miércoles, 5 de septiembre de 2018


Historias del contrabando (III)

Un “Cuculumbrero” no era


   Ubaldo, desde la orilla del Duero hasta el pueblo, tenía un largo camino por recorrer, unos 4 km., aproximadamente, siguiendo un itinerario bastante complicado ya que se encontraba en la parte baja de los arrribes del río.
  Conocemos por Arribes, al terreno que circunda los ríos de nuestra comarca. Estos, durante millones de años, han ido erosionado el terreno conformando unos profundos cañones de gran pendiente en cuyo fondo discurren las corrientes fluviales; éstas depresiones del terreno, en algunos sitios, están formadas por barrancos con paredes verticales de gran altura superando en algunos sitios los 300 m. de caída libre; en aquellos lugares donde no hay barrancos, el terreno ofrece unos desniveles más suaves, pero siempre con una gran pendiente.
   La gran depresión del terreno existente, entre la meseta y la orilla del río, determina que la ladera del Duero presente unos grandes desniveles y, consecuentemente,  que los caminos que la recorren tengan interminables subidas (o bajadas, dependiendo del sentido de la marcha), rampas, repechos, cortados…para salvar la pendiente; esto supone una gran dificultad para el caminante que transita por ellos, que se ve obligado a realizar un esfuerzo considerable para superar las dificultades del terreno; en ocasiones, los caminos sólo son estrechos senderos y veredas y si a ello sumamos que los contrabandistas, muchas veces, recorrían los mismos a la luz de la luna, podemos hacernos una clara idea de lo complicada que era la labor de aquellos hombres.    

   La dificultad del camino era algo que Ubaldo ya tenía asumido y no le suponía problema alguno,  estaba en buena forma física, conocía perfectamente los vericuetos del terreno y, precisamente por eso, había sido elegido por su maestro como aprendiz de contrabandista (aparte de ser un enchufado, pues para eso eran cuñados).
   Si aquella noche la luna hubiese estado en fase de luna nueva, en vez de luna llena, y Ubaldo hubiese mirado en algún momento el firmamento, habría podido ver la bóveda celeste llena de estrellas con las constelaciones propias de la estación: Vía Láctea, las Osas Mayor y Menor, Casiopea, El Dragón, Perseo, Andrómeda...; a los planetas Venus y Marte y, con suerte, alguna estrella fugaz…un espectáculo nocturno que habría hecho las delicias de cualquier aficionado a la astronomía; pero él no estaba allí para ver espectáculos estelares sino por asuntos terrenales y  avanzaba mirando continuamente el suelo para evitar dar un traspiés y caerse. 
   Era medianoche y calculaba que, al paso que llevaba, el recorrido hasta el pueblo le llevaría  cerca de cuatro horas; una vez allí, descargaría la mercancía y, si todo iba bien, antes de 5 horas, con la satisfacción del deber cumplido, estaría durmiendo y soñando con los angelitos; eso, si no tenía la mala fortuna de encontrarse con la Guardia Civil, porque entonces...
   Una vez iniciada la ruta, avanzaba despacio tirando suavemente del rabero del mulo y éste le seguía dócilmente; el primer tramo del camino era el más dificultoso, el terreno era bastante irregular y con muchos repechos; pero, tras dos horas de marcha, ya había logrado superarlo.    
   Aunque algo fatigado, estaba satisfecho por lo bien que iba discurriendo todo; la temperatura de la noche estival era agradable, durante su marcha iba escuchando el canto insistente de los grillos junto al ulular lejano de algún ave nocturna, y el mulo iba con la carga, tras él. con paso seguro, como si lo que hacer caminatas nocturnas fuese algo habitual. 
  Con la mejoría del terreno, ya no era necesario ir tan pendiente del suelo que pisaba y su mente se entretuvo en pensar en el dinero que recibiría por el trabajo que estaba realizando, en el que le pagarían por los próximos viajes que haría, hasta que el maestro se recuperara, y en lo bien que le vendría la pasta. Estos pensamientos hicieron que le mejorara el ánimo y hasta le entraron ganas de cantar, pero se contuvo; alguien que debe pasar desapercibido, no puede hacerlo a las dos de la mañana. aunque esté en el campo.    
   Se encontraba ya próximo a una calleja bordeada por paredes de piedra, tan comunes en nuestra zona, que   le facilitaría mucho el camino y, como estaba algo cansado, al llegar al comienzo de la misma, decidió que era un buen momento para descansar. Encontró una piedra plana sobre la que se sentó y dejó al mulo suelto para que
Calleja bordeada de paredes de piedra
descansara también.
 Tras una corta pausa, decidió continuar la ruta y se adentró en la calleja; con la mejoría del firme y la referencia de las paredes a ambos lados, logró avanzar más deprisa.
  Aquella noche, el cielo estaba totalmente despejado y los rayos lunares permitían una aceptable visión del terreno más cercano; pero, unos metros más allá, ésta era muy limitada resultando imposible vislumbrar, con claridad, lo que había alrededor. Sólo era posible percibir un paisaje nocturno de tonos claro oscuros, conformado por bultos y sombras.
 
   Hasta ese momento, Ubaldo sólo se había preocupado en superar las dificultades propias del camino, y estaba tranquilo; como el pueblo aún quedaba lejos, sabía que hasta allí las posibilidades de ser pillado por la autoridad eran mínimas; sin embargo, éstas irían aumentando a medida que se fuera acercando al destino. Cuando estos pensamientos ocuparon su mente se intranquilizó un poco; hasta entonces, ni siquiera había barajado la posibilidad de que le cogiesen con el alijo de tabaco
  Era consciente de que la guardia civil, aunque vigilaba habitualmente las carreteras y los sitios próximos al pueblo,no se limitaba siempre a ello; en algunas ocasiones, también se adentraba en los caminos y por ello no podía descartar la posibilidad de poder encontrársela en cualquier lado.
  Tras hacer este razonamiento, comenzó a sentir algo de desasosiego; inconscientemente, fue disminuyendo la velocidad de su paso y acabó deteniéndose, algo que también hizo el mulo. Permaneció unos minutos quieto, reconsiderando la situación, respiró profundamente intentando tranquilizarse y, tras meditarlo un poco, determinó que no era momento para vacilaciones; lo que estaba haciendo ya no tenía vuelta atrás y la única alternativa que le quedaba era seguir hacia delante.
  Reanudó su camino, el mulo obedientemente le siguió y, tras haber avanzado un corto trayecto, percibió al lado de una de las paredes que bordeaban la calleja, dos bultos que le parecieron sospechosos  y, con el consiguiente susto, volvió a detenerse.  
  Demasiado sencillo estaba resultando todo, pensaba Ubaldo; la entrega de la mercancía, la subida desde el río hasta ese punto, lo contento que iba, pensando en el dinero que iba a ganar por este trabajo; evidentemente, había pecado de optimista ¿cómo no había pensado en la posibilidad de tener un encontronazo en el camino con la autoridad? ¿Y si resultaba que aquellos dos bultos sospechosos al lado de una pared, eran dos guardias al acecho de algún pringado, como él?
   Le entró un gran nerviosismo, sintió que el corazón se le aceleraba dentro del pecho y reconoció que estaba a punto de sufrir un ataque de pánico.
   Allí parado, en medio de la calleja, a pesar de que había una hermosa “lua cheia” como dicen los portugueses, por mucho que intentara aguzar la vista, la claridad ambiental era insuficiente para ver con nitidez la zona donde sospechaba que la patrulla se encontraba vigilando el camino.
  Permaneció unos minutos quieto y, tras comprobar que las sombras sospechosas no se movían, se serenó un poco; el sentido común le llevó a pensar que, como “de noche todos los gatos son pardos” y era su primer viaje, lo único que estaba ocurriendo es que, aquella noche, no es que fueran pardos, sino que  él lo veía todo muy negro, y que lo único que estaba pasando era, simplemente, que tenía miedo escénico.
   Lo lógico era que aquellas cosas oscuras y sospechosas, que sobresalían sobre la pared, fueran unas matas de zarzales u otro tipo de arbusto; porque, pensándolo bien ¿qué iban a hacer dos guardias civiles, allí perdidos, en el campo, en la mitad de la nada, al lado de un muro de piedras?
  Tras llegar a esta conclusión, se convenció a si mismo que sólo era una falsa alarma y esto le tranquilizó; pero allí seguía habiendo algo y, fuera lo que fuese, personas o elementos inanimados, a aquella distancia era imposible distinguir de qué se trataba.
   Nuestro becario contrabandista, aún estuvo un rato más en la calleja detenido sin saber cómo actuar, mientras que el mulo le miraba inquisitivamente, como si quisiera invitarle a que se moviera ya que, al fin y al cabo, quien llevaba la carga era él y no su dueño.
  Ubaldo intentó imaginar qué habría hecho su maestro en semejante circunstancia y no recordaba que Ezequiel le hubiese dicho nada sobre estos aspectos del oficio -seguramente, no lo había hecho para evitar que se asustara innecesariamente -, al no saber cómo proceder, tuvo que improvisar.
   Retrocedió unos metros por la calleja, metió el mulo en un prado, lo ató por el rabero a un árbol, volvió sobre sus pasos y avanzó hasta la zona conflictiva; si eran guardias civiles quienes estaban allí, la verdad es que iban a sorprenderse: un paisano, paseando sólo, de madrugada, tan lejos del pueblo, resultaba, si cabe, más sospechoso aún que un contrabandista con su alijo, pero no se le ocurrió otra cosa.
   Al llegar a la zona sospechosa pudo comprobar que los bultos que sobresalían sobre la pared sólo eran unas matas de zarzales y no cabezas de personas, sintió un gran alivio por ello y decidió proseguir su camino.
   Tras recoger la caballería, una vez reanudada la marcha, consiguió avanzar a buen paso  pero, tras haber caminado unos quince minutos, se llevó un nuevo sobresalto - Si hubiera leído el horóscopo, seguramente, éste, le hubiera informado que no era un buen día para los negocios y hubiera acertado, porque  aquella noche no ganaba para sustos- 
   A lo lejos, calleja adelante, se veía una luz por encima de las paredes; aunque, por suerte, estaba muy distante; fue entonces cuando reconoció que Ezequiel tenía razón cuando le dijo que no debía encender la linterna durante el trayecto,salvo extrema necesidad, porque podrían verle a gran distancia.
   Si allí adelante había gente con linternas, y no tenían inconveniente alguno en ser vistos, sólo podía ser la autoridad que estaba vigilando el camino; esto es lo que pensó Ubaldo, al ver aquella luz, y ahora sí llegó al convencimiento de que el peligro era real.
  Maldijo a su mujer y a Ezequiel por haberle convencido para que aceptara "el trabajo” y, sobre todo, se maldijo a sí mismo por haberse dejado convencer, dando lugar a que se hallara en esa situación, preguntándose que qué pintaba allí, en plena noche, en aquella calleja, con el mulo cargado con un alijo de tabaco, en vez de estar en la cama, tan a gusto...y todo por ganar algo de dinero.
   Para ser feliz, hacen falta pocas cosas: salud, dinero suficiente para vivir con desahogo, tener cerca a alguien a quien querer y que te corresponda, un trabajo que sea de tu gusto, y poco más. Si tienes eso, ganar más dinero contribuye muy poco para ser más feliz (Todo ello pensaba Ubaldo en ese momento, y es que uno se vuelve muy filosófico ante las situaciones más insospechadas)

   Afortunadamente, la luz que veía estaba lejos y, gracias a la distancia que les separaba, no podían verle a él. Alguien dijo: “si un día te encuentras en un callejón sin salida, no te quedes allí, sal por donde entraste” . Eso es lo que tuvo que hacer Ubaldo; como no podía avanzar, decidió retroceder sobre sus pasos por la calleja abajo, con la intención de buscar una ruta alternativa; aún quedaba mucha noche por delante para llegar al pueblo.
   El lado positivo del asunto era que ya sabía dónde se encontraba la patrulla de la benemérita, vigilando y, “si estaba allí…no podía estar en otro lado” -está visto que, para pensar con lógica, no hace falta ir a la universidad-
   Desanduvo el camino hasta el sitio donde se iniciaba la calleja, una vez allí, consideró que ya estaba lo suficientemente de lejos de la luz y decidió descansar un rato sentándose sobre la misma piedra que antes había usado para el mismo fin. Dejó suelto al mulo que permaneció quieto, a su lado, y se puso a planificar la nueva ruta que iba a tomar. 
   De pronto, el silencio de la noche quedó roto por un fuerte ruido entre la maleza, a escasa distancia  de donde se encontraban él y el mulo descansando.
   Es curioso comprobar cómo, cada uno de nosotros, ante un mismo hecho, reaccionamos de forma tan distinta. Ubaldo, a consecuencia del ruido, se llevó un susto tan grande que le dejó totalmente paralizado en el lugar donde estaba sentado; en cambio, en el mulo, el ruido ejerció el efecto contrario pues se espantó y, al estar suelto, inició una rápida carrera, tal como si se hubiera  transformado en un auténtico caballo pura sangre en un hipódromo, hacia la calleja por la que, con tanto sigilo, acababan de volver, en dirección a la luz que su dueño intentaba evitar. 
   Al ver hacia donde se había dirigido el mulo desbocado, Ubaldo quedó atónito. Ahora sí que se había fastidiado todo…cualquiera lo perseguía. Nunca, en sus pensamientos más pesimistas, había pensado que pudiera ocurrir algo así.
   El ruido había sido ocasionado por un tejón que andaba a aquellas horas de corribanda nocturna; El bicho, ajeno a los miedos del contrabandista novato, al detectar su presencia, había huido precipitadamente del lugar, metiendo mucho ruido al rozar su cuerpo con el pasto y los matorrales.
   Ubaldo se maldijo, nuevamente, por haber aceptado el encargo ¿¡¡A esto lo llamaban ganar un dinero fácil!!?; todo esto pensaba a la par que  unos pensamientos abrumadores acudían a su mente: Si la luz que había visto en la calleja pertenecía a la patrulla de la guardia civil, estaba perdido: cogerían el mulo con la carga, por la mañana ya sabrían quién era su dueño, irían a su casa a buscarle y después... No quería ni pensar lo que vendría después.
   De nuevo se encontró ante el dilema de no saber cómo actuar. Aventurarse por la calleja, a buscar el mulo, equivaldría a meterse voluntariamente en la boca del lobo y esa posibilidad inmediatamente la desechó. Permaneció un buen rato en el lugar, bastante abatido, sin saber qué hacer y, finalmente, optó por regresar a casa tomando una ruta alternativa; se alejaría de aquella zona dando un rodeo y ya, sin el mulo, incluso podría ir campo a través.
   Al menos, esta parte del plan salió bien y en poco más de una hora, con gran cautela, llegó al pueblo cuyas calles, al ser aún noche cerrada, permanecían desiertas.  
   Entró en su casa con gran sigilo, para no despertar a la familia, y, a pesar de las emociones pasadas: disgustos, sobresaltos, miedos… pensó que lo mejor que podía hacer era acostarse e intentar dormir algo; aún faltaban varias horas hasta el amanecer y quién sabía si  al día siguiente tendría que hacerlo en un calabozo.
   La esposa, ajena a todo, estaba profundamente dormida y, cuando Ubaldo se tumbó a su lado, en la cama, se despertó y preguntó:
  - ¿Ya has vuelto? - una pregunta de lo más retórico; tener delante a alguien que ha estado fuera, y preguntarle si ya ha vuelto, es algo que hacemos con frecuencia-.  ¡Qué bien! ¡menos mal que no ha pasado nada y estás aquí, sano y salvo!  
  - ¿¡¡Que no ha pasado nada!!?  contestó Ubaldo muy enfadado. Sí que ha pasado…y mucho.
 ­ - ¿Qué ha pasado? Preguntó Mari Flor que, sobresaltada, encendió la luz sentándose en la cama.
  - De momento nada, respondió él, lacónicamente...pero va a pasar. No sé cómo voy a salir de esta. Mañana va a venir los guardia a buscarme. Menudo lío se ha preparado…¡y todo por haceros caso a ti y a tu hermano!.
-        ¡Pero dime ya lo que te ha pasado!, exclamo ella muy preocupada.
-     A mi nada, pero el mulo, con la carga de tabaco, se espantó y echó a correr hacia una calleja donde estaba la guardia civil. Yo, lo que he hice fue alejarme de allí y he venido dando un rodeo. ¡Con que era un dinero fácil! ¡Verás tu por donde nos va a salir ese dinero!
-        Pero tú estás bien, ¿no?, insistió Mari Flor.
-        Sí, de momento sí; pero cuando vean el mulo con el tabaco…
-        ¿Y estás seguro de que eran guardias civiles?, volvió a insistir ella.
-      De cerca no los he visto; lo que vi fue una luz delante de mí, en la calleja por la que venía, a bastante distancia, y, a las 3 de la mañana, o era la Guardia Civil, o era “La Huesteda”; yo, como no creo en cosas raras, me inclino por lo primero. -Lo que nuestros abuelos llamaban “La Huesteda” es conocida, en Galicia, como La Santa Compaña. En todos los lados es lo mismo: una procesión nocturna de ánimas con velas; pero en cada sitio recibe un nombre diferente-  
-        A ti no te vieron en ningún momento ¿verdad?, continuo Mari Flor hablando, a la vez que pensaba cómo podía solucionarse aquel embrollo. En el peor de los casos, siguió diciendo ella,  puedes decir que alguien te cogió el mulo sin permiso y que se lo llevó para hacer contrabando. Aunque todos en el pueblo saben que Ezequiel se dedica a esto, es del dominio público que tiene una pierna rota y que él no puede haber sido…y a Portugal no van a ir preguntando que a quien le pasaron el tabaco.
-        ¡Qué fácil lo veis todo las mujeres!, protestó Ubaldo. Claro, como el delincuente soy yo…
-        ¡Fácil no es, y cuesta un poco creerlo!, respondió ella; pero algo habrá que contar. Si no te han visto, a ver cómo demuestran que has sido tú, siguió  Mari Flor con su razonamiento. Lo importante es que estás bien. Vamos a intentar dormir algo y que sea lo que Dios quiera. Es una pena…con lo bien que nos hubiera venido el dinero.
  
   Como aún era de noche, intentaron dormir algo; pero el pobre Ubaldo, después de tantas emociones, no logró pegar el ojo; la esposa, en cambio, pudo reanudar su sueño con facilidad.
      Se levantaron temprano y, tras desayunar, permanecieron en silencio, sentados en la mesa de la cocina, sin saber qué hacer; esperando que, de un momento a otro, llegara la Guardia Civil preguntando por Ubaldo…pero allí no venía nadie.
   Mari Flor, como había dormido bien, razonaba mucho mejor que Ubaldo y le dijo a éste:
   - ¡Mira! vamos a hacer nuestras tareas diarias como si no hubiera pasado nada. Si uno quiere pasar por inocente, debe parecerlo -Creo que algo parecido le dijo el Cesar, en la antigua Roma, en alguna ocasión, a su mujer, aunque, en este caso, referido a la decencia- No podemos estar aquí esperando a que vengan los guardias, con cara de culpables...como si hubiéramos hecho algo malo. Si te parece bien,  tú te vas al campo y yo me pongo a hacer los oficios de la casa.
 - Sí, tienes razón, contestó el marido. Me voy a la huerta hasta mediodía y que sea lo que tenga que ser. Cuando venga la Guardia Civil, les dices que no sabes nada y que yo he estado en casa toda la noche. Después los mandas para allá.
   Cuando Ubaldo salió a la calle para ir a trabajar a la huerta, lo hizo con cierto recelo. Estaba convencido de que la autoridad, de un momento a otro, iba a venir a detenerle y no quería que eso ocurriera allí, delante de todos los vecinos, por lo que tenía prisa por alejarse de la casa.
   Una vez que cerró la puerta, cuando se disponía a ir calle abajo, lo que vio le dejó sumamente
Calle de un pueblo ribereño
sorprendido. En ese momento, el mulo, con la carga de tabaco íntegra, subía calle arriba. Éste, tras el susto del tejón, cuando detuvo su carrera, había parado en algún lugar indeterminado y, una vez que amaneció, se había orientado perfectamente tomando el camino de vuelta al pueblo; había atravesado varias calles, a plena luz del día, y allí estaba... a punto de llegar al domicilio.
   En aquella época, en un pueblo ribereño, ver un mulo cargado era algo muy habitual y no había llamado la atención de nadie.
   Ubaldo, metió a la caballería en el corral, llamó a la mujer y entre los dos descargaron la mercancía, que no había sufrido daño alguno. Ambos estaban muy contentos, especialmente él que había pasado de la angustia más absoluta, a la euforia; tan exultante estaba que casi le dio un beso al mulo por el gran peso que acababa de quitarle de encima, mas no se atrevió; estaba la esposa delante y se hubiera enfadado con él. Podría haber pensado que lo quería tanto como a ella.
  En un momento determinado,preguntó Mari Flor: 
-        Entonces, la luz que viste... ¿era “La Huesteda?  
-    Pues no sé si lo sería, respondió Ubaldo, pero te aseguro que un Cuculumbrero no era.

 Post data:
   Existen dos interrogantes,
   a) La luz que vio aquella noche Ubaldo, si no pertenecía a la Guardia Civil, ¿qué otra cosa podía ser sino “La Huesteda”?. Los “Cuculumbreros”, aunque se vengan arriba e iluminen mucho, solo es posible verlos si estamos muy cerca de ellos; como la luz que él vio estaba bastante distante, era imposible que se tratara de uno de estos insectos..
   b) Este primer viaje de Ubaldo, tras las peripecias que sufrió, ¿Supuso el comienzo de una larga y prometedora carrera como contrabandista? Estoy convencido de que, tras los sustos y miedos, que pasó aquella noche, no le quedaron ganas de volver a hacer más viajes, aunque más vale que Mari Flor pensara igual que él, porque si no…

2 comentarios:

  1. Ubaldo metido a contrabandista tiene su morbo y suspense que tú administras y dosificas la mar de bien. Nos tienes noches sin dormir, soñando con cocolumbreros (así en La Zarza) y otras luces. ¿Qué luz sería la que Ubaldo vio al final de túnel? Pero...qué túnel, si allí no había ninguno? Ya no sabemos si es que lo soñamos, imaginamos, o hemos leído tu relato u qué-
    -Manolo-

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  2. Una historia basada en un hecho real, como dicen las películas americanas, aunque sucedió de forma "algo distinta". Las luciernagas (nuestros cuculumbreros) antes eran muy abundantes; cuando dabas un paseo nocturno, rara era la vez en la que no veías una docena de ellos y, en la actualidad, si ves uno ya puedes considerarte afortunado ya que lo habitual no es ver ninguno.

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