miércoles, 1 de mayo de 2024

Teología para niños ( El desenlace)

 

  En el siglo XVII, tener deudas con un alma del purgatorio preocupaba mucho a nuestros paisanos; era una creencia general que, cuando alguien fallecía y había dejado algún asunto pendiente en vida –alguien le debía algo- su ánima podía volver a este mundo a pedir explicaciones al deudor y, si estaba muy enfadaba, incluso se lo llevaba con ella y los suyos no volvían a volver a saber más del mismo. (Esto solo era una creencia de entonces, la realidad nos dice que, entonces y ahora, si alguien desaparece es por causas muy distintas; recordad que algunos, en su día, salieron a comprar tabaco, aunque no fumaban, y no volvieron).  

 

  Cuando el capellán expresó a la mujer de Regino su convencimiento de que el ánima de Alonso deambulaba por las calles de Barrueco, la noche de los lunes, la noticia se extendió por el pueblo como un reguero de pólvora y al mediodía de aquel martes nuestros paisanos: niños, jóvenes, adultos y viejos…, todos, sin excepción, conocían la noticia y sabían que todo era debido a la obcecación de Agripino en no pagar la renta al cura, lo que había conllevado a que este hubiera dejado de decir a Alonso las misas apalabradas, para que pudiera abandonar el purgatorio y alcanzar el cielo.

   (Aclaración: Agripino, era conocido entre la vecindad por el apodo de “el agarrao”, supongo que es innecesario explicar el motivo).

   Durante el resto de la semana, aquel fue el asunto más comentado en los mentideros: barberías, tiendas, panaderías y ¡cómo no!, a la salida de las misas, que entonces eran diarias.  

  Eso de que el ánima de Alonso, las noches de los lunes, se paseara con un cirio en la mano, por las calles del pueblo, era algo que aterrorizaba a la feligresía, especialmente a las mujeres.

   Cuando llegó el sábado, a la salida de misa, con el lunes a tan solo dos días vista, un grupo de ellas fue a ver a Agripino para pedirle que pagara de una vez su deuda y así el alma de Alonso descansara tranquila.

  Este hombre…, “el agarrao”, superaba los cuarenta y era lo que hoy se conoce como un single, lo que trasladado a su época significa que era un solterón, porque ninguna lo quería.

  Una persona puede permanecer soltero/a por voluntad propia, aunque lo habitual es que permanezca en este estado porque no ha encontrado su media naranja por diversas razones – algunos/as, buscando una media naranja, lo que encuentran es un medio limón, todo sea dicho-; y el hándicap de Agripino era el ser un tacaño, así que, con este atributo, no era un buen candidato para encontrar una enamorada.

  Aunque no era excesivamente atractivo, tampoco es que fuera feo; además, se comunicaba bastante bien con los demás, pero en lo tocante al dinero… Hay algunas personas tan agarradas que, si te saludan dándote la mano, es recomendable después que te cuentes los dedos por si te falta alguno y él era así.

  Entonces, como aún no existía la Genética como ciencia, no se hacían estudios genéticos; no obstante, el escribiente del concejo de aquella época - el equivalente al secretario del ayuntamiento actual- ya dejó escrito entonces, en las crónicas de Barrueco que, si en el futuro, un día, llegaba a descubrirse algún gen relacionado con la usura, ya por entonces (siglo XVII), había un hombre llamado Agripino sospechoso de tenerlo.

  Cuando una de las mujeres del grupo llamó a la puerta y Agripino abrió y las vio mirándole, le dio un vuelco el corazón; era la primera vez en su vida que doce ojos femeninos estaban observandole con atención -como eran seis mujeres, los ojos eran doce, a condición que ninguna fuera tuerta-.

  A él, un mozo viejo, a quien no le prestaba atención ninguna mujer del lugar, ver a seis damas a su puerta mirándole con tanta atención, le hizo pensar que el motivo de su visita era algo serio.

  Entre ellas, había una viuda joven de buen ver y, cuando la vio, tuvo un momento de ensoñación pasajera ¿Y si entre todas habían decidido buscarle una pareja a la viuda y como primera posibilidad habían pensado en él?

  Esta fugaz alucinación desapareció súbitamente al saber que el objeto de la visita no era amoroso, sino de índole económica -su punto débil-. Cuando le dijeron que el fin de la visita era para exigirle que, por una vez, dejara de ser tan tacaño y pagara la deuda contraída con la parroquia, se sintió muy ofendido.

 

  Si en vez de seis, hubiera ido solo una mujer, seguramente le hubiera dicho que ¡verdes las han segado!, pero eran media docena, se achantó un poco e intentó quedar bien afirmando que ya pagaría la renta de la capellanía de Alonso…, pero sin fijar fecha.">

   Ellas, conociendo cómo era el personaje y su trayectoria vital, le exigieron que jurara solemnemente que lo iba a hacer antes de la mañana del lunes, y, como se negara a ello, empezaron a oírse insultos hacia su persona, a los que no hizo caso alguno; de todos ellos, solo guardó recuerdo del que le dirigió la viuda:

  - ¡Ojalá, cuando venga el ánima de Alonso, te lleve con él!

  El día siguiente era domingo y por lo tanto “fiesta de guardar”; entonces, al contrario que ahora, nadie faltaba a misa, ese era un hecho muy grave. La gente vivía convencida que aquellos que no iban a misa, tenían asegurado un billete, en Clase Turista Premium, para el infierno.

  Aquella mañana dominical, Agripino tenía ante sí un dilema. Sabía de la hostilidad de las mujeres hacia él, e ir a la iglesia suponía encontrarse no solo con media docena, como el día anterior, sino con varias docenas. Llegó incluso a valorar la posibilidad de no acudir a misa, pero desechó rápidamente la idea pues era mayor el temor a ir al infierno con el diablo, que a la iglesia y verse con los paisanos.

  Se puso la ropa de los domingos y acabó yendo a misa a cumplir con el precepto, como Dios manda; pero tenía pensado realizar una maniobra que le ayudaría a salvar la situación.

  Llegaría más tarde que los demás, entraría el último en la iglesia; permanecería cerca de la puerta del templo y, cuando acabara la misa, saldría el primero evitando, de este modo, tener algún encontronazo indeseado; con lo que no contaba era que había llovido los días previos y...

   Al llegar a la iglesia, la puerta no estaba totalmente cerrada debido a que no encajaba bien en el marco, ya que, al ser de madera, estaba algo hinchada. Él, una vez que entró, la cerró con fuerza dejándola bien encajada en el marco y esa fue su perdición.

  Cuando el cura finalizó la misa, se dirigió a toda prisa a la puerta del templo para salir el primero y, al intentar abrirla tirando fuertemente del agarradero le fue imposible conseguirlo; no había forma humana de abrirla a pesar de los enormes esfuerzos que hizo.  

  Dos hombres tuvieron que ayudarle, tirando los tres con fuerza del tirador de la puerta, para conseguir abrirla, tras un

enorme esfuerzo; uno de los dos era, precisamente, Regino que comentó muy serio:

- ¡Mira “Agarrao” !, aquí están pasando cosas muy raras; el ánima de Alonso ya te persigue hasta en la iglesia; esto que ha pasado no es normal; estoy seguro que había algo tirando de la puerta desde, fuera para que no se abriera; un día alguien va a tener un percance por tu culpa.

  Si te pasara algo a ti, estoy seguro que no nos íbamos a disgustar ninguno, porque has sido tú quien se lo ha buscado, pero como le pase algo a algún familiar mío, quien va ir a buscarte a tu casa seré yo, no un alma en pena.

 - Más vale que pagues a la parroquia lo que debes, por el bien de todos. Apostilló Pelayo, que era el otro hombre, que había ayudado a abrir la puerta.

-  Yo pienso pagar ¿acaso he dicho que no voy a hacerlo?

 Pelayo le miro muy serio y respondió:

-  El mes pasado te vendí una cantara de vino y todavía estoy esperando que me la pagues. Aunque más tonto fui yo por vendértela, sabiendo cómo eres.

- ¡Pelayo…despídete del dinero!, dijo Regino-  Mañana es lunes y como el “agarrao” no pague hoy la renta al capellán y no le diga la misa a Alonso, seguro que viene a buscarlo.

  Las personas que tienen la conciencia tranquila y no deben nada a nadie, miran a la gente de frente, como debe ser; pero Agripino no la tenía tan tranquila, pues tenía deudas hasta con un difunto y miraba hacia el suelo todo el rato, evitando la mirada de los dos paisanos que le hablaban.

  Aunque la puerta ya estaba abierta, aún permanecían todos dentro de la iglesia y, cuando alzó la vista, se dio cuenta que alrededor de los tres había un montón de personas escuchando atentamente la conversación que mantenían y eso le puso muy nervioso

- ¡¡¡ No me miréis así…, pienso pagar !!!, dijo casi gritando.

  Salió precipitadamente del templo,alejándose de allí a toda prisa refunfuñando y llegó a su casa muy enfadado, maldiciendo lo ocurrido. Había ido a misa, intentando pasar desapercibido y había sucedido todo lo contrario: se había convertido en el protagonista absoluto.

   Estaba sentado en un escaño de la cocina y sonaron unos golpes en la puerta de la calle; pero, como no estaba de humor para hablar con nadie, no contestó; aunque no le sirvió de nada pues sintió que alguien abría la puerta desde fuera y entraba en la casa.

  Oyó unos pasos acercarse y una mujer entró hasta en la cocina, donde se encontraba digiriendo su mal humor. Era su hermana, algo más joven que él y también soltera, que vivía en la casa de al lado… puerta con puerta.

- ¡Mira hermano! Tienes que pagarle al cura la renta de la capellanía ¡sin falta! Y mejor que sea hoy para que mañana diga la misa por Alonso. La gente está atemorizada y un día vas a tener un disgusto serio con alguien.

 Él la observaba pensativo escuchando lo que decía y contestó:

 - Regino dijo en la iglesia, que la puerta no se abría porque, mientras nosotros tirábamos de ella hacia adentro, había algo que tiraba hacia afuera porque sabía que era yo quien quería salir.

   La gente dice que los fantasmas solo se ven de noche, y que de día no se ven; pero en algún sitio tendrán que estar de día ¿no te parece? ¿Tú crees que ha podido ser el ánima de Alonso?

- No seas tonto, la puerta esta húmeda por la lluvia, se ha hinchado la madera y estaba muy encajada. Las ánimas del purgatorio no andan de día por ahí.

- ¿Y de noche? insistió el hermano.

- Eso ya no lo sé. Genoveva y Regino contaron que vieron un cirio caminando solo en la oscuridad y que solo podía tratarse de un espanto; como las dos veces fue la noche de un lunes, por eso todos creen que es el ánima de Alonso.

  Mañana es lunes y te repito que la gente está asustada, así que paga ya de una vez la renta de la capellanía y así todos dejarán de creer que, la noche de los lunes, el ánima de Alonso se pasea por las calles del pueblo.

- Veo que tú también crees que lo del anima es verdad..., pues yo no acabo de creerlo, dijo el hermano.

- ¡Mira, Agripino!, de lo único que estoy segura es que te llaman el “agarrao” y con razón ¡hay que ver lo que te cuesta pagar las cosas!

   En cuanto al ánima, no sé qué decir, pero como no pagues; mañana por la noche, me encierro en casa, cando la puerta por dentro y no la vuelvo a abrir hasta la mañana del martes por si acaso, no sea que, como los dos vivimos “pegando”, venga a llevarte a ti, se equivoque de puerta y me lleve a mí.

- Entonces... crees o no crees que las ánimas pueden volver del purgatorio, insistió el hermano.

- ¡¡¡Da igual lo que yo crea o deje de creer!!!, lo que no da igual es que todo esto está pasando por tu culpa, así que paga de una vez para que todos podamos dormir tranquilos los lunes.

   Anatole France, un escritor francés, dijo: Aunque cincuenta millones de personas crean una tontería, sigue siendo una tontería

   Si Agripino hubiera leído lo anterior, seguramente hubiera pensado lo mismo que él, ya que no creía en las ánimas viajeras que salen y entran del purgatorio a su libre albedrío, regresando al mundo de los vivos cuando les apetece, pero el resto de los paisanos sí creía en ello y eso se había convertido en un problema para él ya que tenía a todo el pueblo en contra suya

  Si eso no fuera aún suficiente, acababa de recibir un rapapolvo de su hermana que era su vecina más inmediata y no quería indisponerse con ella

  Estuvo meditando sobre el asunto un buen rato y aquella misma tarde, con gran dolor de su corazón, - y sobre todo de su cartera -, por fin pagó la deuda que mantenía con el cura, para que éste le dijera las misas correspondientes a Alonso, su ánima descansara en paz y así dejara de asustar a los vecinos del pueblo.   

  Actualmente, cuando pretendemos conocer las previsiones del tiempo, echamos mano del móvil o vemos la televisión; pero antes, cuando no existía esta posibilidad, la gente del campo solía hacerlo oteando el estado del cielo: las estrellas, la luna, la presencia de nubes, el comportamiento de los animales…

  La noche del lunes, Agripino, antes de acostarse, salió un momento a la puerta de la calle para hacerse una idea del tiempo, viendo el estado del cielo; pero la noche estaba muy oscura porque estaba nublado y, como la luna no podía iluminar las calles del pueblo, aquella noche se hallaban sumidas en la más absoluta oscuridad.

  Con lo que no contaba, al abrir la puerta de la calle, era que, en frente de su casa, a muy corta distancia, había una luz en el medio de la calle: era un cirio sujeto por una mano y no se veía nada más.

   Era la misma luz misteriosa, que habían visto, anteriormente, Genoveva y Regino en su día, de cuya existencia había mantenido serias dudas; unas dudas que se disiparon súbitamente cuando la vio.

  Recordó que era la noche del lunes y sintió que hasta se le erizaba el vello de los brazos, de pavor.

 - ¡¡¡Alonso!!! ¡¡¡Qué ya he pagado la renta!!! ¡¡¡no me lleves!!! ¡¡¡Si hace falta le pago al cura una misa más por ti!!!  ¡¡¡Por favor…no me lleves!!!

   Para alguien tan rácano como él, el ofrecimiento de a pagar una misa puede darnos una idea del pánico que le embargaba en ese momento.

   Nadie sabe si las ánimas del purgatorio hablan, ni en qué idioma lo hacen; pero lo cierto es que aquella que tenía delante lo hizo y en español, con una voz de ultratumba –así al menos le pareció a él- diciéndole.

- ¡Una es poco... tienes que pagar dos!

  Lo que ocurrió a continuación, no sabemos si fue debido al terror que sentía, convencido de que el ánima había venido para llevarle al otro mundo, o a la impresión de tener que pagar dos misas, con el correspondiente desembolso que ello suponía. F

 Fuera por una u otra causa, estaba tan atemorizado que su cuerpo ya no aguantó más. Sintió que empezaban a zumbarle los oídos; las piernas le flaquearon y perdió la conciencia cayendo al suelo.

  Cuando recuperó el conocimiento, estaba en su cama, había una vela encendida en la mesilla iluminando el dormitorio y su hermana en pie, le estaba mirando

- ¿Estoy vivo...?  ¡Marina...! ¿estoy vivo...?

- ¡No digas idioteces! Cómo no vas a estar vivo, si estás hablando.

- ¡¡He visto el ánima de Alonso...!! ¡Pasaba delante de la puerta...! ¡Menos mal que pagué la renta ayer tarde... porque si no me lleva con él!

La hermana en vez de mostrar curiosidad o extrañeza, que hubiera sido lo habitual, muy tranquila dijo:

- ¡Vale... vale! ¿Tú estás bien?

- Me duele mucho el lado derecho del cuerpo, debo haberme caído hacia este lado. Lo último que recuerdo es que me habló el ánima de Alonso, después ya no me acuerdo de nada.

- Te desmayaste y caíste al suelo. Desde mi casa oí voces en la calle, reconocí la tuya, salí a ver qué pasaba y estabas en el suelo.

- ¿Viste también el ánima?

La hermana dudó un momento antes de contestar

- Claro que la vi.

- Y quien me ha traído a la cama desde la calle, ¿tú sola has podido conmigo?

- No, me ha ayudado el ánima, yo sola no puedo contigo.

 Agripino, miró a Marina atónito, al oír lo que decía

- No entiendo nada, ¡cómo te va ayudar el ánima de Alonso a traerme a la cama!

- Mañana te lo explico despacio porque es largo de contar; ahora descansa y duérmete. Además de ayudarme, hablé con el ánima y te voy a dar una buena noticia; ya verás lo bien que vas a dormir cuando la conozcas...no vas a tener que volver a pagar la renta de la capellanía, si cumples una condición

- ¡Lo que sea necesario!, contestó inmediatamente el hermano, sin dudarlo un momento.

Agripino, con tal de no soltar dinero estaba dispuesto a cualquier cosa.

- La condición es muy simple, no puedes hablar a nadie de lo que acaba de pasar...¡a nadie!

- ¿Por qué no puedo contarlo?

- ¿Quieres o no quieres volver a pagar la renta de la capellanía?

- ¡Nooo! ¡Cómo voy a querer pagarla!

- Pues entonces está todo dicho, así que no preguntes más.

 

Nota aclaratoria

* El capellán tenía una novia que vivía en la calle de Agripino y la visitaba algunas noches amparándose en la oscuridad de las calles, para no ser visto, ya que en aquel tiempo no había alumbrado alguno en ellas.

  Para poder ver donde pisaba, llevaba un cirio encendido en la mano; si iba vestido con sotana negra y sombrero negro, ese era el motivo de que quien se cruzaba con él, solo pudiera distinguir el cirio y la mano que lo portaba.

*  Lo de amedrentar a Agripino con el cuento del ánima de Alonso, resultó ser una buena idea, pues, aunque costó lo suyo, fue el único modo de que pagara la renta de aquel año.

* Las coincidencias existen ahora y también existían en el siglo XVII; a la vista está que, en el crítico momento que pasaba el cura frente a la casa de Agripino, había sido cuando esté abrió la puerta de la calle con la intención de ver la luna y lo que había visto era el “ánima de Alonso”, o sea, al cura yendo a visitar a su amiga.

* Luego, “el ánima” que había ayudado a Marina a llevar al hermano, aún inconsciente, hasta la cama, había sido él. Además, para comprar su silencio y que se olvidara del tema, había acordado con Marina que en lo sucesivo quedaba exento de pagar la renta de la capellanía.

* Respecto a Marina, la hermana de Agripino, ya deberíais haber adivinado que ella era la novia del cura.

jueves, 28 de marzo de 2024

Teología para niños... como yo ( Las Capellanías)

 

  Cuando alguien llega al final de su ciclo vital (cuando las palma), si ha sido medianamente bueno durante su existencia, el alma acabará en el cielo; aunque casi siempre pasa primero por el purgatorio,  un misterioso lugar que nadie ha visto y del que todos hablan como si hubieran pasado por allí el día antes.

  Como nadie ha vuelto de ese lugar, para contarnos como es, cada cual puede figurárselo como le parezca como en su día hizo, de una forma magistral, Dante (1265-1321) escribiendo “La Divina Comedia”, una obra maestra de la literatura universal que consta de tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso.

  Independientemente de como sea, lo que sí queda claro es que las almas que llegan allí, acabarán entrando en el cielo tras purificarse; mas lo fastidioso del asunto es el modo de realizar esa purificación pues consiste en sufrir penas  parecidas a las del  infierno, pero más leves (aunque aquí también  hay llamas, las ánimas no se abrasan como en las calderas de Pedro Botero, solo se chamuscan un poco).

  Sabemos que el destino final de las ánimas del purgatorio va a ser el cielo..., hasta ahí, de acuerdo;  pero desconocemos el tiempo que cada una de ellas precisa estar en este lugar; eso va a depender de las circunstancias de cada una y  muchas veces esta estancia se alarga excesivamente, incluso siglos – para que luego digan que las listas de espera de la Seguridad Social son largas ¡si es que nos quejamos por “na”! -

  Por suerte, desde la Tierra, los vivos podemos ayudar a estas ánimas a acortar su estancia en ese lugar, mediante diversos procedimientos:

    La Moza de Ánimas de la Alberca, todas las tardes, al oscurecer, sale a pedir al vecindario una oración por las “benditas ánimas de purgatorio” –por cierto, yo una vez la vi y no era tan moza- .

   Antes, en casi todas las parroquias, en paralelo a la Cofradía del Santísimo Sacramento, existía la  Cofradía de las Ánimas del Purgatorio,  cuyo quehacer principal era rezar y encargar misas por todas ellas y, de forma especial, por las de los cofrades difuntos y sus familias.

 

  También existía la compra de indulgencias. El procedimiento consistía en comprar -sí, otra vez sale el dinero a relucir-, una especie de acciones para ir al cielo (este asunto da para varias tesis doctorales y, en alguna de ellas, indudablemente, saldrían a relucir Lutero y la Reforma Protestante).

  Además de todo lo anterior, lo mas eficaz para abreviar la permanencia de las ánimas en el purgatorio, por lo visto, es decir misas por ellas; a mayor  número de misas, antes cruzaran el umbral del cielo.

    Una vez llegados al asunto de las misas, hay que aclarar que, como todo en la vida, tienen un precio, fácilmente deduciremos que, si el fallecido  ya no está por aquí  no las puede pagar él, ésta es una misión de la familia.   

  Cuando a uno le llega el día D, son los parientes quienes pagan a la funeraria para que se ocupe del cuerpo, y al cura para que se ocupe del alma (funerales y misas).

   Si nos remontamos al pasado, igual que ahora, a veces, algunos no se llevaban demasiado bien con la familia; tenían poca confianza en que ésta fuese generosa a la hora de pagar las correspondientes misas y, por ello, la Iglesia, siempre tan perspicaz, inventó un sistema que garantizaba la celebración regular de misas por la gente, uno vez dejaba este mundo, sin necesidad de que mediara pariente alguno.

   El procedimiento consistía en la creación de unas fundaciones llamadas capellanías que funcionaban así: la persona interesada, segregaba de su patrimonio uno o varios bienes: casas, corrales, terrenos rústicos…, los cedía a la parroquia y el cura adquiría el compromiso de decirle el número de misas que acordaran, a cambio de la donación.

  Estos bienes, eran arrendados por la parroquia y con la renta obtenida se cobraban las misas.

   Las capellanías comenzaron a existir en la Edad Media (siglo XII) y tuvieron un largo recorrido a lo largo del tiempo llegando a su máximo apogeo en los siglos XVI y XVII.

 Aunque en el siglo XIX desaparecieron en muchos sitios, debido a las desamortizaciones de los bienes eclesiásticos, otras sobrevivieron como sucedió en Barrueco.

     En nuestro pueblo, se mantuvieron todas hasta el siglo XX, siendo vendidas, varias de ellas en la segunda mitad del mismo por uno de los párrocos que tuvimos Actualmente, en pleno siglo XXI, la parroquia aún conserva alguna.

    El número de misas que precisaba cada ánima, para poder abandonar el  purgatorio se desconocía y, como no hay posibilidad de conexión con ese lugar para ver si seguía allí o ya lo había abandonado,  esto casi siempre quedaba a criterio del capellán; este lo calculaba a "ojo de buen cubero" y, cuando estimaba que un alma ya había alcanzado el paraíso celestial, era cuando dejaba de decirlas.

   Aplicar misas, por el ánima de alguien, debe ser muy eficaz para poder acortar la estancia en el purgatorio; prueba de ello era que, cuando los responsables de encargar las misas eran los herederos y estos escatimaban en gastos, el ánima, a veces, incluso regresaba a la Tierra a pedirle explicaciones por su tacañería, llevándose, algunos, unos sustos tremendos. 

    Barrueco, eclesiásticamente, durante siglos, tuvo cierta importancia, pues perteneció a la Orden de Santiago y fue la sede de uno de sus vicariatos; una situación que se mantuvo hasta el año  1873, fecha en la que desaparecieron las ordenes militares.

El apóstol Santiago

   Fue a partir de esa fecha, cuando pasó a integrarse, como una parroquia más, junto al resto de los pueblos que integraban el vicariato, en la diócesis de Ciudad Rodrigo.

   Si nos remontamos a los tiempos del vicariato, cuando nuestro pueblo aún pertenecía a la Orden de Santiago, vamos  a suponer -solo suponer- que aquí vivían dos curas, el vicario y un capellán.

  El primero, obviamente, era el jefe del negocio y  el otro ejercía de ayudante. Si uno decía la misa de las once del domingo y otro la de las ocho de la mañana del lunes, os propongo un reto: quién oficiaba la misa de las ocho de la mañana el lunes…, el jefe o el ayudante.

 Volviendo a las capellanías, en nuestro pueblo, a lo largo de los siglos, fueron acumulándose varias de estas fundaciones y el encargado de decir las correspondientes misas era el capellán.  

  Evidentemente, no podía decir veinte misas diarias, una por cada ánima y lo que hacía era decir una semanal que servía para todas.

  Sacaba un pliego de papel, donde tenía escrita la lista, con los nombres y apellidos de los donantes de  las capellanías, y anunciaba públicamente:

   - Esta misa es aplicada por las almas de  tal… , tal…, tal,…,y así hasta que completaba la serie; de modo que, con una sola misa, los dejaba a todos apañados.

  Conclusión, Si solo decía una misa semanal, para tanta ánima, tocaban a poca misa cada una; así, poco podía acortarse la estancia de cada una de ellas en el purgatorio.

  Lo que sigue a continuación, refieren las crónicas que sucedió a mediados del siglo XVII; la vida de nuestros paisanos de entonces transcurría apaciblemente y los amaneceres y anocheceres se sucedían unos tras otros sin grandes novedades hasta que un día se fastidió el asunto.

 A Agripino, un barroqueño de aquella época, le tenía arrendado la parroquia un terreno;  concretamente, la cortina de la capellanía de Alonso Rodríguez  (cada capellanía tenía el nombre del donante: capellanía de Catalina García, capellanía de Fulgencio Casado…).

  Aquel hombre, la había dejado a la parroquia para que le dijeran las correspondientes misas, una vez hubiera abandonado este mundo y cuando esto ocurrió, Agripino, que era el arrendatario, a la hora de abonar la correspondiente renta anual, no lo hizo, con el consiguiente enfado del capellán.

  El cura, cuando le vio, le dio un primer aviso recordándole que la deuda no la tenía con él, sino con el alma de Alonso, ya que esa renta servía para pagar sus misas y eso de tener deudas con un ánima del purgatorio, eran palabras mayores.

  El rentero  respondió que ya pagaría, pasó el tiempo, no cumplió su palabra y el capellán le hizo esta advertencia :

 -   Voy a dejar de aplicar misas por Alonso y debes saber que, aunque esté en el purgatorio, sabe perfectamente lo que ocurre aquí en la Tierra;  así que no te extrañe que cualquier noche su ánima regrese del más allá, para pedir explicaciones de por qué no se le dicen sus misas y esto es peligroso…, te lo advierto. A lo mejor te lleva con él, aunque no te hayas muerto.

   Si el capellán pretendía amedrentar a Agripino, para que apoquinara el alquiler de la capellanía ¡iba apañado!; el hombre además de ser “muy agarrao”, era tan incrédulo como la gente de ahora y eso de que el ánima de Alonso Rodríguez regresara al pueblo, a pedirle explicaciones, no lo creyó y siguió sin realizar  el pago correspondiente.

  Si esto sucedía en el siglo XVII, aún faltaban dos siglos para que Édison inventara la bombilla, de modo que, cuando llegaba la noche, en las calles de pueblos y ciudades no había iluminación alguna.     En nuestro pueblo, una vez que se ocultaba el sol tras los montes de Freixo de Espada à Cinta, las casas quedaban envueltas en penumbra o en la más absoluta oscuridad, dependiendo de la fase lunar, presentando las calles un aspecto bastante tenebroso, así que la gente evitaba en lo posible deambular por ellas, salvo que se viera obligada por alguna necesidad, y, cuando lo hacían, se alumbraban, llevando en la mano un farol de aceite,  un candil o una vela.  

  Los faroles, proporcionaban luz suficiente para ver el suelo por donde se pisaba y poco más; el campo visual de los transeúntes que se alumbraban con ellos apenas alcanzaba los dos metros de distancia en las noches mas oscuras, reinando mas allá de esa distancia, la oscuridad.

  Una mañana, una vez hubo amanecido, a primera hora, Agripino sintió unos golpes en la puerta de la calle, salió a abrir y vio a una vecina que vivía varias casas más arriba.

 - ¡ Buenos días Genoveva… pasa!

-  No, no voy a pasar. Contestó ella, muy seria. Solo quería ver si estas bien.

-  Sí… estoy bien ¿ por qué dices eso ?

-  Ayer tarde estuve en casa de mi hija, cuando volví a la mía era ya era noche cerrada y estaba muy oscuro, venía con un farol y, cuando llegue a nuestra calle, vi a lo lejos una luz que se acercaba y me detuve para ver quien era y saludarle, antes de meterme en casa, pero no llegamos a cruzarnos porque se paró a la altura de tu casa más o menos, y cuando reparé en lo que veía no puedes hacerte una idea del susto que me llevé..., cada vez que lo pienso, aún me tiembla el cuerpo. ¡Era un cirio encendido que andaba solo, iba suspendido en el aire!

- No entiendo lo que dices, contestó él, muy extrañado ¡ Qué es eso de que un cirio andaba él solo !

- ¡¡ Lo que estas oyendo !!, respondió Genoveva  - ella era consciente de que lo que estaba contando no era fácil de creer -.  No sabes el susto que me llevé,  era un espanto lo que paró cerca de tu puerta; me dio tanto miedo, que me metí en mi casa corriendo, cerré por dentro y hasta que no ha llegado la luz del día, no me he atrevido a salir.

 Agripino tras escuchar a la vecina, empezó a reír.

-  Eso que dices es una tontería…, a que sí ¿ Te ha dicho el cura que me cuentes este cuento ?

- ¡ Ni es una tontería…, ni he hablado con cura alguno! ¡ Solo estoy diciendo lo que vi !  ¡ Parece mentira... !, encima de venir a ver si estñas bien, me tomas por tonta. Respondió ella muy enfadada, marchándose de allí sin despedirse.

   La noche siguiente no sucedió nada, y tampoco las sucesivas; hasta que llegó la noche del siguiente lunes.

  Caminaba Regino, otro paisano, por las oscuras rúas del pueblo, con el consabido farol y, al llegar a la calle de Agripino observó que, en dirección contraria, avanzaba hacia él una luz, lo cual no tenía nada de particular, al fin y al cabo él también llevaba otra luz; pero, cuando estuvo cerca, observó que la luz provenía de un cirio encendido y le entró un gran  desasosiego al ser consciente de lo que estaba viendo. Debido a la gran oscuridad de la noche,  solo se veía el cirio encendido y nada más; no se apreciaba persona alguna que lo sostuviera y eso le inquietó enormemente

 - ¡ Quien eres !, preguntó dos o tres veces seguidas, alzando la voz. Pero no obtuvo respuesta alguna.

  Era valiente y no se asustaba fácilmente, pero aquella luz que tenía enfrente era algo para lo que no encontraba explicación alguna y, ante la posibilidad de que se tratase de un ente  sobrenatural, sin dudarlo un momento, se dio la vuelta y se fue de allí lo más a prisa que pudo, con el fin de alejarse de aquella misteriosa luz que se había aproximado hacia él, sin saber con que intenciones.

  Llegó a casa muy alterado, cerró la puerta por dentro con el cerrojo y, algo más tranquilo, informó a la mujer lo sucedido. Ésta, cuando acabó de contarlo, comentó:

 -   ¡ Menos mal que te alejaste ! Eso no puede ser nada bueno. La Genoveva estuvo contando el otro día  que la noche anterior había visto esa luz y que paró cerca de la casa de Agripino, pero nadie le hizo caso..., como a veces empina el codo, todas pensamos que esa noche lo había empinado demasiado.  

   Ahora resulta que es verdad, ya sois dos quienes habéis visto lo mismo ¡ que podrá ser !  Puede ser un espantajo, pero... ¿ y si es un alma en pena, que viene a por alguien ? Dicen que a veces se aparecen cuando va morir alguien pronto. Espero que no seamos ninguno de nosotros. Mañana voy a hablar con alguno de los curas,  a ver que dice.

   Al día siguiente, la mujer de Regino fue a ver al capellán, el vicario no estaba, y le preguntó si había alguien muy enfermo en el pueblo, a punto de morir; explicándole que el marido había visto la noche anterior lo que parecía ser un alma en pena y que Genoveva había visto algo parecido unos días antes.

 El clérigo, tras escucharla atentamente, sin dudarlo un momento, contestó:

-  Puedes estar segura que los dos han visto la misma luz; y si además ha sido en esa calle, no cabe duda alguna : es el ánima de Alonso Rodríguez que viene a pedirle cuentas a Agripino, algo que a mí no me extraña nada.

  Tiene arrendada la capellanía que dejó Alonso a la vicaría, para que le dijésemos misas, pero como no paga la renta, he dejado de aplicar misas por él, debe haberse enfadado el ánima y ha vuelto del purgatorio a pedir explicaciones a ese tramposo.

  La mujer, al oírle, exclamó horrorizada.

- ¡¡ Está diciendo usted, que no hay duda alguna de  que, cuando llega la noche, hay un ánima del purgatorio recorriendo las calles del pueblo !!  

- Exacto,  pero el único que debe preocuparse es Agripino, los demás no corremos peligro alguno.

- ¿ Y como sabe que se trata del ánima de Alonso Rodríguez y no otra? Todas deben ser iguales.

- Es fácil deducirlo. Hoy es martes, lo que cuentas sucedió esta noche pasada y coincide que  la misa de las capellanías la digo los lunes por la mañana. Como Alonso ha visto que no he aplicado la misa  por su alma, y, en cambio, por los demás sí, su ánima está enfadada y por eso se ha aparecido la noche del lunes.

  Pregunta a Genoveva qué noche se le apareció a ella; si te dice que vio esa luz la noche del lunes anterior, ya no hay duda alguna que se trata del ánima de Alonso.

    Las palabras del cura, afirmando que había un alma en pena, recorriendo las noches de los lunes, las oscuras calles del pueblo, lejos de tranquilizar a aquella mujer la preocuparon enormemente. Le aterrorizaba la  idea de poder cruzarse con ella, aunque el clérigo afirmara que debía estar tranquila.

   Antes de regresar a su casa, pasó a ver a Genoveva, le contó su conversación con el capellán,  y esta le confirmó  que, tal como él sospechaba, había sido la noche del lunes, de la semana anterior, cuando tuvo el encuentro con aquella misteriosa luz.

  Al llegar el mediodía, todo el pueblo sabía que, las noches de los lunes, el ánima de Alonso Rodríguez deambulaba por las calles del pueblo por culpa del tramposo de Agripino

Algunas notas

*  Cada capellanía recibía el nombre de la persona que la había dejado a la parroquia. Como  Alonso había dejado una cortina para que dijeran misas por él, la suya era conocida la Cortina de la Capellanía de Alonso Rodríguez, pero, a partir estos hechos, pasó a ser conocida, por la gente, como Cortina de la Capellanía de las Ánimas de los Lunes.

*  El purgatorio, no es un espacio físico, tal como nos contaban de niños, se trata de un concepto religioso: “es el transito de las almas en su camino hacia el cielo”;  en cambio, La Cortina de la Capellanía de las Ánimas de los Lunes, sí existe. Si alguien quiere verla, no tiene que ir muy lejos, se encuentra en Las Regaderas.

 

viernes, 23 de febrero de 2024

Teología para niños…como yo (Primera parte)

 


   En el cristianismo, como en el resto de las religiones, existe una gran preocupación por el más allá, es más, todas ellas intentan convencer a los respectivos fieles que este mundo, simplemente, es un lugar de paso y que, cuando las palmamos, aunque nuestro cuerpo, la parte orgánica: chicha, huesos y demás… para que nos entendamos, acaba convertido en polvo haciendo buena la frase “polvo eres y en polvo te has de convertir”, ¿o quizá era “de un polvo vienes y en polvo te has de convertir”?  (no estoy muy seguro cual de las dos frases es la correcta, aunque, pensándolo bien,  posiblemente las dos lo sean).

  Bueno, pues cuando llega este fatídico momento, el cuerpo, o lo que queda de él, permanece por aquí, ya sea enterrado o incinerado, mientras que el alma sigue un camino cuyo destino final es incierto y va depender del tipo de religión que tenga cada uno.

   Si nos centramos en la nuestra, el cristianismo, las almas, una vez han abandonado el cuerpo, pueden tener destinos distintos,  dependiendo  de lo buenos o malos que hayamos sido a lo largo de su vida.

  Cuando hablamos de un destino final, este solo puede ser el cielo o el infierno, ya que el purgatorio solo es un lugar de paso.

  Ir directo al cielo es extremadamente difícil; soy incapaz de imaginar qué méritos debe hacer una persona para que se dé tal circunstancia; en cambio, ir directo al infierno es mucho más sencillo y, al contrario de los que van al cielo, aquí si que se me ocurren un montón de motivos que pueden acabar con el alma de uno en ese lugar.

  Al respecto, contaba Mark Twain que un hombre se estaba muriendo y preguntó a un cura cual era el mejor lugar para ir respondiéndole éste que cada uno tenía sus ventajas: “el cielo por el clima y el infierno por la compañía”  (es sabido por todos, que en el infierno es donde acaba la gente mas divertida).

    Hoy no quiero hablar del cielo ni del infierno, sino del purgatorio, un sitio muy interesante y a la vez enigmático, que es el lugar donde acabamos casi todos los cristianos, al abandonar este mundo,  cuando no hemos sido demasiado buenos, ni demasiado malos, sino regulares.

   Dicho de otra manera: aquellos que somos buenos y malos a tiempo parcial, dependiendo de los días y las circunstancia de cada uno...que es lo habitual, por lo visto, acabamos allí.

   Antes de continuar es necesario aclarar que los “habitantes“ del purgatorio son las ánimas, no las almas, porque no son lo mismo, aunque entre ellas, solo existe una diferencia conceptual ya que  reciben uno u otro nombre dependiendo del momento existencial. Las personas, cuando estamos vivos, tenemos alma y, cuando morimos, esta pasa a denominarse ánima.

  Conclusión: las ánimas son las almas de los que ya no están vivos, vendría a ser como el jugador de futbol que cambia de equipo; el jugador sigue siendo el mismo, pero juega con distinta camiseta.

  Como decía anteriormente, cuando fallecemos, casi todas las almas, una vez pasan a ser ánimas, acaban en el purgatorio que es un lugar de paso, una especie de estación intermedia en su camino hacia el cielo; allí, sufren un proceso de reciclaje o reacondicionamiento y una vez alcanzan la excelencia, es cuando ya pueden subir al cielo; claro que es necesario hacer muchos méritos hasta que llegue a ese punto, si quieren salir de allí alguna vez y no eternizarse en la espera.

  El purgatorio, indudablemente, es un lugar superpoblado, y, aunque alguno puede imaginarlo como un inmenso hotel con buffet y todo, eso no es así; las ánimas no ocupan espacio físico, luego no son necesarios comedores, dormitorios, aseos…y, además, caben todas y con holgura.

  El tiempo que cada ánima debe permanecer en el purgatorio, antes de alcanzar el cielo, es muy variable y depende de los méritos que haya hecho cada uno en la tierra, cuando aún estaba vivo y coleando  (Aviso para hombres, mujeres y personas transexuales, asexuales y demás: “vivo y coleando”, es una expresión popular que no tiene nada que ver con el movimiento de la cola, significa, simplemente, estar sano sin mas,  por lo tanto, es válido para todos los géneros no solo para los que tienen cola). 

  Como el purgatorio sólo es un lugar de paso, las ánimas allí se sienten forasteras y por ello desean abandonar ese lugar cuanto antes para seguir su camino hacia el cielo, lo que plantea una pregunta muy interesante: ¿Qué méritos debe hacer una persona en vida para que su estancia en el purgatorio no se alargue demasiado?

   Esto es importante tenerlo en cuenta porque la medida del  tiempo, en ese lugar, no es como aquí en nuestro mundo ya que, si se ha descuidado un poco y no ha cumplido debidamente en la Tierra los preceptos que manda la Santa Madre Iglesia, y encima nadie pone remedio a ello, puede tirarse allí una eternidad.

  Lo que sí se sabe, es que el tiempo de espera para acceder al cielo, desde el purgatorio, no es por el orden de llegada al mismo sino por las virtudes o méritos tanto del interesado como de la familia. Respecto al interesado, va depender de haber sido buen cristiano cometiendo pocos pecados y siendo generoso con la Iglesia a la hora de "aflojar la bolsa"  y en cuanto a la familia, de lo que recen por él y también del dinero que esté dispuesta a gastarse por el difunto. 

   La Iglesia, desde siempre, ha valorado mucho la plata como dicen los argentinos, o el cash como llaman muchos, ahora, al dinero; pero esto no hay que tomarlo como un de crítica, es algo comprensible si tenemos en cuenta que con los bienes espirituales no se come. Todos los humanos, sin distinción de raza, o religión, aprecian mucho el dinero…incluso los ateos.

   La consecuencia que podemos sacar de lo anterior es que, si eres rico, tienes más posibilidades de llegar antes al cielo, que si no lo eres y eso lo han sabido desde siempre los clérigos de todos lo tiempos.

   Siglos atrás, alguien debió sugerir a los reyes -hablo de aquellos tiempos en que los reyes vivían  como reyes-  que, si pagaban la construcción de iglesias, ermitas, monasterios… , y eran enterrados allí, adquirían una preferencia absoluta para llegar rápidamente al cielo; algo así como si viajaran por una autopista, su paso por el purgatorio iba a ser muy fugaz y estando exentos de las tasas de peaje.  

   Si alguien piensa que Felipe II mandó construir el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, solo para que lo visitaran los turistas, está muy equivocado, lo hizo con el fin de ser enterrado en él, así como sus descendientes.

  Del mismo modo que los reyes maniobraban así para seguir viviendo como reyes en el más allá,  muchos nobles, con el mismo fin, siguieron su ejemplo y también mandaron construir iglesias, ermitas, conventos… para ser enterrados en esos lugares, intentando, también, de este modo, asegurarse un sitio en el Paraíso (no confundir el Paraíso Celeste con el Terrenal); así que ya sabéis, cuando veáis  la tumba de un noble o un personaje notable, en alguna iglesia, es debido a que él o la familia, costearon la construcción de la misma, existiendo para ello dos claras razones: a)  Tenían mucho dinero y los constructores de entonces no cobraban tanto como los de ahora, b) Aún no existían el banco de Santander o Iberdrola, y preferían invertir el dinero en estos menesteres.

   Si por un lado nos encontramos a los reyes y nobles enterrados en iglesias y monasterios, y a los obispos en catedrales, con el fin de que sus ánimas tuviesen paso franco hacia el cielo;  y por otro  a la gente normal y corriente enterrada en un hoyo bajo tierra, en un nicho estrecho o en una vasija tras ser incinerados; fácilmente deduciremos que, desde estos lugares, no hay autopistas para el cielo como en el caso de los primeros;  las ánimas de los pobres tienen que seguir un camino mucho más largo, tortuoso y seguro que hasta en mal estado, algo que es totalmente injusto ¡y yo que pensaba que la muerte nos hacía a todos iguales!

   Para minorar “tamaña injusticia”, la Iglesia, en su día, decidió que al resto de los mortales había que favorecerles también el trayecto hacia el cielo e ideó un sistema en el que ¡cómo no!, también había que pasar por caja; de forma que, cuando alguien fallecía, si la familia del finado pagaba misas y responsos por su alma, y compraba indulgencias –una especie de tasas de peaje  que vendía la iglesia para ir al cielo- se acortaba enormemente su estancia en el purgatorio.

  Desconozco el catalogo de las prestaciones y la normativa existente en el purgatorio, pero estoy seguro que, cuantas más misas y responsos pagaba la familia y más indulgencias comprara, menos tiempo tardaba el ánima del finado en alcanzar la gloria.

  Cuando unan persona moría y tenía hijos u otros familiares cercanos, dispuestos a rezar por ellos y gastar la pasta en estos asuntos, todo iba sobre ruedas y su ánima tenía asegurado el descanso eterno, pero  ¿ qué ocurría si el difunto no tenía algún familiar o persona cercana confiable, y tenía la sospecha de que si le dejaba su dinero a alguien, para que lo gastara en misas aplicadas por su alma, este decidía pasar del tema, gastándoselo en vino y olvidándose del difunto?

 Por suerte, la Iglesia, una vez más, encontró una solución para estos casos tan particulares.

  Una persona podía asegurarse “un pasaporte para el cielo” si dejaba directamente a la parroquia, en herencia, un bien material: una casa o un terreno rústico.  En estos casos, el cura del pueblo, o de la ciudad, lo arrendaba y el dinero obtenido de esas rentas era empleado en decir misas por el alma del benefactor.

  Esto, en realidad, era una compraventa, pues el dueño de la casa o terreno lo entregaba al cura a cambio de la correspondiente contraprestación espiritual. Estas donaciones eran conocidas con el nombre de Capellanías, y es algo que nos pilla muy cerca. En nuestro pueblo, la iglesia posee desde hace siglos, tierras  que son conocidas como Capellanías.

   En Barrueco, nunca hubo nobles de alta alcurnia, como en Picones o Cerralbo, por poner unos ejemplos cercanos. El marqués de Picones y el marqués de Cerralbo existieron y, seguramente, alguno de sus descendientes conserva los respectivos títulos nobiliarios.

  El marqués de Cerralbo, como era rico, costeó la edificación de una iglesia para tener allí el panteón familiar (la Capilla del marqués de Cerralbo es un magnífico templo que está en  Ciudad Rodrigo).  

   En nuestro pueblo, si hubo nobles, eran gente de la baja nobleza, como mucho hidalgos, que era lo último del escalafón nobiliario.

   Hace siglos, algunos de nuestros antepasados, fuesen o no hidalgos, con el fin de intentar asegurarse un salvoconducto para el cielo, se acogieron al sistema de las Capellanías y cedieron a la iglesia, tierras, cortinas, prados, huertos…siendo éste el origen de las capellanías en Barrueco.

  El cura administraba estos bienes, los arrendaba y el dinero obtenido era empleado en decir misas por las  almas de los antiguos dueños que los habían donado.

  Pero una vez, no sabemos si premeditadamente o no,  olvidó decir las misas y ocurrieron cosas muy serias.