En el cristianismo, como en el resto de
las religiones, existe una gran preocupación por el más allá, es más, todas
ellas intentan convencer a los respectivos fieles que este mundo, simplemente, es
un lugar de paso y que, cuando las palmamos, aunque nuestro cuerpo, la parte
orgánica: chicha, huesos y demás… para que nos entendamos, acaba convertido en
polvo haciendo buena la frase “polvo eres y en polvo te has de convertir”, ¿o
quizá era “de un polvo vienes y en polvo te has de convertir”? (no
estoy muy seguro cual de las dos frases es la correcta, aunque, pensándolo
bien, posiblemente las dos lo sean).
Bueno, pues cuando llega este fatídico momento, el
cuerpo, o lo que queda de él, permanece por aquí, ya sea enterrado o
incinerado, mientras que el alma sigue un camino cuyo destino final es
incierto y va depender del tipo de religión que tenga cada uno.
Si nos
centramos en la nuestra, el cristianismo, las almas, una vez han abandonado el cuerpo, pueden
tener destinos distintos,
dependiendo de lo buenos o malos
que hayamos sido a lo largo de su vida.
Cuando hablamos de un destino final, este solo puede ser el cielo o el infierno, ya que el purgatorio solo es un lugar de
paso.
Ir directo al cielo es extremadamente
difícil; soy incapaz de imaginar qué méritos debe hacer una persona para que se
dé tal circunstancia; en cambio, ir directo al infierno es mucho más
sencillo y, al contrario de los que van al cielo, aquí si que se me ocurren un
montón de motivos que pueden acabar con el alma de uno en ese lugar.
Al respecto, contaba Mark Twain que un
hombre se estaba muriendo y preguntó a un cura cual
era el mejor lugar para ir respondiéndole éste que cada uno tenía sus ventajas: “el
cielo por el clima y el infierno por la compañía” (es sabido por todos, que en el infierno es donde
acaba la gente mas divertida).
Hoy no quiero hablar del cielo ni del infierno, sino del purgatorio, un sitio muy interesante y a la vez enigmático, que es el lugar donde acabamos casi todos los cristianos, al abandonar este mundo, cuando no hemos sido demasiado buenos, ni demasiado malos, sino regulares.
Dicho de otra manera: aquellos que somos buenos
y malos a tiempo parcial, dependiendo de los días y las circunstancia de cada
uno...que es lo habitual, por lo visto, acabamos allí.
Antes de continuar es necesario aclarar que los “habitantes“ del purgatorio son las ánimas, no las almas, porque no son lo mismo, aunque entre ellas, solo existe una diferencia conceptual ya que reciben uno u otro nombre dependiendo del momento existencial. Las personas, cuando estamos vivos, tenemos alma y, cuando morimos, esta pasa a denominarse ánima.
Conclusión: las ánimas son las almas de los que ya no están vivos, vendría a
ser como el jugador de futbol que cambia de equipo; el jugador sigue siendo
el mismo, pero juega con distinta camiseta.
Como decía anteriormente, cuando fallecemos,
casi todas las almas, una vez pasan a ser ánimas, acaban en el purgatorio que es un lugar
de paso, una especie de estación intermedia en su camino hacia el cielo; allí,
sufren un proceso de reciclaje o reacondicionamiento y una vez alcanzan la
excelencia, es cuando ya pueden subir al cielo; claro que es necesario hacer muchos
méritos hasta que llegue a ese punto, si quieren salir de allí alguna vez y no
eternizarse en la espera.
El purgatorio, indudablemente, es un lugar
superpoblado, y, aunque alguno puede imaginarlo como un inmenso hotel con buffet
y todo, eso no es así; las ánimas no ocupan espacio físico, luego no son
necesarios comedores, dormitorios, aseos…y, además, caben todas y con holgura.
El
tiempo que cada ánima debe permanecer en el purgatorio, antes de alcanzar el
cielo, es muy variable y depende de los méritos que haya hecho cada uno en la
tierra, cuando aún estaba vivo y coleando (Aviso
para hombres, mujeres y personas transexuales, asexuales y demás: “vivo y coleando”,
es una expresión popular que no tiene nada que ver con el movimiento de la cola,
significa, simplemente, estar sano sin mas, por lo tanto, es válido para todos los
géneros no solo para los que tienen cola).
Como el purgatorio sólo es un lugar de paso, las ánimas allí se sienten forasteras y por ello desean abandonar ese lugar cuanto antes para seguir su camino hacia el
cielo, lo que plantea una pregunta muy interesante: ¿Qué méritos debe hacer
una persona en vida para que su estancia en el purgatorio no se alargue demasiado?
Esto
es importante tenerlo en cuenta porque la medida del tiempo, en ese lugar, no es como aquí en nuestro
mundo ya que, si se ha descuidado un poco y no ha cumplido debidamente en la Tierra los
preceptos que manda la Santa Madre Iglesia, y encima nadie pone remedio a ello, puede
tirarse allí una eternidad.
Lo que sí se sabe, es que el tiempo de espera para acceder al cielo, desde el purgatorio, no es por el orden de llegada al mismo sino por las virtudes o méritos tanto del interesado como de la familia. Respecto al interesado, va depender de haber sido buen cristiano cometiendo pocos pecados y siendo generoso con la Iglesia a la hora de "aflojar la bolsa" y en cuanto a la familia, de lo que recen por él y también del dinero que esté dispuesta a gastarse por el difunto.
La Iglesia, desde
siempre, ha valorado mucho la plata como dicen los argentinos, o el cash como llaman muchos, ahora, al dinero; pero esto no hay que tomarlo como un de
crítica, es algo comprensible si tenemos en cuenta que con los bienes espirituales no se come. Todos los humanos, sin distinción de raza, o religión, aprecian mucho el dinero…incluso los ateos.
La consecuencia que podemos sacar de lo
anterior es que, si eres rico, tienes más posibilidades de llegar antes al
cielo, que si no lo eres y eso lo han sabido desde siempre los clérigos de todos lo
tiempos.
Siglos
atrás, alguien debió sugerir a los reyes -hablo de aquellos tiempos en que los reyes vivían como reyes- que, si pagaban la construcción de iglesias, ermitas, monasterios…
, y eran enterrados allí, adquirían una preferencia absoluta para llegar
rápidamente al cielo; algo así como si viajaran por una autopista, su paso por el purgatorio iba a ser muy fugaz y estando exentos de las tasas de peaje.
Si alguien
piensa que Felipe II mandó construir el monasterio de San Lorenzo de El Escorial,
solo para que lo visitaran los turistas, está muy equivocado, lo hizo con el
fin de ser enterrado en él, así como sus descendientes.
Del mismo modo que los reyes maniobraban así para seguir viviendo como reyes en el más allá, muchos nobles, con el mismo fin, siguieron su ejemplo y también mandaron construir iglesias, ermitas, conventos… para ser enterrados en esos lugares, intentando, también, de este modo, asegurarse un sitio en el Paraíso (no confundir el Paraíso Celeste con el Terrenal); así que ya sabéis, cuando veáis la tumba de un noble o un personaje notable, en alguna iglesia, es debido a que él o la familia, costearon la construcción de la misma, existiendo para ello dos claras razones: a) Tenían mucho dinero y los constructores de entonces no cobraban tanto como los de ahora, b) Aún no existían el banco de Santander o Iberdrola, y preferían invertir el dinero en estos menesteres.
Si por un lado nos encontramos a los reyes y
nobles enterrados en iglesias y monasterios, y a los obispos en catedrales, con
el fin de que sus ánimas tuviesen paso franco hacia el cielo; y por otro
a la gente normal y corriente enterrada en un hoyo bajo tierra, en un nicho estrecho o en una vasija tras ser incinerados; fácilmente deduciremos que, desde estos lugares, no hay autopistas para el cielo como en el caso de los primeros; las ánimas de los pobres tienen que seguir un camino mucho más largo, tortuoso y seguro que hasta en mal estado, algo que es totalmente injusto ¡y yo que pensaba que la muerte nos
hacía a todos iguales!
Para
minorar “tamaña injusticia”, la Iglesia, en su día, decidió que al resto de los
mortales había que favorecerles también el trayecto hacia el cielo e ideó un
sistema en el que ¡cómo no!, también había que pasar por caja; de forma que, cuando alguien fallecía, si la familia del finado pagaba misas y
responsos por su alma, y compraba indulgencias –una especie de tasas de peaje
que vendía la iglesia para ir al cielo- se acortaba enormemente su
estancia en el purgatorio.
Desconozco
el catalogo de las prestaciones y la normativa existente en el purgatorio, pero
estoy seguro que, cuantas más misas y responsos pagaba la familia y más
indulgencias comprara, menos tiempo tardaba el ánima del finado en alcanzar la
gloria.
Cuando unan persona moría y tenía hijos u
otros familiares cercanos, dispuestos a rezar por ellos y gastar la pasta en
estos asuntos, todo iba sobre ruedas y su ánima tenía asegurado el descanso eterno, pero ¿ qué ocurría si el difunto no tenía algún familiar o persona cercana confiable, y tenía la sospecha de que si le dejaba su dinero a alguien, para que lo gastara en misas aplicadas por su alma, este decidía pasar del tema, gastándoselo en vino y olvidándose del difunto?
Por suerte, la Iglesia, una vez
más, encontró una solución para estos casos tan particulares.
Una persona podía asegurarse “un pasaporte
para el cielo” si dejaba directamente a la parroquia, en herencia, un bien material: una
casa o un terreno rústico. En estos
casos, el cura del pueblo, o de la ciudad, lo arrendaba y el dinero obtenido de
esas rentas era empleado en decir misas por el alma del benefactor.
Esto, en realidad, era una compraventa, pues el dueño de la casa o terreno lo entregaba al cura a cambio de la correspondiente contraprestación espiritual. Estas donaciones eran conocidas con el nombre de Capellanías, y es algo que nos pilla muy cerca. En nuestro pueblo, la iglesia posee desde hace siglos, tierras que son conocidas como Capellanías.
En
Barrueco, nunca hubo nobles de alta alcurnia, como en Picones o Cerralbo, por
poner unos ejemplos cercanos. El marqués de
Picones y el marqués de Cerralbo existieron y, seguramente, alguno de sus descendientes conserva los respectivos títulos nobiliarios.
El marqués de Cerralbo, como
era rico, costeó la edificación de una iglesia para tener allí el panteón
familiar (la Capilla del marqués de
Cerralbo es un magnífico templo que está en
Ciudad Rodrigo).
En nuestro pueblo, si hubo nobles, eran gente de la baja nobleza, como mucho hidalgos, que era lo último del escalafón nobiliario.
Hace siglos, algunos de nuestros antepasados,
fuesen o no hidalgos, con el fin de intentar asegurarse un salvoconducto para el
cielo, se acogieron al sistema de las Capellanías
y cedieron a la iglesia, tierras, cortinas, prados, huertos…siendo éste el origen de las capellanías en Barrueco.
El cura administraba estos bienes, los arrendaba y el dinero obtenido era empleado en decir misas por las almas de los antiguos dueños que los habían donado.
Pero una vez, no sabemos si premeditadamente o no, olvidó decir las misas y ocurrieron cosas muy serias.
Me ha gustadomucho tu comentari
ResponderEliminarMe alegro que te guste. Hay que ver la de cosas que nos enseñaban en la catequesis y en las clases de religión.
EliminarSaludos,
ResponderEliminar-Manolo-
Saludos Manolo. Ayer pasé por tu pueblo al mediodía, hay que ver lo que llovía.
Eliminarmuy entretenido e instructivo. Un abrazo
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
EliminarMe alegro que te guste. Un saludo
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