El agua es un elemento esencial para la vida de los seres vivos, ya que constituye una parte muy importante de nuestra estructura corporal (unas dos terceras partes de nuestro organismo son agua) e interviene prácticamente en todos los procesos fisiológicos: digestión, circulación, respiración…
Mientras que un camello -de los del desierto, no de los otros- puede tirarse hasta 10 días sin beber agua y un pez lo tiene mucho peor, ya que fuera de este elemento muere en unos minutos, los humanos, en este aspecto, nos situamos en una situación intermedia.
Aunque hay experiencias que es mejor prescindir de ellas y lo ideal es no verse obligados a comprobarlo personalmente, se sabe que un hombre o mujer, que no beba nada de agua, puede sobrevivir, como mucho, tres o cuatro días.
Una vez leí en una camiseta, un eslogan pseudo ecologista cuyo mensaje era “Ahorremos agua, bebamos cerveza”. Si consideramos que la cerveza está compuesta en un 90% de agua, pretender ahorrar agua, de este modo, no parece una buena solución.
Si lo indicado es que una persona adulta beba al día entre 2-3 litros de agua -ocho vasos es la típica recomendación que se hace- y, en vez de ello, decide trasegarse en un día esa cantidad de cerveza en vez de agua, para mantenerse bien hidratado, aparte de que el cambio iba resultarle más costoso económicamente, también sería menos saludable.
Solución: bebamos ambas cosas (que predomine el consumo de una o la otra, queda al criterio de cada uno).
En cierta ocasión, conocí a un cura que llevaba más de 20 años de párroco en un pueblo y presumía de no haber probado aún el agua de aquel lugar; el hombre nos aclaraba a todos que eso había sido posible porque, en vez de agua, bebía vino, con lo cual daba a entender que tomaba dos tipos de vino: el bendecido en misa, que supongo sería poco, y una porción mucho más generosa de vino no bendecido cuando estaba “fuera de servicio”.
La conversación con el cura discurrió ¡como no!, en uno de los bares del pueblo y no, precisamente, en la fuente pública, aquel día me pilló inspirado y le respondí así:
- Mire don Emilio -lo del “don” fue debido a que el hombre era bastante más viejo que yo y también a que entonces todos los curas tenían ese reconocimiento; en cuanto a lo de Emilio…pues porque se llamaba así- . Aunque sea sin querer, seguí diciendo, usted bebe agua todos los días como los demás y le voy a dar dos razones
a) El vino, normalmente, se compone principalmente de agua (un 85%) y a ello hay que sumar el agua que le echa el tabernero (entonces, los dueños de los bares compraban el vino en garrafas… a granel y emulando a Jesucristo en la boda de Caná, cuando convirtió el agua en vino, muchos de ellos, si a cuatro garrafas le añadían agua, lograban así tener cinco, pero de vino bautizado. Eso, evidentemente, no era un milagro como el de Jesús, sino una autentica estafa)
b) Además, ¿en la consagración no se bendice también el agua y se bebe después… aunque sea poca?
El cura me miró con algo de resentimiento, por intentar desengañarle de su guerra particular contra el agua e incluso se enfadó un poco conmigo, pero quien más lo hizo fue el dueño del bar ya que, a partir de aquel día, el párroco que era un buen cliente del establecimiento, ya no aceptaba el vino a granel de Toledo, que le servía habitualmente, y pasó a exigirle que fuera embotellado, fuese o no fuese de Toledo.
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Antiguamente, nuestros antepasados mas remotos, no comprendían los fenómenos naturales y vivían en un mundo mágico; pensaban que tanto sus vidas como todo lo que sucedía a su alrededor era regido por fuerzas ocultas o poderes superiores, tanto benignos como malignos, que eran los dioses.
Entonces, había muchos dioses…, para dar y regalar como se dice vulgarmente; cada civilización tenía los suyos siendo estos especialmente abundantes en la mitología griega; los clásicos griegos disponían de distintos grados y categorías de dioses y diosas ( como podemos ver, en el mundo grecolatino, a nivel divino, sí existía la igualdad de genero; en cambio, en otras religiones ni ha existido, ni se le espera).
Entre sus deidades menores estaban las ninfas, las diosas de la naturaleza, que personificaban los elementos que componen el mundo natural, siendo consideradas por ellos una especie de guardianas de lugares específicos; así, las Nereidas eran las ninfas del mar Mediterráneo; las Dríades lo eran de los bosques; las Oréades de las grutas y las montañas…
Dentro de esta larga lista de ninfas, encontramos las náyades que eran las protectoras de las pequeñas masas de agua dulce: manantiales, fuentes, pozos, ríos, arroyos, lagos…
Los vetones, una tribu celta que ocupó nuestro territorio; también tenían una diosa para los asuntos del agua, encargada de proteger los manantiales para que manaran y no se secaran, esta era Coventina, y como diosa que era, le hacían ofrendas.
Tengo la sensación de que cuando mas ofrendas recibía era en épocas de sequia, cuando escaseaba el agua.
Después de los celtas, llegaron a nuestra comarca los romanos; estos ocuparon toda al península, con nuestra comarca incluida, y con ellos trajeron sus dioses.
Los religión romana, igual que la griega, también era politeísta y tenían una caterva de dioses; muchos, los más populares, se los habían copiado a los griegos, aunque les cambiaron el nombre: Poseidón paso a ser Neptuno, Zeus pasó a ser Júpiter; Afrodita...Venus; Atenea... Minerva y así sucesivamente.
En lo que respecta a las náyades griegas, estas fueron adoptadas por los romanos, conservando el mismo nombre y “oficio” , ya que siguieron siendo las ninfas protectoras de las fuentes.
Los romanos, que eran muy buenos arquitectos, construyeron unas magníficas fuentes de piedra allí donde encontraban buenos manantiales, y algunas de ellas, a pesar del tiempo, aún se conservan como el primer día.
Como ya indiqué anteriormente, cuando los romanos llegaron a España trajeron a sus dioses con ellos y en lo que respecta al agua dulce: fuentes, manantiales, arroyos y ríos, decidieron jubilar a la diosa celta Coventina, pasando a ser asumidas sus funciones, como protectoras del agua dulce, por las náyades.
A estas últimas, las presenta la mitología como mujeres jóvenes de extraordinaria belleza, con largas melenas rubias y ojos verdes; en cuanto al resto de su estructura corporal, para describirlo sin herir susceptibilidades, diré simplemente que eran guapas “desde arriba hasta abajo”.
Aunque no eran inmortales, tenían una gran longevidad manteniéndose siempre jóvenes a lo largo de su larga existencia ¡ya nos gustaría a los humanos que sucediera lo mismo con nosotros!. Vivir muchos años pero disfrutando de una permanente juventud, sin tener que soportar nunca los achaques propios de la vejez.
La relación de los humanos con las náyades era bastante compleja, lo que quiere decir que a veces era buena y otras no lo era tanto.
El lado bueno era evidente, ya que eran seres benefactores que protegían las fuentes y manantiales, procurando que no se secaran y fluyera un agua clara y cristalina, apta para beber; además de ello, había algunas fuentes cuyas aguas tenían poderes curativos para aquellos que bebieran o se bañaran en sus aguas, siendo ese el origen de los balnearios.
Si lo anterior era la parte positiva de las náyades, también tenían su lado gamberro. Cuando una náyade cantaba, si algún hombre pasaba por allí y oía su voz, una fuerza irresistible hacía que se sintiese atraído hacia ella, quedando hipnotizado tanto por su voz como por su belleza. Entonces, ella, como se hacía visibles e invisible a voluntad; desaparecía de la vista del admirador, este con frecuencia se metía sin dudarlo en la fuente o rio correspondiente, intentando encontrarla y a veces aparecía ahogado (eso si que es morir de amor y no lo que a veces dicen algunos/as).
Durante el día, generalmente, no era posible verlas ya que generalmente aprovechaban la noche para para hacerse visibles, siendo una de sus actividades preferidas peinar sus largas cabelleras con peines de oro; al llegar las primeras luces día desaparecían.
Existía la teoría de que, durante el día, vivían en unas moradas subterráneas, lo cual es improbable; no olvidemos que eran diosas y se hacían visibles o invisibles a los demás, simplemente, cuando lo desearan; no tenían necesidad alguna de estar encerradas en sitio alguno durante el día.
Por ello, cuando alguien pretendía sorprenderlas, la mejor hora para ello era al alba, antes de que se hicieran invisibles. .
Aunque cada fuente o rio tenía su propia náyade, en determinados lugares podía haber más de una; cuando algún hombre se acercaba y las espiaba, automáticamente quedaba prendado de su belleza y , seguramente, hasta de su peine - no olvidar que era de oro- ; cuando ellas se daban cuenta de que estaban siendo observadas, llamaban al fisgón de turno invitándole a acercarse y este, al oír su voz, quedaba, irremisiblemente, hechizado. Se ponía muy contento pensando que aquel era su día de suerte, por haber encontrado un buen plan, se sentía atraído hacia la náyade por una fuerza irresistible y, sin darse cuenta, así era como caía al pozo, fuente o río ganándose un buen remojón o incluso muriendo ahogado.
Como en esta vida nada es permanente, una vez que desapareció el imperio romano, fueron los visigodos quienes se asentaron en la península; las náyades, en cambio, al ser seres mitológicos, ese cambio no les afectó para nada, y siguieron por aquí, cada una en su fuente.
Después de los visigodos llegaron los moros y permanecieron por aquí una buena temporada hasta que fueron expulsados por los cristianos –¡como cambian los tiempos!, en 1942, los últimos de ellos cruzaron en patera el estrecho de Gibraltar, camino de África, y ahora sucede todo lo contrario-
Estos, cuando se marcharon, nos dejaron leyendas de amores imposibles: moritas enamoradas de capitanes cristianos, así como de tesoros escondidas en cuevas custodiados por una morita, pero ¿ qué había pasado hasta entonces con las náyades?
En noroeste de la península: Galicia, Asturias, Cantabria, Palencia, el Reino de León ( León, Zamora y Salamanca) que ahora está de moda, y norte de Portugal, éstos seres mitológicos no habían desaparecido ni habían cambiado de “profesión”, simplemente, habían cambiado de nombre.
En Galicia y Asturias pasaron a ser llamadas Xanas, mientras que en el resto de las zonas antes indicadas, donde se incluye nuestra comarca, son conocidas por Janas, siendo bastante abundantes tanto los relatos como los topónimos que aluden a ellas.
Las Janas, protectoras de las fuentes, manantiales y corrientes de agua, no son otra cosa que las antiguas náyades grecorromanas. Nosotros, al contrario que los romanos, si les hemos cambiado el nombre.
En el mes de mayo pasado, estuve en Saucelle, concretamente en “Las Janas”. Se trata de un paraje que está muy próximo al pueblo y es de fácil acceso, tanto caminando como en coche: Una vez llegas hasta allí, te encuentras ante un paisaje espectacular.
Desde Las Janas pueden admirarse los impresionantes arribes del Huebra y del Camaces, así como los propios ríos, con la desembocadura del segundo en el primero. Si. además es una primavera tan florida como la de este año y hubiera que emplear una sola palabra para describir todo aquello, solo se me ocurre: fantástico.
Hay paisajes que cuando los ves, es tanta la belleza que atesoran que te impresionan enormemente y hasta sobrecoge su grandiosidad, son auténticos rincones mágicos y ese lugar, indudablemente, es uno de ellos.
Era media tarde y por lo tanto el momento no era el más adecuado para poder ver a Las Janas “peinando sus largas cabelleras rubias con peines de oro”; pero, aunque no las vi, estoy seguro que estaban por allí.
Si hablamos de Janas en
plural, es porque allí hay dos La Jana protectora del Huebra y la Jana protectora del
Camaces.