescientos mil euros!  - repitió Fulgencio en voz alta, apesadumbrado al ver que se le iba escapar la oportunidad de tener un mercedes.

  Siempre se ha dicho que, “ante situaciones extraordinarias, hacen falta soluciones extraordinarias” y algo así sucedió con Fulgencio, al que le llegó la inspiración súbitamente.

  Si la muerte estaba a la cabecera con lo que eso conllevaba, eso iba a solucionarlo inmediatamente. Agarró la cama por el lado de los pies y le dio la vuelta, girándola, desplazándose él con la misma, consiguiendo, de ese modo, que  ahora la muerte quedase situada a los pies de la cama y la cabecera en el lado contrario, pensando que así lograría evitar que ésta se llevara a  Gaudencio. Pero con el esfuerzo sintió una fuerte opresión en el pecho, algo parecido a lo que sucede cuando a uno le da un infarto, y perdió la conciencia.

  Cuando la recuperó, no estaba en el dormitorio de Gaudencio sino que se encontraba en un lugar desconocido para él; miró hacia todos los lados, no reconocía nada y de pronto a su lado vio a la mujer de negro.

 -   ¿Qué ha pasado? –preguntó.

 -  Que torpe has sido Fulgencio –respondió ella. Estabas avisado que, si me veías en la cabecera de la cama de alguien, era porque ya no tenía remedio y me lo llevaba. Has girado la cama consiguiendo que  yo pasase a estar a los pies de Gaudencio, le has salvado a él...sí, ¿pero sabes que has conseguido con  eso? Te lo explico en pocas palabras. Al hacer esa maniobra, acabaste colocándote a mi lado y, por si no lo recuerdas, soy la muerte. Si estoy con mi uniforme de trabajo, es porque había venido a llevarme a alguien y si él ya no iba a poder ser, tu verás...

 Fulgencio, permaneció un momento pensativo, tras escuchar sus palabras y preguntó:

 -    Esto es solo un sueño ¿verdad?

 -    Si prefieres verlo así....Respondió ellaAlgunos lo llaman sueño eterno.

lunes, 4 de agosto de 2025

¿ Por qué Casas Santas ?

 


   Cuando Tarsicio salió del pueblo, una vez tomó el camino de Mieza, miró hacia el oeste y observo que el cielo se iba nublando por momentos ante la avanzadilla de las primeras nubes; si hasta entonces los truenos se habían oído lejos, ahora se escuchaban más cerca ya que la tormenta, que hasta entonces se hallaba en Portugal, había cruzado la frontera y se estaba aproximando, pero eso no le preocupaba demasiado y avanzaba a buen paso a lomos de la mula.

  Tras media hora de camino, el cielo se había oscurecido totalmente al quedar el sol oculto por las nubes y la tormenta ya se encontraba encima del viajero. Era seca, ya que las nubes no descargaban lluvia ni granizo, pero el fuerte estruendo de los truenos y, sobre todo, el intenso resplandor de los relámpagos, asustaban a la mula que estaba muy inquieta y a veces incluso se detenía, viéndose obligado el jinete a azuzarla para que continuase el camino.

 

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  Si no hubiera sido por la prisa que llevaba, se habría bajado de la mula y habría avanzado caminando delante de ella llevándola del rabero; pero la imagen de la esposa enferma, que llevaba varias horas esperando la medicina, no le abandonaba y ello le empujaba a recorrer lo antes posible el largo trayecto que aún tenía por delante.

  Había pasado el lugar donde se separan el camino de Cerezal y el de Mieza; una vez tomado este segundo, había llegado al regato de las Casas Santas -entonces aún no recibía tal nombre- y, como eran los primeros días de agosto, hacía semanas que ya no corría agua alguna por él.

   Aunque había una “pequeña puente” para cruzarlo (en aquella época los puentes eran del género femenino), decidió bajarse de la mula para cruzar el lecho seco del regato, situándose delante de ella; cogió el rabero para guiarla, deteniéndose un momento para examinar el terreno donde pisaba; de pronto oyó un fuerte chasquido y, cuando alzó la vista, vio horrorizado cómo un rayo caía sobre el pobre animal que cayó fulminado al suelo. 

  Él, a su vez, sintió una sensación muy extraña en la cabeza, percibió que todo daba vueltas a su alrededor; no sentía su cuerpo; notó una debilidad extrema en las piernas y cayó inconsciente al suelo.

  Cuando recuperó la conciencia, no recordaba nada; tenía la cabeza embotada y  sentía todo el cuerpo dolorido; totalmente confundido, permanecía con los ojos cerrados y la primera sensación que percibió fue escuchar el tamborileo de la lluvia en un tejado a la par que percibía un olor a tierra mojada –el sentido del oído y del olfato estaban indemnes- ; hizo un gran esfuerzo para abrir los ojos y, cuando lo logró , vio mucha oscuridad y una luz mortecina entrando por una puerta entreabierta -el sentido de la vista también estaba bien.

  Se encontraba en el interior de un edificio y por ello oía el repiqueteo de la lluvia al chocar sobre las tejas.

- ¡Ha abierto los ojos! - oyó que decía una mujer.

  Giró la cabeza lentamente hacia donde acababa de oír la voz y, a pesar de la penumbra, logró ver dos rostros sobre su cabeza, que le miraban con atención.

- ¡Como estás amigo! - ahora era una voz de hombre la que preguntaba.

- ¡Un rayo! ¡Un rayo nos ha caído encima, a la mula y a mí, y nos ha matado! -acertó a contestar Tarsicio. Porque estoy muerto ¿verdad? ¿Esto es el cielo?

Las dos personas que le miraban, al oír la pregunta, comenzaron a reír y respondió el hombre:

- Si el cielo es como esto, está visto que no merece la pena ser bueno en esta vida para acabar allí. Esto es una vieja casa de campo y estas vivo. Mi mujer y yo estábamos aquí refugiados de la tormenta, pero como pasaba el tiempo y ya duraba demasiado, decidimos volver al pueblo. Cuando íbamos a salir al camino, vimos que cayó un rayo muy cerca y al llegar al regato os vimos a la mula y a ti tirados en el suelo, así que pensamos que el rayo os había caído encima y que estabais los dos muertos; pero mi mujer puso la oreja en tu pecho y vio que tu corazón funcionaba, así que te subimos en la burra como pudimos y volvimos para acá los cuatro, la burra y nosotros tres. Tranquilízate, porque no estás muerto, hoy no era tu día.

  Tenías un dedo de la mano derecha dislocado… supongo que habrá sido al caerte, pero Santa te lo ha recolocado y seguramente ha sido el dolor de la maniobra lo que te ha despertado; llevas mucho rato sin conocimiento ¿Notas dolor en esa mano? 

- ¡En la mano…! Me duele todo, sobre todo la espalda.

- Es que estás echado en el suelo, aquí no hay cama alguna. Aunque tenemos esta casa, vivimos en el pueblo. Te pusimos un saco debajo, pero eso alivia poco. Aparte del dedo escoñado, menos mal que el rayo no te ha hecho nada, pero la mula no veas como ha quedado.

   Tarsicio, a pesar de haber recuperado la conciencia y oír bien, su capacidad de raciocinio aún era poco fluida y no estaba seguro de haberlo comprendido todo:

 - Entonces… la mula está muerta y yo no.

 - Así es, la mula está destrozada y tú aún no me explico cómo estás vivo, si os ha caído un rayo encima a los dos.

   El herido permaneció en silencio un rato intentando aclarar sus pensamientos; como estaba tendido en el suelo, hizo ademán de sentarse, apoyó la mano derecha y ahora sí que sintió dolor en la misma.

- No debe apoyar la mano, ni coger peso con ella durante unos días –dijo la mujer. Aunque le he colocado el dedo en su sitio, es mejor que lo use lo mínimo posible.

  Tarsicio, que por momentos iba recordando cosas, dijo:

- Ya recuerdo lo que ha pasado; me acababa de bajar de la mula y, si no llega a ser por eso, ahora estaría igual que ella –hizo una pausa y continuó preguntando- ¿Vosotros quienes sois y que hacéis por aquí con esta tormenta?

- Esta es mi mujer, yo me llamo Julián y la casa y el prado donde estamos son nuestros. Tenemos ganado y un huerto al lado del regato. Habíamos venido a dar agua al ganado ya que ahora, como no corre el regato, hay que llevarlo al pilar, y también a cuidar un poco el huerto. Venimos todas las tardes y hoy… pues nos ha pillado aquí la tormenta.

  Como al principio era seca, decidimos volvernos al pueblo; pero os hemos encontrado a ti y a la mula tirados en el suelo, te hemos recogido y por eso nos volvimos a la casa; una vez aquí, ha sido cuando ha empezado a llover y no veas con que ganas lo hace. Como puedes ver, lo nuestro tiene un pase, ¡pero tú…! ¿Qué haces por aquí en plena tormenta? Porque del pueblo no eres.

 - Soy de Mieza y me llamo Tarsicio, he venido esta mañana a por una medicina a la farmacia, llegué cerca del mediodía e iba de vuelta. La medicina es para mi mujer, que se ha levantado mala esta mañana, por eso quería regresar cuanto antes. 

  El boticario me recomendó que esperara a que pasara la tormenta, pero ¡cómo iba a hacerle caso, si mi mujer necesita la medicina! La llevaba en las alforjas y con la lluvia a lo mejor ya se ha estropeado.

   Tarsicio permaneció un momento en silencio pensativo, su mente ya funcionaba perfectamente y de pronto exclamó:

 - ¡Por qué ha tenido que pasarme esta desgracia! ¡A la mula la ha matado un rayo…! ¡Yo aún no estoy seguro si estoy vivo o muerto…! ¡No tengo la medicina…! ¡Y la mujer…, la pobre, sigue en el pueblo mala!

   El pobre miezuco yo no aguanto más la emoción del momento y, aunque desde niño había sido educado en la creencia de que “los hombres no lloran”, le fue imposible contenerse y entre grandes sollozos empezó a llorar desconsoladamente.

   El matrimonio miraba al hombre que, totalmente abatido, no podía reprimir las lágrimas y Julián intentó consolarlo:

 - ¡No te pongas así!, piensa que estás vivo y eso es lo único importante. A la mula…, que Dios la ampare; si cayó el rayo, mejor que lo hiciera encima de ella y no de ti ¿no te parece? Puede decirse que hoy has vuelto a nacer. 

  - De las alforjas no se preocupe usted -añadió la mujer. Las recogimos también; así que lo que lleve en ellas, no puede haberse estropeado.

  A Tarsicio, a pesar de la conmoción del momento, le resultaba curioso apreciar que ella le hablaba de usted al tratarse de un desconocido, mientras que el marido le tuteaba como si fueran viejos amigos.

- ¡Anímate hombre! –continuó diciendo Julián. Aunque te has llevado un susto de muerte, piensa que lo tuyo ha sido un milagro; además, Santa te ha arreglado el dedo y gracias a que estabas inconsciente no te has enterado. Repito que hoy has vuelto a nacer y eso hay que celebrarlo ¡Santa!, pásale la bota de vino que está ahí a tu lado, a ver si se anima un poco este hombre.

  Tarsicio, una vez logró contenerse y reprimir el llanto, se enjugó las lágrimas con un pañuelo que sacó del bolsillo y vio que la mujer aflojaba el tapón de la bota de vino para que no forzara el dedo lesionado, antes de tendérsela; cogió la bota y ya bastante calmado, dijo:

- Disculpadme, pero entre el miedo tan horrible que he pasado y los nervios, no he podido contenerme. Os agradezco mucho lo que habéis hecho por mí ¡Salud para todos! –añadió.

  Empinó la bota, dio un generoso trago y aquel vino le supo divinamente. Un dicho popular dice ”El vino es la forma que tiene Dios de decirnos que nos quiere” y Tarsicio debió pensar algo similar pues ya más reconfortado, continuó diciendo:

- Por qué te llama Santa tu marido.

 Al oírle, rieron los dos cónyuges y contestó ella.

- Por lo mismo que a usted le llaman Tarsicio. Porque es mi nombre. 

- Cuéntaselo todo -intervino el marido. No solo es por eso, Santa es la única mujer por aquí que se llama así y yo empecé a decir en broma que es la santa del pueblo; además, tiene un don para curar enfermedades, ha curado a mucha gente y algunos, muy agradecidos, comentan que para ellos es una auténtica santa.   

- ¡No digas tonterías! –protestó enfadada la mujer. Sabes que esas bromas no me gustan.

- No son tonterías. ¡Mira Tarsicio!, como estabas sin conocimiento, no has visto cómo tenías el dedo, estaba totalmente fuera de su sitio y míralo ahora; está donde tiene que estar y seguro que puedes moverlo.

  El aludido, movió todos los dedos de la mano derecha y comprobó con satisfacción que, aunque le dolía el dedo dislocado y recolocado, podía moverlo igual que los demás.

- ¿Tú crees que cualquiera sabe hacer eso?  –insistió Julián.

- La verdad es que no me he enterado de nada, pero, a partir de ahora, para mí también eres una santa.

 - ¡Mira Tarsicio, deja de decir las mismas bobadas que mi marido! (Santa estaba visiblemente enfadada y ello había ocasionado que se hubiera olvidado del respeto y la distancia que había guardado hasta ese momento hacia el forastero) ¡Julián se pone muy tonto cuando empina la bota y no quiero que vayas a empezar a decir, tú ahora, las mismas tonterías que él!

- Disculpa. Era con la mejor intención.

- ¡Me da igual que la intención sea la mejor o la peor! ¡No bromees con lo de santa!

  Era evidente que la mujer estaba muy enojada y Tarsicio no entendía muy bien el motivo de dicho enfado, pero ese pensamiento desapareció al cambiar ella repentinamente de tema:

 - Tu mujer como se llama.

- ¿Mi mujer…?, Casilda.

- ¿Qué le pasaba esta mañana?

- Se levantó con unos dolores tremendos en la barriga y no podía ni moverse de la cama.

- ¿Le dolía toda, o solo en un sitio concreto?

- No lo sé –respondió Tarsicio extrañado por el súbito interés de Santa por su mujer. Creo que toda.

- ¿La vio el médico?

- Naturalmente, fue él quien le recetó la medicina que he venido a buscar a Barrueco.

- Estoy seguro que, si la hubiera visto Santa, le hubiera sobado la barriga y en unos minutos la hubiera curado – afirmó Julián (Hoy día, Julián en vez de sobar seguramente hubiera dicho masajear)

Tarsicio al escucharle, comentó:

- Entonces, usted es curandera (Ahora era él quien empezó a tratar a Santa de usted).

- Mi madre lo era, pero yo no. Solo sé curar algunas cosas que ella me enseño.

- No le hagas caso –dijo Julián- Lo es y muy buena, ha curado a mucha gente y, a pesar de que al médico no le gusta que lo haga, sigue haciéndolo porque dice que lo que sabe, su madre se le enseñó para ayudar a los demás y por eso no les cobra nada.

  Además, está lo de la broma de la santa; cuando el cura oye decir a alguien que en este pueblo hay una santa, se enfada mucho, ¡pero qué culpa tiene ella de llamarse así!

  Es por eso por lo que se ha enfadado, no quiere que digan que es curandera y menos una santa.

 -  No sabe cuánto lo siento –se disculpó Tarsicio. Me ha curado usted el dedo y yo encima, en vez de agradecérselo, estoy aquí fastidiándola.

 - No te preocupes. No me he enfadado contigo sino con Julián, sabe que no me gusta lo de la broma de la santa y encima de haber sido él causante…quien la empezó, sigue y sigue con ella. También dice que yo tengo un don y no es cierto, yo no tengo don alguno; lo que sé, es porque me lo enseño mi madre.

 Si yo tuviera algún don, supongo que gracias a él sería capaz de ganar dinero y viviríamos mejor, pero ya ves cómo estamos; nosotros solo tenemos esto, una casa en el pueblo y poco más.

  Afuera, a pesar del tiempo transcurrido, la tormenta proseguía con mucha virulencia, llovía con intensidad y aún tronaba; los tres veían caer la lluvia a través de la puerta entreabierta y dijo ella:

- La tormenta no acaba de irse, así que vamos a rezar para que se vaya de una vez y de paso para que se cure Casilda, aunque tengo la sensación de que a estas horas ya se le ha pasado el dolor.

- ¡Dios la oiga! –exclamó Tarsicio, que al saber que ella curaba a la gente, no dudaba en tratarla con el máximo respeto. ¿Por qué cree usted eso?

- Porque sabe cosas que nosotros no sabemos. Respondió Julián, sin dar opción a que ella contestara.

- ¿Tú también crees que mi mujer ya está bien?

- Si Santa lo afirma, no me queda duda alguna.

- ¡Callad ya los dos y vamos a rezar! -Exclamó ella levantando la voz.

  En el siglo XIX, que una mujer levantara la voz no solo a un hombre, sino a dos, debía ser algo excepcional, pero en aquel caso, si había algo excepcional era aquella mujer y los dos hombres lo reconocían, así que obedecieron sin dudarlo un momento; el marido porque estaba acostumbrado a hacerlo desde siempre, y Tarsicio porque no salía de su asombro ante las palabras de Julián afirmando que Santa tenía poderes, y si ella quería rezar para que se alejase la tormenta y de paso para que sanase Casilda, no podía negarse.

   Rezaron un poco, dirigiendo Santa las oraciones, después hizo la clásica invocación a Santa Bárbara para que les protegiese de la tormenta; también pidió a la misma santa que Casilda se sanase y al poco rato la tormenta, con la ayuda o sin la ayuda de Santa Bárbara…, eso nunca lo sabremos, fue alejándose poco a poco, dejó de llover y salió el sol.

 Salieron de la casa; recogieron el vehículo del matrimonio -la burra que estaba en una cuadra adyacente a la casa – y se la prestaron a Tarsicio para que volviera a Mieza.

  Se dice que “el amor y la amistad no se buscan, sino que se encuentran” cumpliéndose en este caso una vez más el proverbio, ya que, tras haberse conocido en unas circunstancias tan extrañas, se inició entre ellos una sólida amistad.

 A la hora de despedirse, Santa le dijo a Tarsicio:

- Vete tranquilo, estoy casi segura que Casilda ya está bien.

 Tarsicio llegó a Mieza a media tarde bajo un cielo totalmente despejado y encontró a Casilda en la puerta de casa, estaba perfectamente sin dolor alguno. Curiosamente, al verla tan bien, no sintió extrañeza alguna; tras las palabras de Santa, no sabía explicar por qué, pero él también estaba casi convencido que iba a encontrarla sana, a pesar de que el medicamento aún seguía en las alforjas.

  Ella, al verle regresar en una burra y no en la mula, muy extrañada preguntó si había pasado algo.

- ¡Que si ha ocurrido algo! Entremos en casa y ya sentados te lo cuento todo. No vas a creértelo.

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   Tarsicio, pasados unos días, volvió a Barrueco para devolver la burra a Santa y Julián, pues sabía que era un “vehículo de trabajo” muy necesario para ellos.

  Como buen miezuco, tenía una excelente huerta y llevaba en las alforjas abundante de fruta para sus nuevos amigos, en agradecimiento por los favores recibidos.

   También pasó por la botica para devolver el paraguas prestado al boticario, contándole lo sucedido, que le había caído un rayo a la mula salvándose él de milagro, y que, si hubiese caído unos minutos antes, no estaría departiendo con él en aquel momento.

  También le contó que había sido recogido por un matrimonio y que, gracias a ellos, lo más crudo de la tormenta lo había pasado en una casa de campo.

Casa de las Santas

   El boticario, que ya conocía todo lo sucedido - en su día, este hecho fue muy comentado en toda la comarca-, se alegró mucho al verle y le informó que aquella casa era conocida como la Casa de las Santas, porque en ella habían vivido los padres de Santa cuando ella era niña, y como la madre también se llamaba Santa y una y una suman dos, y dos es plural,  de ahí el nombre.

 - Recordará -comentó Tarsicio-, que bromeé con usted diciendo que, si oía que un hombre había aparecido achicharrado en el camino de Mieza era yo ¡Qué poco ha faltado!

 

martes, 22 de julio de 2025

Algunos retazos de geografía local


   Si en Mieza existe el camino de Barrueco y en nuestro pueblo, a su vez, existe el camino de Mieza, a nadie se le escapa que hay un camino que une ambos pueblos. Así al menos se lo expliqué a mi perro, él me miraba con atención y cuando terminé dijo ¡guau! Supongo que eso significaba, en su lenguaje canino, que lo había entendido todo. 

  Actualmente, cuando alguien desea ir a Mieza desde Barruecopardo, no lo hace siguiendo el antedicho camino, emplea una ruta diferente. Sube al coche, toma la carretera de Aldeadávila (DSA 580); a la altura del cruce con la carretera DSA 560 (el cruce de Cerezal de toda la vida), sigue ésta última en dirección a Cerezal de PeñaHorcada; al llegar a ese pueblo pasa de largo y en un momento llega a su destino, tras haber recorrido en total unos 12 km. 

 Si esa persona desea hacer ejercicio, puede realizar el mismo recorrido en bicicleta; en este caso, al llegar a Cerezal, puede parar a descansar y llenar la cantimplora con agua en el magnífico pilar que hay al lado de la carretera; una vez ha descansado, con energías renovadas, en poco rato llegará a su destino, ya que el terreno es bastante llano y no presenta dificultad alguna; aunque, si debe regresar a Barrueco, lógicamente, solo ha hecho la mitad del recorrido y aún debe pedalear bastante. 

 Hoy día, este es el itinerario recomendado pero, antes de que existieran las carreteras actuales y los vehículos con motor, a lo largo de los siglos, para ir a ese pueblo, nuestros antepasados seguían el antiguo camino de Mieza, cuyo trayecto es más corto, haciéndolo a pie o a lomos de una caballería. 

 Una vez leí un folleto turístico que presentaba a Barrueco como un “cruce de caminos”, lo cual es innegable; pero si consideramos que, para un madrileño, el centro del mundo (de su mundo) es Madrid, y que, para los neoyorquinos, el centro del mundo es New York; para nosotros, el centro del mundo es nuestro pueblo; por lo tanto, no deberíamos considerarlo un cruce de caminos, sino el origen de todos ellos. 

 Conclusión. Si alguno de vosotros un día coge un avión y recala en Australia, no debería decir: “qué lejos está mi pueblo de aquí”, más bien corresponde decir lo contrario “qué lejos pilla Australia de Barrueco”. 

 Una vez aclarado que nuestro pueblo es el centro del mundo –solo para nosotros, eso sí- y ya convencidos de que no es un simple cruce de caminos sino el origen de varios de estos, me gustaría aclarar que estos caminos aún existen, casi nunca coinciden con las carreteras actuales y todos son perfectamente reconocibles. 

 Tenemos el camino de Saucelle y el de Hinojosa, el de Bermellar, los de Saldeana (para ir a este pueblo hay tres caminos que son el de Arriba, el del Medio y el de Abajo - no es ninguna broma-), el de Barreras, el de Villasbuenas, el de El Milano, el de Cerezal de Peñahorcada, el de Mieza y el de Vilvestre. 
  Aunque en algunos tramos comparten parte de sus trayectos, en total suman doce, lo cual no está nada mal.
 Si alguien desea recorrerlos hoy día, aún puede hacerlo antes de que hagan la concentración parcelaria, pero para ello debe olvidarse del coche, ya que la mayoría de ellos solo es posible transitarlos a pie; también es posible, en algunos casos, recorrerlos, total o parcialmente, en bicicleta y, llegado el caso, incluso a caballo. En burro es bastante más difícil y no porque el camino ofrezca alguna dificultad especial para estos animales; la dificultad, en este caso, reside en encontrar un burro. 

 Volviendo al antiguo camino de Mieza, su inicio se encuentra algo más allá del “Barrio Nuevo”, donde tiene su negocio Miguel Delgado; allí, a la altura de la báscula municipal, hay una bifurcación de caminos debiendo seguir el de la derecha, pasando ante el transformador de la luz; continuamos hacia adelante sin desviarnos y atravesamos un valle (La Mata del Leonardo), continuamos rectos dejando a la derecha el camino de “Los Piconitos”, alcanzamos una calleja, seguimos la misma que nos lleva a otro valle (la Mata del Viñadero), continuamos el camino que cruza este valle y, a unos 100 metros desde que abandonamos la anterior calleja, ya en pleno valle, a la izquierda del camino que llevamos, surge otro que nos lleva a otra calleja. 

 Hasta aquí, el camino es común tanto para Cerezal como para Mieza (vamos a llamarlos opción A y opción B), porque ha llegado la hora de elegir; si alguien quiere ir a Cerezal (opción A), debe continuar en línea recta, siguiendo el camino que atraviesa el valle; y si lo que desea es ir a Mieza (opción B), debe desviarse, tomando el de la izquierda que discurre unos metros más adelante por una calleja, sigue la misma y puede ver que ésta acaba en un pequeño valle que es cruzado por un regato; estamos en las "Casas Santas", nombre de recibe no solo valle, sino también el terreno que hay en torno al mismo; en cuanto al regato que por allí pasa y que hemos de cruzar, es la "Rivera de las Casas Santas".
Bifurcación de caminos (opción A y Opción B)


 Aunque en los mapas este regato aparece nombrado oficialmente como rivera, nosotros le llamamos indistintamente regato y arroyo. 
 Llegados a este punto, parece oportuno hacerse la siguiente pregunta ¿hay alguna diferencia entre un regato, un arroyo y una rivera? Por lo visto, sí la hay. 

 En la escuela nos decían que un río es una corriente continua de agua dulce, o dicho de otro modo, es una corriente de agua que corre a lo largo de todas las estaciones del año. -Una vez sabido esto, os pido que cuando llegue el verano, seáis indulgentes con el Uces, el Huebra y el Camaces y sigáis llamándoles ríos a pesar de todo- 

  En cambio, un regato, un arroyo y una rivera… los tres, son corrientes discontinuas de agua, lo cual significa que hay períodos a lo largo del año, especialmente en verano, en los que deja correr el agua por ellos. 
  La diferencia que hay entre los tres radica, simplemente, en el volumen del caudal y en el tiempo que este sigue corriendo por el cauce. Un regato, vendría a ser el hermano pequeño de los tres; cuando corre tiene poco caudal y lo hace solo cuando llueve y durante unos días o semanas más. Un arroyo tiene un caudal mayor que el del regato y la corriente de agua dura más tiempo: semanas o meses. Una rivera vendría a ser la hermana mayor de ellos, pues lleva un caudal más considerable que los anteriores y, además, el agua sigue corriendo por su cauce durante más tiempo. 

 Como podemos ver una vez más, aquí el tamaño sí importa

 De todos modos, no hay un límite concreto respecto al tiempo y la cantidad de agua que debe llevar cada uno de ellos, para ser designado de uno u otro modo, quedando a nuestro libre albedrío llamar a la rivera de las Casas Santas, regato o arroyo; de hecho, aguas abajo, a la altura de "El Arroyo", es conocido como arroyo sin más, y sigue siendo el mismo curso de agua. 

 Conclusión: Aunque en los mapas figure como Rivera de las Casas Santas, nosotros podemos llamarle regato o arroyo cuando se nos antoje, que para eso es nuestro. 

 Se dice también, que la diferencia de las riveras, respecto a los regatos y arroyos, no solo reside en el volumen y duración del caudal de agua, a ello hay que añadir que las riveras están más humanizadas; lo cual significa que tienen un mayor aprovechamiento por parte de los humanos gracias a su mayor volumen de agua, algo que es muy válido para nuestra Rivera de las Casas Santas. 
 A lo largo del tiempo, algunos aprovechamientos que nuestros antepasados han hecho de la misma han sido: 

 Zona de baño. Antes de que hubiese piscinas en la comarca, esta rivera, junto con los pilos de los pozos en las huertas y alguna charca que otra, eran la zona de baño habitual para nuestros antepasados.   Mientras corría el regato y el agua se mantenía clara y limpia, algo que sucedía hasta junio e incluso hasta principios de julio aquellos años que habían sido más lluviosos durante la primavera, nuestros padres y abuelos aprovechaban algunos de sus caozos para bañarse. 
 Una vez el regato dejaba de correr, el agua acumulada en los caozos se volvía rápidamente insalubre y se fastidiaba el asunto del baño. 
 Había dos zonas bien diferenciadas para el baño; nuestras abuelas, siendo jovenzuelas…eso sí, se bañaban en las Casas Santas, mientras que los varones lo hacían aguas abajo, a la altura de la Fuente de la Sartén. 
  Lo interesante del asunto era que muchos/as no usaban bañador -en realidad es que carecían de él- siendo unos avanzados/as para su tiempo, ya que practicaban el nudismo, variando el comportamiento según se tratara de ellos y ellas. En tanto muchos chicos se bañaban a “pelo” sin importarles demasiado poder ser vistos por gente ajena al baño que pasara cerca; ellas, para evitar ser vistas, se organizaban perfectamente, mientras una de las chicas vigilaba, el resto de las compañeras se bañaban y, si veía que alguien se aproximaba, daba aviso a las demás para que saliesen del agua y se protegieran, evitando así ser vistas. 

 Molinos harineros. A lo largo de la rivera de las Casas Santas había varios molinos harineros -aún podemos ver los restos de tres de ellos- que aprovechaban la fuerza del agua para mover las piedras que molían el grano. 

 Lavaderos. Antes de que hubiera agua corriente y lavadoras en las casas, habitualmente, se lavaba la ropa en los lavaderos públicos -las bordas-; que yo recuerde, eran cuatro y estaban en el Candenal, la Fontanina, el Charco y la Rodilla. 
 Además de emplear los lavaderos públicos, algunas mujeres también lavaban ropa en este regato, en un lugar determinado de "El Arroyo"; en estos casos lo hacían para lavar la ropa de los parientes que habían fallecido recientemente, pues estaba mal visto que lo hicieran en alguno de los lavaderos públicos, junto con la de los vivos (así al menos me lo contaron a mí). 

Huertas. Las huertas a menudo estaban localizadas, y lo están, al lado de los arroyos, como sucedía en este caso también.

 Una vez que la rivera de las Casas Santas abandona el término municipal de Barrueco, entra en el de Saucelle; pasa bajo el puente de la carretera que une ambos pueblos; algo más abajo, lo hace bajo el “Puente de Palo” en el antiguo camino de Saucelle - este puente, aunque un su día era de madera, actualmente es de hormigón - ;el terreno va siendo cada vez más abrupto a medida que se acerca al Huebra y, un poco más abajo, pasa bajo otro puente en la carretera de La Molinera (la DSA 576 que une Lumbrales y Saucelle), antes de desembocar en el río. 

 Tan solo unos metros por encima de este último puente; el regato conforma una bonita cascada, cuando ha llovido en abundancia los días previos, conocida como “Cachón de Carranzo”. 
Cachón de Carranzo


 Esta rivera, arroyo o regato de las Casas Santas -que cada uno la denomine como le plazca-, atraviesa numerosos parajes a lo largo del término de Barrueco y toma el nombre de uno de ellos: “Las Casas Santas”, un hecho que siempre me había llamado enormemente la atención ¿Por qué ese paraje se llama así y además da nombre a la rivera que pasa por allí? 

 Pensé que en algún momento de nuestra intrahistoria, en aquel lugar, debió haber sucedido algún hecho singular que hubiera dado pie a que nuestros antepasados le pusiesen tal nombre, y durante unos días estuve investigando el asunto. 

 Como los viejos de antes, el equivalente a la gente de la tercera edad actual –ahora llamar viejos a los viejos, no está bien visto- siempre han sido los principales transmisores de la tradición oral, me dirigí no solo a uno, sino a varios de ellos/as, preguntándoles si conocían algún hecho extraordinario o circunstancia que pudiera justificar el nombre de Casas Santas, así como la época aproximada en la que aquello pudo suceder, pero nadie sabía nada del asunto. 

 Pasó el tiempo y, cuando pensaba que ya nunca iba a saberlo, una vez más fue la casualidad la que me permitió encontrar una pista para aclarar el asunto; ésta, a su vez, me llevó a otra y ello hizo posible que al fin lograra enterarme del hecho que motivó, que el paraje de las Casas Santas y la rivera que por allí pasa reciban tal nombre. 

 Curiosamente, quien me informó del hecho no era de nuestro pueblo, sino de Mieza y, precisamente,  está relacionado con el camino hacia ese pueblo que por allí pasa. La informante no era vieja, se trataba de una persona bastante joven y la conversación surgió al azar, hablando del antiguo camino de Mieza a Barrueco. 
 Yo lo había recorrido el verano anterior, se lo comenté a una mujer de era de aquel pueblo y ella me dijo que, siendo niña, había oído hablar a uno de sus abuelos de un hecho muy extraño ¡un posible milagro!, cuyo protagonista había sido su bisabuelo, y que el suceso había ocurrido en dicho camino, en un lugar de Barrueco conocido como “Casas Santas”. 
 Al apreciar mi cara de asombro, empezó a reír y dijo: 

 - Sé que te va a parecer increíble, porque así me lo pareció a mí y aún sigue pareciéndomelo, pero mi abuelo afirmaba que eso sucedió realmente, y que el protagonista había sido su padre. Para situarlo en el tiempo, hay que remontarse al siglo XIX, ten en cuenta que no se trata de mi abuelo, sino de mi bisabuelo. 
  Todo empezó una mañana de verano, el padre de mi abuelo se llamaba Tarsicio y aprovecho para decirte que fue el último de la familia en llevar ese nombre ya que ,después de él, nadie quiso ponérselo a ninguno de los descendientes. 
  Un día, la esposa…mi bisabuela, despertó con un fuerte dolor abdominal, llamaron al médico, este le indicó un preparado y entonces no era como ahora, pues casi todas las medicinas las elaboraban los propios farmacéuticos en la farmacia. 
  Como aún no había automóviles ni carreteras, mi bisabuelo tuvo que coger la mula e ir a Barrueco a por la medicina, porque en mi pueblo no había farmacia. 

 Llegó a tu pueblo cerca del mediodía, al farmacéutico le llevó su tiempo elaborar el producto que necesitaba, aprovechando mientras tanto el viajero aquel rato para comer “el cacho” –así llamaban algunos a la merienda que llevaban, cuando no comían en casa y que no debemos confundir con “pillar cacho”-; por el oeste se vislumbraban ya alguna nube que presagiaba una típica tormenta de verano y, cuando volvió a la farmacia a recoger la medicina, se oyó a lo lejos el primer trueno. 

- Se avecina una tormenta. Comentó el farmacéutico. Antes de regresar a su pueblo, espere a que se pase, porque como se ponga en camino ahora, le va pillar en pleno campo. 

 Tarsicio, mi bisabuelo, miró al farmacéutico y respondió: 

- Gracias por el consejo, pero mi mujer está mala desde esta mañana, necesita tomar esto y tengo que regresar ya a mi pueblo sin importar que truene, llueva o relampaguee. 

  La gente de antes era recia y dura, no tenía miedo a nada y aquel hombre respondía al prototipo. El boticario, al ver la determinación de aquel hombre, dijo: 

- Espere un momento. 

Entró en la rebotica y salió con un paraguas. 

- Tenga, lléveselo. Si la tormenta trae agua, le va a venir bien.

 - Muchas gracias, pero no sé cuándo podré devolvérselo. 

 - Ahora no piense en eso, no me corre prisa alguna… cuando pueda. Si su mujer esta mala y necesita la medicina, comprendo la prisa, pero aun así insisto; yo, si estuviera en su lugar, esperaría a que pase la tormenta y puede quedarse aquí conmigo si quiere; porque, como le pille en el campo, puede ser peligroso  A lo mejor solo son cuatro truenos y pasa rápido. 

 - Usted acaba de decir que a lo mejor solo son cuatro truenos, pero es que pueden ser muchos más. Las tormentas pueden ser flojas y durar poco rato, o ser fuertes y durar horas; pero eso a mí ahora me da igual, venga como venga, tengo irme y no puedo esperar más. 

 El viajero salió a la calle acompañado por el boticario y sonó otro trueno. 

- Viene de Portugal y aún está lejos. Exclamó este. 

- Eso creo yo también, a ver si hay suerte, tarda en llegar y de paso hace poco daño en las huertas. Respondió Tarsicio. 

- ¡Mientras no le dañe a usted! 

 - Si mañana oye que en el camino de Mieza ha aparecido un hombre  achicharrado por un rayo, ya sabe que soy yo. Añadió el viajero, haciendo gala de un humor negro desmedido.. 

- ¡No bromee con eso! , a mí, desde que era niño, las tormentas me dan miedo tremendo; yo no saldría ahora al campo por nada del mundo. 

 - Por suerte no tiene que hacerlo, pero yo estoy obligado a ello. Tengo la ventaja de que a mí no me da miedo alguno, más de una vez me ha pillado alguna en al campo y aquí estoy. 
  Siempre se ha dicho que “nadie se muere el día de la víspera”, que ese momento le toca a uno cuando le toca y da igual que estés en la cama durmiendo plácidamente, o en el medio del campo con tormenta. Si es tu día no hay quien te salve; y si no lo es, no hay tormenta que te mate. 

 La actitud de aquel hombre, en la antigua Grecia, hubieses sido considerada propia de un estoico; en cambio el boticario, que en aquel momento no estaba para filosofías, pensaba que estaba ante “un cabezón de cuidado” y admiraba su valentía, viéndole dispuesto a emprender el camino aun en contra de los elementos. 

  El viajero, que tenía la mula atada a una argolla clavada 
en la pared, algo que era muy corriente entonces en las casas, desató al animal, subió al mismo y 
desde allí se inclinó para despedirse del boticario
 
dándole la mano; arreó la mula y se alejó calle
adelante buscando la salida del pueblo, mientras  
que a lo lejos volvió a oírse otro trueno.