miércoles, 6 de noviembre de 2019

Alejaros del castaño


    Una vez, en este pueblo, vivían un hombre y una mujer que llevaban ya muchos años casados, y, como ocurre en casi todos los matrimonios que llevan ya muchos años de convivencia, la vigorosa hoguera que es el amor de juventud, con el transcurso del tiempo había ido debilitándose y tan solo subsistía ya una pequeña llamita. Al menos, todo hay que decirlo, aún había algo de luz en la pareja y se toleraban lo suficiente. Hoy día, las cosas ya no suelen ser así, pues cuando la relación de los matrimonios actuales comienza a ir mal y toma la cuesta abajo; la llama, no es que se debilite poco a poco, como sucedía antes, sino que, en la mayoría de las ocasiones, se apaga de sopetón y "cada mochuelo acaba marchándose a su olivo".  
   Cuando una pareja inicia una relación sentimental, el amor de estas primeras etapas es muy pasional: ciego, intenso, ilusionante..., pero, con el tiempo, más pronto o más tarde, acaba recuperando la vista, pierde intensidad, la ilusión inicial va disminuyendo progresivamente, y esa pasión inicial evoluciona a un tipo de amor más adulto…más sosegado; en ocasiones, demasiado sosegado, como era el caso.

   Bueno, pues este matrimonio llevaba ya varias décadas de convivencia y, aunque la llama ya calentaba poco, la relación entre ambos conyuges era muy correcta y mantenían una convivencia razonablemente buena. No obstante, el marido, desde hacía varias semanas, había notado que la esposa mostraba hacia él más indiferencia de la habitual.
  - ¿Tú me quieres?, preguntaba a veces él.
  - ¡Pues claro, hombre!, contestaba la mujer, sin dejar de hacer aquello en lo que estuviese ocupada en aquel momento, y sin mirarlo siquiera. Con lo que dejaba al pobre marido en un mar de dudas.
   
   Un día, el hombre decidió poner a prueba a la esposa y, como había oído que uno cuando realmente aprecia las cosas es cuando éstas le faltan, decidió hacerse el muerto -No puedo explicarme cómo se las arregló para engañar a la gente: esposa, familia, amigos, vecindad y hasta al médico; pero el caso es que se hizo el muerto, y lo hizo tan bien, que todos le creyeron-
   Durante el velatorio, que entonces se hacía en las casas, él, desde el féretro, oía a la gente darle el pésame a su mujer, por la “enorme pérdida” -uno cuando mejor persona es, y cuando más alabanzas recibe, es cuando se muere-, y ella  sollozaba; así que el marido, desde el interior del ataúd pensaba: Pues si llora, será porque algo me quiere.
  
   Cuando llegó la hora del entierro; en los pueblos, entonces, al contrario que ahora, el último viaje que le daban a uno no era en un coche fúnebre, sino que el ataúd era llevado a hombros por cuatro hombres. Coincidía que en aquel pueblo, en el camino del cementerio,  había unos castaños y el “difunto”, al llegar a la altura de ellos, desde el ataúd, se encaramó a la rama de uno de aquellos árboles ¡¡¡sin que nadie se percatase de ello!!!, de modo que, cuando llegaron al cementerio, enterraron caja vacía.
   Al llegar la noche, amparado en la oscuridad, el “difunto vivo” bajó del castaño y se dirigió al pueblo. Mientras recorría el trayecto hasta su casa, iba pensando: ¡Pobre mujer! Lo triste que debe estar por haberse quedado viuda. Va a ponerse contentísima cuando vea que estoy vivo ¡Vaya sorpresa que le voy a dar!  
 
   Lo cierto es que, cuando llegó a su casa, hubo sorpresa…sí...y por ambas partes, pero quien se llevó la mayor sorpresa fue él, ya que la mujer estaba en casa, en la cama, con otro hombre, y no precisamente rezando el rosario.
   El “ex difunto” montó en cólera y -éste, como es un cuento muy antiguo, en otros tiempos, cuando lo contaban, hablaban de insultos, amenazas, y “otras cosas”; pero los tiempos que corren obligan a decir que- ambos se lo tomaron con mucha deportividad, no pasó nada grave, y siguieron viviendo juntos, como si no hubiera pasado nada. Al fin y al cabo, estaban empatados: él, a ella, le había gastado la broma de que estaba muerto, y ella a él de que estaba muy viva, así que acabaron perdonándose mutuamente.
Camino del cementerio
   Al poco tiempo, al hombre le dio un “patatús”, murió “de verdad” y cuentan que, cuando iban a enterrarle, camino del cementerio, al llegar a la altura de los castaños, la viuda, que no estaba dispuesta a que se repitiera lo de la vez anterior, gritó a los hombres que llevaban el ataúd:
   - ¡Alejaros del castaño! ¡No suceda lo de antaño!

Nota

Éste, es un conocido cuento popular que nos contaban de niños. En Barrueco, como en el camino del cementerio hay unos castaños, a mí me lo contaron más de una vez, con ocasión de algún entierro, al pasar al lado del castañar; por ello, siempre estuve convencido de que el cuento era propio de mi pueblo.
Más adelante, pude comprobar que, tal como sucede con la mayoría de los cuentos tradicionales, casi nunca son exclusivos de un lugar pues lo contaban también en otros sitios, tanto dentro como fuera de nuestra provincia.


2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Hola Manolo. Veo que se aproxima la celebración de la matanza popular. Ya vais por la cuarta. A pasarlo bien y a comer muchas chichas. Un saludo

      Eliminar