Al levantarte cada mañana y comprobar que respiras, ves,
oyes…todo es maravilloso. Significa que estás vivo.
En los cuentos observamos que, con frecuencia, aparecen personajes de todo tipo: príncipes encantados; brujas malas malísimas; hadas buenas; animales que hablan; Jesucristo y San Pedro son otros clásicos de algunos cuentos; el diablo también cobra protagonismo en otros y hasta la muerte la tenemos de estrella principal apareciendo habitualmente simbolizada como una mujer totalmente vestida de negro, con la cabeza cubierta por una capucha, apareciendo algunas veces con una guadaña y otras sin ella.
La medicina, es la ciencia que se dedica a la prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades, siendo los médicos quienes ayudan a las personas, que llegan al final de su ciclo vital, a que el trance sea lo más llevadero posible; por ello, si alguien está familiarizado con la muerte, son ellos y no necesitan símbolo, representación o alegoría alguna para reconocerla con facilidad.
Con
estos antecedentes, quien le iba a decir a Fulgencio, el médico de Juntal de
Arriba, que un día iba a encontrarse con ella de cara y que además no iba a
ser capaz de reconocerla.
Del mismo modo que existen en la comarca dos Peralejos, el de Arriba y el de Abajo; si había un Juntal de Arriba, lógicamente, también existía Juntal de Abajo; ambos pueblos estaban próximos y Fulgencio, como era el médico de las dos poblaciones, tenía que recorrer con mucha frecuencia el camino que unía (o separaba) ambos lugares.
El suceso que a continuación describo podría
haber sucedido a comienzos del siglo XX, una época en la que apenas había
coches particulares; de ahí que el médico debía desplazarse a los sitios en un
caballo o, cuando económicamente era más solvente, en una calesa… un carruaje
tirado por un caballo; aunque, pensándolo bien, también podría haber ocurrido en
la última década del siglo pasado. Entonces ya había muchos coches, aún no existía
los centros de salud y los médicos tenían adjudicados uno o varios pueblos,
dependiendo del tamaño de los mismos.
Aunque
los sueldos de los médicos que trabajan en los Centros de Salud son muy similares,
esto antes no era así; ya que era proporcional al número de pacientes que cada
uno atendía. Por poner un ejemplo, si uno tenía trescientos asegurados cobraba
X, el que atendía seiscientos cobraba XX.
Fulgencio, como era el médico de dos pueblos
pequeños que sumaban poco habitantes, era de los que cobraba X; en cambio, al
lado de los dos Juntales, había un pueblo bastante mayor, el número de
habitantes era considerablemente más alto, su médico era de los que cobraban XX,
y encima no se debía desplazar a ningún otro pueblo, a hacer consulta, como a
él le ocurría.
Por si eso no fuera suficiente para sentir una
ligero grado de envidia hacia el colega; este, que era bastante más viejo que
él y por ello llevaba trabajando muchos años, había ahorrado un dinero y
acababa de comprarse un flamante Mercedes-Benz y ello había ocasionado que la envidia
hubiese aumentado alcanzando un grado moderado, ya que Fulgencio, como era
joven y llevaba trabajando poco tiempo,
aún no tenía ahorro alguno, viéndose obligado a circular en un coche de segunda
mano que tenía kilómetros a mansalva, que además se averiaba, de cada tres días…
los dos de al lado y a veces también el del medio, como se dice vulgarmente.
Vivía
en Juntal de Arriba y, cada vez que debía ir al de Abajo, a pesar de ser un muy
ateo, a veces hasta rezaba y todo, para que no se le averiase el auto y le
dejara tirado a medio camino.
Un día que iba a este segundo pueblo,
mientras conducía, iba pensando en lo injusta que a veces es la vida (muchos opinan que esto ocurre no solo a veces,
sino casi siempre), pues el compañero, además de tener un mercedes y ser
veinte años mayor que él, también era viudo, bastante feo en el decir de la
gente y, a pesar de ello, tenía una novia joven y muy atractiva; mientras que
él, que era joven y muy guapo (esto
último se lo decía su madre y ya se sabe que las madres muy imparciales no son),
no tenía pareja ya que en él sucedía el hecho tan común que sucede a los
solteros que no es otro que “lo que quiero no me lo dan y lo que medan no lo
quiero”: Este hecho del reciente noviazgo
del compañero había determinado que la envidia que sentía hacia él ya
hubiese alcanzado un grado supino.
Iba sumido en estos pensamientos, conduciendo su Citroën cv2, o lo que es lo mismo, un “Dos Caballos”, y de pronto divisó a lo lejos un bulto en una cuneta.
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Al verle el rostro, tuvo la sensación de haberla
visto anteriormente en alguna ocasión, pero no recordaba donde. Ella, con el
movimiento recuperó la conciencia y Fulgencio, como llevaba el material
apropiado, dijo:
Durante la cura, ambos permanecieron en
silencio todo el rato, ella sentada en el suelo mientras que él arrodillado hacía
su trabajo y, una vez que acabó, la miró con detenimiento.
Al estar sentada, la falda se le había subido
muy arriba mostrando generosamente sus piernas; era joven, muy guapa, con una
figura estupenda y de inmediato se sintió atraído por ella. No es que sintiera sentimientos
románticos hacia la mujer, lo que sintió hacia ella era otra cosa (si antes hemos
hablado de envidia, a esto se le sumaba ahora la lujuria).
- ¿Quién
eres? –preguntó. Estoy seguro de haberte visto anteriormente, en alguna
ocasión, pero no recuerdo donde.
- Es que te presentas en unos momentos críticos, donde todo se ve muy negro. Tú misma acabas de decir que apareces vestida así para recoger el alma del difunto. La muerte, aunque esperada, nunca llega a tiempo, por eso nadie te quiere ver de cerca.
- No,
puedes estar tranquilo… hoy no es tu día. ¿Acaso me ves con el uniforme de
trabajo? Ya te he dicho que hoy descanso. Como me has socorrido, te voy a compensar
un poco. De ahora en adelante, cuando estés con un enfermo en su habitación y
me veas, fíjate bien donde estoy situada.
Si observas que estoy en la cabecera de la cama, no pierdas el tiempo con él porque a ese no hay medico ni medicina que lo salve. Si es católico, le dices a la familia que le administren los Santos Oleos, quedas bien con ellos y te vas tranquilo.
En cambio, cuando me veas a los pies de la cama, ese seguro que salva; no va a haber enfermedad que pueda con él; ni siquiera el peor médico, por muy malo que sea, va ser capaz de cargárselo.
No olvides que soy yo la que decide
quien se va conmigo y quien se queda.
Una vez dicho esto último, aquella chica joven y guapa, por la que inicialmente había sentido una fuerte atracción, que había desaparecido súbitamente al saber de quien se trataba, se esfumó dejando a Fulgencio totalmente confundido.
Subió al viejo Citroën y, antes de arrancarlo, sopesó detenidamente lo ocurrido inmerso en un mar de dudas. Aquello le había parecido tan extraño, que se dio una buena bofetada a sí mismo para convencerse que estaba despierto y no había sido un sueño; como le dolió bastante, llegó al convencimiento de que la bofetada era real y no estaba soñando, volviendo sus pensamientos al encuentro con la mujer que afirmaba ser la muerte. Aún tenía serias dudas de aquello hubiera ocurrido realmente y, como hombre de ciencia que era, se puso a analizar la situación.
También valoró el haber sufrido un espejismo,
tal como le sucede a algunas personas en el desierto cuando están con hambre,
sed y calor; pero él no se encontraba en medio del Sahara, sino a medio camino,
entre Juntal de Arriba y Juntal de Abajo; luego, aquello no era un desierto y
como no tenía hambre ni sed, ya que había desayunado opíparamente, lo del
espejismo también quedaba descartado.
Otra posibilidad era que hubiese tenido una
alucinación visual y esta fuese ser el primer síntoma de una enfermedad
venidera. Los médicos, como conocen tantas enfermedades, algunos son algo
hipocondríacos y creen tenerlas todas, pero él no lo era y tampoco consideró
que la cosa fuera por ese camino.
Una vez
descartadas las distintas posibilidades, aunque seguía sin encontrar
explicación lógica alguna al encuentro que creía haber tenido, decidió olvidar
el asunto. Además, si aquella mujer realmente era la muerte, tendría ocasión de
comprobarlo cuando estuviera con algún enfermo a punto de abandonar este mundo.
El paciente al que iba a ver, en Juntal de Abajo,
era un hombre mayor, muy rico y soltero. Siempre se ha dicho que “a quien no tiene hijos, el diablo le da
sobrinos”, especialmente si hay dinero por medio, y allí se daba esa circunstancia.
Se llamaba Gaudencio, estaba en la cama
bastante fastidiado de salud y le acompañaba una sobrina. Al verla vestida de
negro, Fulgencio la miró fijamente a la cara para asegurarse que no era la
mujer que creía haber visto en el camino, aunque después recordó haberla oído
decir que aquel día lo tenía libre. Una vez comprobó que no era ella, quedó muy
tranquilo pues Gaudencio, por muy fastidiado que estuviera, sabía que aún no
iba a palmarlas.
- ¡Doctor!
Sé que soy viejo y que estoy bastante mal, pero no me deje morir ¡Cúreme por
favor! –exclamó el paciente
Fulgencio,
al entrar en la habitación, vio al pobre Gaudencio con una cara de angustia
tremenda (en los momentos críticos os
aseguro que se sonríe poco) y, al ver aquel barullo de gente, les dijo que
el enfermo necesitaba tranquilidad pidiéndoles que salieran todos y que les
dejaran solos, como así hicieron.
- ¡Sálveme
doctor! -es lo primero que dijo el
enfermo. Si me salva y evita que me muera, le pago lo que me pida… por dinero
no lo haga. Yo no hijos; ésa caterva de
gente que acaba de salir de la habitación, son los sobrinos con los mujeres y
maridos respectivos.
¿Ha visto usted alguna vez a los buitres buscando
comida? Cuando uno de ellos tiene hambre, al llegar la mañana inicia el vuelo buscando
carroña, surca el cielo planeando y, cuando la ve, empieza a volar en círculos
antes de aterrizar para comerla; los demás, cuando de lejos ven a uno de ellos volar
en círculo, saben que ha encontrado algo que llevarse al buche y acuden todos
allí.
Algo así ha pasado, la sobrina que estaba aquí
ayer, cuando vino usted, dio el aviso a los demás de que estaba enfermo y ahí
están todos ellos.
Ellos
no vuelan en círculos, pero rodean la cama formando otro circulo y eso no me
gusta nada.
- Sí, eso pasa a veces cuando no se tienen hijos – respondió el médico lacónicamente.
Fulgencio daba por supuestos que estaban los
dos solos y de pronto reparó que, al lado de la cabecera de la cama, había una
mujer totalmente vestida de negro, con una amplia capucha cubriéndole la cabeza
y recordó entonces lo ocurrido en la carretera el día anterior.
Había
mantenido la duda de que aquello hubiera sucedido realmente, y ahora comprobaba
que todo había sido real; era la muerte con su uniforme de trabajo y, lo que
era peor, estaba situada en la cabecera, lo cual significaba que, hiciera lo
que hiciera, Gaudencio no iba a salvarse.
El médico, al escucharle, sintió un gran sobresalto y casi sufre un cortocircuito cerebral, empezando sus pensamientos a circular a gran velocidad. Si lograba salvar a Gaudencio y recibía doscientos cincuenta mil euros, tendría dinero de sobra para un Mercedes-Benz y de los más caros, logrando así superar al colega del pueblo vecino al que tanto envidiaba, logrando así que la envidia cambiara de lado pasando a ser él el envidiado; pero había un problema…aquella mujer vestida de negro.
Aunque no se le veía la cara por la capucha, no
tenía duda alguna que se trataba de su vieja amiga con el uniforme de trabajo;
recordó haberla oído decir que, si estaba la cabecera, eso significaba que
Gaudencio era un caso perdido, lo que conllevaba que iba a quedarse sin el
mercedes, y eso hizo que cogiera un enfado tremendo.
- ¡Vaya
faena que me estás haciendo! –exclamó irritadísimo, dirigiéndose a ella ¿Por
qué no haces el favor de colocarte a los pies de la cama?
Pero ella, imperturbable, no respondió; al
contrario que en la carretera, donde se había mostrado bastante habladora, algo
comprensible si consideramos que era su día libre y se hallaba fuera de
servicio, en ese momento estaba haciendo su trabajo y la muerte siempre es
silenciosa.
- ¡¡¡Por
lo que más quiera!!! –volvió a suplicar el enfermo casi gritando, desesperado
al haber reparado también en la presencia de la mujer de negro. Si me salva y
no me muero, aumento la cifra, le doy trescientos mil.
Si la muerte estaba a la cabecera de la cama con lo que eso conllevaba, eso iba a solucionarlo inmediatamente. Agarró la cama por el lado de los pies y le dio la vuelta, girándola, desplazándose él con la misma, consiguiendo, de ese modo que ahora la muerte quedase situada a los pies de la misma, y la cabecera en el lado contrario, pensando que así lograría evitar que ésta se llevara a Gudencio; pero con el esfuerzo sintió una fuerte opresión en el pecho, algo parecido a lo que sucede cuando a uno le da un infarto, y perdió la conciencia.
Cuando la recuperó, no estaba en el
dormitorio de Gaudencio; se encontraba en un lugar desconocido para él. Miró
hacia todos los lados, no reconocía nada y de pronto a su lado vio a la mujer
de negro.
- Algunos, lo llaman sueño eterno –respondió ella.