viernes, 5 de agosto de 2022

El Milagro


   Los cuentos, habitualmente, son narraciones breves que tratan de hechos ficticios e intemporales, algo que ya queda reflejado en la introducción que hace el narrador al inicio de los mismos situándolos en una época que nunca existió; para ello, utiliza frases hechas como: “Había una vez”, “En tiempos de Maricastaña”, ” Cuando las ranas tenían pelo”, “Cuando al tatarabuelo de mi tatarabuelo aún no le habían salido los dientes”, “Cuando Jesucristo andaba por el mundo”, etc. 

    Al finalizar el cuento, el cuentacuentos, de igual modo que al inicio, utiliza otras frases rituales para indicarnos que este ha llegado a su fin y devolvernos al mundo real, como el conocido “Colorín colorado, este cuento se ha acabado”, “Cuento y banasta, para cuento ya basta”, “y Como dijo Delfín, este cuento llegó a si fin”. 

   Bueno, pues el siguiente cuento pertenece al grupo de cuando Jesucristo andaba por el mundo, algo que hacía, generalmente, acompañado por San Pedro. Obviamente, si Jesucristo andaba por aquí, no era para pasear, sino para hacer milagros. 

   La ONCE, es una organización que desarrolla una extraordinaria labor, haciendo posible que los ciegos, en nuestro país, puedan vivir dignamente; pero ciegos ha habido siempre y, antes de que existiera esta organización, sobrevivían como buenamente podían; casi siempre, gracias a la caridad ajena. 
   Unos ejercían la mendicidad e iban de pueblo en pueblo pidiendo limosna; un claro ejemplo de ellos lo encontramos en los personajes protagonistas de la famosa novela picaresca ”Lazarillo de Tormes”.    
   Otros, en vez de buscar directamente la compasión de la gente, ejercían de copleros y recorrían pueblos y ciudades cantando o narrando coplas o romances cuya trama estaba formada por temas truculentos (crímenes famosos), o sucesos extraordinarios; algunas veces, además, llevaban impresas, en hojas de papel sueltas, las coplas que cantaban, unas cuartillas que eran conocidas como pliegos de cordel, para venderlas a los espectadores que les escuchaban. 
  Había un tercer grupo, que eran músicos. Es sabido que cuando una persona pierde un sentido, en este caso el de la vista, para compensar esta deficiencia desarrolla extraordinariamente el resto de los sentidos, de ahí que algunos invidentes tuvieran un magnífico oído musical, aprendían a tocar algún instrumento y se ganaban la vida como músicos callejeros.

   Al lado de los anteriores, a quienes podemos catalogar como “ciegos currantes”, existía otro grupo más favorecido, que eran aquellos que pertenecían a familias acomodadas; para estos, la vida era más fácil ya que no se veían obligados a realizar las tareas de los anteriores para poder subsistir. 
   Sin embargo, todos, sin distinción, tenían en común que necesitaban a alguien que viera por ellos y dirigiera sus pasos, un lazarillo, que podía ser un familiar cercano, o bien una persona ajena a la familia que era contratada con este fin. 

   Tiago -los diminutivos de Santiago pueden ser Santi, o Tiago- era uno de estos afortunados. Sus padres, económicamente, eran gente muy solvente, dueños de una buena hacienda, y ello le permitía vivir tranquilamente en su pueblo, sin tener necesidad de salir a buscarse la vida en otros lugares; además, en el plano amoroso, la vida también le había sonreído y estaba felizmente casado. 

   El matrimonio, evidentemente, no fue consecuencia de un amor a primera vista, si analizamos el problema de pobre Tiago, pero resultó ser muy ventajoso para ambos cónyuges. Su mujer, que era más joven que él, procedía de una familia muy humilde; había entrado a trabajar de criada en casa de sus padres, y como era simpática, trabajadora y muy desenvuelta, a estos les gustó mucho y habían hecho lo posible para que ella y el hijo se entendieran y llegaran a casarse. 

   Con el casamiento, la chica había ganado seguridad económica, pasando de ser criada a señora de la casa; y, en lo que a él respecta, también había salido favorecido: tenía una esposa que se portaba muy bien con él , además era su lazarillo y, aunque Tiago no podía apreciarlo, debido a su discapacidad, todos afirmaban que era muy guapa - no la veía, pero como el sentido del tacto también lo tenía muy desarrollado, lo que tocaba le complacía mucho-. 

    Claro que en la vida no hay nada perfecto; en las relaciones de pareja, aún en las mejor avenidas, siempre hay algún nubarrón amenazante en el horizonte y, en este caso, el problema era que el marido era bastante celoso, algo que a ella, naturalmente, le molestaba mucho. 
   La esposa no entendía cómo Tiago podía pensar que pudiera serle infiel, ya que casi siempre estaba a su lado llevándole de la mano a todos los sitios; por lo que no existía motivo alguno que pudiera justificar las sospechas del marido respecto a la posible infidelidad. Claro que el celoso no sufre por lo que se ve - y menos en el caso de Tiago -, sino por lo que se imagina. 

  Ella, aunque a veces se enfadaba mucho con el marido, ante los comentarios que a menudo hacía por este motivo, casi siempre lo tomaba a chanza respondiéndole que, en vista de que sus sospechas eran totalmente infundadas, y que, por lo tanto, en ese sentido, nunca tenía razón, algún día iba a hacer lo posible para que así pudiera tenerla, algo que irritaba más aún a Tiago. 

   El matrimonio tenía un criado para realizar las labores del campo, éste era ya bastante viejo, y un día les comunicó que debían buscar otro empleado, porque él había decidido dejarlo. 

  A la hora de buscar un sustituto, Tiago insistió mucho a la mujer que el nuevo criado debía ser un hombre muy experimentado en las labores del campo, ya que, prácticamente, debía ocuparse de todo el trabajo que requería la hacienda; por lo que no podía ser demasiado joven -la realidad era que  quería evitar contratar un criado joven y así evitar que la mujer se fijara en él- 
  La esposa, que sabía perfectamente por dónde iba el asunto, para que no se pusiera pesado y dejara de insistir tanto, le dijo que estaba de acuerdo en ello. 

  El “Departamento de Recursos Humanos” de aquella casa, encargado de la contratación, decidieron de mutuo acuerdo, que iba a estar constituido por los dos cónyuges, acordando que el candidato al puesto debía superar dos filtros. El primero lo haría la esposa; ésta se encargaría de valorar el aspecto del aspirante, asegurándose que era una persona de mediana edad y sana, sin problemas físicos que pudieran limitar el desarrollo de la actividad. Si ella daba el visto bueno, el aspirante, entonces, debía superar un segundo filtro, en este caso con Tiago que se encargaría de valorar la experiencia, pautas de trabajo, ajustar horarios, sueldo y, llegado el caso, sería quien decidiría, en última instancia, si el candidato era o no contratado. 

   Cuando llegó el primer aspirante al puesto, resultó que era joven y encima muy guapetón,  así que, debido a la edad, no reunía una de las condiciones estipuladas; pero a la mujer le agradó bastante y,  en vez de despedirlo con la excusa de no reunir el perfil adecuado, decidió aceptar su candidatura advirtiéndole que, como necesitaba la aprobación del marido y este no quería un criado joven, si deseaba quedarse con el puesto, cuando Tiago le preguntara la edad, debía decirle que era bastante más viejo de lo que era, sugiriéndole que se sumara 20 años a su edad real; el joven lo hizo así y, gracias la artimaña, pudo ser contratado. 

   Al poco tiempo, ocurrió lo que tenía que pasar; criado joven y ama joven, viviendo en estrecha proximidad; primero empezaron a entenderse regular…después bien …después muy bien, y cuando decidieron llevarse mejor aún, resulta que no sabían cómo ni dónde encontrarse sin despertar las sospechas del marido, que siempre estaba muy pendiente de ella, ya que, como bien dice el refrán “marido celoso no tiene reposo”. 

   Llegó el verano, el matrimonio tenía una huerta y en aquel lugar es donde la mujer vio una oportunidad. Además de las legumbres, lechugas , hortalizas, patatas…tenían árboles frutales, sobre todo manzanos. A Tiago le encantaba este fruto, tenían distintas variedades de manzanos y, como ya habían empezado a madurar, casi todas tardes iban a la huerta. 

   Al marido, le encantaba recorrer los frutales y, como no veía, tocaba las manzanas, las olía, elegía las que le parecían y las comía a pie de árbol. Al estar los manzanos plantados formando hileras, recorría el terreno despacio, él solo, sin necesidad de que la mujer le guiase en su recorrido, y se tomaba bastante tiempo en este menester; mientras tanto, ella le esperaba sentada a la sombra de alguna pared, o bien dentro de una pequeña nave -una caseta- que tenían en la huerta para guardar las herramientas. 

   El trabajo de la huerta lo hacía el criado por las mañanas, así que por las tardes allí solo estaban ellos dos. Un día, el criado y la mujer de Tiago, que andaban buscando un lugar y un el momento apropiados para mantener un encuentro, pensaron que habían encontrado la ocasión perfecta para ello. 
  
   El chico, iría a la huerta una tarde, antes de que ellos llegaran; una vez allí, se escondería en la caseta y, cuando el ciego hiciera su recorrido habitual por los frutales, ella le diría que iba a esperarlo, aburrida, dentro de la caseta, como hacía habitualmente, pero aquel día en vez de aburrirse ¿¿¿*****???
  El plan era perfecto y la tarde se presentaba muy prometedora para los dos - mejor los tres-, pues todos disfrutarían a su modo. Tiago lo haría con sus manzanas, y ella y el criado haciendo "gimnasia", dentro de la caseta, sin que nadie los viera. 

   Con lo que no contaba ninguno de ellos es que, en aquel momento, “casualmente” fueran a pasar por allí Jesucristo y San Pedro que se dieron cuenta del asunto. El apóstol comentó: 
  
   - ¿Has visto Maestro? Mientras el pobre Tiago se entretiene en coger manzanas de los árboles, la mujer y el criado, aprovechando que no ve, se divierten en la caseta cogiendo otras cosas.
 
   - Sí que lo veo Pedro. Respondió Jesucristo, muy pensativo. Comprendo que las manzanas no tienen culpa de nada…pero ¡qué casualidad! Mi Padre tuvo un conflicto con Adán y Eva por una manzana que  les valió la expulsión del Paraíso, y aquí, ya lo ves: mientras Tiago anda cogiendo manzanas, los

otros dos “se la están pegando”. ¿Sabes lo que voy a hacer? Le voy a dar la vista y ya verás el susto que se llevan los de la caseta. 

   Dicho y hecho. El ciego de pronto comenzó a ver, se puso muy contento y quedó asombrado en un grado superlativo por lo sucedido. Se acercó a toda prisa a la caseta a dar la noticia a la mujer y cuando llegó allí y se asomó, su asombró aún aumentó mucho más. 
  La suponía sola y aburrida, esperándole en su interior, tal como solía hacer habitualmente, y, para su sorpresa, pudo comprobar que no estaba ni sola, ni aburrida, ya que la acompañaba un hombre, y no estaban precisamente rezando un rosario. 

   Al ver lo que estaba sucediendo, muy irritado, empezó a recriminarles por lo que estaba pasando; ella, en cambio, muy serena, le dijo: 

  - ¡Hay que ver lo desagradecido eres! ¿No comprendes que, gracias a lo que estamos haciendo, has recuperado la vista?

2 comentarios:

  1. JA, JA Y MÁS JAJAJAJA.
    Muy buena historia, y como siempre, bien contada y aderezada, como tú bien sabes hacer. Relatas tan bien que nos metes de lleno en el ambiente. Gracias.
    -Manolo-

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    1. Un cuento para adultos. Recuerdo que cuando era niño y alguien andaba contando cuentos de este estilo, nos echaban sin contemplaciones de allí para que no los oyéramos. Un saludo. Te llamo un día de estos

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