domingo, 2 de septiembre de 2018

Historias del contrabando (II). El primer viaje.




   Las postrimerías de lo que puede considerarse la Época Dorada del contrabando, en la frontera hispano portuguesa, podemos situarlas en los primeros años de la década de 1970 -contrabando, en realidad, nunca ha dejado de haber-; en esta época, aún había mucho "negocio" y ser contrabandista era una actividad bastante común.
   Un paisano nuestro -no voy a decir su pueblo de procedencia, solo aclararé que era ribereño del Duero-, por esa época, ya era un veterano del oficio y trabajaba para una de estas "empresas de importación"; en una ocasión, tuvo un accidente y se fracturó una pierna; consecuentemente, se vio obligado a estar apartado del negocio durante varios meses y su jefe le propuso que buscara un contrabandista interino de plena confianza para ""cubrir su baja laboral".
   Si eres contrabandista, no puedes poner anuncios en ningún lado solicitando un sustituto; por ello, tuvo  que buscarlo en su círculo más cercano y el elegido resultó ser un cuñado…sí, uno de esos parientes que, a veces, en las cenas y comidas de navidad, te encuentras sentado en la misma mesa que él y no te explicas cómo puede estar ocurriendo esto cuando tú jamás, ni estando borracho,  le invitarías a la tuya ni él te invitaría la suya. Claro que también hay cuñados bien avenidos, como era el caso.
   Ubaldo, que así se llamaba el elegido, estaba casado con una hermana de Ezequiel, el contrabandista titular, y ella siempre había sentido bastante envidia por el nivel de vida que llevaba la familia de su hermano ya que, económicamente, siempre habían vivido mejor que ellos gracias al segundo empleo de éste: contrabandista a tiempo parcial - lo de sentir envidia, siendo españoles, no debe extrañarnos lo más mínimo que suceda. En este país, al nacer, estoy convencido de que todos venimos al mundo con un gen que nos predispone a ello-
   Mari Flor, así se llamaba la mujer de Ubaldo, al conocer el ofrecimiento del hermano para que su marido le sustituyese durante unos meses, se puso muy contenta; era la ocasión perfecta para hacerse con un dinero fácil que vendría de perlas a la economía familiar; en cambio, a Ubaldo, el aspirante a contrabandista sustituto, que era poco amante del riesgo y la aventura, la propuesta de su cuñado no acababa de convencerlo.
  Una tarde, Ezequiel explicó al cuñado todos los pormenores del trabajo y lo sencillo que resultaría ganar un dinero extra; mas a Ubaldo la vida le había enseñado que si alguien quiere ganar mucho,  tiene que trabajar mucho, y eso de ganar mucho, a cambio de poco, no le convencía.
  - ¿Y si me cogen con la mercancía, que va a pasar? ¿Iré a la cárcel?, preguntó Ubaldo.
   - ¡De ningún modo!, respondió su instructor. Es sólo un delito económico…te ponen una multa, se paga y ya está
- ¿¡¡Solo una multa!!?, pero si yo no tengo dinero para pagar multas, protestó el aprendiz.
- No te preocupes de nada, contestó el cuñado en tono tranquilizador. Si te pilla la Guardia Civil, te limitas a decir que eres el responsable de todo y que no hay nadie más implicado, que querías ganar dinero para comprar algo, lo que se te ocurra…algo creíble, y que por eso hacías contrabando. Si estás callado y no delatas a nadie, el jefe paga la multa.
- ¿En serio?, ¡eso es otra cosa!, contestó Ubaldo muy aliviado; entonces, sí.
- Lo que ocurre es que el dinero hay que devolverlo después, advirtió Ezequiel. En principio, tú no tienes que desembolsar nada; en ese aspecto, debes estar tranquilo; lo único que pasaría es que tendrías que volver a hacer más viajes y con lo que te pagase el jefe, por los nuevos trabajos, se va cobrando.
   Esta explicación ya no gustó tanto al aspirante a contrabandista, estaba visto que nadie regalaba nada y que, si había multa, al final, el "pagano" iba a acabar siéndolo él; ya se veía detenido por la guardia civil, pagando la multa correspondiente y haciendo multitud de viajes hasta la frontera para devolverle la pasta al jefe que no debía delatar -pero cómo iba a delatarlo si no sabía quién era, donde vivía, ni como se llamaba-
   Mari Flor, por su parte, estaba contentísima con el dinero que el marido iba a ganar con su nuevo trabajo y le animaba fervientemente a que lo aceptara:
- ¡Tú eres el más indicado para sustituir a Ezequiel!, le dijo, repetidamente, al esposo. Le haces un favor a él y de paso nos lo haces a nosotros; además, sólo van a ser unos cuantos viajes, hasta que él pueda caminar bien.
  Ubaldo, se dedicaba al campo, estaba muy satisfecho con su trabajo y lo de convertirse en contrabandista, aunque fuera eventualmente, no acababa de convencerlo; reconocía que dicha actividad podría reportarle un dinero fácil que le vendría muy bien, pero también tenía su riesgo y las expectativas de que le pillara la guardia civil ahí estaban, así que no quiso aceptar el empleo.  
   Ante su negativa, Ezequiel, buen conocedor de la condición humana, al comprobar que la oratoria y la retórica no eran suficientes para convencer al cuñado, tuvo que echar mano de otros recursos.
   Cicerón, un filósofo romano, decía hace más de 2000 años que "Habiendo dinero suficiente, no hay fortaleza que se resista" y el contrabandista titular, aún sin haber leído a este pensador, siguió su consejo ofreciéndole al cuñado una cantidad de dinero superior a la inicial, "libre de impuestos", por el trabajo a realizar. Tras esta nueva oferta, pudo comprobar que el filósofo tenía razón ya que "la fortaleza" cayó -Ubaldo acabó aceptando el trabajo-.
  Los argumentos económicos no fueron los únicos que motivaron a Ubaldo a aceptar su nueva ocupación; su esposa, que consideraba aquello un verdadero golpe de suerte, también estaba a favor de que “diera el sí” y utilizó para convencerlo sus propios argumentos femeninos. Hay un viejo refrán que dice: "Si tu mujer te dice que te tires de un tajo, procura que sea bajo" (porque al final te tiras).
   De este modo, Ubaldo, de la noche a la mañana, ingresó en el “honorable” gremio de los contrabandistas.

  Contrabando entre España y Portugal ha habido siempre, pero su mayor apogeo tuvo lugar antes del ingreso de España y Portugal en la UE ya que entonces, entre ambos países, existía una gran diferencia en el precio de algunos productos y eso creaba una situación óptima para el desarrollo de esta actividad.
  La época en la que Ubaldo accedió al oficio, Portugal aún tenía sus colonias africanas y desde ellas   llegaba, al país vecino, abundante café que era bueno y barato. Éste, junto con el tabaco rubio, era uno de los artículos preferidos para hacer contrabando ya que en España su precio era muy superior.

   Las rutas que seguían los contrabandistas, para su actividad, discurrían a través de caminos poco transitados y alejados de las vías principales para evitar los controles de la Guardia Civil, realizándose el transporte de las mercancías a lomos de mulos o burros ya que, entonces, los caminos que había en Los Arribes, para subir por la ladera del río, no eran aptos para vehículos mecánicos.
   Respecto al horario, el paso de los productos objeto de contrabando, de uno a otro país, muchas veces ocurría durante la noche ya que, a pesar de que realizar el trabajo en horario nocturno resultaba bastante complicado, los contrabandistas se sentían más seguros al amparo de la oscuridad.
 
   En nuestra comarca, la frontera portuguesa está delimitada por los ríos Duero y Águeda, así que el paso de mercancías, de uno a otro país, fuera de los pasos fronterizos habituales, sólo podía hacerse atravesando los ríos, una labor que, en El Duero, era realizada por pescadores lusos. Debía ser poco rentable para ellos vivir exclusivamente de la pesca en el río y por ello ampliaban su actividad laboral pescando “otras cosas” durante la noche.
   Una vez que cruzaban el río con la mercancía, hasta la orilla española, allí les estaban esperando los colegas españoles que recogían el alijo y lo subían hasta el pueblo de donde procedían. Esta última parte del procedimiento era realizada por nuestros paisanos, que eran quienes mejor conocían el terreno y sabían por dónde transcurrían las callejas, senderos, coladas, roderas... evitando los caminos principales, que eran los más vigilados.
   El plan que había trazado Ezequiel para su discípulo, básicamente, consistía en reproducir los pasos que seguía él, habitualmente, cuando estaba en activo: bajaría hasta el Duero con discreción para no llamar la atención; cogería los fardos y los trasladaría hasta las proximidades del pueblo, escondiéndolos en un lugar seguro. Posteriormente, otro empleado de la "empresa" pasaría a recogerlos y los llevaría a la ciudad para proceder a su distribución y venta.
   Ubaldo, nuestro novel contrabandista, estaba preocupado por lo que se avecinaba y su inquietud se acentuó aún más el día que recibió un aviso de su cuñado para que pasara por su casa a verle; una vez allí, Ezequiel le comunicó que todo estaba preparado para que hiciera el primer viaje: el debut iba a ser el día siguiente y quería darle las últimas recomendaciones.
   Le indicó el lugar concreto donde tendría que recoger la mercancía, así como la hora a la que tenía que estar a la orilla del Duero; entonces, no había teléfonos móviles para comunicarse (aún faltaban décadas para que estos formaran parte de nuestras vidas), y estos asuntos se prefijaban de antemano, a conciencia, para evitar errores innecesarios.
   Le aclaró que ese día el alijo iba a ser de tabaco rubio, que el colega portugués ya sabía que iba a ir él en su lugar, que todo iba a ser muy fácil y que era fundamental que estuviera tranquilo... las recomendaciones propias de un profesor a su becario, antes de un examen.
  Se tomaron unos vasos de vino mientras que el discípulo era aleccionado por su maestro y éste, además, aprovechó la ocasión para motivarle con el fin de que perdiera el temor que siempre nos embarga a todos cuando nos enfrentamos a algo por primera vez. 
- La tarea, concluyó Ezequiel, es muy sencilla…ya lo verás. Debes a tener cuidado con los fardos para que no se estropeen, los guardas donde ya sabemos y, una vez vengan a recogerlos, recibirás el dinero inmediatamente.
   Le contó que el jefe era muy serio en los pagos y que “la empresa”, en este aspecto,  actuaba de forma ejemplar ya que todo trabajo hecho era pagado de inmediato.

   Cuando alguien tiene un negocio, si quiere que funcione correctamente, es fundamental que los empleados estén muy motivados y la primera norma para conseguirlo, independientemente del ramo o actividad que desarrolle, es que el pago de los salarios esté siempre al día. Como podemos ver, el jefe sabía lo que se traía entre manos.
  Tras las oportunas palabras de Ezequiel y las expectativas de un dinero próximo, Ubaldo aquella noche volvió a su casa con la moral muy alta para abordar la empresa que le esperaba; pero en la mañana siguiente, al despertar, la euforia de la noche anterior había desaparecido y estaba bastante nervioso ya que esa noche iba iniciarse en su nueva profesión. 
     
    La puntualidad, además de ser signo de buena educación, es otro de los principios necesarios para el buen funcionamiento de una empresa y Ubaldo, que estaba dispuesto a cumplir su cometido como el mejor, desde un buen rato antes de la hora fijada ya se encontraba a la orilla del Duero.
   El sitio para la descarga de la mercancía había sido elegido a conciencia, se trataba de un paraje bastante apartado donde la barca podía atracar fácilmente, cuyo acceso, desde tierra, no era demasiado complicado para las caballerías.
   Desde que en el Duero Internacional se construyeron las presas de Saucelle y Aldeadávila, en el lado español, y las correspondientes del lado portugués, el río está embalsado y esto hace que, en algunas zonas, la distancia entre ambas orillas sea bastante grande; no obstante, tiene la ventaja de
El Duero internacional 
que el curso del río está siempre tranquilo al no haber corriente.
   Ubaldo, llevaba una linterna para avisar al colega portugués que, como él, estaría en el lado opuesto del río esperando su señal, y, a la hora indicada, la enfocó hacia la orilla portuguesa encendiéndola y apagándola un número determinado de veces, tal como le había dicho Ezequiel, para indicar que el nuevo contrabandista ya estaba allí.
  Sabía que lo que ocurriera a partir de entonces era un acto de fe, ya que desde el otro lado del río no iban a responderle (si había alguien vigilando desde el lado español y le devolvían las señales luminosas, podrían ver la luz desde gran distancia y eso era peligroso). Una vez hecho el aviso, tenía que limitarse a esperar y, si todo iba bien, al cabo de un rato, el colega portugués habría atravesado el río y estaría a su lado en la orilla española. 
   Aquella noche, nuestro satélite estaba en fase de luna llena permitiendo una visión bastante aceptable del entorno; las aves diurnas, desde hacía varias horas, descansaban en sus dormideros dando paso a las nocturnas y, aunque se escuchaba muy cercano el ulular de un búho, Ubaldo no lo oyó; él no estaba allí para admirar a la Naturaleza sino por "asuntos laborales" y no dejaba de mirar con gran atención el río.
  Apenas había pasado una media hora, vio que algo se movía sobre la superficie del agua; inicialmente, era una masa informe que, a medida que pasaban los minutos y se aproximaba, iba adquiriendo forma; era la silueta de una barca con alguien sobre ella remando -no empleaba motor alguno, para no delatarse con el ruido- que se acercaba, silenciosamente, hacía el lugar donde él se encontraba.
  Como aquel era el sitio habitual de los encuentros anteriores, el colega portugués tenía memorizado el lugar y, a pesar de haber hecho el trayecto guiándose sólo con los rayos lunares, se había orientado perfectamente, había atravesado el río y allí lo tenía frente a él, muy próximo a la orilla. Entonces, Ubaldo, una vez más, volvió a encender la linterna para guiarle hasta el sitio exacto donde se encontraba.
   Cuando la barca llegó a la orilla, vio que en ella venían dos personas; su dueño, que era quien remaba, y otro acompañante que debía ser el encargado de la mercancía.
   La luz ambiental que proporcionaba la luna era suficiente para poder desenvolverse por allí y cuando los dos portugueses bajaron de la barca, tras saludarse, sin pérdida de tiempo, descargaron los fardos de tabaco y ayudaron a Ubaldo a colocar la carga en el mulo.
   Una vez que acabaron esta labor, los dos ocupantes de la barca se despidieron, subieron a la misma y volvieron por donde habían venido, mientras que el neófito contrabandista se dispuso a iniciar la   ruta que tenía por delante.
   La carga, aunque era voluminosa, no pesaba mucho y el mulo caminaba con mucha soltura.  

5 comentarios:

  1. Nos has dejado en plena noche, a Ubaldo con la mercancía a lomos del mulo, sin saber cual será su destino final. Qué angustia, José, no tardes mucho en contarnos el final o cómo sigue la historia. Eres un maestro en contar historias y crear el angustioso suspense en el que nos dejas. Pronto: Historias del contrabando (III)
    -Manolo-

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  2. Tienes razón Manolo. He dejado plantados, a Ubaldo y el mulo con la mercancía, a la orilla del río; aunque he estado atareado últimamente, creo que en breve van a subir por la ladera del Duero. Un saludo.

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    1. Pues si,estamos en espera de la siguiente parte que está en suspense...

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  4. Gracias de nuevo por tan entretenidas historias. Y desde que conocí a la que ya hace 37 años es mi esposa había oiado algo del tema, en concreto de una familia muy conocida, pero nunca contado con tanto salero y lujo de vivencias . ENHORABUENA, eres un verdadero DRUIDA relatándonos retazos de nuestra zona.

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