domingo, 3 de noviembre de 2024

Algunas anécdotas y realidades en torno a la sordera

 


 Un día fueron tres médicos de senderismo, a pasar una jornada al campo en contacto con la naturaleza; esto, incluso podría haber sido en nuestro pueblo. Llegaron al río y, al alcanzar la parte superior de la vertiente, pudieron contemplar la grandeza del paisaje; permanecieron un momento admirando los impresionantes desfayaderos del Huebra, lo que conocemos los lugareños como arribes, y uno de ellos dijo:

 - ¿Sabéis que aquí hay eco?

  Y sin esperar respuesta alguna, por parte de los compañeros, empezó a gritar:

- ¡¡¡Eco!!!

Inmediatamente escucharon los tres:

-  ¡¡¡Eco!!! ¡¡eco!! ¡eco! eco…

Otro gritó entonces:

- ¡¡¡Soy urólogo!!!

Oyendo a continuación repetir al eco:

- ¡¡¡Soy urólogo!!! ¡¡Soy urólogo!! ¡Soy urólogo! Soy…

El tercero continuó gritando:

- ¡¡¡Soy radiólogo!!!

Pudiendo escucharse inmediatamente

- ¡¡¡Soy radiólogo!!! ¡¡Soy radiólogo!! ¡Soy radiólogo!. Soy…

Permanecieron los tres un momento en silencio mientras se apagaban los sonidos del eco, y el primero de ellos, volvió a gritar:

- ¡¡¡Soy otorrinolaringólogo!!!

Hubo unos momentos de silencio y al fin respondió el eco:

- ¿Qué has dicho que eres?

 

Arribes del Huebra

  El otorrinolaringólogo, es el médico que trata la patología del oído, de la nariz, y de todos los órganos y estructuras del cuello anterior, no solo de la laringe. En realidad la especialidad se denomina “Otorrinolaringología y Patología Cervico  Facial”, pero vamos a dejarlo  en  Otorrino, que es mas simple y conocido.

  Cuando un médico comienza a hacer esa especialidad, los compañeros veteranos suelen indicar al recién llegado que aprender la profesión no va ser nada fácil y a la vez le dan ánimos –o al menos  deberían hacerlo- , asegurándole que, con esfuerzo y empeño, sin duda alguna acabará siendo un buen profesional como todos los que le precedieron. Además, casi siempre hay alguno que bromea sobre el asunto y le dice:

 - Lo más difícil de todo es aprender a decir correctamente el nombre de la especialidad;  una vez hayas conseguido eso, lo demás ya es mucho más fácil

   Mantener un diálogo de besugos, es una expresión que define aquella conversación que transcurre sin que haya coherencia alguna entre los interlocutores, de modo que, al final de la misma, todos ellos quedan igual que al principio… sin haberse enterado de nada.

  A su vez se dice que un diálogo de sordos es aquel donde los interlocutores no se prestan atención entre ellos, cuando estos son dos; mientras que uno dice una cosa, el otro, en vez de responder a lo que ha expuesto el primero, contesta con algo diferente que no tiene relación alguna con lo dicho por el compañero. Una cosa bien distinta es mantener un diálogo con un auténtico sordo, cuyo grado de hipoacusia sea profunda e incluso moderada (hipoacusia es el término que emplean los médicos para referirse a la sordera). .

 Muchas personas tienen una pérdida lenta y progresiva de la audición a lo largo de años; van acostumbrándose a ella y viven persuadidos de que no tienen problema alguno de audición, y se empeñan en que oyen “como siempre”  autoconvenciéndose de que el problema no está en ellos, sino en los demás, porque no hablan lo suficientemente alto.

  Un buen número de ellos, incluso se niegan a buscar atención especializada y cuando lo hacen, la mayoría de las veces no suele ser por voluntad propia, sino a instancias de la familia más cercana; una vez que les ha visto el otorrino, a aquellos que les aconseja usar una prótesis auditiva (un audífono), en muchas ocasiones se niegan a usarla; y otras veces, como mal menor, aceptan hacerlo a regañadientes no haciendo un uso adecuado de los audífonos y esto acaba, en ocasiones, dando lugar a situaciones bastante chuscas.

   Una vez un matrimonio, ya mayor, estaba en la consulta del otorrino para una revisión. El paciente era él, tenía una hipoacusia, en una consulta anterior se le había indicado la conveniencia de utilizar audífonos en ambos oídos; él  había aceptado ponérselo solo en un oído y, al cabo de unos meses, había acudido a una revisión.

  Cuando alguien utiliza un audífono, lo lógico es que sea para que le ayude a oír; pero el médico, tras saludarle y decirle unas palabras, percibió que el hombre no le estaba escuchando ya que, a pesar de mostrar mucha atención, no contestaba a lo que le decía e insistía en que le hablase más alto.

  Entonces, el otorrino, alzando la voz dijo:

-  ¡¡Custodio…!! ¡¡Qué la pasa…!! ¿No le funciona el aparato?

Para sorpresa del médico, quien respondió no fue él sino la esposa:

- ¡Que si le funciona el aparato …! Hace muchos años que ya no le funciona, si lo sabré yo…

  La enfermera que acompañaba al médico, al oír las palabras de la mujer, intentó contener la risa, pero no pudo y abandonó la consulta para poder reír abiertamente, una vez fuera; en cambio  el otorrino, en un  alarde de profesionalidad, intentando mantener el tipo para no desternillarse de risa también,  –doy fe que lo pasó fatal y le costó lo indecible contenerse-  señalo con el dedo la oreja donde Custodio  portaba el audífono, para que no hubiese duda alguna y le dijo a la mujer:

- Me refiero al audífono.

A lo que ella respondió:

- ¡Ah...!, pues tampoco crea usted que ese anda muy allá. Al principio funcionaba bien y lo oía todo, pero, desde hace varias semanas, he vuelto a tener que darle voces para que me oiga.   

  Solucionar el problema del audífono fue fácil, lo único que le sucedía era que se le había acabado la pila, algo en lo que Custodio y la mujer no habían caído, que era algo que podía suceder.

  Tan solo con cambiarla, el hombre volvió a oír aceptablemente; respecto al otro aparato…

  Nuestro protagonista, cuando había estado la primera vez en la consulta del otorrino, lo hizo porque era consciente de que no oía bien, buscó ayuda especializada y gracias al otorrino y a un audioprotesista, consiguió oír, si no perfectamente, al menos a un nivel aceptable, pero hay gente que, no actúa así, a pesar de encontrarse en una situación similar.

 Al contrario que Custodio, hay personas que, a pesar de oír bastante mal, se niegan a buscar atención médica para solucionar, o al menos paliar, su problema, siendo una de ellas Gaudioso (Sólo por el nombre es fácil averiguar que no estoy hablando de una persona joven).

  Ya era bastante mayor, oía muy poco y, además de esta propiedad, era tan cerril que no quería buscar remedio para mejorar su audición; en realidad, era consciente que ya no oía como antes, pero estaba empeñado en que no oía mal del todo.

  Evidentemente, eso solo era una apreciación suya, pues tanto la esposa como el resto de la vecindad, hubieran estado dispuestos a jurar lo contrario, si alguien le hubiera preguntado.

    Un día, la mujer, que había salido a la tienda para comprar algo, al regresar a casa, le dijo al marido:

 - Me he enterado que tu amigo Venancio, está enfermo. Deberías ir a visitarle.

   Gaudioso, como tantas y tantas veces anteriores, observó que la mujer le miraba de frente moviendo los labios y comprendió que le estaba hablando, pero se estaba quedando “in albis” ya que no oía nada de lo que ella le estaba intentando decir y exclamó:

- ¡¡Habla mas alto!! ¡¡Que manía tenéis todos en hablarme bajo para que no me entere de las cosas!!

 (Si alguien se pregunta por qué muchos sordos son desconfiados, aquí tiene la respuesta: como no oyen bien, creen que los demás hablan en tono bajo adrede, porque están hablando de ellos)

  Cuando la mujer de Gaudioso al fin consiguió, tras elevar el tono de su voz varias decenas de decibelios, informar al marido de que su amigo estaba enfermo, y de la recomendación para que lo visitase, Gaudioso permaneció un buen rato pensativo, cavilando y planificando la visita.

  Como no quería aceptar su realidad, que estaba bastante sordo, para intentar disimular un hecho tan evidente, trazó un plan antes de visitar al enfermo, pensando lo siguiente:

  Tendrá un catarro que es lo habitual en este tiempo. Así que le diré lo mismo que a todos los enfermos que están en la cama constipados. Cuando uno hace visitas así, al fin y al cabo, siempre acabamos repitiendo las mismas palabras  tanto el visitante... como el visitado. Cuando llegue le voy a decir:

  – ¿Qué tal estás?

 Y él seguro que responderá:

 – Bien, no tan bueno como yo quisiera... pero voy mejorando poco a poco. 

 Entonces le contestaré:

 -  ¡Eso es estupendo…me alegro!

   Después seguiré preguntándole que si toma medicinas y cuando responda que sí y que gracias a ellas se encuentra mejor, yo añadiré:  

 - Me alegro también de ello. Sigue así, porque ese es el camino que te conviene.

  Por último le preguntaré que si el médico le ha dicho que pronto se va recuperar, y cuando diga que sí, yo responderé:

 - Eso espero, y que sea lo antes posible.

   Ya con el guion elaborado, fue a visitar al enfermo y al entrar en la sala donde se encontraba, dijo:

– ¡Venancio…querido amigo!, me enterado que estás malo ¿Qué tal estás?

  Visitar a los enfermos está muy bien y es un signo de amistad muy valorado, pero a veces es mejor preguntar antes a la familia, si la visita es oportuna o no; Gaudioso no tuvo esa precaución y resultó que no lo era.

  El enfermo, al contrario de lo que él pensaba, no sufría un simple catarro, sino un cólico renal; hacía poco rato se le había pasado el efecto del analgésico, en aquel momento tenía un malestar tremendo, estaba desesperado por el dolor y contestó:

 – ¡Fatal…tengo un dolor fortísimo!

El visitante, incapaz de oírle, debido a su sordera y siguiendo el esquema que se había trazado contestó:

- ¡Eso es estupendo!

  Venancio, se quedó atónito al escuchar el comentario del amigo, pero recordó que era sordo, consideró que, debido a ello, no le había entendido bien y repitió:

- ¡He dicho que estoy fatal y, como no me mejore, pronto me veo camino del cementerio!

A esto, respondió Gaudioso con el segundo punto del guion que había elaborado:

- Me alegro también de ello. Sigue así, porque ese es el camino que te conviene.

  El enfermo, estupefacto, no daba crédito a lo que oía; si el bienintencionado visitante era sordo, él a su vez se quedó mudo del enfado que le entró, pensando que, si los amigos le daban este tipo de ánimos, con amigos así...no necesitaba enemigos.

 Sin embargo, haciendo un gran acopio de paciencia, consciente de la deficiencia auditiva del otro y convencido de que no se había enterado absolutamente de nada, repitió alzando el tono de la voz:

- ¡¡¡Acabo de decirte que estoy muy malo y que...o mejoro... o muero!!!

  Pero Gaudioso, que continuaba sin entenderle, seguía sin desviarse un milímetro del guion trazado, y respondió:

- Eso espero, y que sea lo antes posible


Algunas notas

  Hace años, existían los llamados “males de viejo”, que no eran otra cosa que los trastornos que a veces acompañan a la involución natural del organismo a medida que cumplimos años. Por qué será que todos queremos cumplir muchos años, pero ninguno queremos hacernos viejo.

 Si comparamos los modos de vida de ahora y de antes, afortunadamente, estos han cambiado mucho y para mejor. Antes, cuando la gente envejecía, a veces llegaban a darse situaciones bastante dramáticas porque los viejos (así eran llamados antes los mayores), vivían convencidos de que, los males que acarreaba la edad, ya no tenían remedio y se resignaban a vivir con ellos; un ejemplo de ello eran “las cataratas”, había personas que dejaban de ver y, como eso era considerado un “mal de viejos”, se resignaban a ello y no buscaban atención medica.

   Recuerdo un afamado oftalmólogo de Salamanca que era conocido por haber devuelto la vista a una ciega… eso era lo que decía la gente de él. Yo le conocí y un día le pregunté que si eso era cierto; al oírme,  comenzó a reír con ganas diciéndome que también había oído los comentarios explicándome que todo era debido a que había operado a una mujer de  cataratas. Las tenía tan avanzadas que la mujer apenas veía ya nada, una vez operada, quedó muy contenta y había pregonado a los cuatro vientos que él le había devuelto la vista..  

 Con los sordos sucedía algo parecido; la pérdida auditiva, propia de la edad, también era  considerado un “mal de viejos” ,  muchos se resignaban a ello y tampoco buscaban atención medica.     Es preciso considerar que, esto último, no era algo exclusivo del pasado ya que sigue ocurriendo en la actualidad; aunque una gran de culpa, de que esto suceda, no es debido la falta de voluntad de los pacientes, sino el alto precio de los audífonos.