domingo, 21 de septiembre de 2025

El Mercedes

 


                                                                        

                                                  Al levantarte cada mañana y comprobar que respiras, ves, 

                                                  oyes…todo es maravilloso. Significa que estás vivo.

 

   Encontrar una definición de la vida, no es una tarea fácil, ya que el concepto puede ser abordado desde unas perspectivas tan diferentes como la biología, la medicina, la filosofía, la religión y otras más; por ello, antes de que nos entre dolor de cabeza, intentando comprender qué es la vida, vamos a olvidarnos de ello y centrarnos únicamente en el hecho de que estamos vivos (al menos de momento).

   Todos los seres humanos tenemos un comienzo y un final sin posibilidad alguna de alargar la existencia; decía el poeta que “desde que nacemos, nuestro destino está escrito en las estrellas”; por ello, el secreto para “vivir más tiempo” consiste en hacerlo lentamente, disfrutando de la vida día a día; esto es lo más parecido a alargarla o, dicho de otro modo, ya que no podemos prolongarla, al menos intentemos ensancharla.

   En cambio, es más sencillo definir la muerte, podemos decir de ella que es el final de nuestro ciclo vital. Si la vida es aquello que nos sucede mientras estamos en este mundo; la muerte, por analogía, podríamos decir que “es aquello que nos sucede cuando dejamos de existir”; aunque, ajustándonos a la realidad, es el momento en el que dejan de sucedernos cosas.

 En los cuentos observamos que, con frecuencia, aparecen personajes de todo tipo: príncipes  encantados; brujas malas malísimas; hadas buenas; animales que hablan; Jesucristo y San Pedro son otros clásicos de algunos cuentos; el diablo también cobra protagonismo en otros y hasta la muerte la tenemos de estrella principal apareciendo habitualmente simbolizada como una mujer totalmente vestida de negro, con la cabeza cubierta por una capucha, apareciendo algunas veces con una guadaña y otras sin ella.

 La medicina, es la ciencia que se dedica a la prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades, siendo los médicos quienes ayudan a las personas, que llegan al final de su ciclo vital, a que el trance sea lo más llevadero posible; por ello, si alguien está familiarizado con la muerte, son ellos y no necesitan símbolo, representación o alegoría alguna para reconocerla con facilidad.

  Con estos antecedentes, quien le iba a decir a Fulgencio, el médico de Juntal de Arriba, que un día iba a encontrarse con ella de cara y que además no iba a ser capaz de reconocerla.

  Del mismo modo que existen en la comarca dos Peralejos, el de Arriba y el de Abajo; si había un Juntal de Arriba, lógicamente, también existía Juntal de Abajo; ambos pueblos estaban próximos y Fulgencio, como era el médico de las dos poblaciones, tenía que recorrer con mucha frecuencia el camino que unía (o separaba) ambos lugares.

 

  El suceso que a continuación describo podría haber sucedido a comienzos del siglo XX, una época en la que apenas había coches particulares; de ahí que el médico debía desplazarse a los sitios en un caballo o, cuando económicamente era más solvente, en una calesa… un carruaje tirado por un caballo; aunque, pensándolo bien, también podría haber ocurrido en la última década del siglo pasado. Entonces ya había muchos coches, aún no existía los centros de salud y los médicos tenían adjudicados uno o varios pueblos, dependiendo del tamaño de los mismos.

   Aunque los sueldos de los médicos que trabajan en los Centros de Salud son muy similares, esto antes no era así; ya que era proporcional al número de pacientes que cada uno atendía. Por poner un ejemplo, si uno tenía trescientos asegurados cobraba X, el que atendía seiscientos cobraba XX.

  Fulgencio, como era el médico de dos pueblos pequeños que sumaban poco habitantes, era de los que cobraba X; en cambio, al lado de los dos Juntales, había un pueblo bastante mayor, el número de habitantes era considerablemente más alto, su médico era de los que cobraban XX, y encima no se debía desplazar a ningún otro pueblo, a hacer consulta, como a él le ocurría.

  Por si eso no fuera suficiente para sentir una ligero grado de envidia hacia el colega; este, que era bastante más viejo que él y por ello llevaba trabajando muchos años, había ahorrado un dinero y acababa de comprarse un flamante Mercedes-Benz y ello había ocasionado que la envidia hubiese aumentado alcanzando un grado moderado, ya que Fulgencio, como era joven y llevaba trabajando  poco tiempo, aún no tenía ahorro alguno, viéndose obligado a circular en un coche de segunda mano que tenía kilómetros a mansalva, que además se averiaba, de cada tres días… los dos de al lado y a veces también el del medio, como se dice vulgarmente.

  Vivía en Juntal de Arriba y, cada vez que debía ir al de Abajo, a pesar de ser un muy ateo, a veces hasta rezaba y todo, para que no se le averiase el auto y le dejara tirado a medio camino.

 

  Un día que iba a este segundo pueblo, mientras conducía, iba pensando en lo injusta que a veces es la vida (muchos opinan que esto ocurre no solo a veces, sino casi siempre), pues el compañero, además de tener un mercedes y ser veinte años mayor que él, también era viudo, bastante feo en el decir de la gente y, a pesar de ello, tenía una novia joven y muy atractiva; mientras que él, que era joven y muy guapo (esto último se lo decía su madre y ya se sabe que las madres muy imparciales no son), no tenía pareja ya que en él sucedía el hecho tan común que sucede a los solteros que no es otro que “lo que quiero no me lo dan y lo que medan no lo quiero”: Este hecho del reciente noviazgo  del compañero había determinado que la envidia que sentía hacia él ya hubiese alcanzado un grado supino.  

 Iba sumido en estos pensamientos, conduciendo su Citroën cv2, o lo que es lo mismo, un “Dos Caballos”, y de pronto divisó a lo lejos un bulto en una cuneta.

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 Al acercarse, comprobó que se trataba de una persona tendida en el suelo y que permanecía inmóvil. Cuando llegó a su altura, paró el coche, bajó de él, se acercó a ella y, como estaba tendida boca abajo, le dio la vuelta pudiendo apreciar que era una mujer que presentaba una herida en la cabeza, por lo que le resultó fácil llegar al diagnóstico. Ha caído al suelo y está inconsciente debido al “cogotón” que se ha dado -pensó.

 Al verle el rostro, tuvo la sensación de haberla visto anteriormente en alguna ocasión, pero no recordaba donde. Ella, con el movimiento recuperó la conciencia y Fulgencio, como llevaba el material apropiado, dijo:

 -  Tienes una herida en la cabeza, soy médico y voy a curarte. Aunque es pequeña y superficial, el golpe que te has dado ha debido ser bastante fuerte, ya que te ha hecho perder el conocimiento

  Durante la cura, ambos permanecieron en silencio todo el rato, ella sentada en el suelo mientras que él arrodillado hacía su trabajo y, una vez que acabó, la miró con detenimiento.

  Al estar sentada, la falda se le había subido muy arriba mostrando generosamente sus piernas; era joven, muy guapa, con una figura estupenda y de inmediato se sintió atraído por ella. No es que sintiera sentimientos románticos hacia la mujer, lo que sintió hacia ella era otra cosa (si antes hemos hablado de envidia, a esto se le sumaba ahora la lujuria).

-  ¿Quién eres? –preguntó. Estoy seguro de haberte visto anteriormente, en alguna ocasión, pero no recuerdo donde.

 -  ¿Solo en alguna ocasión…? Me has visto bastantes veces, lo que sucede es que nunca hemos estado tan cerca uno del otro como ahora...por eso no me reconoces. Soy la muerte, cuando has ido a atender a algún paciente que estaba muy grave y no se ha salvado, yo siempre estaba por allí para llevármelo, de eso me conoces.

 -  ¡¡¡La muerte…!!! ¡Una chica guapa y con minifalda! Me estás tomando el pelo, la muerte es una mujer vieja y fea ¡Cómo vas a ser tú la muerte!

 - A todos os pasa lo mismo –respondió ella enfadada. Creéis que soy vieja y fea, pero estáis muy confundidos. Lo de vieja lo reconozco… soy tan vieja como el mundo; pero no entiendo por qué todos os empeñáis en que soy fea. Supongo que es debido a que siempre estáis intentando evitarme y nunca queréis verme de cerca. En cuanto a la minifalda… que quieres que te diga. Hoy es día de descanso y me visto como me da la gana, pero cuando trabajo la hago de uniforme y es como me veis. Siempre llevo un vestido  de color negro con capucha también negra que me tapa la cabeza pero no la cara, aunque ninguno  me la veis porque os da miedo mirarme. Por eso me enfado tanto cuando decís que soy fea.

 Fulgencio tras escucharla con atención, respondió:

 -  Es que te presentas en unos momentos críticos, donde todo se ve muy negro. Tú misma acabas de decir que apareces vestida así para recoger el alma del difunto. La muerte, aunque esperada, nunca llega a tiempo, por eso nadie te quiere ver de cerca.

 -   Efectivamente, eso es lo que ocurre; pero la culpa es vuestra. La mayoría de los humanos pasáis por la vida sin saber disfrutar de ella,  porque no sabéis vivir; por ello os desesperáis cuando llega la hora de abandonar este mundo. Soy yo quien da sentido a la vida, ten en cuenta que, desde el momento que uno nace, se puede decir que comienza a morir ya que es algo inevitable; por eso, lo que debéis hacer, mientras estáis vivos, es procurar vivir lo mejor posible y no limitaros a existir como hacen algunos. Hay que vivir siendo conscientes que todo tiene un final valorando el presente de modo que, hasta que llega ese momento, debéis intentar ser lo más felices posible.

   El médico escuchaba los razonamientos que daba la muerte, los veía bastante lógicos y de pronto se alarmó al venirle un terrible pensamiento a la mente:

   -  ¡A propósito…! ¿Has venido a por mí?

 

-    No, puedes estar tranquilo… hoy no es tu día. ¿Acaso me ves con el uniforme de trabajo? Ya te he dicho que hoy descanso. Como me has socorrido, te voy a compensar un poco. De ahora en adelante, cuando estés con un enfermo en su habitación y me veas, fíjate bien donde estoy situada.

   Si observas que estoy en la cabecera de la cama, no pierdas el tiempo con él porque a ese no hay     medico ni medicina que lo salve. Si es católico, le dices a la familia que le administren los Santos      Oleos, quedas bien con ellos y te vas tranquilo.

   En cambio, cuando me veas a los pies de la cama, ese seguro que salva; no va a haber enfermedad que pueda con él; ni siquiera el peor médico, por muy malo que sea, va ser capaz de cargárselo.

   No olvides que soy yo la que decide quien se va conmigo y quien se queda.

 

    Una vez dicho esto último, aquella chica joven y guapa, por la que inicialmente había sentido una fuerte atracción, que había desaparecido súbitamente al saber de quien se trataba, se esfumó dejando a Fulgencio totalmente confundido.

   Subió al viejo Citroën y, antes de arrancarlo, sopesó detenidamente lo ocurrido inmerso en un mar de dudas. Aquello le había parecido tan extraño, que se dio una buena bofetada a sí mismo para convencerse que estaba despierto y no había sido un sueño; como le dolió bastante, llegó al convencimiento de que la bofetada era real y no estaba soñando, volviendo sus pensamientos al encuentro con la mujer que afirmaba ser la muerte. Aún tenía serias dudas de aquello hubiera ocurrido realmente y, como hombre de ciencia que era, se puso a analizar la situación.

  Eran las diez de la mañana y él nunca bebía aguardiente ni licor alguno a aquellas horas, luego, no podía tener perturbada la mente por el alcohol; además, como tampoco consumía drogas lícitas, ni ilícitas, consideró que por ahí no iba la cosa.

  También valoró el haber sufrido un espejismo, tal como le sucede a algunas personas en el desierto cuando están con hambre, sed y calor; pero él no se encontraba en medio del Sahara, sino a medio camino, entre Juntal de Arriba y Juntal de Abajo; luego, aquello no era un desierto y como no tenía hambre ni sed, ya que había desayunado opíparamente, lo del espejismo también quedaba descartado.

  Otra posibilidad era que hubiese tenido una alucinación visual y esta fuese ser el primer síntoma de una enfermedad venidera. Los médicos, como conocen tantas enfermedades, algunos son algo hipocondríacos y creen tenerlas todas, pero él no lo era y tampoco consideró que la cosa fuera por ese camino.

  Una vez descartadas las distintas posibilidades, aunque seguía sin encontrar explicación lógica alguna al encuentro que creía haber tenido, decidió olvidar el asunto. Además, si aquella mujer realmente era la muerte, tendría ocasión de comprobarlo cuando estuviera con algún enfermo a punto de abandonar este mundo.

   El paciente al que iba a ver, en Juntal de Abajo, era un hombre mayor, muy rico y soltero. Siempre se ha dicho que “a quien no tiene hijos, el diablo le da sobrinos”, especialmente si hay dinero por medio, y allí se daba esa circunstancia.

  Se llamaba Gaudencio, estaba en la cama bastante fastidiado de salud y le acompañaba una sobrina. Al verla vestida de negro, Fulgencio la miró fijamente a la cara para asegurarse que no era la mujer que creía haber visto en el camino, aunque después recordó haberla oído decir que aquel día lo tenía libre. Una vez comprobó que no era ella, quedó muy tranquilo pues Gaudencio, por muy fastidiado que estuviera, sabía que aún no iba a palmarlas.

-  ¡Doctor! Sé que soy viejo y que estoy bastante mal, pero no me deje morir ¡Cúreme por favor! –exclamó el paciente

 -  No te preocupes que hoy no te vas a morir –le tranquilizó el médico. Eso te lo garantizo. Voy a ponerte un tratamiento y ya veremos cómo evolucionas. Mañana por la mañana vuelvo a verte.

 Al día siguiente, cuando el médico volvió a ver al enfermo, este seguía en la cama y observó que la misma estaba rodeada por cerca de una docena de personas; eran los sobrinos y sus cónyuges. Se habían enterado que el tío rico estaba enfermo y allí estaban todos sin faltar ni uno.

 El enfermo, no veía afecto ni sentimiento alguno en sus caras, sólo veía reflejado en ellas el interés;  estaban deseando que muriera y apañar todo lo posible, una vez dejara de existir.

   Fulgencio, al entrar en la habitación, vio al pobre Gaudencio con una cara de angustia tremenda (en los momentos críticos os aseguro que se sonríe poco) y, al ver aquel barullo de gente, les dijo que el enfermo necesitaba tranquilidad pidiéndoles que salieran todos y que les dejaran solos, como así hicieron.

-  ¡Sálveme doctor!  -es lo primero que dijo el enfermo. Si me salva y evita que me muera, le pago lo que me pida… por dinero no lo haga.  Yo no hijos; ésa caterva de gente que acaba de salir de la habitación, son los sobrinos con los mujeres y maridos respectivos.

 ¿Ha visto usted alguna vez a los buitres buscando comida? Cuando uno de ellos tiene hambre, al llegar la mañana inicia el vuelo buscando carroña, surca el cielo planeando y, cuando la ve, empieza a volar en círculos antes de aterrizar para comerla; los demás, cuando de lejos ven a uno de ellos volar en círculo, saben que ha encontrado algo que llevarse al buche y acuden todos allí.

 Algo así ha pasado, la sobrina que estaba aquí ayer, cuando vino usted, dio el aviso a los demás de que estaba enfermo y ahí están todos ellos.

  Ellos no vuelan en círculos, pero rodean la cama formando otro circulo y eso no me gusta nada.


-  Sí, eso pasa a veces cuando no se tienen hijos – respondió el médico lacónicamente.

  Fulgencio daba por supuestos que estaban los dos solos y de pronto reparó que, al lado de la cabecera de la cama, había una mujer totalmente vestida de negro, con una amplia capucha cubriéndole la cabeza y recordó entonces lo ocurrido en la carretera el día anterior.

  Había mantenido la duda de que aquello hubiera sucedido realmente, y ahora comprobaba que todo había sido real; era la muerte con su uniforme de trabajo y, lo que era peor, estaba situada en la cabecera, lo cual significaba que, hiciera lo que hiciera, Gaudencio no iba a salvarse.

 -    ¡¡No deje que me muera…por favor!! – volvió a rogar el enfermo. No tengo mujer y tampoco hijos, solo dinero…tengo mucho dinero, y si me muero ¡de qué me va servir! He vivido toda mi vida trabajando y ahorrando y ahora es cuando me arrepiento de no haber vivido un poco mejor. Tengo medio millón de euros en el banco; si me salva usted, le doy la mitad.

   El médico, al escucharle, sintió un gran sobresalto y casi sufre un cortocircuito cerebral, empezando sus pensamientos a circular a gran velocidad. Si lograba salvar a Gaudencio y recibía doscientos cincuenta mil euros, tendría dinero de sobra para un Mercedes-Benz y de los más caros, logrando así superar al colega del pueblo vecino al que tanto envidiaba, logrando así que la envidia cambiara de lado pasando a ser él el envidiado; pero había un problema…aquella mujer vestida de negro.

  Aunque no se le veía la cara por la capucha, no tenía duda alguna que se trataba de su vieja amiga con el uniforme de trabajo; recordó haberla oído decir que, si estaba la cabecera, eso significaba que Gaudencio era un caso perdido, lo que conllevaba que iba a quedarse sin el mercedes, y eso hizo que cogiera un enfado tremendo.

-   ¡Vaya faena que me estás haciendo! –exclamó irritadísimo, dirigiéndose a ella ¿Por qué no haces el favor de colocarte a los pies de la cama?

  Pero ella, imperturbable, no respondió; al contrario que en la carretera, donde se había mostrado bastante habladora, algo comprensible si consideramos que era su día libre y se hallaba fuera de servicio, en ese momento estaba haciendo su trabajo y la muerte siempre es silenciosa.

-   ¡¡¡Por lo que más quiera!!! –volvió a suplicar el enfermo casi gritando, desesperado al haber reparado también en la presencia de la mujer de negro. Si me salva y no me muero, aumento la cifra, le doy trescientos mil.

 ¡Trescientos mil euros!  - repitió Fulgencio en voz alta, apesadumbrado al ver que se le iba escapar la oportunidad de tener un Mercedes.

  Siempre se ha dicho que, “ante situaciones desesperados, hacen falta soluciones extraordinarias” y algo así sucedió con Fulgencio, al que le llegó la inspiración súbitamente.

  Si la muerte estaba a la cabecera de la cama con lo que eso conllevaba, eso iba a solucionarlo inmediatamente. Agarró la cama por el lado de los pies y le dio la vuelta, girándola, desplazándose él con la misma, consiguiendo, de ese modo que  ahora la muerte quedase situada a los pies de la misma, y la cabecera en el lado contrario, pensando que así lograría evitar que ésta se llevara a  Gudencio; pero con el esfuerzo sintió una fuerte opresión en el pecho, algo parecido a lo que sucede cuando a uno le da un infarto, y perdió la conciencia.

  Cuando la recuperó, no estaba en el dormitorio de Gaudencio; se encontraba en un lugar desconocido para él. Miró hacia todos los lados, no reconocía nada y de pronto a su lado vio a la mujer de negro.

 -   ¿Qué ha pasado? –preguntó.

 -  Que tonto has sido Fulgencio –respondió ella. Estabas avisado que, si me veías a la cabecera de la cama de alguien, era porque ya no tenía remedio y me lo llevaba. Has girado la cama, y  has conseguido que ahora yo esté a los pies de Gaudencio, Le has salvado a él...sí, ¿pero qué ha pasado? Que al hacer esa maniobra, tú te has colocado a mi lado y yo soy la muerte ¿no lo recuerdas?. Si hoy estoy con mi uniforme de trabajo, es porque tengo que llevarme a alguien y si él ya no va ser, tu verás...

 Fulgencio, permaneció un momento pensativo, tras escuchar sus palabras y preguntó:

 -    Esto es solo un sueño ¿verdad?

 -     Algunos, lo llaman sueño eterno –respondió ella.