martes, 21 de octubre de 2025

La bicicleta

 


  Una vez estaba pasando el fin de semana en Barrueco, coincidió que había una boda y hubo algo que  llamó poderosamente mi atención; ello no fue debido al hecho de que hubiese una boda en el pueblo, lo cual no deja de ser un acontecimiento, sino que los dos contrayentes eran del lugar, algo que cada vez es menos frecuente.

  Un viejo refrán dice “El buey y la mujer, de la tierra han de ser”, así que los novios, en este caso, se ajustaban perfectamente el dicho pero, si echamos mano de la estadística, es fácil comprobar que esto es algo poco habitual.

 Si echamos la vista hacia atrás, aquellos que tenemos cierta edad, aún recordamos aquellos tiempos en  que los pueblos contaban con un numero de habitantes relativamente alto, porque había mucha gente viviendo del campo, de la agricultura y ganadería –a veces malviviendo, todo sea dicho- , como entonces en el medio rural vivía mucha mas gente que ahora, también había muchos jóvenes y ello favorecía que fuese relativamente fácil encontrar pareja, si no en el propio pueblo, al menos en algún pueblo vecino.

 En cambio, en los tiempos actuales, apenas queda gente joven en los pueblos y eso aumenta sobremanera la dificultad para encontrar un novio/a que sea oriundo de la tierra, y es que, como decía un pensador, “donde no hay cerdos es imposible elaborar jamones”, de ahí que me hubiese llamado tanto la atención aquella boda de nuestros paisanos.

 Recientemente estuve en una boda, en la ciudad; después del banquete llegó la hora del baile y, como a mí nunca me ha gustado demasiado bailar, salí del salón de celebraciones para alejarme del barullo; una vez en el exterior llegué a la terraza y la encontré prácticamente desierta, tan solo había en ella un hombre sentado, en una de las mesas.  

  No estaba con el móvil en la mano entreteniéndose, algo tan habitual cuando alguien está solo, sino que permanecía pensativo mirando al infinito. No le conocía pero, como el establecimiento estaba reservado sólo para aquella boda y le veía bien trajeado, fue fácil deducir que era otro invitado y eso me hizo pensar que estaba ante otro raro como yo, al que no le gustaba el baile.

   Si los dos éramos igual de raros, ya teníamos algo en común, así que acerqué a él proponiéndole  que, ya que estábamos los dos solos, si le parecía bien que me sentase a su mesa y así nos hacíamos compañía, a lo que accedió gustoso.

  Se acercó un camarero, pedimos algo para beber y tras presentarme, dijo él:

 -  Me llamo Lisardo y soy tío de la novia (con ese nombre, es fácil adivinar que no se trataba de un hombre joven).

 -    ¿Qué haces aquí solo? ¿No te gusta bailar? Pregunté

 -     ¡Bailar…! Me encanta; aunque más bien debería decir que me encantaba.   

  Al oír su respuesta, internamente tuve que retractarme de la opinión que había tenido un momento antes pensando que allí había dos raros, al comprobar que el único raro, el negado para el baile, la "rara avis"  de aquella boda, tan solo era yo.  

 -     ¿Por qué no bailas, tienes algún problema en las piernas?

 

 -    No, no es eso… se trata de algo peor. Mi esposa murió hace tan solo un mes y no estoy de humor para estar en boda alguna y menos para bailar, pero sucede que se casaba mi sobrina y me he visto obligado a venir.

      Mi mujer era una persona muy alegre -continuó diciendo- y le encantaba bailar; a mí no me gustaba tanto como a ella, pero la veía tan feliz haciéndolo que tenía que acompañarla y con el tiempo llegó a gustarme también.  

      Hace un rato, cuando ha empezado a tocar la orquesta, se me han venido de golpe a la cabeza un montón de recuerdos y por eso he salido a la terraza.

   Al oírle, sentí pena por aquel hombre al ver la tristeza que sus palabras desprendían; una boda es un evento bonito donde se supone que todos los asistentes están alegres y contentos, y veía que no era el caso de Lisardo.

  Mi excusa para no bailar era muy simple ya que nunca me ha gustado... debe ser algo vocacional; en cambio, su caso era muy diferente y me hizo recordar a Ortega y Gasset cuando decía “Yo soy yo y mis circunstancias”, ya que en él eran las circunstancias quienes mandaban.

 -   Siento lo de tu esposa. Estoy seguro que fue una gran mujer y por eso la echas tanto de menos. Ese           fue el cumplido que se me ocurrió decir en aquel momento.

 -     Gracias. Respondió él educadamente. Te aseguro que lo era.

   Permanecimos ambos durante unos momentos en silencio, sin saber cómo continuar la conversación. Acababa de conocer a Lisardo, estaba un poco confundido tras conocer “la circunstancia” de aquel hombre y, como no era plan de preguntar de qué había muerto la esposa, decidí seguir otro camino.

 -     ¿Cómo os hicisteis novios tú y tu mujer?

 Lisardo, extrañado, me miró fijamente y respondió:

 -     ¿Por qué quieres saber cómo nos hicimos novios?

 -     Por nada en especial, es por hablar de algo. Si te ha molestado la pregunta, discúlpame. Hablamos           de lo que quieras.

 -    No, si no me molesta... al contrario, me gusta mucho recordarlo y ya que lo has preguntado, te lo             voy a contar.

   Cogió el vaso con la bebida que había pedido, dio un sorbo, volvió a depositarlo en la mesa y comenzó a decir:

   Soy de un pueblo que se llama XXXXXX; de joven era bastante ligón, no sé por qué, entre las chicas de mi pueblo, no había alguna que me gustara lo suficiente y, mira por donde, encontré una novia en un pueblo que está a 20 km.

  Entre su pueblo y el mío, hay otros dos en medio de modo que, cuando oigo decir que alguien “se ha pasado tres pueblos”, para expresar que es un exagerado, pienso que eso a mí me venía “como anillo al dedo” ya que, en vez de buscar una novia en mí pueblo, que entonces era lo más normal, la había encontrado en un pueblo que quedaba lejos y que para ir a verla necesitaba recorrer tres pueblos, ya que el suyo era el tercero. Además, si eso no fuera suficiente, al principio iba a verla en una bicicleta.  

 -     ¡Estás diciendo que, para ir a ver a la novia, recorrías 20 km en una bicicleta!

 -     Efectivamente. Entonces era joven y muy deportista, así que para mí recorrer esa distancia no era            nada del otro mundo; además en casa de mis padres no teníamos coche y los domingos, que era              cuando nos veíamos, tampoco había autobuses, por eso iba a verla a su pueblo en la bici.

  Una vez allí, pasábamos juntos la tarde y, cuando empezaba a anochecer, alumbrándome sólo con el faro de la bici, hacía al camino de vuelta llegando a mi pueblo “entre gallos y medianoche”.  

 Entre semana nunca nos veíamos, sólo hablábamos por teléfono; entonces no había teléfonos móviles, pero fijos sí.   

  Los encuentros de la tarde dominical eran muy sencillos, íbamos al baile -entonces en casi todos los pueblos había un salón de baile, las discotecas existían solo en las ciudades- paseábamos, nos dábamos a escondidas algún beso que otro, nos abrazábamos y no hacíamos más. Igualito que ahora ¿verdad? Ironizó Lisardo.

   En las relaciones de pareja, el estereotipo más común es aquel donde el hombre desempeña un papel más activo, tomando la iniciativa en casi todo, mientras que la mujer adopta un rol más pasivo, aunque después las decisiones sean consensuadas entre los dos; pero entre nosotros ocurría lo contrario, casi siempre era ella la que tomaba la iniciativa y quien proponía hacer esto o lo otro, siempre contando con mi opinión…, evidentemente.

  Me di cuenta de cómo era ella, muy pronto, casi al principio de nuestra relación. Ahora verás cómo fue.

  Un domingo, era a comienzos de otoño, llegué al pueblo de Dora, así se llamaba ella, y todo discurrió sin novedad hasta bien avanzada la tarde; estábamos en el baile, yo la veía muy guapa... como siempre, y tras unos bailes agarrados allí bien juntitos, le dije que por qué no salíamos del local y dábamos un paseo. La idea era buscar un sitio discreto para besarnos, abrazarnos y quién sabe si algo más.

  Ella aceptó sin dudarlo un momento y, cuando llegamos a la puerta del salón de baile y nos disponíamos a salir a la calle, nos llevamos una decepción tremenda ¿sabes por qué?

 -  ¿Cómo voy a saberlo si no estaba allí?

 -     Ahora verás porqué. Dijo Lisardo, mientras bebía otro sorbo de su vaso.

  Nuestro plan era muy bueno -continuó diciendo- consistía en buscar un lugar discreto para querernos un poco,  pero resulta que estaba jarreando el cielo, así que se fastidió todo y, muy a nuestro pesar, tuvimos que volver a entrar al salón baile.

 Aquel día el “dios de la lluvia” debía tener algo contra mí o no me lo explico, porque cuando acabó el baile a eso de las nueve. Sabrás que los horarios de los bailes de antes, no tienen nada que ver con los de ahora.

 -     Sí, eso lo sé. Aunque soy algo mas joven que tú, eso lo conocí. Respondí.

  ¡Bueno...! Siguió contando. Pues si antes la lluvia había estropeado nuestro plan, resultó que a la salida del baile seguía lloviendo copiosamente y yo tenía que volver a mi pueblo en la bicicleta.

 -     Así no te puedes ir. Dijo Dora. Voy a hablar con mis padres y te quedas a dormir en nuestra casa.

 -     No, eso sí que no. Protesté yo.

  Antiguamente, entrar en casa de los padres de la novia eran palabras mayores. Sólo se hacía cuando llevabas un largo tiempo de relación y casi siempre estando ya comprometidos para casarse, en cambio nosotros estábamos sólo al comienzo, así que me negué en redondo; pero ella se puso muy seria enfadándose conmigo diciendo que hacía falta estar idiota para coger la bici, recorrer bajo la lluvia, 20 km y encima de noche, teniendo la posibilidad de quedarme.

  Yo era consciente que Dora tenía toda la razón, y que ponerme en camino, con una climatología tan adversa,  era una estupidez; pero pensaba en la vergüenza que iba a sentir si me presentaba con ella en casa de sus padres y seguí negándome, hasta que ella me convenció diciendo unas palabras que me llegaron al alma.

-     Llamas a tus padres y les dices que te quedas a dormir en mi casa. Si no lo haces así, no quiero que vuelvas más.

  Habrás oído y más de una vez que “pueden más dos tetas, que dos carretas” –continuó diciendo Lisardo-  y es verdad; a los diez minutos estábamos a la puerta de su casa. Mientras hacíamos el trayecto hasta allí, iba deseando fervientemente que dejase de llover y así ya tenía excusa para irme, pero lo cierto fue que no dejó de hacerlo en momento alguno. 

  Una vez que llegamos a su casa, Dora abrió la puerta y, al ver que remoloneaba un poco para entrar; muy resuelta ella, me agarró la mano y, sin soltarme en momento alguno, me llevó al salón de la casa, donde me di de cara con toda la familia, ya que los padres y sus dos hermanos estaban sentados viendo la televisión, quedándose muy sorprendidos a vernos llegar.

 A partir de ese momento, todo discurrió con total normalidad; sus padres eran gente muy campechana y me acogieron muy bien. Cuando les dijo Dora que me iba a quedar en la casa a pasar la noche, debido a la lluvia, no pusieron objeción alguna y respondieron que había hecho muy bien invitándome a pasar la noche en su casa..

  En mi familia la verdad es que siempre fuimos muy serios y en cambio ellos eran muy alegres. De inmediato pude comprobar que les gustaban mucho las bromas y eso, para un recién llegado, que acababa de conocerlos, no sabes lo duro que puede ser. Yo estaba allí muy formal, bastante cohibido hablando lo justo, y ellos me trataban como si nos conociéramos desde siempre

  La casa de los padres de Dora era grande y tenía dos plantas,  la planta baja donde estaba el dormitorio de los padres, y la planta de arriba; en esta era donde dormían los hijos y fue allí también donde me adjudicaron un dormitorio.

  Durante la cena, el padre de Dora, que era un hombre simpático y de palabra fácil, empezó a bromear conmigo y no veas de qué modo.

  Se dirigió a los hijos diciéndoles que vigilaran bien y que, si me veían salir de la habitación durante la noche con intención de dirigirme a la de la hermana, debían avisarle por si tenía que subir con la escopeta de caza. A ella, a su vez, le dijo que no olvidara dejar bien cerrada la puerta de su habitación, que le diera dos vueltas a la llave y que, si alguien llamaba desde fuera, no abriese bajo ningún concepto.

  Lo decía en broma...evidentemente, mientras que la mujer y los tres hermanos se destornillaban de risa; en cambio, yo no me reía en absoluto, pensaba que el trasfondo de la broma en realidad era un aviso para que no tuviese la tentación de ir a la habitación de Dora, algo que en aquellos momentos quedaba muy lejos de mis intenciones.

  La madre, al verme tan serio, acudió a mi auxilio entonces y dijo:

-     No hagas ningún caso a mi marido, es que le gusta mucho bromear.

  Quien me estaba sorprendiendo enormemente era Dora pues, en vez de salir también en mi defensa y decirle al padre que se dejara de bromas, al oír decir a la madre aquello, comentó:

-     Cuando le has dicho a Lisardo que no haga caso a padre, a que te refieres ¿Le estás insinuando que haga lo contrario de lo que acaba de decir y que puede levantarse cuando quiera e ir a mi habitación?

 -     ¡No hija! ¡No he querido decir eso! Respondió la madre confundida.


   Los hijos y el padre soltaron fuertes carcajadas al ver a la madre afirmando que ella no había querido decir aquello y yo asistía en silencio y muy formal,  a la escena, viéndoles reír a mi costa; incluso Dora me miraba sin poder contener la risa. Al fin, al verme tan serio, se apiadó de mí e intervino haciéndoles callar, diciendo:.

 -  Vamos a dejar la broma para otro rato. Verás, mi padre es que es así... muy chistoso, así que no te           preocupes y hazle caso a mi madre. Con decirte que no tiene escopeta de caza y que mi puerta no            tiene cerradura, eso ya lo dice todo.

  

  El dormitorio que me habían asignado, en la primera planta,  estaba junto al lado de uno de los hermanos; el del otro hermano estaba más alejado, al final del pasillo y el de Dora frente al mío.

  En la mañana siguiente, al levantarme una vez vestido, sentí unos golpes en la puerta, la abrí y vi que era ella.

-     Buenos días. Que tal has dormido. Pregunté.

 -     Dormir, lo que es dormir… bien. Pero la verdad es que estoy muy sorprendida.

 -     ¿Por qué? Respondí sumamente extrañado

 -    No entiendo cómo eres capaz de recorrer 20 km en bicicleta para venir a verme, y en cambio no lo           eres para atravesar un pasillo.