domingo, 14 de julio de 2019


Historias “extraordinarias”


El monstruo (del lago Ness) de la charca de “Praueso”


    Hace años, los sistemas de explotación ganadera eran muy distintos a los actuales; entonces, el ganado y la gente convivían en estrecha proximidad. Todos, personas y animales, pasaban la noche en los pueblos; por la mañana, los animales eran llevados por sus dueños a pastar al campo y, cuando llegaba la tarde, el ganado era recogido y llevado nuevamente al núcleo urbano, a los corrales. Como podemos ver, la gente de los pueblos pasaba gran parte del día paseando vacas, ovejas, cabras… de un lado para otro. Esta era la rutina diaria de los ganaderos a lo largo de todo el año, excepto en verano. En esta estación, las labores de siega, acarreo y trilla de las mieses ocupaban casi todo el tiempo de los campesinos y, en lo que respecta al ganado, variaban las costumbres ya que casi todos los animales, durante el periodo estival, permanecían día y noche en el campo, tal como ocurre ahora a lo largo de todo el año; pero era necesario llevarlos todos los días, de los prados o valles comunales donde permanecían, a abrevar a los pilares y charcas, ya que entonces no existían los depósitos y bebederos móviles que los ganaderos emplean, actualmente, llevar agua a las fincas.

   Las ovejas, todas las primaveras, una vez que son esquiladas para despojarlas de los vellones de lana que han estado protegiéndolas de los fríos invernales, quedan preparadas para enfrentarse a los calores estivales mas, aun así, cuando aprieta el calor, éste les afecta mucho y como están amodorradas, apenas comen durante el día; por ello, en aquella época, al oscurecer, los pastores acostumbraban a llevarlas desde los prados, donde pasaban el día, a beber agua a pilares y charcas y aprovechaba esos paseos nocturnos para que pastaran con “la fresca”, así que era muy común que anduviesen con los rebaños, por el campo, hasta bien avanzada la noche,  antes de volver a encerrar los animales.  

   Clodoaldo, aquel verano, guardaba su rebaño de ovejas en la parte alta de un valle cuyo nombre  no tengo la certeza de cómo se llama, ya que cada uno lo llama como le parece: Praueso, Prau Gueso, Prao Hueso, Prao Bueso, Prao Beso, Praweso.… y a estas alturas, es prácticamente imposible saber cuál es su auténtico nombre.
   Se trata de un paraje que está a unos cien metros del cementerio, en la parte baja de dicho valle hay una pequeña laguna -una charca-, próxima a un pilar, y aquel verano éste era el lugar al que Clodoaldo, todos los días, llevaba sus ovejas a abrevar.     

   Era una hermosa noche de verano y el cielo, totalmente estrellado, ofrecía un aspecto espléndido, pletórico de constelaciones y estrellas.  El espectáculo que ofrece la bóveda celeste, durante la noche, en nuestra comarca, es magnífico; especialmente, cuando estamos en el campo alejados de los núcleos de población y con una mínima claridad ambiental, como sucede cuando estamos fase de Luna Nueva.
  En noches así, las estrellas en el firmamento se ven muy bien; en cambio, la superficie terrestre es poco visible y, al no poder apreciar las irregularidades del suelo, andar por el campo es bastante dificultoso; pero esto no suponía problema alguno para las ovejas ni para al pastor que, como estaban acostumbrados a hacer el mismo recorrido todas las noches, desde el prado hasta la charca y el pilar, conocían a la perfección el camino.

   Bajaban por el valle despacio, dando tiempo el pastor al ganado para que comiera lo poca hierba que a estas alturas del verano quedaba en el suelo, y, cuando las primeras reses llegaron a las inmediaciones de la charca, en vez de correr hacia la misma, como hacían habitualmente todas las noches, al sentir la proximidad del agua, las primeras de la avanzadilla se detuvieron, imitándolas a continuación el resto del rebaño -las  ovejas son muy gregarias y, aunque, a los profanos en la materia, nos parecen todas iguales y con los mismos comportamientos, esto no es así. Cada una tiene su “propia personalidad ovejuna” de modo que en cada rebaño siempre están las “jefas” del mismo, que son las que siempre van por delante, abriendo el camino, dirigiendo al resto de las compañeras de redil, que las siguen ciegamente-.
   Aquella noche, a pesar de la sed acumulada a lo largo del día, ya que desde primeras horas de la mañana no habían vuelto a probar el agua, y a pesar de estar tan próximas a la laguna, se resistían a avanzar hacia la misma.

   Los animales poseen algunas facultades, de las que carecemos los humanos, que les permiten intuir el peligro, y aquellas ovejas parecían haber detectado la existencia de algo extraño en la charca.
   Era ya pasada la media noche y la intención del pastor pasaba porque el ganado bebiera agua,  desandar el camino a través del valle para devolverlo al prado, donde pasaba el día y, a continuación, irse a casa a descansar, culminando así su larga y agotadora jornada de trabajo; así que al ver a las ovejas detenidas se impacientó y les dio unas voces, arreándolas para que avanzaran. Algunas respondieron a su requerimiento y se movieron, pero lo hicieron hacia los lados negándose a seguir hacia delante. 
   Esto extrañó mucho a Clodoaldo, que no apreciaba nada anómalo que justificara el recelo del ganado para acercarse a la charca. Aunque las ovejas mostraban aquel insólito comportamiento,  él no percibía nada extraño en el valle; allí, en aquel momento, aparentemente, solo se encontraban él y el rebaño, por lo que no encontraba justificación alguna para que las reses, a pesar de la gran sed que debían tener, no quisieran acercarse a la laguna que se encontraba a tan solo unos metros de donde 
Abrevadero de ganado
estaban parados, al contrario de lo que hacían habitualmente, que se acercaban a la carrera, al sentir la presencia del agua.

   Siempre se ha dicho que hasta el burro más listo a veces necesita un estímulo para que obedezca -es la teoría del palo y la zanahoria - y Clodoaldo, que, a esas horas del día, tenía unas ganas tremendas de irse a dormir, se impacientó y decidió echar mano de esas ancestrales enseñanzas.
   Como buen líder del rebaño que era, a pesar de no haber pisado ninguna facultad de psicología, ni haber realizado máster alguno en terapia conductual, ni motivación personal; la experiencia le había proporcionado suficientes conocimientos empíricos para saber guiar al ganado y lograr que obedeciera; así que consideró que, si ya había agotado el recurso de la palabra -las voces que les había dado a las ovejas no habían surtido efecto alguno-, debía cambiar de táctica empleando métodos más expeditivos, cosa que hizo dirigiéndose a una de las ovejas que encabezaban el rebaño y le dio un “toque de atención” con la cayada -vamos, que le arreó un estacazo en los cuartos traseros-. Su intención era que avanzara y así las demás, al verla, siguieran su ejemplo; pero el intento resultó fallido pues la res sólo avanzó unos dos metros alejándose del pastor -sus motivos tenía para hacerlo- y volvió a pararse en seco, ya que en la charca había algo que la asustaba aún más que el cayado de su dueño.
    Para el amo del rebaño, era inconcebible que aquellas ovejas, tras haber estado todo el día encerradas en el prado, sin haber bebido nada de agua desde la mañana, no quisieran avanzar a la charca “ni a palos”; así que decidió adelantarse un poco intentando averiguar qué era aquello que ocasionaba la negativa del ganado para acercarse a la charca.
  
   La oscuridad de la noche, al estar nuestro satélite en fase de luna nueva, era tan intensa que solo permitía la visión a muy corta distancia y, al no ver nada sospechoso, aguzó el oído por si oía algo extraño, pero sólo logró escuchar los sonidos propios de la noche: el gri-gri-gri insistente de los grillos, el buh-buh de algún búho, los ladridos de algún perro lejano… Esto le recordó que llevaba casi un mes sin perro, pues había muerto el que tenía y le estaban criando un cachorro -lo que hubiera agradecido el pastor, aquella noche, haber tenido un perro que le ayudase a guiar el ganado-.
   Lo único que llamó su atención fue que en la charca había un silencio inhabitual, ya que no se oía el croar de las ranas.
  
  Todos los días, cuando se acercaba con las ovejas a la charca, oía el alegre croar de estos anfibios; pero aquella noche reinaba en la misma un silencio que resultaba sumamente extraño. Escudriñó con detenimiento tanto la superficie de laguna como sus orillas, intentando descubrir algo sospechoso que justificara ese silencio; pero, al estar la noche tan oscura y ser la visibilidad tan escasa, apenas podía vislumbrar lo que había unos metros más allá de donde él se encontraba.  
  Si la luna hubiese estado en cualquiera de las otras fases: Llena, Menguante o Creciente, sus rayos hubieran bastado para ver con nitidez toda la superficie de la laguna, y las orillas; incluso nuestro satélite se reflejaría en el agua ofreciendo una imagen de lo más bucólico, pero al estar aquella noche, en fase de Luna Nueva, apenas pudo distinguir nada.
   Quizá, en la orilla opuesta de la charca, del lugar donde él se encontraba con el ganado, le pareció distinguir una silueta algo más oscura que el entorno, pero debido a la poca visibilidad reinante, no podía asegurar nada. Era totalmente imposible distinguir qué era aquello que había en la orilla opuesta de la charca, si es que había algo. Será alguna “zarzalera”, pensaba el pastor…o unos juncos. En estos pensamientos estaba, cuando un terrorífico sonido surcó la oscuridad.
-        - ¡¡¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuh!!!
   Hasta a un hombre como él, acostumbrado a bregar por el campo desde niño, en todas las condiciones posibles, le sobrecogió aquel aullido. Nunca había oído algo así. No era un lobo…estaba seguro de ello. Hacía muchos años que no había lobos por la zona y, aunque alguno pudiera haber venido de algún otro lado, él recordaba haberlos oído alguna vez en su infancia y estaba convencido de que no lo era. No sabía qué podría ser, pero era evidente que allí había algo y “ese algo” era lo que habían percibido las ovejas.

   Otro, en su lugar, habría echado a correr sin pensárselo dos veces, alejándose del lugar; pero él era un hombre valiente y, a pesar del susto, permaneció inmóvil en el lugar donde se encontraba. Además, un buen pastor nunca debe abandonar al rebaño, sino defenderlo, y él lo era.
   Mantuvo la calma como pudo, miró a ambos lados para controlar si el peligro se le acercaba por alguno de los costados y, al ver que por allí no había nada de particular, fijó nuevamente la vista sobre la charca, intentando distinguir algo, ya que el bramido parecía proceder del extremo opuesto de ésta, del mismo sitio donde creyó percibir anteriormente el bulto sospechoso.  
   Fue entonces cuando reparó que, en ese lugar, ahora, había dos luces que antes no había logrado ver en ningún momento. Eran unos ojos que resplandecían en la oscuridad y le miraban amenazadores. Afortunadamente, el ser que le miraba, fuera lo que fuera, se encontraba en el lado opuesto de la charca, continuaba allí y no parecía tener intención de desplazarse hasta el lugar donde él estaba con las ovejas.  Observó que la distancia entre ambos ojos era muy grande y por ello calculó que aquel bicho, fuese lo que fuese, debía tener una cabeza enorme.
   Volvió a aullar, si cabe, más fuerte que antes, y el rugido, si es que puede llamarse así al horrible sonido que emitía aquella criatura, se extendió por todo el valle.
   Clodoaldo, se sobrecogió al oírlo, se le aceleró el corazón y hasta creyó notar que los pelos se le ponían de punta.  ¡Qué coños podría ser aquel bicharraco que, amparado en la oscuridad de la noche, bramaba de aquel modo emitiendo un sonido tan aterrador!  Ahora entendía por qué las ranas habían dejado de croar.
    Por su cabeza, los pensamientos circulaban a gran velocidad intentando hallar una explicación lógica a lo que estaba sucediendo, y no se le ocurría nada. Estaba ante algo desconocido. En toda su vida, nunca se había encontrado en una situación similar y tampoco había oído contar a alguien del pueblo que le hubiera ocurrido un algo parecido; así que, por expresarlo en pocas palabras, la verdad es que nuestro paisano estaba muy sorprendido y, a la vez, acojonado.  
   En un momento de lucidez, cayó en la cuenta de que el cementerio estaba muy próximo al valle y fue entonces cuando creyó haber hallado una respuesta a sus dudas: Aquella “cosa desconocida” que le miraba fijamente desde el extremo opuesto de la charca, sólo podía tratarse de algo sobrenatural. Seguramente era un espíritu que había decidido salir aquella noche del camposanto, y se encontraba en el valle. ¿Qué otra cosa podía ser, si no?
   La verdad es que, haber llegado a la conclusión de que se encontraba ante un espíritu, no le tranquilizó lo más mínimo. Estaba bien no haber huido a “las primeras de cambio”, pero tampoco era plan de ser tan temerario como para rodear la charca y acercarse a comprobarlo ¡Quien sabe lo que podía pasarle!
   De todos modos, siempre había oído que los espíritus son inmateriales, invisibles y no rugen; además, ¿qué pintaba un espíritu en una charca entre el barro, agua y ranas? Inmediatamente, desechó ese pensamiento. Lo que él estaba viendo era algo visible y material; calculó que la distancia entre ambos ojos sobrepasaba el metro, por lo que, si el resto de su cabeza y el cuerpo eran proporcionales a ese dato, el bicho debía ser enorme. Si aquello no era ningún espíritu, sólo podía ser un monstruo.
   Cuando llegó a esta conclusión, no lo dudó un momento; lo más prudente era alejarse de aquel ser desconocido lo antes posible; aunque tuviera que ir a algún lugar más lejano, aquella noche allí no iba a abrevar el rebaño.
  Decidió arrear las ovejas en dirección contraria, valle arriba, para alejarse lo antes posible de la charca y de aquella extraña criatura, y ahora sí que respondieron los animales a sus indicaciones. En un momento determinado, incluso adelantó al rebaño y se puso a caminar delante de las ovejas a toda prisa. Al menos, si el monstruo se acercaba para atacar, que empezara por las ovejas, pensaba el pastor.
  
   Clodoaldo estaba muy confuso ante lo que estaba ocurriendo. Cuando era niño, había escuchado contar a los mayores historias relacionadas con espíritus, monstruos y otros seres extraordinarios, pero lo que estaba viviendo aquella oscura noche estival, era  algo real…de eso no había duda alguna. Aquello no era ninguna leyenda.  
  ¡No sé si será un espíritu, un monstruo u otra cosa!, se decía a sí mismo el pastor mientras se alejaba con su rebaño, precipitadamente de la charca, ¡pero cualquiera se queda para comprobarlo!

Algunas notas aclaratorias:
*  A comienzos de la década de 1970, un hombre de nuestro pueblo contó a sus vecinos que había visto un monstruo en la charca de "Praueso"; pero, a excepción de las ovejas, que también vivieron la experiencia en directo, nadie le creyó.
* El terrorífico ser que, emboscado en la oscuridad , tanto asustó a nuestro paisano, en  realidad eran dos hombres  que estaban cazando ranas; un plato que, con frecuencia, comían nuestros padres y abuelos -hoy día, están protegidas y ya no es posible esta actividad-  Estos dos depredadores nocturnos, aprovechando la oscuridad de la noche, gastaron  una broma al pastor y la terrorífica mirada que éste creyó ver en la orilla de la charca, no eran otra cosa que las linternas que  utilizaban para ¿cazar/ pescar? las ranas.

2 comentarios:

  1. Todas o casi todas tus historias, José, me evocan muchos recuerdos de mi niñez. En esta unas cuantas: Me detengo en la lectura y me veo en tal o cual paraje viendo a los mozos con linternas capturando ranas y/o tencas en alguna ocasión. También cuando en mi casa estaban los mayores en las tareas de la siega o trilla, yo con mi bici iba a sacar las vacas del prao a un pilar. Para los zarceños: Del Fayal al pilar del Candeneo, unos 700 m. entre ambos, para darles agua y regreso a l prao. Recuerdos y más recuerdos. Este "paseo" con las vacas, tenía su aliciente, pues recuerdo que había una jovencita vaca que siempre era la rezagada, y mansa, lo que a mi me venía de perillas pues su rabo, trenzado y enmarañado al final, me servía para engancharlo en la varilla del freno de la bici con lo que tenía el arrastre automático asegurado. Vamos, tracción animal, pura y dura. Decir que en alguna ocasión fui a pique y la vaca arrastrando la bici; pero pese a todo era rentable y con mucho aliciente. Recuerdos, ...
    -Manolo-

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Manolo. Me alegra que estos relatos evoquen en ti recuerdos de la niñez. Dicen que a los que somos de pueblo, cuando somos adultos, nos gusta volver a nuestros lugares de origen, porque son lugares donde fuimos felices en la infancia, algo en lo que estoy totalmente de acuerdo.
      Eran tiempos duros, tanto para mayores y pequeños y, si la vida era complicada, lo era para todos. Hoy día, le cuentas a alguien que, a los 12 años, nos mandaban al campo, solos, a llevar y traer vacas, cabras u ovejas y, si no es de nuestra generación, nadie te cree. Posiblemente, si esto ocurriera actualmente, hasta denunciarían a los padres por explotación de menores.
      Un saludo

      Eliminar