miércoles, 31 de octubre de 2018


El itinerario de las almas


   La biología dice que son seres vivos aquellos que tienen la capacidad de nacer, crecer, reproducirse y morir, unas propiedades que, en la Naturaleza, poseen los animales y las plantas. Estos, al nacer, tienen unas expectativas de vida que son muy variables dependiendo de las distintas especies; mientras hay mosquitos que viven tan solo unos días – menos aún si nos pican y los pillamos-, algunas tortugas marinas y ballenas alcanzan una supervivencia que se aproxima a los 200 años; pero si buscamos récords de longevidad, donde los encontramos es en el reino vegetal, siendo las Secoyas Rojas quienes poseen el récord absoluto; algunas de estas espectaculares coníferas, que llegan a alcanzar los 100 metros, pueden a superar los 2.000 años. El problema que se plantea, para quien desee verlas, es que debe viajar hasta la costa oeste de Estados Unidos, que es donde se encuentran; por ello, si queremos ver árboles longevos más cercanos, pueden servirnos nuestros robles y encinas, cuya edad se contabiliza en centenares de años.  

   Independientemente de la mayor o menor supervivencia que alcanzamos los seres vivos, todos tenemos un inicio y un final -el nacimiento y la muerte-, el período tiempo que transcurre entre estos dos momentos tan importantes de nuestra existencia, es la vida.    
   Los humanos, como animales que somos -unos más que otros, eso sí-, tenemos las mismas propiedades biológicas que “nuestros hermanos”; sin embargo, hay algo que nos diferencia de ellos y es que, al ser racionales, como podemos pensar y razonar, somos conscientes de lo que es la vida y, lo que es más terrible, que esta tiene un final cuando llega la muerte; vivimos con la certeza de que estamos predestinados a morir, en un plazo de tiempo más o menos lejano, y esto es algo que no llevamos bien.
   
   Una de las grandes preguntas que se ha hecho el hombre, desde la más remota antigüedad, es qué pasa después de la muerte. Enfrentarse a ese trance, es algo que siempre nos ha creado una gran inquietud.
   Las distintas civilizaciones, siempre han intentado soslayar el hecho de la muerte negándose a admitir que ésta sea la meta final de nuestro camino, y todas, sin excepción, han coincidido en aceptar la idea de que, tras la muerte, existe “un más allá”, un mundo diferente al nuestro, el terrenal, al que vamos después de morir.
   Esta idea de considerar a la muerte, “simplemente”, como un tránsito hacia “el otro mundo”, ha permitido al hombre que, el hecho de enfrentarnos a ella, no resulte tan abrumador; no obstante, hay que reconocer que, aunque la humanidad lleva sobre la tierra varios miles de años, y han existido (y existen), innumerables teorías que intentan proporcionar respuestas a esta duda, ninguna de ellas ha podido ser demostrada -seguimos sin saber dónde está  físicamente "ese otro mundo"-  por lo tanto, para seguir hablando del tema, es preciso abandonar los caminos de la ciencia y entrar en el terreno de la fe; es en este contexto, y no en otro, donde cada cultura o religión ha tratado de resolver este dilema según sus propias creencias.

   En la Grecia clásica, hace aproximadamente 2.500 años, algunos filósofos como Pitágoras, Platón y Empédocles, intentaron explicar el asunto de la vida y la muerte afirmando que el hombre es la suma del cuerpo y del alma; una idea que, aunque la habían tomado de otras civilizaciones anteriores, ellos “perfeccionaron" y que, de un modo u otro, ha llegado hasta nuestros días. Ellos llegaron a esta conclusión:
   El cuerpo es el envase, la parte material u orgánica; si buscamos un símil con la informática, diríamos que es el hardware, y es mortal; mientras que el alma, ánima o espíritu, es la parte inmaterial de la persona -lo que determina que el hombre sea un ser racional-; vendría a ser el software, y es inmortal.
   Cuando un ser humano muere, no cabe discusión alguna con el destino del cuerpo; al tratarse de algo material, es incinerado o enterrado, la Naturaleza sigue su curso, y acaba convertido en polvo haciendo bueno el dicho de que “de un polvo vienes y, al final, en polvo te conviertes” (quizá no sea ésta, exactamente, la frase escrita en el Génesis, pero el sentido es el mismo)   
   El problema se plantea a la hora de buscar un destino al alma (Alma=espíritu=ánima). ¿Qué ocurre con el espíritu de las personas, cuando mueren?
   Los griegos creían que el espíritu de una persona, al morir, sufría una transmigración (reencarnación) de modo que al nacer otra persona, se incorporaba a ella. Sostenían que el alma era inmortal, sobrevivía a la muerte del cuerpo, y regresaba bajo otras formas.
   En este sentido, las diversas religiones han seguido caminos parecidos -en realidad, las ideas o creencias, como antes no existían los derechos de autor, han ido copiadas de unas religiones a  otras; por supuesto, cada una de ellas afirma que sus dogmas son los auténticos- y, de una u otra forma, todas prometen otro mundo -otra vida- en el más allá, marcando a los creyentes un camino a seguir, una serie de normas que deben cumplir, para poder alcanzarlo con garantías.

   La percepción que han tenido (y tienen) las distintas culturas, respecto al asunto de la muerte, coincide en lo fundamental: en la inmortalidad del alma y en la existencia de otro mundo tras la muerte; sin embargo, cada una de ellas le ha imprimido sus propias particularidades.

   Los nativos norteamericanos, cuando morían, estaban destinados a cabalgar por las Praderas del Gran Espíritu -supongo que los sioux debían imaginárselas llenas de bisontes para cazar y libres de rostros pálidos”-
 
   Los celtas, también creían en la existencia de dos mundos: el de los vivos -el nuestro-, y el de los muertos. La Fiesta de Halloween, que se celebra el 31 de octubre, tiene su origen en la tradición celta; ellos pensaban que ese día se abrían las puertas del otro mundo para que los espíritus pudieran volver a la Tierra a arreglar aquellos asuntos que hubieran dejado pendientes.
-La costumbre de disfrazarse de zombis, espantajos y demás lindezas, durante la noche de Halloween, parece tener su origen en la creencia del regreso, este día, de los espíritus a la Tierra. La gente, con sus disfraces, pretendía adoptar el mismo aspecto que ellos para evitar que les reconocieran-.

  Los vikingos, a su vez, tenían el Valhalla, la morada de los dioses. Éste era el destino de los guerreros que morían en batalla, al que eran conducidos por las Valkirias -imagino que el resto de los vikingos, aunque no murieran en combate, también tendrían sitio en el Valhalla, aunque fuese en lugares con menos glamour-.
 
 La gente de mi tribu (los de la zona noroeste de Salamanca), así como el resto de los cristianos, cuando la Parca viene a visitarnos, nuestras almas tienen como destino final el Cielo o Paraíso
-supongo que nuestro cielo, el Valhalla y los cielos de las otras religiones, deben estar colindantes y quedar todos en la misma zona-.    

   Los cristianos, tenemos razones suficientes para sentir envidia de los vikingos, ya que nos cuesta mucho más que a ellos llegar al Cielo: no tenemos bellas valkirias que nos enseñen el camino y, además, mientras que a ellos les bastaba morir en una batalla para ir hasta allí, nosotros necesitamos currárnoslo mucho si queremos que nos admitan en El Paraíso; para obtener este privilegio, estamos obligados a ser buenos a lo largo de toda la vida, y ¡eso es más difícil!
  
   Nuestra religión, que es la buena, en sus comienzos, también admitía la reencarnación de las almas, tal como pensaban los antiguos griegos, pero había algunos aspectos que no quedaban demasiado claros: Si uno era muy malo, la persona en quien se reencarnaba su alma, cuando moría,  ¿iba a ser malo también?; si en una época determinada había más recién nacidos que almas en uso ¿los sobrantes se quedaban sin alma?, y si sucedía lo contrario y había más almas que recién nacidos, ¿en qué lugar se almacenaban éstas?      
   Estas y otras preguntas, relacionadas con la transmigración de las almas, carecían de respuestas convincentes y esto creaba una gran confusión; por ello, un Papa, creo que fue en el siglo VI, decidió que eso de que las almas se reencarnaran en otras personas no molaba mucho, determinando que, a partir de ese momento, cada uno de nosotros, cuando viniéramos al mundo, lo haríamos con un alma de nueva generación. 
   Entonces, si al nacer venimos al mundo con un alma nueva; al morir, ¿cuál es el destino de las almas viejas…las de los difuntos?

    Cuando era niño, mi catequista, que sabía mucho de estas cosas,  nos contaba lo siguiente: las almas de los malos van de patitas al Infierno, las de los buenos -aquellos que tienen un expediente impecable-, van derechitas al Paraíso (Cielo), y las de los regulares (los que son buenos y malos a tiempo parcial) van al Purgatorio, que es un lugar de tránsito, donde las ánimas deben permanecer un tiempo, purgando sus pecados, para poder entrar en el cielo. Vendría a ser un lugar para el reciclado de almas.

   (Nota: Hasta que fui adulto, mi existencia era muy triste; desde pequeño, siempre me habían dicho que, para alcanzar el Paraíso, era condición “sine qua non” tener que morir y esto no me hacía especial ilusión; sin embargo, un día descubrí que hay otro paraíso aquí en la tierra, concretamente, ¡en nuestra comarca! y mi vida cambió. ¡Es fantástico! Puedo ir al Paraíso, siempre que quiero, sin
necesidad de morirme; es un sitio muy recomendable, y desplazarse hasta allí es muy fácil pues se puede   llegar en coche hasta la misma puerta. Si alguien quiere ir a pasar un rato al Paraíso, sólo tiene que acercarse a Aldeadávila: La “Cafetería restaurante El Paraíso” es uno de los bares más emblemáticos de ese pueblo.

   Volviendo a las ánimas; cuando alguien muere, el espíritu debe abandonar el cuerpo y emprender el camino hacia el cielo; pero, en ocasiones, muchas almas, al ser inmortales, no son conscientes de que el cuerpo que las albergaba ha perdido su vitalidad, desconocen que tienen que abandonarlo y, por eso, hay que echarles una mano.
  En algunos pueblos de Salamanca, la familia del fallecido, para ayudar a que su alma abandonase el cuerpo, a veces colocaba encima del pecho del finado una taza con sal y pimienta. Esto lo pude ver, una vez, en la década de 1980, en un pueblo de la zona de Béjar (entonces los velatorios se realizaban en el domicilio del difunto).
  Había fallecido un hombre, y al preguntarle a la esposa el objetivo de colocar el recipiente sobre el difunto, me respondió que siempre se había hecho así y que debía permanecer allí unas horas para ayudar a que el alma abandonara el cuerpo y así pudiera ir al cielo.
   Yo desconocía que las ánimas tuvieran tanta aprensión por la sal y la pimienta, pero si la mujer lo decía…
  
   En lo tocante a las almas, uno de los recuerdos que guardo de la infancia, en mi pueblo, tuvo lugar en un velatorio. Una mujer, que había enviudado hacía poco tiempo, me dejó muy sorprendido cuando se acercó al ataúd del fallecido y le habló así a su ocupante:
-      Le dices a ***** (su marido fallecido) que hemos ganado el juicio y que tenía toda la razón…ya verás lo contento que se va a poner cuando lo sepa (La mujer se refería a un proceso judicial por una herencia ¡cómo no!)
 A aquel muerto, no recuerdo que le hubieran puesto una taza con sal y pimienta en el pecho, así que es muy posible que el espíritu aún permaneciera por allí y escuchara el recado.  
   Los tiempos cambian y hoy, posiblemente, si se desarrollara una escena similar, la familia de la viuda la llevaría, a la mayor brevedad posible, al psiquiatra; pues tendrían serias dudas de que la mujer tuviera sus facultades mentales en orden; sin embargo, en aquella época, y, sobre todo, en tiempos anteriores, la gente vivía plenamente convencida de que el otro mundo debía ser bastante similar a éste -un lugar de compadreo- y por eso, aquella viuda consideraba que era muy normal enviar al marido un recado, a través del espíritu del muerto.
  Los presentes en el velatorio, que contemplaron la escena de la mujer dando su encargo al fallecido, apenas hicieron comentario alguno; hablar con el espíritu de los muertos, había sido una práctica habitual hasta entonces y no debió resultarles demasiado extraño.
   También era muy común que los viudos/as, los días posteriores a la defunción, se acercaran al cementerio y, situándose ante la tumba del cónyuge difunto, mantuvieran conversaciones con él -unos monólogos, evidentemente- contándole los avatares de su vida diaria, convencidos de que el finado seguía escuchándole. Si algún día se encontraban el cementerio cerrado, no tenían inconveniente en contarle sus cosas desde la puerta del camposanto, a veces, en voz alta para que pudiera escucharle desde la tumba.
   Era su forma de entender que, como el alma del difunto era inmortal, aún debía andar por allí viéndole y escuchándole; se resistían a pensar que una persona, a la que has querido y con la que has convivido durante mucho tiempo, se hubiera ido para siempre.
 
   Continuando con el itinerario de las ánimas; al abandonar el cuerpo, como todo el mundo considera de sí mismo que es razonablemente bueno, la primera intención de su alma siempre es tomar el camino del cielo -no creo que a nadie se le ocurra ir al infierno voluntariamente-, y, una vez en las puertas del Paraíso, son recibidas por unos operarios que se ocupan de hacer la selección de las almas que llegan hasta allí, adjudicando los destinos -aunque San Pedro es conocido, vulgarmente, como el portero del lugar; en realidad es el Jefe de Admisión-. 
    Aquello debe ser muy similar a los exámenes de selectividad para entrar en una universidad pública española. Los malos -los peores de cada clase- son enviados directamente al Infierno (quedan  descartados para siempre); a los mejores -los números uno de cada promoción- se les franquean las puertas para entrar en el Cielo, tras darles las normas de vida y convivencia en ese lugar, y el resto -los regulares- son remitidos al Purgatorio, donde deben purgar sus pecados para poder entrar en el cielo (necesitan  una buena preparación con el fin de poder entrar en una segunda convocatoria).
 (La duda que me queda es adónde van los ateos, ya que, si no creen en Dios ni en el Paraíso, allí no pueden ir…aunque ellos se lo pierden ¡no haber sido ateo!)
  
   Los viajes que tienen que seguir los espíritus, hacia el “más allá” deben ser muy complicados;  estas rutas no están incluidas en los programas de los GPS y, además, tampoco tenemos valkirias que nos guíen, por lo que el camino hacia el Cielo sospecho que, muchas veces, debe ser muy similar a lo que sucede en invierno, en una autopista española, cuando nieva… un auténtico caos.
   Como ya expliqué antes, las almas, como son inmortales, al morir el cuerpo que las ha albergado, algunas se despistan, no se dan cuenta de que éste último ha llegado al final de sus días, y desconocen que tienen que iniciar su viaje permaneciendo por aquí, perdidas, algún tiempo; otras, en cambio, se dan cuenta del deceso e inician el viaje, pero, a pesar de poner voluntad, se pierden por el camino y vuelven a sus orígenes haciendo honor al refrán de  que “más vale lo malo conocido que…”  
   Existe aún un tercer grupo de almas, las más listas, que saben cuándo abandonar el cuerpo, inician su viaje en el momento oportuno, y llegan al Cielo en un periquete; claro que a estas no vamos a verlas nunca por aquí y, por eso, hoy no toca hablar de ellas.
 
   Los espíritus que no alcanzan los espacios celestes, se quedan por aquí pululando a nuestro alrededor; aunque, por suerte, son invisibles para nosotros. Hay personas que, en ocasiones, afirman haberlos sentido, e incluso insisten en haber visto alguno en forma de fantasmas -estadísticamente, está comprobado que quienes más ánimas ven, son aquellos que están pasados de cubatas- Yo, por mi parte, también reconozco haberme cruzado con más de un fantasma, pero de carne y hueso.

   Las ánimas que permanecen en La Tierra, tienden a concentrarse en determinados lugares como son las proximidades de los cementerios y los pueblos abandonados; estos, pueden haber sido
abandonados por los cuerpos, pero no ocurre lo mismo con las almas; por ello, cuando lleguemos a un sitio y no veamos a nadie, no debemos decir alegremente: ¡aquí no hay ni un alma!, porque seguramente no estemos acertados.

   La tradición, también dice que se acercan en gran número, a los pueblos y ciudades, durante la Noche de los Difuntos (madrugada del 2 de noviembre); ese día, deben sentir nostalgia y pretenden regresar a sus antiguos domicilios.  
   En tiempos pasados, cuando no había coches y la gente viajaba a lomos de caballerías o caminando; los viajeros, esa noche, evitaban a toda costa deambular por los caminos después del oscurecer, ya que las ánimas, aunque son invisibles, hay determinadas fechas en las que pueden hacerse visibles, dando unos sustos tremendos, y esa noche es una de ellas.
  El peligro que corrían los caminantes, la Noche de los Difuntos, deambulando por los caminos, envueltos en una oscuridad que ese día era particularmente espectral, no era figurado…era real. Se cuentan terribles historias de personas que, por despiste, u obligadas por las circunstancias, habían tenido que desplazarse, de una  a otra población, esa noche, que aparecieron muertas en la mañana siguiente, en el medio del camino, por “causas desconocidas”; sin embargo, nadie albergaba duda alguna de que esta muerte había sido causada por las ánimas. Ellas, no es que intervinieran directamente en tales óbitos, lo hacían indirectamente ya que la causa de su muerte era el miedo que sentían hacia ellas.  
   Ese mismo día, era costumbre que, en los campanarios de pueblos y ciudades, durante toda la noche, hasta el amanecer, estuviese sonando una campana entonando el lúgubre toque de difuntos; además, en todas las casas, debía permanecer un cirio encendido, no sólo durante la noche, sino las 24 horas, del día.

    No hay un acuerdo unánime en cuanto al significado de las campanadas sonando durante la Noche de Difuntos, ni el cirio encendido; en este aspecto, las opiniones son muy diferentes.
   Los más piadosos, opinan que el sonido de las campanas y la luz de los cirios en las casas, servía para orientar, en esa noche tan especial, a las almas perdidas. Como cada campana tiene un sonido único, diferente a las demás, las ánimas reconocían el son de la de pueblo y, gracias a ello, sabían a qué lugar debían dirigirse; en cuanto a las luces de los cirios, en las casas, servirían para que se orientaran y pudieran regresar aquella noche a sus antiguos hogares.
   Otros, en cambio, sostienen que el objetivo del tañido de las campanas, aquella noche, lejos de tener un fin piadoso, era para ahuyentar a las ánimas, evitando, de este modo, que se acercaran a los pueblos para que no asustaran al personal. Respecto a las llamas de los cirios, tendrían como misión dar luz para combatir el miedo innato que los humanos tenemos a la oscuridad; esa noche en especial, con tanta alma en pena pululando a nuestro alrededor, cuando aún no había luz eléctrica, como el ambiente de las casas era especialmente tenebroso. era necesario mantener una luz encendida con un fin protector ya que, como las ánimas prefieren la oscuridad, evitaban así que se acercaran a los hogares.
  A quienes son partidarios de esta segunda opinión, lejos de inspirar piedad, lo que producen las ánimas es pavor y por ello, consideran que es necesario protegerse de ellas, coincidiendo con el miedo de los celtas a los espíritus durante la noche de Halloween, ¿pura casualidad?... ¡de ningún modo!; el hecho de que la fiesta de Halloween y la de los Difuntos estén tan próximas en el calendario, no es casual.
   Del mismo modo que sucede con otras fiestas paganas anteriores al cristianismo, el Papa correspondiente, un día decidió cristianizar la fiesta y, con este fin, el Día de los Difuntos, que originariamente se celebraba en otras fechas, creo que en de mayo, pasó a realizarse también en noviembre, al día siguiente de la fiesta celta.
 
  Si consideramos que las almas perdidas, las “de por aquí” son invisibles, resulta difícil entender cómo es posible que se las tuviera tan presentes y se les guardara tanto respeto (miedo más bien) , especialmente en tiempos pasados; de todos modos,  es mejor que sigan siendo invisibles, pues, cuando una persona llega a verlas, significa que el final de sus días está muy próximo -son tan consideradas, que vienen a avisarnos de que falta poco para que les hagamos compañía, y de que es el momento de poner los papeles al día y así evitar problemas con Hacienda a los herederos-
  
   En algunas ocasiones, a lo largo de todo el año, sin quedar circunscrito a esta fecha, también es posible ver grupos de ánimas caminando en procesión; éstas, van deambulando en hileras de dos, sin un rumbo determinado, portando hachones (o velas). Cuando alguna persona tiene la desgracia de cruzarse con una de estas procesiones de ánimas, es señal inequívoca de que alguien próximo va a morir pronto; el espectador que se cruza con el cortejo, además, corre un gran peligro ya que, a veces, una fuerza irresistible le lleva a acompañar a la comitiva y no vuelve a saberse más de él
   -Es preciso aclarar que no todo el mundo está “cualificado” para poder encontrarse con estas comitivas de ánimas, es condición indispensable estar solo en medio del campo, tiene que ser de noche y, además, debe tener mucho miedo. La verdad es que la gente que ve extraterrestres, ovnis, fantasmas, animas…, en todos ellos, se repiten los mismos patrones-
  A esta comitiva nocturna de ánimas en pena, nuestros antepasados la conocían como “La Huesteda”; así al menos es como me lo enseñaron a mí; sin embargo, en cada zona recibe nombres distintos.
   Esta tradición, la procesión de ánimas perdidas,  es poco conocida en nuestra comarca, al contrario de lo que sucede en Galicia, donde las costumbres relacionadas con la muerte se han mantenido “muy vivas” hasta nuestros días; allí, esta comitiva de ánimas es muy popular y la conocen como “La Santa Compaña” (En el norte de  Portugal, también hay comitivas nocturnas de ánimas en pena paseando por allí, siendo conocidas como "Procissão das Almas" , lo cual es una muestra más de que la tradición no entiende de fronteras). 
   La duda que tengo es si las comitivas son distintas, y en cada lugar hay una, o bien, se trata siempre de la misma que anda recorriendo todo el país.
   Conocí a una persona que afirmaba haberse cruzado, en una ocasión, con “La Huesteda”. Por supuesto, las condiciones requeridas, para que esto sucediera, se cumplían en su totalidad: ocurrió en el campo, era de noche y se encontraba solo.
   Diodoro, el protagonista del suceso, me lo contó siendo ya mayor y situó la acción en la primera mitad del siglo pasado, cuando era un jovenzuelo bien parecido. Resulta que “hablaba” con una chica de un pueblo vecino y, entonces, como apenas había carreteras, los pueblos estaban unidos por caminos de herradura; obviamente, apenas había coches por estos lares.
  Era domingo y Diodoro había ido al pueblo de la novia para pasar la tarde con ella; al oscurecer, volvía de regreso a su pueblo subido en su burro y se encontraba muy cansado; iba quedándose dormido sobre el animal y, para evitar que le venciera el sueño y caerse del asno, decidió parar a descansar un rato; se apartó del camino, entró en un prado, colocó sobre la hierba una manta que llevaba, y se dispuso a echar una cabezadita.
   No supo determinar el tiempo que estuvo dormido, pero era ya noche cerrada cuando su sueño fue interrumpido por un fuerte olor a cera y el ruido de unos pasos -si eran ánimas, unos entes inmateriales, no entiendo lo de los pasos, pero él lo contaba así y ¡cómo iba yo a discutírselo!-  Desde la posición de tumbado en la que se encontraba, vio cómo una procesión de almas en pena, lentamente, en total silencio, pasaba ante su aterrorizada mirada.  Permaneció en el suelo, como hipnotizado, sin poder moverse del lugar, mientras la procesión seguía su camino, alejándose de allí, y volvió a quedar sumido en un profundo sueño del que se despertó al amanecer del nuevo día, sin tener la certeza de que lo ocurrido hubiera sido una pesadilla o algo real.
   Lo que había visto nuestro paisano, aquella noche ¿era, realmente, “La Huesteda”? Él afirmaba que sí, pues lo recordaba todo nítidamente y, a los pocos días, un paisano del pueblo -muy viejo eso sí- murió, y como estas procesiones, cuando aparecen, lo hacen para anunciar la muerte de alguien cercano...

    Freud, un célebre psicoanalista austriaco, intentando poner algo de raciocinio a estas cuestiones, llegó a la conclusión de que las religiones tienen su origen, precisamente, en el terror que la gente tiene a la muerte. Él consideraba que las distintas creencias, para intentar paliar el miedo del hombre a lo desconocido, han inventado auténticas fábulas ofreciéndonos la “certeza” de que hay algo más allá de este mundo terrenal. Cada una de ellas, partiendo de la premisa de ser la auténtica, para que sus seguidores puedan acceder a “ese lugar”, ha establecido una serie de normas o dogmas a seguir, acorde a sus creencias, que les sirven de guía para poder alcanzarlo.       
  
   Independiente de que uno tenga o no tenga fe, y de lo que pensara Freud del asunto, la muerte no es ninguna fábula, es una realidad, un hecho inevitable y además necesario -¿a alguien le gustaría ser inmortal en un cuerpo cada vez más viejo y lleno de males?-

   Saber que todos tenemos un final, y que éste puede estar “a la vuelta de cualquier esquina”, debería servirnos, no para vivir amargados pensando continuamente que nuestro fin puede llegar en cualquier momento, sino para apreciar nuestra existencia en su justo valor, considerando que la vida es algo maravilloso y que debemos vivirla plenamente, siendo conscientes de que cada día que vivimos es irrepetible.
   El tiempo que dure nuestra vida no depende de nosotros; en cambio, la forma en que lo  hagamos sí que está en nuestras manos.

                              Siempre mueren los mejores, dicen de uno cuando muere. Yo, como no
                              he muerto aún, debo ser de los peores. Pero me alegro de ello (Mark Twain)


4 comentarios:

  1. Muy, muy buena, divertida y documentada tu lección de hoy sobre almas, muertos, vivos, difuntos ánimas, paraísos, purgatorios, infiernos, …y muy oportuna, también, para los días que estamos. Durante la lectura, he hecho varios paréntesis, pues me venían recuerdos y ambiente de mi niñez en La Zarza , con el catafalco, (tumba) que se montaba en medio de la iglesia y responsos ante el mismo, etc. la noche (toda la noche) oyendo el “din”…”don”, de las campañas, tocando a muerto. Recuerdos tristes y lúgubres, que luego siguiendo con la lectura de tu relato, volvía la alegría con tus descripciones sobre distintas creencias y cstumbres de ayer y halloweens de hoy.
    ¡FELIZ DIA DE DIFUNTOS O HALLOWEEN O QUE LA SANTA COMPAÑA TE ACOMPAÑE O TE SEA LEVE!

    -Manolo-

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. En nuestra niñez, los norteamericanos, los de USA (vamos de perdonar a los canadienses) aún no habían colonizado el mundo, culturalmente, y pudimos conocer y vivir, nuestras costumbres, pero hoy día, las fiestas de Halloween, otro carnaval, ha venido a sustituirlas. Mi abuelo, siempre que alguien moría y decían la gente lo bueno que había sido, decía : "Dios nos libre del día de las alabanzas", y tenía toda la razón, hemos de intentar vivir lo mejor posible mientras estemos por aquí. Manolo, espero que tarden mucho en alabarte de ese modo

    ResponderEliminar
  4. Sí, sí, José: ”Que Dios nos libre del día de las alabanzas”, pero ese día llegará aunque no sea precisamente de alabanzas; no nos vamos a librar.
    Los sabios clásicos dijeron:
    “La muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo ya no estoy”.... POS ESO

    -Manolo-

    ResponderEliminar