viernes, 30 de noviembre de 2018


La peña de los zorros


    El Catastro, es el organismo oficial que se encarga de identificar y registrar cada punto geográfico del país; con este fin, dentro del término municipal de cualquier pueblo o ciudad, distingue el casco urbano, donde cada casa, piso, local o solar están identificados con arreglo a la calle o plaza donde están ubicados, según su número, planta, letra…, y el campo, al que dicho organismo oficial divide en polígonos y parcelas, teniendo  asignado, cada uno de ellos/as un número concreto; de este modo, es posible tener identificada cualquier zona del territorio, por muy remota que sea.
   Esta nomenclatura del Catastro, a base de letras y números, es la que se emplea en los distintos trámites o documentos oficiales; pero, en el ámbito rural, le gente de los pueblos, para distinguir los distintos lugares que integran la superficie de cada término municipal, lo que utiliza son topónimos, una serie de nombres propios con los que nuestros antepasados, hace cientos de años, fueron bautizando con mayor o menor acierto, los distintos parajes de cada municipio. 
   En cada pueblo, se cuentan por docenas, e incluso por cientos, los topónimos que se emplean para denominar los distintos emplazamientos del término municipal, utilizándose para ello nombres muy variados, a veces bastante extraños, que casi siempre guardan relación con algún accidente o característica determinada del terreno al que aluden.
   Si un sitio recibe el nombre de Vasito del Perdigón o Vasito del Cuco, no cabe duda alguna de que en esos lugares hay un manantial, en una peña, con alguna pequeña oquedad, en el que bebían, y seguramente sigan bebiendo, perdices, cucos y supongo que el resto de la avifauna de la zona. Tampoco puede sorprender a nadie que reciban los nombres de La Tejeda o El Carrascal, lugares  donde abundan, o abundaban, respectivamente, los tejos  y  los carrascos (encinas), dos conocidas especies de árboles.

    Son conocidos como berruecos o barruecos, las peñas graníticas que emergen, aisladamente, sobre el terreno, tan comunes en nuestra comarca. La etimología del nombre de Barruecopardo proviene, precisamente, de un gran peñascal granítico  al que los lugareños llamamos El Castillo, ya que allí, en tiempos pretéritos, hubo una fortificación,  a cuyo alrededor está ubicado el casco urbano; pero en este pueblo, no solo hay una peña, hay infinidad de ellas, cada cual más pintoresca. Una de ellas fue la protagonista de esta historia.

   Esto ocurrió hace mucho tiempo, en tiempos de mi tatarabuelo; unos tiempos en los que, para poder calentarse, en otoño e invierno, había que tener abundante leña en casa ya que la calefacción, en el medio rural, era algo inexistente y combatíamos el frío con el calor de la lumbre en la cocina, con braseros de cisco en la mesa camilla y con caloríferos en la cama, empleándose como combustible ramas y troncos secos de roble y encina.

  Una mañana de otoño, se dirigía Crispín, un hombre de este pueblo, con su hijo de corta edad, al campo a cortar leña; iban caminando, y al llegar a la altura de Val de las Uces, uno de los valles del pueblo, en un prado cercano al mismo, oyeron unos ruidos extraños.
   Se asomó Crispín por encima de la pared de piedra que circundaba el prado y comprobó que los
Se asomó por encima de la pared
ruidos procedían del interior de una peña que había en el mismo. Ésta, presentaba una hendidura a media altura a través de la cual comunicaba con un hueco que había en su interior.
   Entraron el padre y el hijo en el prado, se acercaron a la peña y el primero se asomó a través de la hendidura para ver el interior de ésta, intentando descubrir el origen de aquellos ruidos tan extraños.
   El niño, debido a su corta edad, como no llegaba a la altura de la hendidura, contemplaba con gran curiosidad a su padre, esperando que este le comunicara qué podía haber en dicho lugar:
 - ¡Coño!, pero si hay cuatro zorros dentro de la peña…son muy chiquitos, le oyó decir.
- ¡Qué bien!, dijo el niño muy contento ¡Yo quiero verlos!  ¿Está la zorra?
 - No, contestó Crispín. Habrá ido por ahí, a cazar algo.
 - ¿Y si los cogemos?, sugirió el niño, que estaba encantado por el descubrimiento de los zorritos en el interior de la peña. 
 - ¡Vale!, respondió su progenitor, lo que pasa es que yo no puedo alcanzarlos, este agujero es estrecho para mí; aunque yo creo que tu sí cabes. Métete tú y me los vas dando de uno en uno.
    El muchacho, que estaba entusiasmado por el hallazgo, introdujo la cabeza y la mitad superior del cuerpo en la abertura de la peña con tanto ímpetu, que se quedó “empesgado” en el agujero. No podía avanzar, ni retroceder.
   - ¡Padre!, gritó el niño, desde el interior de la peña. ¡No puedo salir! No puedo ir ni “pa lante”, ni “pa tras”.
   - ¡Espera! Tiro de ti y ahora te saco, respondió éste.
   Agarró al muchacho por las piernas y, empleando toda la fuerza que pudo, intentó arrastrarlo hacia fuera
   - ¡Ay! ¡ay! ¡ay! Me haces mucho daño, no tires. Se quejo el muchacho.
  - ¡Esta sí que es buena!, exclamó el padre. ¿Y ahora qué hacemos? ¡Inténtalo tú solo, a ver si puedes salir! ¡Tira del cuerpo hacia afuera, con mucha fuerza!
   Pero no había manera. Ni “a la de una”, ni “a la de dos”, ni “a la de tres”, el muchacho estaba atascado en el agujero y no podía salir del mismo.  
   Crispín estuvo unos instantes mirando al pobre chico que, con medio cuerpo metido en el interior de la peña y el otro medio sobresaliendo en el exterior, había quedado atrapado, sin saber cómo poder
Peña de los Zorros
sacarlo de allí. Tras pensarlo un momento, creyó haber encontrado una solución y le dijo al niño, hablándole fuerte para que le oyera desde el interior de la peña
- ¡Mira hijo!, voy al pueblo a buscar gente para que me ayude a sacarte de ahí. Traeremos palancas, martillos, marras…lo que haga falta. Si es necesario romper la peña, la rompemos…porque ahí no te vas a quedar.  Tú, debes estar tranquilo hasta que volvamos, tardaremos lo menos posible. ¡Y no te salgas de ahí!, a ver si vamos a volver, te has salido, y ya no te encontramos, dijo el padre socarronamente.
   - ¡Cómo me voy a ir, si no puedo salir de aquí!, respondió el niño irritado, ya que la situación no estaba para gastar bromas.
   - ¡Escúchame!, continuó hablándole el padre. Tienes que estar muy sereno; yo, te lo repito, enseguida vuelvo con gente para que me ayude. Ya verás como no pasa nada. Lo peor que puede ocurrir es que vuelva la zorra antes que nosotros y al ver que estás en su camada queriendo cogerle las crías, te muerda “a base de bien”.
   Si viene, la notarás porque tiene el hocico muy frío. Ya lo dice el refrán: “no hay cosa más fría que el hocico de un perro o las manos de una tía”; así que ya lo sabes, si notas algo muy frío en la espalda, seguro que es la zorra. Si se da el caso, estarás perdido ¡Pero tú no pienses en eso y ten ánimo, que vuelvo pronto!
   - ¡Vale, date mucha prisa!, respondió el niño bastante atemorizado.
   El pobre muchacho, si ya estaba amedrentado por verse aprisionado en la hendidura de la peña, las últimas palabras que escuchó decir al padre, lejos de tranquilizarle le habían asustado más aún.
   - ¡Hasta luego, hijo!, se despidió su progenitor.  Sé valiente, que “de cobardes no hay nada escrito”.
   Crispín se alejó un poco del lugar, y al instante el muchacho empezó a llamarlo:
-   ¡Padre! ¿Estás ahí? ¿Ya te has ido? 
  Al comprobar que no contestaba nadie, una vez que estuvo seguro de que el padre se había marchado; del miedo que tenía, se puso a llorar desconsoladamente.
   Crispín, en realidad, no se había ido. Simplemente, se había alejado unos metros de allí. Pasado un buen rato, se acercó sigilosamente a la peña, aunque procurando que el niño oyese los pasos.
-     ¡¡¿Padre, eres tú?!!  ¡¡¿Padre, ya has vuelto?!!, preguntaba el muchacho, que estaba muy nervioso y   cada vez más acongojado (al tener la cabeza dentro de la peña no podía ver el exterior).
   El padre, en total silencio, se detuvo al lado de la peña, cogió “la machada” -el hacha- que llevaba para partir la leña, y con gran cuidado puso la parte metálica en la espalda del hijo. Éste, desde un primer momento, sospechaba que los pasos que había escuchado, acercándose a la peña, correspondían a la zorra; así que, al sentir aquella cosa fría en la espalda, creyó que se trataba del hocico de la raposa dispuesta a atacarle por haber invadido su camada.
  Sintió que se le ponían los “pelos de punta” de la impresión, gritó aterrorizado, y del miedo que tenía dio tal tirón con el cuerpo hacia fuera, que salió de la peña en la que había permanecido aprisionado, con gran facilidad.
   Al ganar la luz, en vez de ver a una terrorífica zorra enfurecida, presta a atacarle, a quien vio fue a su padre riéndose fuertemente.
- ¡Padre!... que miedo he pasado, dijo al verle, abrazándose fuertemente a él.
- Pues gracias al miedo has salido de la peña. Respondió éste
   Continuaron los dos su camino, muy contentos por haber podido resolver el entuerto, y el hijo, que iba muy pensativo, preguntó:
 - Padre, ¿cómo se te ocurrió lo de “la machada”?
 - Mira hijo, respondió éste, todo lo que entra por un sitio puede volver a salir de él, eso no lo dudes nunca. Yo estaba seguro de que, si habías metido la cabeza en la peña, podías sacarla de allí; solo tenía que buscar el modo de que lo hicieras y una de las fuerzas más poderosas del hombre es el miedo; a veces, cuando se tiene mucho miedo, uno es capaz de cosas increíbles. Yo solo tuve que emplear tu propio miedo y todo salió bien.
- Sí, pero ¿cómo se te ocurrió lo de la machada? Insistió el hijo.
- La necesidad…fue la necesidad. Ya lo dice el refrán: “Piensa más un necesitado que el mejor abogado”.


5 comentarios:

  1. Qué angustia, José; menos mal que el desenlace llegó pronto, pues me recordaba a algún sueño que más de una vez he tenido de sentirme atrapado en alguna oquedad, angostura, estrechez sin poder ir ni para adelante, ni para atrás. No sé qué interpretación tendrán esos sueños....
    De los topónimos y lugares de nuestros pueblos hay que decir que los hay muy curiosos. La Zarza no iba a ser menos. Fue un acierto desde el principio de la página, recopilar gran parte, casi todos los existentes hasta entonces; pues con la concentración parcelaria que vendría después, ha sucedido lo que suponíamos, que muchos de esos lugares desparecerían, pues las nuevas parcelas han roto, desdibujado paisajes, viejos caminos, lugares y topónimos, quedando engullidos en zonas más amplias, desapareciendo para siempre muchos lugares y topónimos de entonces.
    VER PARAJES DE LA ZARZA

    -Manolo-

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo de quedar atrapado en un sitio, del que no puedes escapar, es un sueño muy común, efectivamente. He estado leyendo los topónimos de la Zarza y, como bien dices, los recogiste a tiempo ya que debido a las concentraciones, caen en desuso. Aunque el nombre de algunos parece raro, todos tienen "su por qué" como los Tres Mojones, que suele coincidir con el límite, si no ahora, en alguna época anterior, de tres pueblos, o la Peña de la Vela con la presencia de alguna peña que guarda algún parecido, aunque sea lejano con una vela.
      Por cierto, estos dos, y alguno más, existen también en mi pueblo. Un saludo.

      Eliminar
  2. Pues hombre a ver... Pq es una historia, fábula, algo basado en hechos reales o una realidad, pero me parece un poco salvaje aunque efectivo en ese caso el método. Está claro que sí había riesgo de que fuese la zorra madre y le pudiese morder el culo, pues fue una forma rápida, pero está claro que eso dependiendo del niño que sea y la edad, puede acarrear traumas a largo plazo, por lo que sí se puede emplear otros métodos pues mejor, pq esta claro que si pudo sacar la cabeza, es que podía sacarla. A ver, es que yo que esperas que opine...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Se trata de una historia que contaba mi abuelo. Es irreal, no lo dudes. Yo, un día, me asomé por la hendidura de la peña -por supuesto, sin introducir la cabeza-, y allí no hay hueco suficiente para que críe zorra alguna. La moraleja del mismo es que no hay nada como la necesidad para que pensemos y actuemos las personas. Respecto a los traumas que antes teníamos los niños, nos los curaban nuestros padres aplicando, ellos mismos, terapias conductistas, (llámese algún guantazo que otro). Entonces, como apenas había psicólogos...

      Eliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar