Una vez estaba pasando el fin de semana en
Barrueco, coincidió que había una boda y hubo algo que llamó poderosamente mi atención; ello no fue debido al hecho de que hubiese una boda en el pueblo, lo
cual no deja de ser un acontecimiento, sino que los dos
contrayentes eran del lugar, algo que cada vez es menos frecuente.
Un viejo refrán dice “El buey y la mujer, de la tierra han de ser”, así que los novios,
en este caso, se ajustaban perfectamente el dicho pero, si echamos mano de la
estadística, es fácil comprobar que esto es algo poco habitual.
Recientemente estuve en una boda, en la ciudad; después del banquete llegó la hora del baile y, como a mí nunca me ha gustado demasiado bailar, salí del salón de celebraciones para alejarme del barullo; una vez en el exterior llegué a la terraza y la encontré prácticamente desierta, tan solo había en ella un hombre sentado, en una de las mesas.
No estaba con el móvil en la mano entreteniéndose,
algo tan habitual cuando alguien está solo, sino que permanecía pensativo
mirando al infinito. No le conocía pero, como el establecimiento estaba reservado
sólo para aquella boda y le veía bien trajeado, fue fácil deducir que era otro invitado y eso me hizo pensar que estaba ante otro raro como yo, al que no le gustaba el
baile.
Si los
dos éramos igual de raros, ya teníamos algo en común, así que acerqué a él proponiéndole
que, ya que estábamos los dos
solos, si le parecía bien que me sentase a su mesa y así nos hacíamos compañía,
a lo que accedió gustoso.
Se acercó un camarero, pedimos algo para beber
y tras presentarme, dijo él:
- No, no es eso… se
trata de algo peor. Mi esposa murió hace tan solo un mes y no estoy de humor
para estar en boda alguna y menos para bailar, pero sucede que se casaba mi
sobrina y me he visto obligado a venir.
Mi
mujer era una persona muy alegre -continuó diciendo- y le encantaba bailar; a
mí no me gustaba tanto como a ella, pero la veía tan feliz haciéndolo que tenía
que acompañarla y con el tiempo llegó a gustarme también.
Hace
un rato, cuando ha empezado a tocar la orquesta, se me han venido de golpe a
la cabeza un montón de recuerdos y por eso he salido a la terraza.
Al oírle, sentí pena por aquel hombre al ver la tristeza que sus palabras desprendían; una boda es un evento bonito donde se supone que todos los asistentes están alegres y contentos, y veía que no era el caso de Lisardo.
Mi excusa para no bailar era muy simple ya que nunca
me ha gustado... debe ser algo vocacional; en cambio, su caso era
muy diferente y me hizo recordar a Ortega y Gasset cuando decía “Yo soy yo y mis circunstancias”, ya que en él eran las circunstancias quienes mandaban.
- ¿Por qué quieres saber cómo nos hicimos novios?
- Por nada en especial, es por hablar de algo. Si te ha molestado la pregunta, discúlpame. Hablamos de lo que quieras.
Entre su pueblo y el mío, hay otros dos en medio de modo que, cuando oigo decir que alguien “se ha pasado tres pueblos”, para expresar que es un exagerado, pienso que eso a mí me venía “como anillo al dedo” ya que, en vez de buscar una novia en mí pueblo, que entonces era lo más normal, la había encontrado en un pueblo que quedaba lejos y que para ir a verla necesitaba recorrer tres pueblos, ya que el suyo era el tercero. Además, si eso no fuera suficiente, al principio iba a verla en una bicicleta.
Una vez allí, pasábamos juntos la tarde y, cuando empezaba a anochecer, alumbrándome sólo con el faro de la bici, hacía al camino de vuelta llegando a mi pueblo “entre gallos y medianoche”.
Entre semana nunca nos veíamos, sólo hablábamos
por teléfono; entonces no había teléfonos móviles, pero fijos sí.
Me di
cuenta de cómo era ella, muy pronto, casi al principio de nuestra relación. Ahora verás cómo fue.
Ella aceptó sin dudarlo un momento y, cuando
llegamos a la puerta del salón de baile y nos disponíamos a salir a la calle, nos llevamos una
decepción tremenda ¿sabes por qué?
- ¿Cómo voy a saberlo si no estaba allí?
Aquel día el “dios de la lluvia” debía tener
algo contra mí o no me lo explico, porque cuando acabó el baile a eso de las
nueve. Sabrás que los horarios de los bailes de antes, no tienen nada que ver
con los de ahora.
Antiguamente, entrar en casa de los padres de
la novia eran palabras mayores. Sólo se hacía cuando llevabas un largo tiempo
de relación y casi siempre estando ya comprometidos para casarse, en cambio nosotros estábamos sólo al
comienzo, así que me negué en redondo; pero ella se puso muy seria enfadándose conmigo diciendo que
hacía falta estar idiota para coger la bici, recorrer bajo la lluvia, 20 km y encima de noche, teniendo la posibilidad de quedarme.
Yo era
consciente que Dora tenía toda la razón, y que ponerme en camino, con una climatología tan adversa, era una estupidez; pero
pensaba en la vergüenza que iba a sentir si me presentaba con ella en casa de
sus padres y seguí negándome, hasta que ella me convenció diciendo unas
palabras que me llegaron al alma.
- Llamas a tus padres y les dices que te
quedas a dormir en mi casa. Si no lo haces así, no quiero que vuelvas más.
Habrás oído y más de una vez que “pueden más dos tetas, que dos carretas” –continuó diciendo Lisardo- y es verdad; a los diez minutos estábamos a la puerta de su casa. Mientras hacíamos el trayecto hasta allí, iba deseando fervientemente que dejase de llover y así ya tenía excusa para irme, pero lo cierto fue que no dejó de hacerlo en momento alguno.
Una vez
que llegamos a su casa, Dora abrió la puerta y, al ver que remoloneaba un poco para entrar; muy resuelta ella, me agarró la mano y, sin soltarme en momento alguno, me
llevó al salón de la casa, donde me di de cara con toda la familia, ya que los
padres y sus dos hermanos estaban sentados viendo la televisión, quedándose muy
sorprendidos a vernos llegar.
A partir de ese momento, todo discurrió con
total normalidad; sus padres eran gente muy campechana y me acogieron muy bien.
Cuando les dijo Dora que me iba a quedar en la casa a pasar la noche, debido a la
lluvia, no pusieron objeción alguna y respondieron que había hecho muy bien invitándome a pasar la noche en su casa..
En mi familia la verdad es que siempre fuimos muy serios y en
cambio ellos eran muy alegres. De inmediato pude comprobar que les gustaban mucho las bromas y eso, para un
recién llegado, que acababa de conocerlos, no sabes lo duro que puede ser. Yo
estaba allí muy formal, bastante cohibido hablando lo justo, y ellos me
trataban como si nos conociéramos desde siempre
La casa
de los padres de Dora era grande y tenía dos plantas, la planta baja donde estaba el dormitorio de los padres, y la planta de arriba; en esta era donde dormían
los hijos y fue allí también donde me adjudicaron un dormitorio.
Durante
la cena, el padre de Dora, que era un hombre simpático y de palabra fácil, empezó
a bromear conmigo y no veas de qué modo.
Se
dirigió a los hijos diciéndoles que vigilaran bien y que, si me veían salir de
la habitación durante la noche con intención de dirigirme a la de la hermana,
debían avisarle por si tenía que subir con la escopeta de caza. A ella, a su
vez, le dijo que no olvidara dejar bien cerrada la puerta de su habitación, que
le diera dos vueltas a la llave y que, si alguien llamaba desde fuera, no abriese bajo ningún concepto.
Lo decía en broma...evidentemente, mientras que la mujer y los tres hermanos
se destornillaban de risa; en cambio, yo no me reía en absoluto, pensaba que
el trasfondo de la broma en realidad era un aviso para que no tuviese la
tentación de ir a la habitación de Dora, algo que en aquellos momentos quedaba
muy lejos de mis intenciones.
La madre, al verme tan
serio, acudió a mi auxilio entonces y dijo:
-
No hagas ningún caso a mi marido, es que le
gusta mucho bromear.
Quien me estaba sorprendiendo enormemente era
Dora pues, en vez de salir también en mi defensa y decirle al padre que se
dejara de bromas, al oír decir a la madre aquello, comentó:
- Cuando le has dicho a Lisardo que no haga caso a padre, a que te refieres ¿Le estás insinuando que haga lo
contrario de lo que acaba de decir y que puede levantarse cuando quiera e ir a
mi habitación?
Los hijos y el padre soltaron fuertes carcajadas al ver a la madre afirmando que ella no había querido decir aquello y yo asistía en silencio y muy formal, a la escena, viéndoles reír a mi costa; incluso Dora me miraba sin poder contener la risa. Al fin, al
verme tan serio, se apiadó de mí e intervino haciéndoles callar, diciendo:.
El dormitorio que me habían asignado, en la primera planta, estaba junto al lado de uno de los hermanos; el del otro hermano
estaba más alejado, al final del pasillo y el de Dora frente al mío.
En la mañana siguiente, al levantarme una vez
vestido, sentí unos golpes en la puerta, la abrí y vi que era ella.
- Buenos días. Que
tal has dormido. Pregunté.