miércoles, 19 de diciembre de 2018


Unas navidades inolvidables

   El frío era intenso aquella noche del 24 de diciembre y el reloj del ayuntamiento acababa de dar once campanadas, una hora en la que todas las familias se encontraban reunidas en torno a la mesa dando buena cuenta de la opípara cena que, para la Nochebuena, se prepara en todas las casas; por lo que resultaba sumamente extraño ver pasear por las solitarias calles del pueblo a aquel hombre.
  
   Fidencio, vamos a llamarle así, iba calle abajo, caminando muy despacio, paró un momento para encender un cigarro y a continuación lo acercó a los labios mientras miraba a lo lejos sin fijar  su mirada en nada concreto, mientras recordaba lo que había ocurrido en su casa, aquella noche tan entrañable y llena de emociones, haciendo balance de cómo había resultado la cena de Nochebuena que, con tanta ilusión, habían preparado, él y su mujer, para toda su familia. Se había propuesto que aquella noche fuera especial, y ¡vaya si lo había conseguido! Todos iban a guardar un recuerdo imborrable de aquella fecha.  
   Era un hombre muy ordenado, le gustaba planificar todo al detalle, sin dejar nada al azar, y la organización de la cena, que acababa de vivir, había empezado a gestarse con varias semanas de antelación a la llegada esta fiesta.    
  
   Para la Iglesia Católica, los prolegómenos de la Navidad comienzan con el Adviento; un tiempo litúrgico durante el cual los cristianos nos preparamos (o deberíamos hacerlo) espiritualmente para la Natividad de Jesús.
   El tiempo de Adviento, comprende los cuatro domingos previos al día de Navidad y su duración no es fija, oscila entre 22 y 28 días. Cada año, al llegar estas fechas, si queramos localizar el primero de estos domingos, podemos comprobar que, indefectiblemente, siempre se corresponde con el más próximo a San Andrés, (30 de noviembre), y, dependiendo de los años, puede estar situado entre el 27 de noviembre y el 3 de diciembre.
   Si prescindimos del ámbito religioso, la verdad es que no encontramos una fecha concreta que sirva para indicarnos que ya estamos en los preámbulos de la navidad. El primer aviso, suelen darlo las administraciones de lotería que comienzan a ofrecer sus números, para el sorteo de navidad, en pleno verano; las agencias de viajes, apenas ha finalizado el período estival, lanzan sus ofertas para viajar durante los últimos días del año; los productos navideños comienzan a aparecer en las estanterías de los supermercados en octubre; los operarios municipales, o empresas concesionarias, se afanan en colocar las luces para el alumbrado navideño de las calles, en noviembre… En fin, que desde varios meses antes, de la llegada de estas celebraciones, estamos recibiendo, continuamente, avisos desde  todos los sectores, recordándonos que la navidad está al caer; no sea que se nos olvide y, una vez lleguemos a ella, nos pase desapercibida.
  
   Los sentimientos que despiertan estas fiestas, en la gente, son muy diversos. En uno de los extremos están aquellos a quienes la llegada de las navidades les hace una tremenda ilusión, pues en ellos aún subyace la sensación de felicidad que sentíamos de niños, con la parafernalia asociada a estas fiestas; en cambio, en el polo opuesto se encuentran los que desearían cerrar los ojos, dormirse el 23 de
Alumbrado de Navidad
diciembre -vamos a dejarles despiertos el 22 por si les toca la lotería-, y despertarse el días 8 de enero, evitando así tener que vivir estas fechas de consumo compulsivo que parecen estar hechas a medida de los grandes almacenes, fábricas de juguetes, turrones y colonias; embotelladoras de cavas y “champanes”; telefonía… , y no de las personas normales, cuyas pagas extras se quedan cada vez más exiguas a la hora de afrontar lo que se nos viene encima.
  
   Fidencio, era una de las personas a quienes la celebración de las navidades despertaba sentimientos positivos y, al llegar estas fechas, sentía mucha nostalgia evocando la alegría que él sentía en la infancia, aunque ésta ya había quedado bastante lejana. Acababa de superar los setenta años, la salud le había respetado bastante y, tras haber desarrollado su vida laboral en la ciudad, tal como hacen las aves migratorias todos los años, que regresan a sus nidos tras pasar el invierno en África, al alcanzar su jubilación había decidido volver a vivir al pueblo con su esposa, Domitila -“La Domi”, como él, cariñosamente,  la llamaba-.
   Tenían dos hijas que eran mellizas bivitelinas, un término que emplean los médicos para definir a los hermanos nacidos en el mismo parto, cuyo parecido físico, entre sí, sólo es similar al que pueden tener con el resto de los hermanos; desde el momento del nacimiento, habían sido siempre el principal motivo de preocupación y de alegría, tanto de él como de su mujer, y estaban estrechamente unidos a ellas.  
   Los hermanos mellizos, tienen la siguiente particularidad: o se quieren mucho, o no se aguantan, no hay términos medios; ellas, por suerte, pertenecían al primer grupo y siempre se habían llevado muy bien; habían recibido la misma educación en los mismos colegios, habían compartido los mismos amigos… Sus vidas habían transcurrido siempre tan paralelas que, incluso a la hora del noviazgo, ambas se habían emparejado con dos chicos que, a su vez, eran amigos entre sí, y, a la vez, socios de un negocio.
   Los casamientos de las dos hermanas se habían realizado con tan sólo dos meses de diferencia y aunque los ahorros de los padres, Fidencio y Domitila, prácticamente, habían desaparecido tras las bodas; al verlas tan ilusionadas y felices, el dinero gastado lo dieron por bien empleado.
   Tras los casamientos, todo había ido muy bien; los amigos-cuñados-socios mantenían una estupenda relación entre sí y las dos hermanas estaban encantadas por la suerte que les había deparado el destino; mas al poco tiempo, el negocio de los socios-cuñados empezó a ir mal, las ganancias cada vez eran menores, y empezaron los problemas.
   Cuando un negocio no marcha bien, casi nunca es debido a una causa concreta, suelen concurrir varias; pero los dos cuñados, cada vez más angustiados por las estrecheces económicas, empezaron a culparse mutuamente del mal funcionamiento de la empresa, el descalabro empresarial siguió su curso y aquello acabó como el Rosario de la Aurora: la empresa cerró y ambos socios dejaron de hablarse. De socios-amigos-cuñados, pasaron a ser, únicamente, cuñados y mal avenidos.
   El efecto secundario que esto acarreó, fue que sus consortes, las hermanas mellizas, aunque sí se hablaban, acabaron distanciándose y esto disgustó mucho a sus padres.
   Fidencio, era un hombre afable, muy buena gente, como se dice vulgarmente, y para él era inconcebible que sus dos yernos, anteriormente tan amigos, hubiesen llegado a tal grado de enemistad.
Si el problema se ciñera exclusivamente a ellos dos, podían darle por saco a ambos -pensaba el suegro- lo que realmente le preocupaba era que la buena relación, que siempre habían mantenido sus hijas, hubiera empeorado tan ostensiblemente; ya que, aunque seguían llevándose bien, ese ambiente fraternal, de plena confianza, que habían mantenido desde que su más tierna infancia, había desaparecido a raíz de los problemas entre sus respectivos cónyuges.
   Cuando Fidencio hablaba con sus yernos, veía que el trato era muy correcto, incluso cordial -aunque a la relación entre suegros/as y yernos/nueras no se le puede pedir la excelencia, la que él mantenía con los maridos de sus hijas era  bastante buena- , así que llegó a la conclusión de que, si ambos eran buenas personas, lo único que se necesitaba, para reconducir la situación y superar sus desavenencias, pasaba porque ambos “enemigos” mantuvieran entre sí una charla sincera y clarificadora.
   Estaba plenamente convencido de que el problema personal, surgido a consecuencia del cierre del negocio, debió haber sido ocasionado por algún malentendido, ya que, si eran socios en la empresa al 50%, y ésta había fracasado, en ese aspecto, tan culpable era el uno como el otro. Pensaba que, si un día eran capaces de reconocerlo así, a partir de ese momento sería fácil solventar la situación, desaparecerían sus desavenencias, volverían a ser amigos y sus hijas podrían recuperar la óptima relación que siempre habían mantenido desde niñas.
   Como entre ellos no se hablaban, si quería que se reconciliaran, era imprescindible que lo hicieran, así que pensó que era necesaria la presencia de un consejero, una especie de intermediario que gozara de la confianza de los dos, capaz de mantener un equilibrio entre ambas partes, ¿y quién mejor que él, que era tan suegro del uno como del otro, para tal menester? 
   Sus dos hijas, y los cuñados enemistados, vivían en la ciudad; la Nochebuena estaba ya a unas semanas vista y Fidencio consideró que, si en esa fecha es habitual que las familias, por tradición, se reúnen en torno a la mesa, aquella era la ocasión perfecta para llevar a cabo su idea. Además, el espíritu navideño, que estos días impregna el ambiente, jugaría a su favor y favorecería sus propósitos. Plenamente convencido de que si lograba que ambos cuñados se sentaran a la misma mesa, y él actuaba de intermediario, todo iba a arreglarse y volvería a reinar la concordia en la familia, decidido a ejecutar el plan, habló con “Domi” y le dijo lo siguiente:

-       He pensado, que el Día de Nochebuena deberíamos cenar todos juntos; nuestros yernos no pueden seguir así. Tienen que hacer las paces y volver a ser amigos. ¿Qué culpa tienen nuestras hijas de lo que pasara con el negocio? Ellos ya trabajan, cada uno en un sitio distinto, y ya no tienen intereses en común, así que, en ese aspecto, está todo resuelto. Lo único que necesitan es hablar y aclarar sus diferencias. Los dos son buenos chicos y tienen que volver a entenderse. Creo que esa noche es una ocasión perfecta para encontrarnos todos y normalizar la situación.

-     No sabes lo que me gustaría que se reconciliaran y volvieran a ser amigos - respondió la mujer -. Te aseguro que lo deseo más que nadie, pero no es una buena idea Fidencio. Raquel y Ana - que eran las hijas-, dicen que por ahora lo ven imposible; nosotros, además, no somos sus padres, sólo los suegros y si la cosa sale mal, que es lo previsible, encima nos van a coger una manía tremenda.  
        Del tema de la Nochebuena y Navidad, aunque aún falta mucho, ya he hablado con nuestras hijas y las dos coinciden en que hay que evitar que estén juntos. Los dos matrimonios, por supuesto que vendrán a vernos, pero por separado…una pareja cenará con nosotros en Nochebuena, y la otra vendrá a comer el día de Navidad.

       Estas explicaciones, a Fidencio no le gustaron nada, ya que eso suponía no poder llevar a cabo su plan, por lo que le insistió a Domi:

-     Pues habla con ellas de nuevo. Tienen que estar todos aquí en Nochebuena. Puedes decírselo sólo a ellas, y, si es necesario, que los engañen y no sepan nada hasta que se encuentren aquí en pueblo, en nuestra casa. Cuando vengan, en primer lugar, hablaré con los dos por separado y después lo hacemos los tres juntos; al fin y al cabo, ellos conmigo no tienen nada.  Ya verás cómo consigo que esa noche se reconcilien…yo no lo veo tan difícil. Estoy convencido de que este año vamos a vivir unas navidades inolvidables.

-     ¡Tú estás tonto! -contestó la esposa enfadada-. ¡Cómo van a traerlos engañados! ¿Quieres apagar el fuego echándole más leña? ¡Pero a qué cazurro se le puede ocurrir eso! Con razón decía tu madre que eras el más tonto de todos sus hijos.

-     ¿Cómo iba a decir mi madre eso de mí? -respondió Fidencio sorprendido- ¡Pero si yo era hijo único!

-     ¿No ves cómo tu madre tenía toda la razón? -contestó Domi con ironía. Mira -continuó ella diciendo-, hablaré de nuevo con las dos, e insistiré…por eso no te preocupes. Yo tengo tanto o más interés que tú en que todo se solucione, pero hay cosas que llevan su tiempo. Siempre se ha dicho que los peores enemigos son los amigos más próximos, porque son los que más saben de ti, y nuestros yernos estaban próximos antes como amigos, y ahora lo siguen estando pero como enemigos;  por eso veo muy difícil que ellos acepten venir, a pesar de que ellas se lo pidan.   

-     Tú insístele a las dos , dijo Fidencio. Que no quería renunciar a su proyecto de reconciliar a sus yernos el Día de Nochebuena.  

   Domitila habló por teléfono varias veces con sus hijas, para que intentaran convencer a las respectivos esposos de que sus suegros estaban muy ilusionados en que hicieran la cena de Nochebuena todos juntos…pero sin trampa alguna; ambas partes lo harían sabiendo que iban a compartir mantel con “el enemigo”, aunque éste estuviera en el lado opuesto de la mesa y no quisiera dirigirle la palabra durante la cena.  
   Ninguno de los matrimonios tenía hijos aún, así que a la pretendida “conferencia de paz” sólo asistirían los seis.

 Si hubiera sido la ONU, la encargada de organizar aquella cena, seguramente, nunca se hubiera celebrado; pero Domi era mucho más eficiente que este organismo, a veces tan inútil, y, tras numerosas conversaciones telefónicas con los aliados (las hijas), en un derroche de alta diplomacia, tras duras y laboriosas negociaciones entre todas las partes, por fin se llegó a un acuerdo de mínimos.
   Para conseguir que ambos contendientes accedieran a sentarse a la misma mesa, el Día de Nochebuena, fue necesario elaborar “unos estatutos”, con el fin de  evitar puntos de fricción, que todos tuvieron que aprobar:  

   El encuentro se reduciría a la cena y ninguno de los adversarios iba a permanecer en ella más allá de los postres; no habría sobremesa, porque ninguna de las partes estaba dispuesta a que el encuentro se prolongara más allá de lo recomendable.
   Comenzaría a las 22 horas y ambos antagonistas llegarían al evento tan solo unos momentos antes de su inicio; como es sabido que la falta de puntualidad, con frecuencia, es fuente de conflicto, ésta debería ser exquisita. Si se considera que vendrían al pueblo, desde la ciudad, se acordó que sólo se tolerarían demoras no superiores a los 15 minutos. El que tardara más en llegar, pasaría a ser tachado de impuntual por todos los asistentes; en cambio, el puntual tendría libertad para volverse a la ciudad sin quedarse a cenar y sin tener que dar explicación alguna.
   La cena tendría un tiempo límite de duración, de modo que ninguno de los matrimonios invitados estaba obligado a prolongar la estancia, en el hogar de los suegros, más allá de las 24 horas, sin posibilidad de prórroga, ambos regresarían a dormir a la ciudad, a sus respectivas casas; los suegros, a su vez, habían adquirido el compromiso de que en ningún momento se pondrían pesados, incitándoles a permanecer más tiempo del acordado en el “campo de maniobras” -en la mesa-.  
   Los asistentes acudirían vestidos de forma informal, con ropa cómoda, evitando ir elegantes para que no hubiese rivalidades respecto a calidad de la ropa, accesorios, joyas…
   Respecto a los alimentos, hubo arduas negociaciones para su elección -al fin y al cabo, se trataba de una cena-. Una vez descartado el pescado como plato estrella, tras decantarse por la carne, unos y otros fueron exponiendo sus preferencias y acabaron siendo rechazados, sucesivamente, pavo,  capón, lechazo, cochinillo, ternera…, por suerte, al final, hubo consenso resultando elegido el cabrito al horno -aquel año había poca oferta de cabritos, y Fidencio tuvo que recorrer varios pueblos hasta que pudo hacerse con uno. Mas, como era para una buena causa, se tomó con mucha deportividad el esfuerzo realizado- Tanto el cabrito, como el resto de los alimentos, incluidos los mariscos, postres, bebidas… todo ello, correría a cargo de los anfitriones; ninguno de los invitados podría aportar nada, para evitar que alguien cayera en la tentación de presumir de que su vino, turrón, mazapán…  era mejor que el del adversario. 
 Los temas de conversación también estaban seleccionados:
 La economía sería un tema tabú; no se podría hablar de trabajos, ni de negocios pasados, presentes o futuros -siempre se ha dicho que no se debe hablar de la cuerda en casa del ahorcado-

 En cuanto al fútbol; aunque no estaría prohibido hablar del tema, se rogaba cierta contención, evitando posiciones extremas, resulta que, aunque ambos cuñados coincidían en ser, los dos, hinchas del Real Madrid,  Fidencio -aún nadie ha logrado saber por qué- lo era del Barcelona.
 Los dos cuñados, aunque católicos, eran poco practicantes; por lo que se acordó también que no se hablaría de religión. No habría la más mínima insinuación para ir a la Misa del Gallo y estaría totalmente prohibido cantar y poner música ambiental, especialmente, villancicos con voces infantiles -si se contravenía alguno de estos apartados, especialmente el de los villancicos infantiles, cualquiera de los asistentes tendría plena libertad para levantarse de la mesa y largarse de allí sin necesidad de dar explicaciones-
Se sugería hablar del tiempo, de salud y del amor; debiendo evitar preguntar a ninguno de los jóvenes matrimonios ¿para cuándo los hijos?, con el fin de no dar pie a recibir alguna contestación extemporánea.  

Todos estos condicionantes, que habían ido poniendo las dos partes, a lo largo de las “negociaciones previas”; en realidad, eran objeciones que interponían los implicados, con la esperanza de que “el otro”, harto de tanta chorrada, se hartara, se echara para atrás y así suspender el evento; pero como nadie quería ser señalado de boicoteador, el caso es que pasó el tiempo y llegó el día  del encuentro.
 Algo que, semanas atrás, parecía totalmente irrealizable, estaba a punto de suceder.

    El día 24 de diciembre, ya desde la mañana, Domitila estaban bastante nerviosa por lo que se avecinaba. Era bastante pesimista al respecto y pensaba que, aunque en las cenas de nochebuena es típico utilizar el asunto de los cuñados como chiste; la cena de aquella noche, con los yernos-cuñados, no tenía visos de ser nada graciosa, ya que  ninguno de ellos iba a acudir, precisamente, con ganas de contar chistes, sino todo lo contrario.  
   Presionada por su marido, ella había presionado a sus hijas y estas, a su vez, a sus maridos…, allí había demasiada presión y cualquier pequeño detalle podía hacer que estallara todo, así que ella, en su fuero interno, estaba convencida de que aquello iba a ser un auténtico desastre.
Fidencio, en cambio,  se mostraba muy optimista por el resultado que esperaba obtener con su “conferencia de paz”; por fin había llegado el Día de Nochebuena, iban a estar sentados en la misma mesa los dos cuñados-enemigos-yernos, y era la ocasión ideal para que se reconciliaran.
Su plan era hablar, al principio, de banalidades; por supuesto, ajustándose a los “estatutos” negociados para la ocasión, y después abordaría directamente el tema. Incluso ya tenía preparadas las palabras que les iba a dirigir. Estaba plenamente convencido de que, gracias a él, la nochebuena de aquel año iba a resultar inolvidable para toda su familia.

La mañana y la tarde del día discurrieron sin novedad y, cuando llegó la noche, a la hora señalada, todo empezó muy bien pues el tema de la puntualidad se cumplió escrupulosamente. A las 21,50 horas, el coche de la primera pareja estaba aparcando a la puerta de la casa de Fidencio y éste salió a la calle a recibirlos. Tras saludar, efusivamente, a su hija y al marido, como la noche estaba muy fría, mientras ella entraba en la casa, él abrió la cochera para que el yerno guardara en su interior el coche durante la cena. 
Estaban los dos, aún, cerrando la puerta de ésta, y en ese momento vieron llegar el coche de la otra hija con su marido; así que Fidencio se acercó a la ventanilla a hablar con el yerno, que era quien conducía, para decirle que metiera también su ´vehículo en la cochera. Mientras tanto, su hija, que se había bajado del mismo, se acercó a saludarle, vio que el el primer yerno, su cuñado, había permanecido a la puerta de la cochera, mirándolos, y se acercó hasta él para darle dos besos, entrando a continuación en la casa, a saludar a su madre y la hermana.
Fidencio estaba muy complacido con lo que había visto. Su hija había ido a saludar al cuñado “enemigo”, lo cual era una muestra palpable de que la enemistad sólo existía entre ellos y, además, los dos habían sido muy puntuales. Para él, esto era un claro presagio de que todo iba a acabar bien.
Le indicó al yerno que había llegado en segundo lugar, cómo debía meter su automóvil en la cochera, y una vez que lo hizo, al bajarse del mismo, ya en el interior de la misma, se creó una situación bastante tensa: allí estaban ambos cuñados, a dos metros de distancia, mirándose entre sí, muy serios, sin dirigirse una palabra y sin hacer ademán de saludarse.
Al ver la escena, Fidencio decidió que aquello no podía esperar más; era hora de que “el pacificador” comenzara a realizar su cometido. Pensó que, si el problema real era exclusivamente entre hombres, y allí sólo estaban presentes ellos, era el momento idóneo para resolverlo; así que se dirigió a los dos en estos términos:

-        Estaría bien que os saludarais, pero no es necesario. Antes de entrar en casa, quiero deciros que estoy muy contento porque habéis aceptado venir, a sabiendas de que ibais a coincidir los dos. Yo eso lo valoro mucho. Sé que os va a costar mucho ahora, al principio, e imagino que no vais a empezar a hablaros sólo porque yo os lo diga; pero estoy convencido de que, en el futuro, volveréis a llevaros bien y a ser amigos como antes. Sólo os pido que pongáis algo de voluntad los dos.

Ambos yernos escucharon las palabras, que acababa de pronunciar Fidencio, en total silencio -en realidad, ninguno de los dos había abierto la boca desde el momento en que habían coincidido en el lugar-, y uno de ellos contestó:

-        Mira Fidencio, yo he venido por respeto a Domi y a ti, que sois mis suegros, y porque Ana (que era su mujer), me ha insistido mucho…pero olvídate de todo lo demás.

  El otro yerno, tampoco se quedó atrás y le dijo al suegro lo siguiente:
-        A mí me ocurre lo mismo, no quiero que pienses otra cosa.  He venido por vosotros dos, y por la insistencia de Raquel (la otra hija). La quiero mucho, no quería disgustarla y estoy aquí sólo por eso. Lo último que yo hubiera deseado hacer esta noche, sería cenar con el tonto este.

Cuando la palabra tonto salió a relucir, siendo españoles, es fácil suponer lo que ocurrió a continuación. Hubo palabras de grueso calibre por ambas partes, se escucharon voces e incluso intentaron agredirse ambos cuñados. Fidencio, que asistía atónito al intercambio dialéctico, se interpuso entre ellos para que no se alcanzaran y consiguió su objetivo, pues no se alcanzaron; además, la lid quedó muy equilibrada entre ambos ya que el pobre suegro se ganó un puñetazo de cada lado -es sabido que, si te interpones entre dos asnos, siempre acabas recibiendo coces-
Los yernos, al ver que le habían atizado al suegro es cuando se apaciguaron.
Al hombre que buscaba la paz, Fidencio, los golpes recibidos hicieron que, súbitamente, volviera a la realidad y todos los buenos deseos que había mantenido hasta entonces desaparecieran de sopetón. .Estuvo unos instantes en silencio, sin saber cómo reaccionar, y después explotó. Olvidó todo su pacifismo anterior, y tomó también los caminos de la guerra diciéndoles a los “púgiles”:
- ¡¡¡Sois unos imbéciles!!! ¡¡¡Cada cual, mayor!!! ¡¡¡Largaos de aquí!!! ¡¡¡Mis hijas pueden venir cuando quieran, pero a vosotros ni se os ocurra volver a mi casa!!!

       Excitadísimo, no sabiendo como actuar y al borde del infarto, Fidencio decidió abandonar el campo de batalla y alejarse de aquellos “gallos de pelea”, así que, desde la cochera, salió directamente a la calle, y se alejó de la casa.

      Si el reloj del ayuntamiento acababa de dar las once, ya había transcurrido una hora desde que ocurriera el incidente; exactamente, el tiempo que llevaba deambulando por las calles del pueblo sin un rumbo fijo. Debido a la hora, y a la celebración del día, no había llegado a cruzarse con nadie, cosa
A esas horas, no andaba nadie por la calle 
que agradeció.
      Suponía que al oír el jaleo, tanto Domi como sus hijas se habrían asomado a la cochera alarmadas a ver qué había pasado, y, cuando ellos se lo hubieran contado, no habrían demostrado extrañeza alguna por lo ocurrido. Estaba demostrado que, excepto él, todos los demás estaban convencidos de que el espíritu de la navidad, por sí solo, no sirve para solucionar conflictos.
     
      De pronto, oyó a sus espaldas llegar un automóvil que paró a unos veinte metros, y al volver la cara, para ver de quién se trataba, observó que de él bajaba una persona que le resultó muy familiar. El vehículo, a continuación, reinició su marcha y se alejó calle adelante; se trataba del coche de uno de sus yernos y la persona que había bajado de él era Domi, que se acercó hasta aquel caminante que andaba vagando por las calles del pueblo, sin saber a dónde ir.
 
      Ella, cuando se enteró de lo sucedido, muy práctica, reaccionó con mucha naturalidad. Desde el principio, estaba totalmente convencida de que aquello no podía terminar bien y sus previsiones, simplemente, se habían cumplido. Dividió la suculenta cena que había estado elaborando, a lo largo de toda la tarde, en tres partes; les dio una de ellas a cada una de sus hijas y les agradeció  infinitamente que hubieran hecho el esfuerzo de ir a verles; aclarándoles que todo lo sucedido había sido consecuencia del empeño personal de Fidencio y, por lo tanto, si había que encontrar un responsable de todo lo ocurrido,  era exclusivamente él; así que no debían sentirse mal, ni ellas ni ellos; aunque sería bueno que éstos, más adelante, se disculparan con el suegro. Por último, les pidió que, aunque aún faltaba mucho para las 24 horas, que era el límite establecido como tope para permanecer en el lugar, volvieran ya a sus casas; cosa que agradecieron mucho -ya habían tenido suficientes emociones aquella noche, y no querían estar allí presentes cuando volviera Fidencio- 

     Al llegar Domi a la altura del marido, se dirigió al mismo en estos términos:
-    ¡ Vamos a ver, calamidad!. ¿Ya te has convencido, de que lo que no puede ser, no puede ser?

Este la miro muy serio y le respondió con otra pregunta
-     ¿Es verdad que mi madre, siendo hijo único, decía que yo era el más torpe de sus hijos?

Cuando oyó la pregunta, Domi, a pesar de la gravedad de lo sucedido, y de que "no estaba el horno para bollos" , le entro la risa y respondió:
-     Era una broma, hombre.  Una madre nunca habla mal de un hijo.
-     No estoy yo tan seguro. Respondió Fidencio, que, tras los golpes recibidos, había comprobado cómo su bonhomanía, seriamente dañada, había sido sustituida por la triste realidad.. Hoy, si viviera mi madre, estoy convencido de que lo del hijo torpe sí lo diría.

3 comentarios:

  1. JA JA JA y más JA JA JAS
    ¡FELIZ NAVIDAD!, sin yernos , por si acaso...

    -Manolo-

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  2. Este hecho fue real,sucedió hace 3-4 años, un día de Nochebuena; aunque ocurrió en un pueblo lejos de nuestra comarca. Cuando uno es suegro, debe ejercer sólo el papel de suegro y ya está. Este hombre, lo sobrepasó y sus buenas intenciones ya viste cómo acabaron. ¡Feliz Navidad!

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  3. Interesante experiencia, un fuego si se aviva crece... ¡No se apaga, crece!
    FELIZ 2019

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