viernes, 17 de enero de 2025

Es mi día de soltera

 

  El conflicto entre Lucrecia y Fabián comenzó un día de primeros de junio; él era electricista y a la vez jefe de su empresa, un negocio que tan solo contaba con un empleado…él mismo; luego, si  jefe y empleado eran la misma persona, es fácil deducir que estamos ante un autónomo ¡ un héroe para los tiempos que corren !

  Si  Leónidas, el rey espartano, precisó morir en la batalla de las Termópilas con sus trescientos guerreros, para ser considerado un héroe; en la España actual, para serlo, le hubiera bastado montar un pequeño negocio y luchar todos los días para mantenerlo.  

  Fabián había ido a la ciudad a comprar material para una instalación eléctrica que estaba haciendo en una casa y, como era el único productor de la empresa, siempre que iba procuraba arreglar todos sus asuntos por la mañana para regresar al pueblo a mediodía, comer con la familia e incorporarse a su actividad laboral por la tarde, para no perder totalmente la jornada, ya que el día que no trabajaba, "la empresa" no generaba ingresos.

  Aquel día, además de comprar material para su trabajo, a pesar de que aún faltaban algo más de dos meses para la “la media veda” , quería pasar por una armería a comprar cartuchos.

   Lucrecia se extrañó enormemente cuando a la una del mediodía recibió una llamada telefónica suya para informarla que no le esperara para comer, siendo muy parco en sus explicaciones

- Ha surgido “un imprevisto”, pero no te preocupes que no pasa nada...todo va bien. Dijo él. Te llamo para decirte que me quedo a comer aquí y vuelvo por la tarde.

  Una vez dicho lo anterior, cortó la llamada sin tan siquiera despedirse y sin dar tiempo alguno a su mujer a reaccionar, dejándola muy sorprendida. Aquello era algo inhabitual en él ya que siempre era muy cumplidor con su trabajo y aquella tarde iba a faltar al mismo.

  Además, Lucrecia apreció una contradicción y eso creó aún más desconfianza en ella. Si había surgido un imprevisto que le impedía volver al pueblo hasta la tarde, era imposible que todo estuviera tan bien como afirmaba; así que pensó que algo bastante serio debía haber sucedido. 

  Claro que aquello no iba a quedarse así; no estaba dispuesta a esperar hasta que él regresara, para saber lo ocurrido. Cogió su teléfono móvil y ahora fue ella quien le llamó.

 Cuando respondió el marido, Lucrecia oyó a través del teléfono hablar a varias personas y reír a una mujer.

- ¡Dime!  Contestó Fabián sorprendido, ya que no esperaba la llamada.

- ¡ Eres tú quien tiene que decirme ! ¿Dónde estás? Ese ruido es propio de un bar ¿Es ahí donde te ha surgido el imprevisto?

 Él permaneció un momento callado y al fin respondió:

 - ¡Verás!, lo que pasa es que no me ha dado tiempo a comprarlo todo y aún queda algo pendiente para esta tarde. La verdad es que con la prisa, no te he explicado nada.

 - ¿Qué prisa tienes, si acabas de decir que hasta la tarde no vuelves?

    Fabián, si pensaba que podía darle largas a la esposa, estaba apañado. Entonces, Lucrecia volvió a oír nuevamente, con toda claridad, una risa de mujer a través del teléfono y eso ya consiguió enfadarla del todo. Cuando él se dispuso contestarla, comprobó que había cortado la comunicación, siendo ahora él  quien volvió a llamarla dos veces seguidas sin éxito, ya que ella no le contestaba, fue en la tercera ocasión cuando al fin Lucrecia respondió

- ¡Lucrecia!, es muy largo de explicar, pero si vas a quedar más tranquila por lo que me ha pasado, te lo cuento todo...pero si no tiene importancia.

- Solo dime una cosa. Respondió ella. ¿Con quien estás y quién es esa mujer que tanto se ríe? ¿El imprevisto es ella?

Fabián, al escucharla, cayó en la cuenta de que, o lo aclaraba todo, o se había metido en un buen lío.

- ¡De ningún modo! No estoy con ninguna mujer, solo estoy con un amigo; se llama Teodosio y lo he conocido esta mañana. Estamos en un bar y en la mesa de al lado hay un grupo de mujeres que hablan y se ríen…qué quieres que yo le haga. ¡ Espera un momento !

  Lucrecia oyó que hablaba con alguien y a continuación se puso un hombre al teléfono.

- ¡Hola! Me llamo Teodosio y soy yo quien está con Fabián. Cree que usted piensa que está con una mujer y eso no es así, quédese tranquila porque estamos los dos solos. A nuestra edad, aunque quisiéramos, no nos iba a hacer caso ninguna…ya somos demasiado viejos. Lo que sucede es que a mí me gusta mucho la caza, igual que a él, y cuando se juntan dos cazadores, ya se sabe…

  Una vez aclarado el asunto, Lucrecia se tranquilizó; volvió a coger el teléfono Fabián, hablaron un poco y se despidieron hasta la tarde.

  El imprevisto que había tenido Fabián era que había coincidido en la armería con Teodosio, un hombre tan apasionado como él por la caza; se habían puesto a hablar de la afición que compartían, simpatizaron  rápidamente y, aunque ambos afirmaban tener prisa, una vez salieron juntos de la armería, decidieron ir a tomar algo a un bar cercano para seguir hablando un poco más de la actividad  que a ambos les apasionaba.

   Cuando dos cazadores impenitentes, se ponen a hablar de caza, a veces se olvidan del resto del mundo como a ellos les sucedió y hablaron de todos los aspectos relacionados con la caza: piezas a cazar, cotos, armas, ropa, perros…

  Al llegar al asunto de los perros, Fabián comentó al compañero lo sucedido con Titán, su antiguo perro, fallecido por “muerte natural” -si a un perro le disparan, el disparo es certero y muere, eso también puede catalogarse como muerte natural ¿no os parece?- indicándole que estaba pensando en  adquirir otro perro, pidiendo consejo al compañero para ver  cual le aconsejaba, con tan buena suerte que, Teodosio, además de cazador, era un experto en perros.

  A aquellas alturas de la conversación, ya se habían olvidado de la prisa que afirmaban tener ambos al salir de la armería.

 - Creo que te iría muy bien un “ Perdiguero de Burgos”.

 - Si es un perdiguero, será muy bueno para las perdices, pero yo quiero un perro que valga para todo… para “pelo y pluma”, como el pobre Titán. Respondió Fabián.

 - Se llaman perdigueros porque es el nombre de la raza y eso puede confundir a cualquiera; son especialmente buenos para las perdices, pero también tienen un comportamiento magnífico cazando conejos… eso te lo garantizo yo. Es el tipo de perro que tengo ahora y estoy muy satisfecho.

  Tengo una perra fabulosa que es de pura raza y lo tengo documentado; te voy a dar una buena noticia, puedo ofrecerte un auténtico “Perdiguero de Burgos” ya que hace tres semanas ha tenido una camada de seis cachorros. Solo me quedaban dos, así que puedes hacerte una idea de lo demandados que están; cuando se ha enterado la gente que mi perra ha tenido crías, me los han “quitado de las manos” y eso que no son baratos. Si quieres te vendo uno y, aunque acabamos de conocernos, te lo dejo a un “precio de amigo”.

 “Me ha venido Dios a ver”, esa expresión tan popular, que antes se decía cuando alguien recibía una buena noticia o un bien, fue lo que debió pensar Fabián al oírle. Necesitaba un perro y el destino, que a veces es muy  caprichoso, había querido que conociera a Teodosio, un hombre tan enamorado de la caza como él; tenía una perra de pura raza; había parido hacia pocas semanas y encima estaba dispuesto a venderle un cachorro a buen precio.

 Tener una afición desmedida por algo, sea la caza o cualquier otra actividad, es algo poco recomendable. Aristóteles decía que “en el término medio está la virtud” y ellos, en cuestiones relacionadas con la caza, lejos de encontrarse en el medio, se hallaban en el extremo; prueba de ello era que llevaban más de dos horas hablando del tema totalmente ajenos a todo lo demás.

  Era ya mediodía, Fabián aún no había ido al almacén donde compraba el material eléctrico y por eso había llamado a Lucrecia diciéndole que no le esperase para comer, mientras que Teodosio, que era de otro pueblo, al echársele el tiempo encima, también se vio obligado a llamar a su mujer para decirle que, por “causas mayores”, no podía ir a comer aquel día con ella.

  Cuando Fabián llegó al pueblo aquella tarde y entró en casa, llevaba en la mano una bandeja, con una docena de pasteles, que había comprado para Lucrecia;  algo que a ella le extrañó bastante porque era algo inusual en él.

  Si a una mujer el marido nunca le regala flores y un día, inesperadamente, se presenta con un ramo de ellas, el hecho, lejos de agradarle, suele ser motivo de alarma y lo habitual es que en vez de agradecerlo, pregunte: - ¡Que faena has hecho hoy!

  Algo así sucedió con Lucrecia al ver a Fabián entregándole los pasteles, con la mejor de las sonrisas.

- ¡Esto a qué se debe! Preguntó. 

- Me he acordado de ti y por eso te he traído unos pasteles… como nunca te traigo nada.

- ¡Ese es el problema…ese!, nunca traes nada y hoy te presentas con unos pasteles ¡Qué es lo que ha pasado!

- No ha pasado nada. Simplemente, que he comprado una cosa para mí y por eso he comprado otra cosa para ti.

- Ya me parecía a mí que algo pasaba. En vez de volver a mediodía, llamas... dices que ha surgido un imprevisto... que no vienes a comer y encima me haces hablar con un hombre a quien no conozco. Explícame qué imprevisto has tenido y a que viene tanto secretismo.  

- Ha sucedido algo muy bueno y vengo muy contento. Fui a la armería a por cartuchos, allí conocí a Teodosio, que es un tío muy majo, hablamos un poco, fuimos a tomar algo a un bar siendo allí donde estábamos cuando hablamos por el móvil; le conté que ahora estaba sin perro y, casualidades de la vida, resulta que tiene una “Perdiguera de Burgos” de pura raza que ha tenido crías hace pocas semanas. Estoy muy contento porque ha hecho el favor de venderme un cachorro a muy buen precio.

- ¡Entonces eso ha sido lo que ha pasado…un perro! Ese ha sido el motivo por el que, en vez de volver a mediodía como pensabas, apareces en casa a media tarde. Ni que hubieras ido a buscarlo a Burgos.

- No mujer, no es eso. Es que la raza del perro es esa, "Perdiguero de Burgos”. Solo fuimos a la finca de Teodosio... a su pueblo, porque que es allí donde tiene los perros. Ahora mismo traigo el cachorrito, ya verás lo bonito que es, lo tengo en el maletero del coche y debe estar asustado.

  A Lucrecia, las explicación del marido justificando el retraso, tratándose de algo relacionado con la caza no le extraño en absoluto. Fabián fue a la cochera y volvió con un cachorro en sus brazos.

 - Mira que bonito es. A que te gusta. 

- Es bonito...como todos los cachorros. Asintió Lucrecia, acariciando al perrito que la miraba con desconfianza, ya que acababa de ser separado de la madre. ¿Cuánto te ha costado? Espero que no haya sido mucho. Titán no te costó nada, recuerda que te lo regalaron.

 - ¡Ya!, pero es que no era de raza, este en cambio sí lo es y no es lo mismo.

   Ella, al oírle, miró con desconfianza al marido; eran muchos los años que llevaban casados y, a aquellas alturas  del matrimonio, le conocía perfectamente. Si hubiera sido barato, estaba segura que le hubiera respondido diciéndole la cifra que había pagado, pero el hecho de no hacerlo y, en vez de ello, valorar tanto "la mercancía" la puso en alerta.

 - ¡Mira! Siempre habéis dicho tanto Lucas como tú, que Titán era buenísimo para cazar y no sabíais ni de que raza era, así que déjate de tonterías. ¡Quiero saber cuánto has pagado por el perro! Se va a casar nuestra hija dentro de un mes y medio, nuestra cuenta corriente más vacía no puede estar y ahora al señor cazador se le ha antojado comprar un perro que sospecho que no es nada barato. 

 - Estos perros valen bastante...son de pura raza, pero Teodosio aún no me ha cobrado nada, así que quédate tranquila.

 - ¡Explícame eso bien, porque no lo entiendo! Acabas de decir que es un perro de raza y que vale mucho.  Si vas a decirme que te lo han  regalado,  eso no me lo creo.

  El segundo intento de Lucrecia, para saber el precio del cachorro, tampoco había obtenido sus frutos y eso la había enfadado bastante.

 - Espero que no hayas hecho un disparate. Siguió diciendo ¿Quieres que te recuerde cuantas escopetas has comprado durante el tiempo que llevamos casados? Si no recuerdo mal, llevas cinco... la última el año pasado; en cambio, mi hermano sigue cazando con la de siempre...la que le compró mi padre cuando era casi un muchacho, y no creo que tu caces cinco veces más que él.

- No he hecho ningún disparate…no te pongas así. Como es un cachorro, Teodosio me lo ha dejado fiado porque aún no sabe cazar; el perro tiene el instinto pero hay que enseñarle. Estos perros, ya adultos, pueden llegar a valer hasta 800 euros, pero a mí, como aún no sabe cazar  y voy a enseñarle yo, me lo ha dejado sólo en 500 y repito que no he pagado nada. Hemos llegado al acuerdo de que, cuando acabe la temporada de caza, si estoy conforme con el perro, será entonces cuando se lo pague y, si no lo estoy, se lo devuelvo.

- ¡Quinientos euros por un perro...!, con la que se nos viene ahora encima, con la boda de Marta. Exclamó ella al oírle.

   Lucrecia tuvo que sentarse para poder digerir la noticia, aunque inmediatamente se recuperó del susto, se puso en pie y le dijo una serie de palabras al marido que no son aptas para espíritus sensibles, dando comienzo, a partir de ese momento, una temporada de hostilidad hacía Fabián que duró varios días.

  Las últimas palabras que intercambiaron, antes de estar varios días sin hablarse, fueron las siguientes:

- Vamos a gastarnos casi todo el dinero que tenemos en la boda de nuestra hija y has sido capaz de gastarte quinientos euros en un perro, cuando el otro que tenías no te había costado ni un euro. Y supongo que encima pretenderás que lo cuide yo.

- Del perro me voy a ocupar yo para todo, tú no tienes que hacer nada. Hay que cuidar mucho la alimentación, no podemos darle las sobras de la comida como hacíamos con el otro ¡no ves que es un perro de raza!, además, tengo que enseñarle a cazar. ¿Te parece bien que le llamemos también Titán?

 - ¡Llámale como te de la gana! Yo le voy a llamar “Ganga”, porque menuda ganga te has traído para casa. 

  La tormenta poco a poco fue amainando y al cabo de una semana ya reinaba la paz en aquella casa;  todas las tardes, cuando Fabián acababa su trabajo, cogía la bicicleta y salía con el perro llevándolo al campo, dando largos paseos para que estuviera en forma.

   Al llegar octubre, el perro estaba plenamente desarrollado y entrenado para ser un buen “perro de muestra” y su dueño estaba encantado con el mismo, plenamente seguro de que, el nuevo Titán, les iba a proporcionar, a Lucas y a él, unas jornadas de caza memorables.

  Si todos los años Fabián estaba impaciente porque se levantara la veda para cazar, ese año lo estaba más aún; llevaba varios meses entrenando al perro y había llegado la hora de recoger el fruto por todo el trabajo realizado con Titán II.

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  El primer día hábil para cazar, aún no había amanecido y ya estaba Lucas llamando a la puerta. Él, que ya llevaba un buen rato levantado y con todo a punto para salir, le abrió, fueron a por el perro y muy contentos salieron al campo a disfrutar de los primeros lances cinegéticos de la temporada. Era el debut del nuevo perro, las expectativas eran inmejorables, el clima era excelente, no hacía frío ni llovía, y se las prometían muy felices…no podía fallar nada.

              


  Lucrecia, una vez levantada, tras desayunar, estaba sola en casa sabiendo que no iba volver a ver a Fabián hasta la noche; se encontraba sentada en la salita con un libro sobre la mesa, comenzó a leerlo y, apenas llevaba enfrascada en la lectura diez minutos, oyó que alguien abría la puerta de la calle, desde fuera, y entraba en la casa.

  Muy extrañada, ya que no esperaba a nadie y el marido hasta la noche no tenía previsto regresar, se levantó de la mesa, abandonando la lectura del libro; salió al pasillo a comprobar quien había entrado sin llamar y se llevó una enorme sorpresa al ver que era Fabián.

  En los treinta y cinco años de matrimonio, con sus correspondientes temporadas de caza, era  la primera vez que volvía del campo tan pronto. Solo tuvo que ver su cara, totalmente desencajada, para adivinar que algo serio había sucedido.

- ¡¡ Que ha ocurrido !! Preguntó alarmada.

  Él, por toda respuesta, se acercó a ella abrazándola fuertemente y eso sí que la preocupó. Ellos ya no se abrazaban nunca; así que ya no le quedó duda alguna de que algo grave había ocurrido y, si había salido a cazar, lo lógico era que se tratara de un accidente de caza.

   El presentimiento de que algo malo había pasado se convirtió en certeza cuando Fabián, sin poder contenerse, comenzó a llorar sobre su hombro. Un hombretón como él, poco dado a las emociones, que no lloraba nunca, era la segunda vez que lo hacía sobre su hombro con pocos meses de intervalo. 

   Ella le abrazó también esperando que se calmara un poco y pudiera contarle lo sucedido, siendo entonces cuando recapacitó y se temió lo peor.

  Si Fabián y Lucas siempre salían juntos a cazar y solo había vuelto él… De pronto, un terrible pensamiento acudió a su mente y casi le dio miedo preguntar.

- ¿ Ha ocurrido algún accidente con la escopeta ?

- Sí. Respondió él. No llevaba puesto el seguro, al saltar una pared se me ha disparado y…

  Hubo un intervalo de silencio por parte da Fabián, incapaz de articular palabra antes de seguir, por lo afectado que estaba, y al final logró decir:

- Lo he matado...se me disparó al escopeta sin querer y lo he matado. ¡Por qué ha tenido que pasarme esto a mí!

  Lucrecia, que era mujer muy racional y con una autodisciplina mental envidiable, al escuchar a Fabián, por poco se desmaya de la impresión. Se le aceleró el corazón, sintió un nudo tremendo en la garganta debido a la angustia que la embargaba y no pudo reprimir las lágrimas acompañando a Fabián en su llanto.

  Si antes había sido él quien había buscado amparo en ella, abrazándola; ahora ella también se abrazó a él con el mismo fin. Permanecieron así, en silencio, un buen rato y ella acertó a decir:

- Tendremos que avisar a la guardia civil y al médico.

  Él, que ya estaba más tranquilo que a su llegada, al oírla, se separó de ella mirándola extrañado y  preguntó:

- ¡Para que!  

- ¡¡¡Cómo que para qué!!! Respondió Lucrecia, casi gritando. ¡¡Has perdido el juicio... o qué te pasa!!  ¡Quieres, dejar a mi hermano tirado en la mitad del campo!

Fabián, se quedó perplejo al oírla y comprendió el malentendido:

- Tu hermano está perfectamente. A quien he matado ha sido al perro. A Lucas le he pedido que coja una pala y lo entierre, me da mucha pena y no quiero que lo coman los buitres. ¡ Desde luego... !, vaya año que llevo con los perros - Siguió lamentándose - , hace unos meses tengo que deshacerme, con mucho sentimiento, de uno... por viejo, y ahora, después de llevar meses adiestrando a otro, el primer día que lo llevo a cazar, me lo cargo de un disparo.

   Lucrecia, al saber que la víctima del accidente había sido el perro, sintió un alivio inmenso. El corazón recuperó su ritmo normal y su estado de ánimo se normalizó inmediatamente, tras el enorme sobresalto que se había llevado.

  - ¡Mira! Si ha sido el perro... Dios le ampare.  No sé por qué te pones así. Cuando has dicho que lo habías matado y me has abrazado de ese modo, pensé que te referías a Lucas. Encima, te pones a llorar como un tonto ¿Tanto cariño le habías cogido en tan poco tiempo?

 - Cariño le tenía, pero no he llorado por eso, sino de rabia ¡No sabes el disgusto que tengo! Es la primera vez que tengo un perro de raza; llevo entrenándolo varios meses empleando infinidad de horas en ello, hasta le he comprado alimentos especiales para perros, algo que nunca hice con Titán, y, una vez que está todo a punto, el primer día que lo llevo a cazar, apenas llevábamos una hora de recorrido resulta que me lo cargo de un disparo. Ahora sí que tengo que pagarle a Teodosio los quinientos euros; aunque quisiera, ya no puedo devolvérselo.

  Lucrecia, tras el enorme susto que acababa de llevarse, una vez supo que la víctima del disparo había sido Titan II y no Lucas, consideró que si para el marido aquello era una auténtica tragedia, para ella no lo era tanto y que la vida debía seguir su curso, diciendo a Fabián:

 - Te recuerdo que hoy es “mi día de soltera”. Después de misa, me voy con las amigas por ahí. Comeremos fuera y hasta la tarde no volvemos. Esto es lo que conlleva ser la mujer de un cazador como tú. 

martes, 7 de enero de 2025

La soltera temporal - I

 

Aquel domingo de octubre, Lucrecia se levantó a las nueve de la mañana sabiendo que estaba sola en casa ya que Fabián, el marido, había madrugado bastante y llevaba dos horas fuera del hogar. A efectos prácticos, en lo que a su estado civil se refiere, podría decirse que aquel día iba a ser una “soltera temporal”, ya que no iba a volver a verle hasta bien entrada la noche.

  Todos los años, desde mediados de octubre, cuando comenzaba el período hábil para la caza menor, hasta comienzos de febrero, cuando finalizaba, durante 35 años, que era los que llevaban casados, era algo que tenía muy asumido.

 Cuando se levantaba la veda para cazar, los domingos y festivos, sin perdonar ni uno, al despuntar el alba, Fabián abandonaba el domicilio conyugal y no volvía hasta bien entrada la noche pues, junto con un grupo de amigos, todos cazadores incondicionales como él, al final de la tarde, una vez regresaban al pueblo, tras finalizar la jornada de caza, se reunían en un local que tenían para el efecto, celebrando una merienda de hermandad donde comentaban las incidencias y lances del día.

  Aquellas reuniones de cazadores, la tarde-noche de los domingos, a veces se alargaban excesivamente y para muchos de ellos significaba lo mejor de la jornada por lo bien que lo pasaban.

  Al principio, estaban cansados y serenos, primaba la sinceridad y el mensaje de las palabras que intercambiaban solía ser el mismo para todos : “Hemos visto poca caza y cobrado pocas piezas”      

  Del mismo modo que los agricultores, pase lo que pase, nunca están satisfechos con las cosechas, un cazador nunca se siente satisfecho con las piezas vistas a lo largo del día, porque siempre le parecen pocas y hubiera deseado ver más.

  Una vez descansados, a medida que iban comiendo y trasegando el vino, llegaba la hora de las exageraciones leves: “Hoy el perro ha estado muy despistado”, “las liebres corrían mas de lo habitual”, “las perdices se escondían entre los matorrales y no querían levantar el vuelo”…

 Más adelante, llegaba el turno a las grandes exageraciones (a medida que pasaba el tiempo, la verdad se iba convirtiendo en un valor escaso predominando las mentiras, siendo algunas de ellas de tal   calibre que alguno de los cazadores, cuando recapacitaba tras contar la trola correspondiente, hasta se asombraba de haber sido capaz de haber dicho aquello).

   Un día, un cazador afirmó haber alcanzado a dos liebres, simultáneamente, con un solo disparo y los compañeros, al comprobar que no llevaba en el morral liebre alguna, preguntaron:

- ¿Dónde las llevas?

- He  dicho que me sucedió un día, no que fuera hoy

  Lo que fue motivo de las carcajadas de los compañeros.

  Otro de ellos llegó a afirmar haber alcanzado a una perdiz, en pleno vuelo, a 200 metros. Los compañeros, al oírle, se rieron todo lo que quisieron y al ver que ninguno le creía, rectificó:

- A lo mejor he exagerado un poco, he calculado mal y solo fueron 100

Como siguieron las carcajadas, el cazador remató la cuestión diciendo:

- ¡Desde luego…cómo sois! Es que si digo que fue a 25 metros, eso lo puede hacer cualquiera. Dije 200 a ver si alguno os lo creíais y ya veo no.

  Aquellas merendolas dominicales, en un ambiente de camaradería y amistad, en las que predominaba el buen humor, eran reuniones exclusivas para hombres, ya que las mujeres antes no cazaban  - cuando digo que no cazaban, me refiero a cazar animales de cuatro patas, si hablamos de los de dos patas…eso ya es otra cosa-.

  Una vez acabada la reunión dominical, se daba por concluida la jornada de caza, “cada mochuelo volvía a su olivo”; dicho de otro modo, cada uno volvía a su casa con energías renovadas, dispuesto a retomar sus actividades habituales, tanto sociales como laborales de la siguiente semana.

  A Lucrecia, el hecho de pasar los domingos de otoño adoptando un papel de soltera temporal, era algo que apenas le había costado asumir ya que, cuando era soltera a tiempo total y aún vivía en la casa paterna, tanto el padre como uno de sus hermanos, que también eran unos cazadores empedernidos, desde que era niña sabía que, cuando se levantaba la veda, los dos sufrían una auténtica transformación de la personalidad y, durante varios meses, su vida giraba  en torno a la caza.

  El padre, al ser demasiado mayor, ya no cazaba pero, mientras lo hizo, a pesar de ser bastante religioso, era tanta la afición que había tenido que incluso dejaba de ir a misa y, cuando acababa la temporada acudía a confesarse por ello, con el consabido enojo del cura por anteponer la afición a la devoción.

  En cuanto al hermano, ni iba misa… ni se confesaba después tal como hacía el padre, con lo cual tenia asegurado un lugar en el infierno según la madre, algo que no le inquietaba demasiado tomándolo a broma. Comentaba al respecto:

- ¡Madre! Cuando me muera me metes la escopeta en el ataúd y unos cartuchos. Quien sabe si en el infierno también hay cotos de caza.

 

  Lucrecia y Fabián tenían tres hijos y desde que llegó el mayor de ellos, siendo niños, los domingos de otoño, cuando Fabián salía a cazar -que eran todos- , había dejado de estar sola, pero fueron pasando los años, los hijos crecieron, se hicieron adultos y se fueron casando; la más pequeña lo había hecho dos meses antes… el verano anterior; por lo tanto, una vez se levantó la veda para cazar, volvía a estar sola los domingos de otoño como al principio de su matrimonio, ya que la caza, para Fabián, seguía siendo algo sagrado que priorizaba ante todo lo demás.

  Este hecho, si nunca le había molestado excesivamente, ahora no solo no le molestaba sino que era algo que le agradaba, ya que tenía sus propios planes para pasar el día.

  Tras desayunar, se sentó un momento en la mesa de la salita; no le apetecía poner la TV, ya que la programación dominical de las mañanas no le gustaba demasiado; en la casa reinaba un silencio total;  como estaba algo aburrida, cogió en sus manos un libro para leer y, antes de abrirlo, permaneció pensativa unos momentos haciendo un pequeño balance de su vida de casada.

  El hecho de ser soltera temporal durante los domingos otoñales, no le disgustaba en absoluto, estaba muy satisfecha por el hecho de tener todo el día libre para dedicarlo a sus asuntos. Si Fabián se lo iba a pasar bien cazando…sin ella; Lucrecia, a su vez, pensaba hacer lo mismo…sin él.   

  A aquellas alturas de la vida, tras tantos años de convivencia, ambos encontraban satisfacción en vivir una jornada semanal, cada uno por su lado.  

  Con vistas a una relación de pareja, no es lo mismo estar recién casado/a que llevar 35 años  conviviendo con la misma persona y, aunque ella y Fabián se llevaban bien y la relación era buena, la fase de enamoramiento inicial, “la de las tonterías” como decía ella, hacía décadas que había quedado atrás.

  Las etapas del enamoramiento, si las medimos de acuerdo a la calidad de los abrazos entre las parejas,  vemos que estos van evolucionando acordes al tiempo de convivencia:

I-         Acércate y dame un abrazo.

II-        Abrázame más fuerte.

III-      No me aprietes tanto.

IV-      No hace falta que me abraces.

V-        Si quieres abrazar a alguien, búscate otro / a.

  

   Ellos llevaban ya muchos años estabilizados en el cuarto nivel y, aunque apenas se abrazaban, se llevaban lo suficientemente bien como para mantener una buena relación sin incordiarse demasiado el uno al otro siguiendo la máxima de “vive y deja vivir a los demás”.

  Si durante los período hábiles de caza ella toleraba las interminables jornadas cinegéticas de los domingos, que acababan bien entrada la noche, tras aquellas  meriendas interminables exclusivamente masculinas; ella, junto a otras tres amigas, aprovechaban esos días para organizar reuniones solo para mujeres, juntándose en la casa de alguna de ellas que se encargaba de hacer alguna comida especial para la ocasión, pasando después la tarde  juntas; otras veces, empleaban esos domingos para irse de excursión a pasar el día a otros lugares y comer en algún restaurante a “cubierto y mantel puestos” De este modo, tanto él como ella estaban contentos.

  Después de tantos años de vida en común, los dos estaban perfectamente compenetrados, se conocían a la perfección y cada uno de ellos sabía perfectamente lo gustos, aficiones  y manías del otro, de modo que, cualquiera que conociera a aquella pareja, no dudaría en afirmar que habían llegado a tal punto de equilibrio que podrían convivir, sin problema alguno, indefinidamente. Sin embargo, tres meses antes había ocurrido un hecho que había puesto a prueba la estabilidad conyugal.

  Fabián, desde muy joven, cuando se había iniciado en la caza, lo había hecho de la mano de Lucas,  al que le unía una sólida amistad desde que eran niños. Lucas era hermano de Lucrecia, así que además de amigos, eran cuñados (como podemos ver, al lado de los cuñados de los chistes de las cenas de navidad que se llevan a matar, también hay cuñados bien avenidos).

  Ambos tenían una afición desmedida por la caza y siempre salían a cazar juntos, siendo el perro de Fabián quien, durante muchos años, había acompañado a ambos cuñados a practicar su afición favorita.

   Titán, que así era como llamaban al perro, era de tamaño intermedio y, aunque de raza indefinida, producto de varios cruces de sus progenitores, para cazar tenía un desempeño extraordinario.

  Un día se habían cruzado Fabián y Lucas con unos cazadores forasteros y estos, al ver al perro, quisieron mofarse de él y preguntaron a Fabián en broma si el chucho tenía  pedigrí, contestándoles Fabián:

 - El perro no tiene pedigrí, solo tiene pulgas de vez en cuando; pero levanta y saca las piezas como el mejor.

  Como los años no pasan en balde, tanto para los humanos como para los perros, Titán se había hecho viejo y la última temporada de caza no había sido demasiado productiva ya que se cansaba excesivamente, por tener problemas articulares, y apenas olfateaba las piezas; de modo que, al acabar la temporada, Fabián reconoció que el pobre chucho ya no daba más de sí debido a que su estado de salud era pésimo: apenas oía, no veía y hasta le dolía la boca cuando comía alimentos duros.

   Lucrecia, viendo el estado del perro, le dijo al marido que, si de verdad apreciaba al animal, debía practicarle la eutanasia; éste, aunque al principio se mostró reticente a ello por el cariño que le tenía, finalmente se mostró totalmente de acuerdo en ello.

  Actualmente, llegado el caso; el veterinario hubiera utilizado otros medios para acabar con la vida del perro, pero no estamos hablando de ahora sino de bastantes años atrás en los que se empleaban otros métodos sin que mediara veterinario alguno por medio y lo habitual era lo siguiente: Salían al campo el dueño, el perro y la escopeta y volvían solo el dueño y la escopeta.

  Si salían tres elementos y solo regresaban dos, lo único que podía haber pasado era que el dueño acababa con la vida del animal pegándole un tiro, para acabar con sus sufrimientos, algo que una tarde con gran disgusto y resignación, se dispuso  a realizar Fabián con Titán.

  Tras muchos años de convivencia con el chucho y el extraordinario servicio que este le había prestado para cazar, lo apreciaba enormemente y en el momento decisivo, cuando estaba apuntándole con el arma, Titán le miró y Fabián, a sabiendas de que el perro apenas veía, no pudo soportar su mirada pensando que el perro sabía sus intenciones, así que al poco rato regresaba con Titán al pueblo.

  El cariño que sentía hacia el viejo perro era excesivo; era su camarada…su inestimable compañero de caza… y su íntimo amigo canino. Siempre se ha dicho que “el mejor amigo del hombre es el perro” y a los amigos no está bien que se les dispare, por muy viejos y enfermos que estén; eso fue lo que le había sucedido a Fabián con Titán, no había tenido valor para acabar con su vida, pero era consciente de que  sufría mucho con sus enfermedades y que la cosa no podía quedar así.

  Cuando iban de regresó al pueblo, el can caminaba dócilmente tras él, cojeando por artritis; a veces hasta le oía quejarse por algún paso mal  dado y decidió no volver  a su casa, yendo a la de Lucas para pedirle que hiciera el favor de realizar lo que él había sido incapaz de hacer.

- No entiendo que seas tan blandengue. Comentó Lucas irónicamente. Sólo es un perro. ¡En fin!, déjalo de mi cuenta, que yo me encargo de ello.

  Entró en casa por su escopeta y, cuando volvió a salir, vio a Fabián arrodillado junto al perro, acariciándole el cuello con una mano y hablándole.  

 - Si te pones así, no me lo llevo. Dijo a Fabián con algo de sorna.

  Lucas nunca había tenido perro y, aunque también valoraba los servicios prestados por Titán para la caza durante muchos años, su relación con él empezaba y acababa allí. El pobre chucho ya había cumplido su misión en esta vida; estaba enfermo, sufría mucho y si su amigo era incapaz de acabar con el bicho, aquel problema iba él a solucionarlo en poco rato.

 Mientras Lucas llevaba al perro calle arriba, Fabián volvió a su casa muy serio y nada más entrar en ella y cerrar la puerta, una vez en el interior, no pudo aguantar las lágrimas poniéndose a llorar desconsoladamente.

 Lucrecia al verle no necesitó preguntar nada, adivinando lo que le pasaba.

 - Comprendo que te haya costado hacerlo…pero solo era un perro y estaba muy enfermo ¡No te pongas así!

- Pero si no he sido capaz de matarlo, he tenido que pedirle a Lucas que lo haga él. ¡Si vieras como me miraba el pobre animal! Estoy convencido que adivinaba la suerte que le espera.

  He estado aguantando para que no me viera llorar nadie y no sabes lo que me ha costado. Quienes dicen que “los hombres no lloran”, es porque nunca han tenido que sacrificar un perro como Titán. ¡Eso sí!, no le digas a tu hermano que he llorado, porque como se entere, encima se va a reír de mí.

- No te preocupes que no se lo voy a decir, pero me tienes sorprendida. Cuando murió tu padre, creo que hasta lloraste menos. ¡Anda!, cálmate y piensa que es lo mejor para el pobre Titán. Si hay un cielo para perros, seguro que va a él directo.

                                                                                                    ¿Hay un cielo para perros?

 ¡Quien iba a decirle a Lucrecia, en aquel momento, que  unos meses más adelante, el hecho que iba a poner a prueba la estabilidad de un matrimonio tan consolidado como el suyo iba ser, precisamente, un perro!