martes, 19 de abril de 2022

Un remedio natural

  Hace varias semanas, en una revista de información general (no era una revista científica), leí un artículo que trataba sobre la nutrición y me sorprendió un poco lo que allí escribía el articulista al afirmar que las funciones vitales eran tres: Nutrición, reproducción y relación.

   Aparte de estar en desacuerdo con ella (era una mujer), llegué a la conclusión que debía tratarse de una persona muy sana que nunca había tenido enfermedad respiratoria alguna, ya que en su lista no había incluido la respiración que es la función vital más importante, algo que es consustancial al hecho de estar vivo. Cuando nacemos, el inicio de nuestra existencia coincide con un primer movimiento respiratorio, siendo a su vez, dejar de respirar, lo último que hacemos cuando abandonamos este mundo.

   Las funciones vitales o básicas, desde un punto de vista estrictamente biológico, en los animales, - por si alguno lo ha olvidado, los humanos somos animales; algunos más que otros, eso sí - son respirar, comer y dormir. Las tres son esenciales para poder vivir y, a partir de ahí, podemos hablar de otras funciones, como las que nos permiten relacionarnos con el ambiente a través de los sentidos, o las funciones cognitivas, propias de los seres humanos, como las emociones, la inteligencia, la capacidad de ser felices (o desgraciados)…

    Volviendo a las funciones vitales, respirar es fácil y barato, pero no gratis; los gobiernos, con la excusa de que hay que cuidar el medioambiente -por cierto, cuando hablan de cuidar sólo el “medio ambiente”, se crea la duda de saber qué pasa con el otro medio que queda sin cuidar- cobran bastantes impuestos a las empresas para poder contaminar, en un puro ejercicio de cinismo recaudatorio.

   Dormir también es gratis, a no ser que lo hagas en un hotel, aunque allí, realmente, no te cobran por dormir, sino por ocupar una habitación para que lo hagas.

    En cuanto a comer…qué queréis que os diga. En términos económicos, es lo que más nos cuesta y así es desde el principio de los tiempos. Según la Biblia, cuando Dios echó a Adán y Eva del Paraíso, ya les advirtió que debían ganarse el pan con el sudor de su frente. Esto, llevado a la práctica, significa que si queremos comer todos los días, tenemos que trabajar –Dios no preveía entonces, que en el siglo XXI, habría un país llamado España donde una lista interminable de políticos de todo pelaje, con sus correspondientes asesores y allegados, se las arreglarían para comer ese pan, casi sin sudar-  

    Los problemas derivados de la nutrición son diversos. El más grave de todos, sin duda alguna, es el hambre que sufren los ciudadanos de algunos países, donde la escasez de alimentos es un mal endémico.

   En España, nuestros antepasados, en la Prehistoria, tampoco debían estar sobrados de alimentos. Antes de que se inventara la agricultura, comían los frutos silvestres que les proporcionaba la naturaleza y carne de los animales y peces que cazaban o pescaban con armas y herramientas rudimentarias, - tengo la sensación de que debían estar todos muy delgados-  así que su día a día distaba de ser fácil.  Supongo que cazar mamuts, por poner un ejemplo, debía ser un acto muy peligroso en el que muchas veces el cazado era el propio cazador; en cambio, hoy día, obtener alimentos en nuestro país es relativamente fácil. Va uno al supermercado y al poco rato vuelve a casa con todo lo necesario para comer ese día, sin correr los riesgos a los que se exponían nuestros ancestros en el intento.

    Además de los problemas de intendencia que conlleva la alimentación, si entramos en el terreno de la medicina, tenemos los trastornos alimentarios que son muchos y variados, relacionados, casi todos ellos, con la cantidad de alimentos que comemos y bebemos a diario.

Quien come mucho engorda, y quien no come lo suficiente, adelgaza -evidentemente, no hace falta ser un Premio Nobel para llegar a esta conclusión- de ahí que lo ideal sea ingerir una dieta equilibrada y en cantidad suficiente para mantenernos sanos. Hipócrates (siglos V y IV a. de C.), considerado el padre de la medicina, decía al respecto “Que tu alimento sea tu única medicina”. Esto, aunque teóricamente parece muy sencillo, no lo es tanto a la hora de llevarlo a la práctica.

  Cuando comemos en exceso, acumulamos grasa en nuestro organismo, esa cosa que algunos llaman metafóricamente el “enemigo invisible” –demasiado metafórico si consideramos que, quien más grasa tiene, es más voluminoso y por lo tanto más visible- tenemos sobrepeso y ello repercute en las articulaciones, aparato circulatorio, nuestra figura deja de ser estilizada…

  Cuando comemos menos de lo recomendable, adelgazamos y, aunque todos queremos estar guapos y delgados, y ello pueda ser una aspiración loable, los excesos son contraproducentes ya que, si nuestra alimentación no nos proporciona los suficientes aportes proteínicos, de carbohidratos, grasas -sí, la grasa también es necesaria-, vitamínicos y minerales, podemos tener no una, sino un rosario de enfermedades, algunas muy graves.

  Hay ocasiones en que la delgadez es debida a la falta de apetito o inapetencia (a esto, lo llaman los libros de medicina anorexia).

  A veces, sobre todo en los niños, la inapetencia es selectiva:  no tienen apetito para comer frutas o verduras, y en cambio sí lo tienen para comer un flanes y pizzas. En estos casos, no estamos ante un trastorno alimentario, sino educacional.

   El problema de la anorexia existe, es real, y los humanos hemos tenido que echar mano, con mayor o menor éxito, de diferentes remedios.

   Hasta bien avanzado el siglo pasado, era muy común el uso de “Quina Santa Catalina”, o de “Kina San Clemente” (aún hay más marcas), unos vinos dulces a los que se le añade quina, para recuperar el apetito perdido. Estaba muy extendida la costumbre de dar una copita, de estos preparados, a los niños inapetentes sin importar la edad, porque eran “medicinales, tónicos y reconstituyentes”, y eso que algunos tenían hasta 13 grados.

  También las sopas de vino y los huevos batidos con vino y azúcar formaban parte del “arsenal terapéutico” que empleaban nuestras madres para estos menesteres.

   Con tales remedios, no sé si recuperábamos el apetito o no, pero algunos nos poníamos muy contentos.

   Otros remedios caseros, pasaban por tomar infusiones de manzanilla con un poco de miel y canela, aunque algunos cambiaban la manzanilla por tomillo blanco; siendo también muy popular el aceite de hígado de bacalao, en forma de jarabe, también empleado con estos fines. Entonces, como no llevaba saborizantes asociados, tenía un sabor horrible, aprovechando nuestros padres esta propiedad con un fin coercitivo ya que, si no querías comer, la amenaza era que tenías que tomar una doble ración del mismo.

  Además de estos remedios tan elaborados, en nuestro pueblo contábamos con otro recurso 100% natural que nos permitía recuperar el apetito perdido, un producto en estado líquido, incoloro, inodoro e insípido; por si alguien no lo ha adivinado es el agua.

   Es del dominio público el hecho de que el pilar del valle de la Mata de las Cubas “da hambre” a todo aquel que bebe su agua. El conocimiento de la propiedad que tiene dicha agua, ya era conocido desde hace siglos por nuestros antepasados y ha ido transmitiéndose de generación en generación.

   En los tiempos que vivimos, donde nadie se cree las cosas “porque sí”, -la publicidad ha tenido mucho que ver en ello, ya que a menudo promete cosas que no se corresponden con la realidad- yo tenía serias dudas de que el agua de ese pilar tuviera tal cualidad, así que decidí experimentar por mí mismo si ese efecto era ficticio o real.

  No es que estuviera inapetente, más bien peco de lo contrario, pero consideraba que, si bebía de esa agua, durante unos días tendría más apetito del habitual.

   El año pasado, a mediados de marzo, un día, decidí acercarme al pilar de la Mata de las Cubas con ese fin. Cogí el coche, llegué a las inmediaciones del valle, me acerqué hasta el pilar con una botella, la llené y regresé al pueblo. A lo largo del día bebí todo su contenido y la verdad es que no noté nada extraordinario. Tanto ese día, como el siguiente, mi apetito fue el habitual llegando a la conclusión de que estaba ante otra creencia más, carente de fundamento.

   No obstante, aún mantenía mis dudas; consideraba que, si a lo largo de muchas generaciones nuestros antepasados habían mantenido que bebiendo dicha agua se recuperaba el apetito, era improbable que todos ellos estuvieran confundidos.

  Por otra parte, dicen que Edison, para lograr inventar la bombilla, necesitó hacer cerca de 1000 experimentos hasta que lo consiguió, y yo tan sólo tan solo había hecho una prueba, así que decidí repetir la experiencia, esta vez, cambiando de táctica, siguiendo el axioma de que uno no puede pretender resultados distintos, haciendo siempre lo mismo.

   Hace 2 semanas, estuve en el pueblo un fin de semana y decidí volver al pilar. Era el inicio de la  primavera y amaneció una mañana soleada con la temperatura templada para la época; un día magnífico para realizar una ruta campestre,  así que decidí ir hasta ese valle, en esta ocasión, caminando.

   La distancia hasta el mismo, desde el pueblo, debe rondar los 2 km; pero no fui directo hasta allí, decidí alargar el recorrido y pasar por el mismo ya de regreso. .

   Por cierto, pasé por “Mata Hijas”. Alguien me habló una vez de ese valle, afirmando que recibía tal nombre porque allí, tiempos atrás, un padre se había cargado a sus hijas. Yo le respondí que estaba equivocado, que la explicación era bastante más sencilla y que allí no había ocurrido parricidio alguno. El valle se llama realmente “La Mata de las Hijas”, pero los humanos, como somos vagos por naturaleza, hasta para hablar, hemos abreviado el nombre, de ahí que lo conozcamos como “Matahijas”.

  Aquella mañana, pasé por ese, por otros muchos parajes, y cuando llegué al pilar en cuestión ya llevaba más de dos horas caminando ininterrumpidamente. Como no llevaba botella alguna, bebí directamente del caño y proseguí mi camino para regresar al pueblo alargando el recorrido aún durante una hora y media más. Había desayunado poco y no había llevado nada para comer ni beber en el camino.

   Una vez llegué al pueblo, antes de volver a casa, pasé por la panadería; el pan recién hecho olía de maravilla, compré una barra de pan y durante el trayecto de la panadería a casa, me comí casi la mitad. Algo insólito...nunca me había sucedido algo así.

   Reconozco que en otras ocasiones, cuando he comprado pan en el pueblo, este nunca ha llegado indemne a casa -el pan que hace nuestra panadera es estupendo- y siempre lo he empezado en el camino, pero aquel día me sabía demasiado bien pues tenía “más apetito del habitual”; así que llegué a la conclusión de que nuestros antepasados, una vez más, tenían razón: Es cierto que: Quien bebe agua del pilar del Valle de la Mata de las Cubas, recupera el apetito.

 Nota

 · Actualmente, estoy intentando descubrir si hay algún otro pilar cuyo agua tenga la propiedad contraria: disminuir el apetito. Si alguien conoce alguna fuente o manantial con esta característica,  se agradecería que lo pusiera en conocimiento de todos para ayudar a enmagrecer y mejorar la figura de todo aquel que lo precise

2 comentarios:

  1. Saludos Manolo. He visto que has estado atareado elaborando un reportaje sobre la feria de tu pueblo, que por cierto salió muy bien

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