domingo, 17 de febrero de 2019


Man in the rain


   Los pueblos del oeste salmantino siempre han estado, y siguen estándolo, abandonados por las distintas administraciones, sin importar el régimen político existente en cada momento: monarquía o república, dictadura o democracia…, todos nuestros gobernantes, desde siempre, han debido pensar que somos ciudadanos de segunda categoría, y, por ello, los servicios públicos y estructuras necesarias para poder vivir en condiciones dignas: la luz eléctrica, teléfono, carreteras, ferrocarril, internet, concentraciones parcelarias… , cuando llegaron a estos lares, lo hicieron con importantes retrasos respeto a otras zonas del país.  

   Sólo en una ocasión, el gobierno de turno decidió que fuésemos los primeros en algo -para eso sí se acordaron de nosotros- La línea férrea que cruzaba nuestra comarca, uniendo La Fuente de San Esteban con  Barca d´Alva, fue una de las primeras, en toda España,  en ser suprimida;  concretamente, el 1 de enero de 1985 dejaron de circular los trenes por la misma, porque Renfe había decidido concentrar el empleo de sus recursos en otros lados (estaba a punto de construirse el AVE entre Madrid y Sevilla).
   Es lo que tiene vivir en zonas periféricas, lejos de todo, tanto de la  capital de la provincia, como de la autonómica y la de la nación. 

   Si pretendemos buscar ejemplos de este abandono secular, sobran por todos los lados; uno de éstos, lo constituyen el alcantarillado y pavimentación de las calles de nuestros pueblos.
   En la actualidad, cuando damos un paseo en cualquier municipio de la zona, podemos ver que el suelo de las calles está convenientemente recubierto  con cemento o alquitrán, pero esto no siempre fue así. Mientras que en nuestra comarca, la pavimentación de las calles no empezó a ser una realidad hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XX;  en otros lugares de la geografía nacional, regional, e incluso provincial, ésta, ya había sido realizada con bastante anterioridad.
   Una vez que se inició el adecentamiento de las vía públicas, el proceso en ningún caso fue ágil. Era muy común que, en los planes provinciales de obras de la Diputación, cada año saliera aprobado, únicamente, el arreglo de una o  dos calles en cada lugar; tal dejadez, motivó que, en la mayor parte de los casos, pasaran bastantes años hasta que pudo completarse el proceso.
   Aunque tarde, gracias a ello, podemos decir que hoy día, cuando apenas queda gente para deambular por los paseos, plazas y  avenidas de los pueblos, cuando más despoblados están, es cuando mejor pavimentación tienen.

  Antes de que nuestras calles estuvieran debidamente pavimentadas, el piso de las calzadas era de tierra; de modo que, cuando llovía, en algunos sitios, se formaban unos barrizales tremendos que se mantenían, prácticamente, a lo largo de todo el invierno, dando lugar a que, durante largas temporadas, muchas
Unos barrizales tremendos
zonas, en las calles y plazas,  estuvieran prácticamente intransitables debido al barro, así que era muy común que el calzado preferido por la gente, para desplazarse por el pueblo, sobre todo los días de lluvia, fuesen las botas de agua -de caucho y de de caña alta-; las únicas que, a pesar de su incomodidad, permitían a la gente cruzar aquellos lodazales sin mojarse los pies.
   Cada vez que el “dios de la lluvia” lloraba sobre nuestra comarca y los habitantes de cada casa llegábamos a nuestro hogar, tras cruzar aquellos fangales, al franquear la puerta, o incluso antes de hacerlo, nos cambiábamos de calzado para evitar manchar con nuestras pisadas el suelo.  
   A veces, el problema surgía cuando una persona, hombre, mujer o niño, llegaba a algún domicilio ajeno con las susodichas botas llenas de barro. En estos casos,  solía ser considerado/a y permanecía en la puerta de la calle, sin traspasar el umbral de la misma, intentando resolver desde allí el asunto que le hubiera llevado hasta la casa; pero siempre había excepciones, gente descuidada que entraba en los domicilios dejando en el suelo las huellas de sus pisadas, algo que enfadaba mucho a la dueña del lugar, que se veía obligada a fregar el piso, para quitar el rastro que había dejado el inoportuno visitante.

 -Nota antropológica: Antes, era muy común que en el recibidor de las casas, los dueños, como muestra de hospitalidad,  colocasen una placa, casi siempre de cerámica, dirigida a los forasteros, que ponía “Bienvenido”. Se comenta que muchos de estos letreros  fueron retirados un día de lluvia, tras la inoportuna visita de algún hombre o mujer que había dejado manchado el suelo con el barro de la calle, al considerar el ama de la casa que, de allí en adelante, no todo el mundo podía ser bienvenido-

   A comienzos de la década de 1970, en nuestra comarca, todavía había bastantes pueblos cuyas calles aún tenían el piso de tierra; eran unos tiempos en los que la gente que vivía del campo lo hacía en un ambiente donde todo era superlativo: se trabajaba muchísimo y se ganaba poquísimo; por ello, en la mayoría de las familias, los padres, si era factible, querían que los hijos estudiasen  para que buscaran su futuro laboral en profesiones ajenas a la agricultura y ganadería.

   En esa época, en un pueblo de nuestra comarca, vivía una mujer: Dulce Nombre de María (vamos a dejarlo en Dulcenombre) con su marido, tenían tres hijas y la mayor estaba estudiando Filología Inglesa en la Universidad . En aquella época, estudiar esa carrera era una rareza ya que, en los colegios e institutos, casi todos los alumnos estudiaban francés como lengua extranjera -el boom de estudiar  inglés llegaría mucho más adelante-

   Un contemporáneo suyo era Críspulo “el Guapo”. Este hombre, vivía en otro municipio y era un pedigüeño muy conocido por la gente de la comarca.
   Si un indigente es aquella persona que carece de lo necesario para vivir; él, no reunía criterios para ser considerado como tal. Tenía casa en su pueblo, una buena huerta y, también, hacía trabajos eventualmente para el ayuntamiento; además, como era soltero y carecía de cargas familiares,  podemos afirmar que contaba con   medios suficientes para vivir holgadamente.
  Este hombre, había aprendido que se saca más de pedir que de dar y se pasaba el día pidiendo  dinero a los paisanos de la comarca; como no era un indigente al uso, realmente, habría que catalogarlo como un auténtico caradura.
   Hoy día, son multitud las personas, especialmente en las ciudades, que, formando parte del paisaje urbano, se pasan el día pidiendo dinero a los ciudadanos, con cualquier excusa. Ellos los consideran  “una profesión” donde el “material de trabajo” somos nosotros, aunque no jugamos un papel de benefactores -no nos engañemos-, sino de víctimas.
   Críspulo, como ya dominaba “este arte” a la perfección, hace mas de 40 años, podríamos considerarlo un auténtico adelantado del gremio.   

   Es sabido que donde hay gente hay negocio, así que él, con buen criterio “mercantil”, frecuentaba los sitios donde había concentraciones de personas, siendo habitual verle los martes en Vitigudino, ya que era día de mercado;  si había fiesta en un pueblo, a ella nunca faltaba este hombre; cuando se enteraba que tenían lugar, en alguno de los pueblos vecinos, celebraciones particulares: bodas, bautizos, comuniones, e incluso entierros, allí acudía también Críspulo para saludar a los novios, padres, padrinos o  familiares, y, de paso, solicitarles un donativo; mas esto no acababa aquí, ya que su actividad no se reducía a las fiestas y celebraciones. Su “trabajo” lo desarrollaba, de forma continuada, casi todos los días del año.
   Él, usualmente, planificaba su actividad del siguiente modo: como en su pueblo era sobradamente conocido y sus vecinos no le hacían caso alguno, su ámbito de actuación, generalmente, lo desarrollaba en el resto de los pueblos de la comarca -si para las cosas buenas, nadie es “profeta en su tierra”, para estas, que de buenas tienen poco,  menos aún-
   Subía al coche de línea que, procedente de la ciudad, pasaba por su pueblo, y desde allí se  desplazaba a los distintos lugares de la comarca por los que éste realizaba su recorrido;  permanecía unas horas en el municipio que hubiera elegido aquel día, y, cuando el autobús hacía el recorrido de vuelta, lo cogía de nuevo, regresando a su pueblo con la “satisfacción del deber cumplido”. Otras veces hacía auto stop, pero tenía poco éxito ya que los conductores al verle, en vez de parar, aceleraban el coche para perderle de vista lo antes posible.
   El muy pícaro, como era muy vocacional, no perdía tiempo alguno en su labor; así que una vez que subía la autobús, comenzaba allí mismo la faena pidiendo dinero a los viajeros que aquel día habían tenido la mala suerte de viajar con aquel inoportuno compañero de viaje; no se libraba ni el conductor del autobús. Cosa bien distinta es que éste y los viajeros respondieran a sus requerimientos. Es bien conocido por todos que, ante “el vicio de pedir, existe la virtud de no dar”, y, en su camino, encontraba muchos “virtuosos” que se negaban a darle algo a aquel perillán.  

   La buena gente de los pueblos, a pesar de todo, se preocupaba por él y, con frecuencia, le ofrecían alimentos que casi nunca aceptaba, a no ser que fuera mediodía, estuviera en otro pueblo y tuviera hambre en ese momento. En cambio, las invitaciones a tomar vino en los bares, nunca las rechazaba.
  Si es verdad que son necesarias 10.000 horas de trabajo, en cualquier actividad,  para ser considerado un experto en la misma, Críspulo ya hacía tiempo que había sobrepasado la excelencia, ya que eran muchos los años que llevaba dedicado al asunto del petitorio.   
  Era todo un profesional “en su oficio” y, como hacen los altos ejecutivos, administraba perfectamente su tiempo y planificaba muy bien la tarea, de modo que, a la hora de ejercer su labor, seguía unos itinerarios preestablecidos, con el correspondiente calendario de visitas, por los distintos pueblos. En ellos aparecía con una periodicidad determinada: semanal, bisemanal, mensual… y, cuando llegaba a los distintos lugares, incluso ya tenía un recorrido marcado, visitando, únicamente, los domicilios de la gente donde sabía que podía obtener algo.  
   En todos los sitios hay gente generosa, predispuesta a dar limosna, y él, que sabía quienes eran los benefactores de cada lugar, siempre iba a verles -vamos, que no se libraban de su visita- .
   En el polo opuesto está la gente “del puño cerrado”, aquella a la que, por mucho que se le insista, no sueltan ni un céntimo; lógicamente, a las casas de estas personas nunca se acercaba evitando así gastar energía inútilmente; no obstante, como buen “currante” que era,  todo aquel que se cruzara en  la calle con Críspulo “el Guapo”, sin importar el lugar, ni la hora, era susceptible de ser abordado por nuestro personaje.  

  Los días que se acercaba al pueblo de Dulcenombre, a veces pasaba por su casa. El coche de línea  llegaba a ese lugar un poco antes del mediodía y, una vez allí, el hombre procedía a realizar su recorrido habitual. Como el autobús, para regresar a su lugar de origen, tenía que cogerlo a las tres; la hora de la comida, en aquel pueblo, siempre le pillaba en plena “jornada laboral”.
  Dulcenombre, que entraba en la categoría de gente bondadosa, formaba parte de la “cartera de clientes” de Críspulo, así que la casa de esta mujer era uno de los sitios donde sabía que, si pasaba por allí, había altas probabilidades de obtener algo; ella nunca le daba dinero, pero siempre salía con un buen bocadillo para comer aquel día.

  Cuando alguien llega a una casa y encuentra la puerta cerrada, lo correcto es llamar al timbre o al picaporte y esperar a que el dueño/a salga a recibirle; sin embargo, el modus operandi de nuestro sacacuartos, cuando llegaba a un domicilio, no era llamar y esperar como hacemos el resto de los  mortales. Críspulo, como en los pueblos las puerta de las casas, habitualmente, no están cerradas con llave durante el día, empujaba la puerta, entraba sin llamar y, sin pedir permiso alguno, pasaba directamente hasta la cocina.
   Aunque era un auténtico sinvergüenza, él no robaba, todo hay que decirlo; pero los sustos que les daba a las mujeres, cuando entraba de esta forma en sus casas, eran bastante considerables.
 
   Nuestro pedigüeño, durante el invierno, habitualmente, calzaba las consabidas botas de agua para poder caminar por las calles embarradas; vestía unos pantalones de pana muy gastados que tuvieron sus mejores tiempos quizá una década atrás; se cubría con un grueso chaquetón que originalmente no debió ser suyo sino de alguien más alto, producto de alguna donación, ya que le quedaba fatal (era tan largo que le llegaba hasta las rodillas); siempe iba con barba de varios días y tapaba su cabeza con una gorra campera, gastadísima, calada hasta las orejas.
   Era el prototipo del desaliño, cosa que a él le traía sin cuidado y que le había valido el apodo de “el Guapo”.
  
   Un día, Críspulo fue a realizar su “tarea” al pueblo de Dulcenombre; había estado lloviendo los días previos, y aquella mañana seguía cayendo una lluvia fina sobre los campos y casas, purificando el ambiente.
   En aquella época, sólo unas pocas calles del pueblo estaban debidamente pavimentadas, así que el resto de ellas, como no lo estaban, con la lluvia estaban muy embarradas
  -Se dice que cuando llueve, los puercos se lavan y los hombres se empuercan, una expresión que, seguramente, debió orrurírsele a alguien un día de lluvia en medio de un barrizal-.
   Para él, los días de lluvia no eran el mejor escenario para “trabajar” ya que las calles estaban poco transitadas y apenas encontraba “clientes” en ellas. El plan establecido, en estos casos, consistía en refugiarse en los bares y, cuando dejaba de llover, se daba una vuelta por “las casas de confianza” donde sabía que siempre le daban algo.
  
   Eran las navidades y la hija mayor de Dulcenombre, la universitaria, estaba en el pueblo de vacaciones; se encontraba en una salita de la casa con sus hermanas pequeñas; estaba estudiando  inglés y, en un momento dado, a través de la ventana, vio pasar a Críspulo calle arriba.
  Como estaba lloviznando -los comarcanos decimos pingoteando-, y apenas andaba nadie por la vía pública, le hizo gracia ver a aquel hombre que, a pesar de la lluvia, sin paraguas ni chubasquero, había decidido ir a su pueblo aquel día, paseándo por la calle.
  Al verle pasar, frente a su casa, les dijo a las hermanas:
-     Mirad: “Man in the rain”.
-     ¿Eso qué significa? . Preguntaron sus dos hermanas, muy interesadas en los conocimientos de inglés de la primogénita -La frase les había sonado muy poética, y no concebían qué tipo de belleza había podido apreciar su hermana mayor en Críspulo “el Guapo”-.
-     Significa “Un hombre en la lluvia” -contestó la hermana- .

Apenas había transcurrido media hora, cuando Críspulo, tras haber visitado otros domicilios, llegó a la puerta de su casa y, siguiendo su costumbre, sin llamar, la empujó, abriéndola y entrando directamente, a través del pasillo, hasta la cocina; donde Dulcenombre estaba acabando de hacer la comida del día.
 Entonces, desde la salita en la que se encontraban, oyeron cómo su madre, muy enfadada, se dirigía al pedigüeño en estos términos.

-     ¡¡¡Vamos a ver, Críspulo!!!, ¡Esta mañana, ya he fregado el pasillo dos veces! ¡Como está lloviendo,  no “se me da secado”! ¡Y ahora vienes tú,  con esas botas llenas de barro, y me has puesto todo el pasillo perdido! ¡Esto es el colmo! ¡Mira!, como se te ocurra volver a entrar en esta casa sin llamar, aunque sea verano ¿eh? , en vez de darte un bocadillo, lo que te voy a dar son unos escobazos. ¡Será sinvergüenza este hombre!. ¡Encima que viene a pedir, mira cómo me lo ha puesto todo! ¡Ahora, otra vez que me toca volver a fregar el pasillo!

   Críspulo, permaneció imperturbable ante las palabras de la mujer; los largos años que llevaba en “el oficio” le habían hecho adquirir una gran autodisciplina mental y no se asustaba por cualquier cosa; de modo que, las amenazas por parte de la dueña de la casa, de recibir unos escobazos por haber llenado de barro, con sus pisadas, el suelo del corredor, le dejaron indiferente. Él no veía que eso fuera razón suficiente para irse sin más, así que le dijo a Dulcenombre:

-  ¿Por qué no me das algo para el coche de línea?, es que no tengo dinero para volver a mi pueblo.  
-  ¡¡¡Pues te vas caminando!!! Respondió Dulcenombre, que estabe enojadísima. Tengo a mis pobres hijas en la salita, sin dejarlas salir, hasta que se seque el pasillo, y ahora vienes tú, me lo llenas todo de barro y encima quieres que te de dinero…¡esto es inaudito!.
   ¡Lárgate!, que estoy muy enfadada y hoy no voy a darte nada. Tu no eres un necesitado, lo que eres es un sinvergüenza que te aprovechas de la buena voluntad de la gente…de lo tontos que somos los demás.

   Críspulo comprendió que el nivel de enfado, que aquel día tenía Dulcenombre, era excesivamente alto como para esperar recibir nada, así que inició la retirada y dirigió sus pasos hacia la puerta.   
 Las hijas, mientras tanto, al escuchar las voces de la madre, se habían asomado al pasillo para ver si ésta necesitaba ayuda de algún tipo, y Críspulo, al verlas, se puso muy contento y las saludó.

-       Que chicas tan guapas.  ¿Por qué no me dais un beso?
  
   A estas alturas, a Dulcenombre, una mujer que, haciendo honor a su nombre, habitualemnte era muy dulce, ya no le quedaba dulzura alguna y eso fue lo que colmó su paciencia. ¡¡¿Aquel sinvergüenza queriendo que sus hijas le dieran un beso?!! Enarboló la escoba y se dirigió hacia Críspulo con intención de atizarle con ella.

-       ¡Ni se te ocurra tocar a mis hijas!. Avisó la madre, enfurecida.

      Si aquel hombre no se resignaba a salir de la casa sin que le dieran algo, iba a salirse con
  la suya…aunque un escobazo no era, precisamente, lo que él pretendía llevarse.
   El pedigüeño, al ver que la amenaza de la mujer iba en serio, salió de la casa a toda prisa entre la risotadas de las chicas. Entonces la hija mayor, la estudiante de Filología Inglesa, dijo:

-  ¡Madre,! Eres una auténtica superwoman

(“Man in the rain”, es una canción, compuesta por Mike Oldfield, un músico inglés, que alcanzó un gran éxito a finales de la década de  1990. Confieso que, cada vez que la oigo, a quien recuerdo no es a su autor sino a Crispulo, con sus botas de goma, en invierno, recorriendo las calles de mi pueblo, ya que ese hombre y “la Superwoman” son -fueron- personajes reales)

6 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Hola Manolo. He entrado en tu página recientemente y ya he votado en la encuesta. Veo que hay una mayoría aplastante a favor de que siga...por algo será. Un saludo

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    2. Hiciste bien, José, votar en la encuesta. Y supongo bien pensar que no eres tú el que ha votado NO. Que está en su derecho. La encuesta contempla tres posibles respuestas y por y para eso ahí están: SI, NO y ME DA IGUAL. Cualquiera de las tres es buena; pero quizá un día me dirija al votante anónimo que ha contestado NO (con todo su derecho y libertad) y me atreva a preguntarle que me diga si en el motivo de su respuesta hay algo que a mí se me escapa y esté haciendo mal, para que él escoja la opción NO y no ME DA IGUAL, que viene a ser lo mismo; pero no.

      Tus historias, tus relatos, siempre evocan recuerdos, te transportan aquellos años de mi niñez cuando los inviernos, con lluvias y nevadas copiosas, dejaban las calles por mucho tiempo hechas un barrizal tal como describes. Recuerdo que muy niño estrené por el día de mi santo o Reyes unas botitas la mar de chulas, relucientes, bonitas que yo “Como niño con zapatos nuevos” (botas) lucía orgulloso. Sólo ir a misa y volver, las botas habían perdido el lustre a causa de haber ido pisando barros todo el trayecto de casa a la iglesia y regreso, de manera que ya no eran las mismas; parecían otras. Y así oía a los mayores reproches de cómo las había destrozado. ¿Yo? ¿O los barros aquellos?, … que no sólo eran barros, eran también boñigas, orines de vacas , cerdos, etc. toda una mezcla. Aquel estreno de mis botitas, me supuso un gran disgusto, que aún recuerdo.

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    3. Hola Manolo. La página es magnífica, todo un lujo para los zarceños, y no zarceños que la visitamos, que tu nos proporcionas. Creo que con estas palabras no haría falta aclarar el sentido de mi voto. No dudes, que fue sí.
      Entiendo que a alguien pueda resultarle indiferente, pero lo que no comprendo es que haya gente a la que le pueda molestar su existencia pues, casi, podríamos considerarla de utilidad pública, ya que, además del aspecto lúdico, proporciona información de interés para los paisanos. Gente rara hay en todos los sitios y "amigos" así, desgraciadamente, nunca nos van a faltar. Un saludo.

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  2. Ja, ja, ja. Muy bueno. Me gusta "Man in the rain". La escucho con cierta fecuencia. Un abrazo.

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  3. Me alegro que te gusten las andanzas de este hombre. No se llamaba Críspulo, pero el personaje es real. Respecto a la canción, la he escuchado muchas veces, aun sigo haciéndolo y ya ves los recuerdos me trae. Un abrazo.

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