martes, 6 de septiembre de 2022

El tributo

 

 Ana y Melo formaban un matrimonio con muchos años de rodaje en común; un día, cuando se sentaron a comer, preguntó ella:

-      ¿Qué tal te ha ido hoy en el trabajo?

  

-      Bien. Respondió el marido. Aunque he tenido un pequeño incidente. Una compañera me ha llamado machista; en realidad, sólo fue una advertencia.  Íbamos juntos por un pasillo, al llegar a una puerta le cedí el paso y me dijo que esa era una actitud machista y que no iba a entrar…que pasara yo primero. Entonces, le respondí que la suya era una actitud feminista y que, si lo hacía yo antes que ella, me sentiría mal; así que le propuse que pasáramos los dos a la vez… pero no cabíamos.

 

-      ¡Vaya tontería! Hay que ver hasta donde han llegado algunas mujeres. Dijo Ana, mostrando su enfado habitual cuando salían a relucir temas de este tipo, y es que ella, una defensora a ultranza de la igualdad hombre mujer, casi desde la adolescencia, cuando aún faltaban muchos años para que, en nuestro país, el feminismo fuera un tema de actualidad, era una feminista convencida; pero renegaba del feminismo radical que pretende situar a la mujer en un nivel superior al hombre, una actitud propia de ese machismo al que tanto critica.

 

-   Ahí habéis estado los dos iguales…sí. Afirmó Ana. Pero igual de tontos. Vaya majadería. Con los problemas que hay en el mundo: hambre, guerras, enfermedades, desigualdades sociales, migraciones… y vosotros discutiendo a ver quién pasa primero por una puerta.

 -      No te pongas así, respondió Melo riendo -aquel era ya un tema manido para ellos -, tú lo ves como una tontería, pero mi compañera debe creer que es algo muy serio. Todo depende de la importancia que quiera darle cada uno. Te recuerdo que yo, cuando éramos novios, pagué un tributo por ti. Para mí era algo intrascendente y tú, en cambio… ¡hay que ver cómo te pusiste!

Al escuchar las palabras del marido, Ana le dirigió una mirada que hubiera asustado al más pintado, un claro aviso de que se acercaba “una tormenta dialéctica”; claro que Melo, tras muchos años de convivencia, era experto en “capear temporales”. Sabía que el “huracán” Ana” estaba a punto de descargar su furia, y con resignación se dispuso a soportar, estoicamente, la “borrasca” que él mismo había provocado:

-      ¡Aun no entiendo cómo te gusta recordar eso! ¡¡Pagaste porque te dio la gana!! ¡¡Sabes que yo no era partidaria de ello y que, si me llego a enterar antes, no hubiera ocurrido!! ¡¡¡Eso sí que fue un acto de machismo y no la tontería de quién debe pasar antes por una puerta!!! ¡¡¡Tratar a las mujeres como si fuéramos una mercancía que perteneciera a los hombres!!! ´

  ¿Qué era lo que había pagado Melo, cuando era novio de Ana, que tanto enojaba a su mujer cada vez que se lo recordaba? ¿Es posible que en el último tercio del siglo XX, aún tan cercano, en nuestro mundo occidental, tan civilizado y moderno, aún hubiese situaciones donde un hombre pagaba por el hecho de ser novio de una mujer?

Ambos cónyuges eran de pueblos distintos, aledaños uno del otro, y antes era muy común que los

habitantes de los pueblos vecinos estuvieran enemistados entre sí; por ello, todo chico sabía que, si iba a determinados lugares, era recibido con recelo por el simple hecho de ser forastero, de modo que, encontrar novia en un pueblo que no era el suyo, a veces resultaba algo complicado.

   

   Néstor, un amigo de Melo, se había enamorado de una chica del pueblo de al lado, llevaban poco tiempo de relación, y un domingo le pidió que le acompañara a ver a la novia, para no estar solo “en terreno hostil”.  Entonces, los domingos, había baile en casi todos los pueblos. El plan era que la enamorada iría al baile acompañada por una amiga y se la presentaría para que estuviera con ella, mientras los novios estaban a lo suyo.

Melo accedió a acompañarle y la amiga que le fue presentada resultó ser Ana -así es como ambos se habían conocido-. En un momento determinado, tres jóvenes del lugar se acercaron a Néstor que,  como ya había ido, repetidamente, a aquel pueblo, a ver a la misma chica, era evidente que estaba interesado por ella.

El motivo de dirigirse al amigo de Melo, fue para decirle que el siguiente domingo, si volvía por allí, debía abonar el “impuesto correspondiente”, un acto que era conocido, comúnmente como “pagar el vino”.

Ésta, era una antigua costumbre existente, tanto en Salamanca como en otras provincias, cuyo origen es bastante discutido. Mientras que algunos sostienen que, para encontrar el inicio de esta tradición, hay que remontarse a tiempos muy antiguos, casi en los albores de nuestra historia; otros lo sitúan en épocas mucho más modernas.

Quienes defienden que estamos ante una costumbre milenaria, piensan que su origen en un rito tribal, ¡casi nada! que ha perdurado en el tiempo. Nuestros antepasados más lejanos, cuando buscaban novia, a menudo iban a alguna tribu vecina y raptaban una mujer. No era demasiado romántico, pero debió ser una práctica bastante habitual. Evidentemente, los hombres de las otras tribus hacían lo mismo y esto era motivo de continuos conflictos entre vecinos.

 Más adelante, cuando nuestros antepasados se civilizaron “un poco” - a la vista de lo que ocurre en el mundo actual, creo que el proceso de civilización aún está bastante incompleto-, lo del rapto fue sustituido por un acuerdo económico, siendo el principal beneficiario del mismo el padre de la chica, ya que recibía de la familia del novio, fuera o no forastero, bienes de diverso tipo, a cambio de entregarle  la hija.

 

 (Como podemos ver, en aquella época, la mujer, a pesar de ser la principal afectada de los acuerdos, no pintaba nada en el asunto -si hubiese existido entonces una ministra de igualdad, como ahora, ahí sí que hubiera tenido trabajo-).

 

 Cuando el novio era forastero, además, debía organizar una fiesta para la gente del pueblo de la novia (de la tribu); como señal de que, al unirse a una mujer de aquel lugar, pasaba a ser uno más de ellos, buscando así el reconocimiento de los paisanos de la novia.

 

La obligación de pagar al padre de la chica, para poder casarse con ella, ha sido un hecho habitual a lo largo de los siglos, e incluso, actualmente, en algunas culturas - en pleno siglo XXI- , sigue realizándose. Pero en nuestro medio, esta práctica desapareció hace mucho tiempo.

 

Lo que aún persistió, en algunos lugares, fue la costumbre de que los novios forasteros pagasen la correspondiente fiesta a la comunidad, siendo una posible secuela de este acto el “pago del vino” ; un ritual que, aunque inicialmente estuvo muy generalizado, realizándose en varias regiones de nuestra geografía, con el paso del tiempo fue desapareciendo en casi todos los lados; sin embargo, a comienzos de la década de 1970, algunos pueblos aún mantenían esta tradición.

 

 En estos lugares, cuando un chico forastero encontraba novia, los jóvenes del pueblo le conminaban a pagar un tributo cuyo importe variaba dependiendo de cada lugar. En nuestra comarca, era muy común tener que aportar una cantara de vino (algo más de 16 litros) y embutidos; con ello, los receptores del canon hacían una merienda. Otras veces, en vez de realizar el pago en especie, el novio abonaba una cantidad de dinero, previamente estipulada, que era empleada con el mismo fin.  

 

Aquello no era, precisamente, un acto de buena voluntad -pagar impuestos a Hacienda, tampoco lo es- Todo forastero que fuera catalogado "oficialmente" como novio de una nativa, estaba obligado a ello. Si alguno se resistía a pagar, los mozos del lugar lo tiraban a un pilón (una fuente publica que además servía de abrevadero para el ganado),

advirtiéndole, además, que, hasta que no

 apoquinara el arancel correspondiente, el pilar
 estaba esperándole para remojarle las veces que fuera necesario.   

Este pagamento, además de servir para que sus beneficiarios celebraran una juerga, era útil para poner a prueba al pretendiente de la chica. Como primero recibía un aviso para cumplir “con la obligación”, si tenía poco interés por ella, no volvía por allí evitando, de este modo, pagar la tasa. En caso contrario, volvía y pagaba.

El día que Melo acompañó a Néstor, al pueblo de la novia, éste aceptó - él sí tenía interés por Elia, que así se llamaba la chica-  comprometiéndose a hacerlo el domingo siguiente; lo que a Melo le sorprendió, enormemente, fue que, a pesar de ser el primer día que aparecía por allí, los mismos que habían exigido el tributo al amigo, a él le dieron un primer aviso con el mismo fin; algo que estaba fuera de lugar, ya que ese desembolso era “un privilegio” reservado a los forasteros que claramente mantenían una relación con alguna chica, no a un recién llegado.

-  ¡Tú, como sigas viniendo por aquí, tienes que pagarlo también! Le dijeron los sacacuartos aquellos. No creas que te vas a librar

Melo, prudentemente, se dio por avisado y no protestó. No dejaba de ser un gallo en corral ajeno; en cambio Ana, que pertenecía a aquel corral y sabía perfectamente con quien estaba tratando, se enfadó con los pedigüeños:

-  ¡Vamos a ver! Este chico y yo sólo somos amigos, no somos novios, así que dejad de molestarle.  Además, si quiere venir por aquí, puede hacerlo, libremente, cuando le dé la gana. Estaría bueno que, porque vosotros lo digáis, tenga que pagar por venir a este pueblo. ¡Pero de donde salís vosotros! ¡Esa es una costumbre estúpida que ya casi no se hace en ningún lado!

 -  ¿Cómo que no se hace? Respondió uno de ellos. El novio de Elia ya está avisado, le parece bien y el próximo domingo lo va a pagar.

 -  Pues a mí me parece fatal, siguió hablando Ana, bastante alterada. Si Néstor y Elia están saliendo, lo que tenéis que hacer es dejarlos en paz.

 

  Cuando aquellos “mafiosos del vino” se alejaron, Melo le comentó a Ana:

 

-  Gracias por defenderme. Yo, como sabes, sólo he venido a acompañar a Néstor. Nunca pensé que fueran a pedirme el vino, precisamente hoy.

 

-  Esos están tontos, así que no les hagas caso alguno. Respondió ella. Saben perfectamente que el pago del vino a nadie se le ha pedido nunca el primer día, por eso me he puesto así. Sólo quieren fastidiar. Dirás que soy una arrabalera, pero es que me ha sentado muy mal.

 -  Debes gustarle a alguno de los tres –respondió él-  y al verme contigo se ha puesto celoso.

 -  ¿Esos? Pero si dos de ellos son primos míos…son hermanos mellizos. El caso es que son muy buena gente, pero algo brutos ¡Como no sea el otro! Pero a mí no me gusta nada, que quieres que te diga.

 

La tarde fue transcurriendo sin más novedad; Ana, que era muy agradable, le prestó a Melo mucha atención ya que era un favor que le había encomendado la amiga y, cuando llegó la hora, ellos volvieron a su pueblo y ellas a sus casas.

 

El domingo siguiente, Néstor volvió a aquel pueblo a ver de Elia y, como iba dispuesto a “abonar la tasa”, sabía que iba a ser bien recibido, así que esta vez fue solo. Soltó el dinero - no le apetecía a ir con la garrafa y los chorizos en la mano-  y, a partir de entonces, los jóvenes del lugar, una vez cumplido el rito,  se olvidaron del asunto. En cambio, Melo, ese domingo, no volvió. La verdad es que ni fue, ni se le esperaba.   

 

El tiempo siguió su curso, las estaciones fueron sucediéndose; pasado un año, llegó el verano, con él las fiestas del pueblo de las chicas: toros, encierros, verbenas en la plaza…y Melo, como el resto de los jóvenes de la comarca, acudió a la fiesta. En una calle se cruzó con Ana que iba con dos amigas y, al ser viejos conocidos, pararon a saludarse, él les presentó a sus amigos, ella a las amigas, les preguntaron si podían acompañarlas, ellas aceptaron, Melo se situó al lado de Ana y ya no se separaron en toda la tarde.

Al ser verano, como eran estudiantes, todos ellos estaban de vacaciones. Por la noche, al despedirse de Ana, antes de volver a su pueblo, le indicó si podía volver a verla el día siguiente, aunque fuera lunes, y ella aceptó. Los dos eran guapos, se caían bien, la relación siguió para adelante y al cabo de varias semanas, en el pueblo, era del dominio público que había un chico forastero que “hablaba” con Ana.

Melo, que ya llevaba un mes yendo regularmente a visitar a Ana,  estaba bastante extrañado de que nadie le hubiera abordado aún para exigirle el correspondiente “pago del vino”; así que un día, que volvió por allí, a ver a la chica, se cruzó en la calle con sus primos, los mellizos que el año anterior le habían avisado que, si volvía a aquel lugar, ya sabía a lo que atenerse, y se dirigió a ellos.

-      ¡Oye! ¿Sabéis que Ana y yo estamos saliendo?

 -      ¡Claro que lo sabemos!, respondió uno de ellos. En este pueblo se sabe todo.

 -      Estoy sorprendido de que hasta ahora nadie me haya “pedido el vino”. Continuó hablando Melo.  ¿Ya no lo pedís?

 -    Sí se pide. Respondió uno de los hermanos. Lo que pasa es que, si lo hacemos contigo, Ana se va a enfadar con nosotros, por eso no te lo hemos pedido.  Pero hay gente que te tiene ganas, así que no te despidas aún. De todos modos, no te preocupes; si alguien se mete contigo y estamos cerca, no vamos a dejar que te hagan nada.

A Melo le agradó la franqueza de los hermanos. No se lo pedían, simplemente, porque eran familiares de Ana y querían evitar que se disgustara con ellos; además, a pesar de llevar tan poco tiempo saliendo con la prima, sólo por este hecho, sin apenas conocerle, se sentían obligados a defenderle de lo que fuera. 

Pensó que gente así, tan maja, merecía una correspondencia por su parte, y ya que ellos habían sido quienes le advirtieran, tiempo atrás de que, si volvía por allí, debía realizar el pago correspondiente. Si decidía hacerlo voluntariamente, nadie mejor que ellos para recibir la dádiva.

Con esta acción, solo veía ventajas: Los primos podrían justificarse ante Ana alegando que él, voluntariamente,  había querido pagar sin que ellos le hubieran exigido nada y, como los hermanos, iban a invitar a sus amigos a la correspondiente merendola, todo el mundo se enteraría que él ya había cumplido con el requisito de  modo que, en el futuro, ya nadie podría incordiarle por ese motivo.  

A los hermanos le pareció una buena idea y les dio el dinero. 

Con esta maniobra “de alta diplomacia”, Melo se las prometía muy felices, pero con lo que no contaba fue que, al comunicarle a Ana “lo listo” que había sido, ésta se enfadó muchísimo diciéndole que podía volverse a su pueblo cuando quisiera, porque lo suyo había acabado.

 ¿Por qué Ana cortó de una forma tan tajante a Melo?

La discriminación de la mujer respecto al varón, a lo largo de la historia, ha sido una constante, en todas las culturas y, a raíz de ello, surgió el feminismo. Un movimiento social cuyo objetivo es lograr la igualdad a todos los niveles del hombre y la mujer.

    

Esta corriente, en un principio se centró en el logro del sufragio femenino (en España se consiguió en 1933); pasando, posteriormente, a ser su principal objetivo la emancipación de la mujer. Este hecho, que en otros países se desarrolló entre 1960 -1970, a España llegó mucho más tarde debido al régimen político que teníamos entonces.

 

En aquella época, en nuestro país, la emancipación femenina no era aún un tema de actualidad y, aunque la sociedad española era bastante machista, la mayoría de hombres y mujeres apenas tenían conciencia de ello.

 

Ana, en cambio, estaba muy sensibilizada ante este tema ya que estaba estudiando la Carrera de Derecho, el concepto de la justicia lo tenía a flor de piel, y el menoscabo de los derechos de la mujer por razón de sexo, le sentaba fatal.

 

Mientras que para Melo, el hecho de “pagar el vino” había sido un simple formalismo, para evitar que nadie le incordiara por salir con Ana; ella, en cambio, lo vio desde una perspectiva muy diferente. Un hombre había pagado a otros hombres, para ganarse “el derecho a salir con ella”, y eso era un signo externo, de machismo intolerable; un auténtico atentado a su dignidad. Ese había sido el origen del enfado y ruptura con el novio.

 

Como podemos ver, la maniobra de Melo acabó siendo un fiasco tremendo. No sólo había perdido el dinero y la novia; también, por añadidura, se había ganado una enemiga, “por machista”; aunque él, en aquel momento, no era consciente de ello.

 

 Aunque los dos, finalmente, acabarían uniendo sus vidas, retomar la relación llevó mucho tiempo y costó a Melo lo que no está escrito, pero esa es ya otra historia.

2 comentarios:

  1. Magnífico, divertido y como ese tema lo hemos vivido, pues mucho más divertido.
    Terminas tu relato diciendo:
    " Aunque los dos, finalmente, acabarían uniendo sus vidas, retomar la relación llevó mucho tiempo y costó a Melo lo que no está escrito, pero esa es ya otra historia.
    Pues de esa otra historia, quedamos a la espera.
    -Manolo-

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  2. Hola Manolo. Hoy tocaba lo del asunto del "pago del vino" por parte de los novios forasteros, algo de lo que, habitualmente, se encargaban los quintos del año. A la gente que tenemos cierta edad, aún nos tocó a más de uno vivir en primera persona este hecho. Un saludo

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