martes, 21 de octubre de 2025

La bicicleta

 


  Una vez estaba pasando el fin de semana en Barrueco, coincidió que había una boda y hubo algo que  llamó poderosamente mi atención; no fue el hecho de que hubiese una boda, lo cual no dejaba de ser un acontecimiento en el pueblo, sino que los dos contrayentes eran del lugar, algo que cada vez es menos frecuente.

  Un viejo refrán dice “El buey y la mujer, de la tierra han de ser”, así que los novios, en este caso, se ajustaban perfectamente al dicho pero, si echamos mano de la estadística, es fácil comprobar que esto es algo poco habitual.

 Cuando volvemos la vista hacia atrás, aquellos que tenemos cierta edad, aún recordamos aquellos tiempos en  que los pueblos contaban con un numero de habitantes relativamente alto, porque había mucha gente viviendo del campo, de la agricultura y ganadería –a veces malviviendo, todo sea dicho- , como entonces el medio rural estaba más poblado que ahora, también había muchos jóvenes y ello favorecía que fuese relativamente fácil encontrar pareja, si no en el propio pueblo, al menos en algún pueblo vecino.

 En cambio, en los tiempos actuales, apenas queda gente joven en los pueblos y eso aumenta enormemente la dificultad para encontrar un novio/a que sea oriundo de la tierra y es que, como decía un pensador, “donde no hay cerdos es imposible elaborar jamones”, de ahí que me hubiese llamado tanto la atención aquella boda de nuestros paisanos.

 Recientemente estuve en una boda, en la ciudad; después del banquete llegó la hora del baile y, como a mí nunca me ha gustado demasiado bailar, salí del salón de celebraciones para alejarme del barullo; una vez en el exterior, llegué a la terraza y la encontré prácticamente desierta, tan solo había en ella un hombre sentado en una de las mesas.  

  No estaba con el móvil en la mano entreteniéndose, algo tan habitual cuando alguien está solo, sino que permanecía pensativo mirando al infinito. No le conocía pero, como el establecimiento estaba reservado sólo para aquella boda y le veía bien trajeado, fue fácil deducir que era otro invitado y eso me hizo pensar que estaba ante otro raro como yo, al que no le gustaba el baile.

   Si los dos éramos igual de raros, ya teníamos algo en común, así que acerqué a él proponiéndole  que, ya que estábamos solos, si le parecía bien que me sentase a su mesa y así nos hacíamos compañía, a lo que accedió gustoso.

  Se acercó un camarero, pedimos algo para beber y tras presentarme, dijo él:

 -  Yo me llamo Lisardo y soy tío de la novia (con ese nombre, es fácil adivinar que no se trataba de un hombre joven).

 -    ¿Qué haces aquí solo? ¿No te gusta bailar? Pregunté

 -     ¡Bailar…! Me encanta; aunque más bien debería decir que me encantaba.   

  Al oír su respuesta, internamente tuve que retractarme de la opinión que había tenido un momento antes, pensando que allí había dos raros, al comprobar que el único negado para el baile, la "rara avis"  de aquella boda, tan solo era yo.  

 -     ¿Por qué no bailas, tienes algún problema en las piernas?

 

 -    No, no es eso… se trata de algo peor. Mi esposa murió hace tan solo un mes, no estoy de humor para estar en boda alguna y menos para bailar, pero sucede que se casaba mi sobrina y me he visto obligado a venir.

      Mi mujer era una persona muy alegre -continuó diciendo- y le encantaba bailar; a mí no me gustaba tanto como a ella, pero la veía tan feliz haciéndolo, que tenía que acompañarla y con el tiempo llegó a gustarme también.  

      Hace un rato, cuando ha empezado a tocar la orquesta, se me han venido de golpe a la cabeza un montón de recuerdos y por eso he salido a la terraza.

   Al oírle, sentí pena por aquel hombre al ver la tristeza que sus palabras desprendían; una boda es un evento bonito donde se supone que todos los asistentes están alegres y contentos y veía que no era el caso de Lisardo.

  Mi excusa para no bailar era muy simple ya que nunca me ha gustado y a aquellas alturas para mí era  algo vocacional; en cambio, su caso era muy diferente y me hizo recordar a Ortega y Gasset cuando decía “Yo soy yo y mis circunstancias”, ya que en él eran las circunstancias quienes mandaban.

 -   Siento lo de tu esposa. Estoy seguro que fue una gran mujer y por eso la echas tanto de menos. Ese        fue el cumplido que se me ocurrió decir en aquel momento.

 -     Gracias. Te aseguro que lo era. Respondió él educadamente. 

   Permanecimos ambos, durante unos momentos, en silencio, sin saber cómo continuar la conversación. Acababa de conocer a Lisardo, estaba un poco confundido tras conocer “la circunstancia” de aquel hombre y, como no era plan de preguntar de qué había muerto la esposa, decidí seguir otro camino.

 -     ¿Cómo os hicisteis novios tú y tu mujer?

 Lisardo, extrañado, me miró fijamente y respondió:

 -     ¿Por qué quieres saber cómo nos hicimos novios?

 -     Por nada en especial, es por hablar de algo. Si te ha molestado la pregunta, discúlpame. Hablamos           de lo que quieras.

 -    No, si no me molesta... al contrario, me gusta mucho recordarlo y ya que lo has preguntado, te lo             voy a contar.

   Cogió el vaso con la bebida que había pedido, dio un sorbo, volvió a depositarlo en la mesa y comenzó a decir:

   Soy de un pueblo que se llama XXX; de joven era bastante ligón, no sé por qué, entre las chicas de mi pueblo no había alguna que me gustara lo suficiente y, mira por donde, encontré novia en un pueblo que estaba, y sigue estándolo... claro,  a 20 km del mío.

  Entre su pueblo y el mío hay dos en medio, de modo que, cuando oigo decir que alguien “se ha pasado tres pueblos”, para expresar que es un exagerado, pienso que eso a mí me venía “como anillo al dedo” ya que, en vez de encontrar una novia en mí pueblo, que entonces era lo más normal, la había hallado en un pueblo que quedaba lejos y que, para ir a verla, necesitaba recorrer tres pueblos ya que el suyo era el tercero. Además, si eso no fuera suficiente, al principio iba a verla en una bicicleta.  

 -     ¡Estás diciendo que, para ir a ver a la novia, recorrías 20 km en una bicicleta!

 -     Efectivamente. Entonces era joven y muy deportista, así que para mí, recorrer esa distancia, no era        nada del otro mundo; además en casa de mis padres no teníamos coche y los domingos, que era              cuando nos veíamos, tampoco había autobuses, por eso iba a verla a su pueblo en la bici.

  Una vez allí, pasábamos juntos la tarde y, cuando empezaba a anochecer, alumbrándome sólo con el faro de la bici, hacía al camino de vuelta llegando a mi pueblo “entre gallos y medianoche”.  

 Entre semana nunca nos veíamos, sólo hablábamos por teléfono; entonces no había teléfonos móviles, pero fijos sí.   

  Los encuentros de la tarde dominical eran muy sencillos, íbamos al baile -entonces en casi todos los pueblos había un salón de baile, las discotecas existían solo en las ciudades- paseábamos, nos dábamos a escondidas algún beso que otro, nos abrazábamos y no hacíamos más. Igualito que ahora ¿verdad? Ironizó Lisardo.

   En las relaciones de pareja, el estereotipo más común es aquel donde el hombre desempeña un papel más activo, tomando la iniciativa en casi todo, mientras que la mujer adopta un rol más pasivo, aunque después las decisiones sean consensuadas entre los dos; pero entre nosotros ocurría lo contrario, casi siempre era ella la que tomaba la iniciativa y quien proponía hacer esto o lo otro, siempre contando con mi opinión…, evidentemente.

  Me di cuenta de cómo era ella muy pronto, casi al principio de nuestra relación. Ahora verás cómo fue.

  Un domingo, era a comienzos de otoño, llegué al pueblo de Dora, así se llamaba ella, y todo discurrió sin novedad hasta bien avanzada la tarde; estábamos en el baile, yo la veía muy guapa... como siempre, y tras unos bailes agarrados bien juntitos, le dije que por qué no salíamos del local y dábamos un paseo. La idea era buscar un sitio discreto para besarnos, abrazarnos y quién sabe si algo más.

 Ella aceptó sin dudarlo un momento y, cuando llegamos a la puerta del salón de baile y nos disponíamos a salir a la calle, nos llevamos una decepción tremenda ¿sabes por qué?

 -  ¿Cómo voy a saberlo si no estaba allí?

 -     Ahora verás porqué. Dijo Lisardo, mientras bebía otro sorbo de su vaso.

  Nuestro plan era muy bueno -continuó diciendo- consistía en buscar un lugar discreto para querernos un poco,  pero resultó que estaba jarreando el cielo, así que se fastidió todo y, muy a nuestro pesar, tuvimos que volver a entrar al salón baile.

  Aquel día el “dios de la lluvia” debía tener algo contra mí o no me lo explico, porque cuando acabó el baile a eso de las nueve. Sabrás que los horarios de los bailes de antes, no tienen nada que ver con los de ahora.

 -     Sí, eso lo sé. Aunque soy algo mas joven que tú, eso lo conocí. Respondí.

  ¡Bueno...! Siguió contando. Pues si antes la lluvia había estropeado nuestro plan, resultó que a la salida del baile seguía lloviendo copiosamente y yo tenía que volver a mi pueblo en la bicicleta.

 -     Así no te puedes ir. Dijo Dora. Voy a hablar con mis padres y te quedas a dormir en nuestra casa.

 -     No, eso sí que no. Protesté yo.

  Antiguamente, entrar en casa de los padres de la novia eran palabras mayores. Sólo se hacía cuando llevabas un largo tiempo de relación y casi siempre estando ya comprometidos para casarse; en cambio, nosotros estábamos sólo al comienzo, así que me negué en redondo y ella se enfadó conmigo diciendo que hacía falta estar idiota para coger la bici, recorrer 20 km bajo la lluvia, y encima de noche, cuando tenía la posibilidad de quedarme.

  Yo era consciente que Dora tenía toda la razón y que ponerme en camino, con una climatología tan adversa,  era una auténtica estupidez; pero pensaba en la vergüenza que iba a sentir si me presentaba con ella en casa de sus padres y seguí negándome, hasta que ella me convenció diciendo unas palabras que me llegaron al alma.

-     Llamas a tus padres y les dices que te quedas a dormir en mi casa. Si no lo haces así, no quiero que vuelvas más.

  Estoy seguro que habrás oído, y más de una vez, que “pueden más dos tetas, que dos carretas” –continuó diciendo Lisardo-  y es verdad; a los diez minutos estábamos a la puerta de su casa. Mientras hacíamos el trayecto hasta allí, iba deseando fervientemente que dejase de llover y así ya tenía excusa para irme, pero lo cierto fue que no dejó de hacerlo en momento alguno. 

  Una vez que llegamos a su casa, Dora abrió la puerta y, al ver que remoloneaba un poco para entrar; muy resuelta ella, me agarró de la mano y sin soltarme en momento alguno, me llevó al salón de la casa, donde me di de cara con toda la familia, ya que los padres y sus dos hermanos estaban sentados viendo la televisión, quedándose muy sorprendidos a vernos llegar.

 A partir de ese momento, todo discurrió con total normalidad; sus padres eran gente muy campechana y me acogieron muy bien. Cuando les dijo Dora que me iba a quedar en la casa a pasar la noche, debido a la lluvia, no pusieron objeción alguna y respondieron que había hecho muy bien invitándome a pasar la noche en su casa..

  En mi familia la verdad es que siempre fuimos muy serios; en cambio ellos eran muy alegres. De inmediato pude comprobar que les gustaban mucho las bromas y eso, para un recién llegado, que acababa de conocerlos, no sabes lo duro que puede ser. Yo estaba allí muy formal, bastante cohibido hablando lo justo y ellos me trataban como si nos conociéramos desde siempre

  La casa de los padres de Dora era grande y tenía dos plantas,  la planta baja era donde estaba el dormitorio de los padres y la planta de arriba, que era donde dormían los hijos, siendo también allí donde me adjudicaron un dormitorio.

  Durante la cena, el padre de Dora, que era un hombre simpático y de palabra fácil, empezó a bromear conmigo y no veas de qué modo.

  Se dirigió a los hijos diciéndoles que vigilaran bien y que, si me veían salir de la habitación durante la noche con intención de dirigirme al de la hermana, debían avisarle por si tenía que subir con la escopeta de caza. A ella, a su vez, le dijo que no olvidara dejar bien cerrada la puerta de su habitación, que le diera dos vueltas a la llave y que, si alguien llamaba desde fuera, no abriese bajo ningún concepto.

  Lo decía en broma...evidentemente y la mujer y los tres hermanos se destornillaban de risa; en cambio, yo no me reía en absoluto, pensaba que el trasfondo de la broma. en realidad era un aviso para que no tuviese la tentación de ir a la habitación de Dora, algo que en aquellos momentos quedaba muy lejos de mis intenciones.

  La madre, al verme tan cortado y sin decir nada, acudió a mi auxilio entonces y dijo:

-     No hagas ningún caso a mi marido, es que le gusta mucho bromear.

  Quien me estaba sorprendiendo enormemente era Dora pues, en vez de salir también en mi defensa y decirle al padre que dejara de meterse conmigo, al oír decir a la madre aquello, comentó:

-     Cuando le has dicho a Lisardo que no haga caso a padre, a que te refieres ¿Le estás insinuando que haga lo contrario de lo que acaba de decir y que puede levantarse cuando quiera e ir a mi habitación?

 -     ¡No hija! ¡No he querido decir eso! Respondió la madre bastante desconcertada.


   Los hijos y el padre soltaron fuertes carcajadas al ver a la madre tan apurada, afirmando que ella no había querido decir aquello y yo asistía en silencio a la escena, viéndoles reír a mi costa; incluso Dora me miraba sin poder contener la risa. Al fin, al verme tan serio, se apiadó de mí e intervino "echándome un cable".

 -   Vamos a dejar la broma para otro rato. ¡Verás!, mi padre es que es así... muy chistoso, así que no te        preocupes y hazle caso a mi madre. Con decirte que no tiene escopeta de caza y que mi puerta no            tiene cerradura, eso ya lo dice todo.

  El dormitorio que me habían asignado, en la primera planta, estaba al lado del de uno de los hermanos; el del otro hermano estaba más alejado, al final del pasillo y el de Dora frente al mío.

  En la mañana siguiente al levantarme, una vez vestido, sentí unos golpes en la puerta, la abrí y vi que era ella.

-     Buenos días. Que tal has dormido. Pregunté.

 -     Dormir, lo que es dormir… bien. Pero quiero  decirte que estoy muy sorprendida contigo.

 -     ¿Por qué? Respondí sumamente extrañado

 -    No entiendo cómo eres capaz de recorrer 20 km en bicicleta para venir a verme, y en cambio no lo           eres para cruzar un pasillo.

domingo, 21 de septiembre de 2025

El Mercedes

 


                                                                        

                                                  No te limites a existir, procura vivir lo mejor posible y ser feliz

 

   Encontrar una definición de la vida no es una tarea fácil, ya que el concepto puede ser abordado desde unas perspectivas tan diferentes como la biología, la medicina, la filosofía, la religión y otras más; por ello, antes de que nos entre dolor de cabeza, intentando comprender qué es la vida, vamos a olvidarnos de ello y centrarnos únicamente en el hecho de que estamos vivos (al menos de momento).

 Los seres humanos tenemos un comienzo y un final sin posibilidad alguna de alargar la existencia; decía el poeta que “desde que nacemos, nuestro destino está escrito en las estrellas”; por ello, el secreto para “vivir más tiempo” consiste en hacerlo lentamente, disfrutando de la vida día a día; esto es lo más parecido a alargarla o, dicho de otro modo, ya que no podemos prolongarla, al menos intentemos ensancharla.

   En cambio, es más sencillo definir la muerte; podemos decir de ella que es el final de nuestro ciclo vital. Si la vida es aquello que nos sucede mientras estamos en este mundo, la muerte, por analogía, es “aquello que nos sucede" cuando dejamos de existir; aunque, ajustándonos a la realidad, es el momento en el que dejan de sucedernos cosas.

 En los cuentos observamos que, con frecuencia, aparecen personajes de todo tipo: príncipes  encantados; brujas malas malísimas; hadas buenas; animales que hablan; Jesucristo y San Pedro son otros clásicos de algunos cuentos; el diablo también cobra protagonismo en otros y hasta la muerte en ocasiones la tenemos de estrella principal, encontrándola habitualmente simbolizada como una mujer totalmente vestida de negro, apareciendo algunas veces con una guadaña y otras sin ella.

 La medicina, es la ciencia que se dedica a la prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades; siendo los médicos quienes ayudan a las personas, que llegan al final de su ciclo vital, a que el trance sea lo más llevadero posible; por ello, si alguien está familiarizado con la muerte, son ellos y no necesitan símbolo, representación o alegoría alguna para reconocerla con facilidad.

  Con estos antecedentes, quien le iba a decir a Fulgencio, el médico de Juntal de Arriba, que un día iba a encontrarse con ella de cara y que además no iba a ser capaz de reconocerla.

  Del mismo modo que existen en la comarca dos Peralejos, el de Arriba y el de Abajo; si había un Juntal de Arriba, lógicamente, también existía Juntal de Abajo; ambos pueblos estaban próximos y Fulgencio, que era el médico de las dos poblaciones, tenía que recorrer con mucha frecuencia el camino que unía (o separaba) ambos lugares.

 

  El suceso que a continuación describo podría haber sucedido a comienzos del siglo XX, una época en la que apenas había coches particulares; de ahí que el médico debía desplazarse a los sitios en un caballo o, cuando económicamente era más solvente, en una calesa (un carruaje tirado por un caballo); aunque, pensándolo bien, también podría haber ocurrido a finales del siglo pasado. Entonces ya había muchos coches, aún no existían los centros de salud y cada médico tenía adjudicados uno o varios pueblos, dependiendo del tamaño de los mismos.

   Actualmente, los sueldos de los médicos que trabajan en los Centros de Salud son muy similares, pero esto antes no era así, era proporcional al número de pacientes que cada uno atendía. Por poner un ejemplo, si uno tenía trescientos asegurados cobraba X, el que atendía seiscientos cobraba XX.

  Fulgencio, al ser el médico de dos pueblos pequeños que sumaban poco habitantes, era de los que cobraba X; en cambio, al lado de los dos Juntales, había un pueblo bastante mayor, el número de habitantes era considerablemente más alto, su médico era de los que cobraban XX, y encima no se debía desplazar a ningún otro pueblo a hacer consulta, como a él le ocurría.

  Por si eso no fuera suficiente para sentir una ligero grado de envidia hacia el colega; este, que era bastante más viejo que él y por ello llevaba trabajando muchos años, había ahorrado un dinero y acababa de comprarse un flamante Mercedes-Benz, un hecho que había ocasionado que el grado de  envidia hubiese aumentado últimamente, pasando de leve a moderado, ya que Fulgencio, como era joven y llevaba trabajando  poco tiempo, aún no tenía ahorro alguno viéndose obligado a circular en un coche de segunda mano que tenía kilómetros a mansalva y que, de cada tres días, se averiaba los dos de al lado y a veces también el del medio, como se dice vulgarmente.

  Vivía en Juntal de Arriba y, cada vez que debía ir al de Abajo, a pesar de ser muy ateo, a veces hasta rezaba y todo para que no se le averiase el auto y le dejara tirado a medio camino.

 

  Un día que iba a este segundo pueblo, mientras conducía, iba pensando en lo injusta que es la vida algunas veces (muchos opinan que esto ocurre casi siempre, no solo algunas veces), pues el compañero, además de tener un mercedes, era veinte años mayor que él, viudo, bastante feo en el decir de la gente y, a pesar de ello, tenía una novia joven y muy atractiva; mientras que él, que era joven y muy guapo (esto último se lo decía su madre y ya se sabe que las madres muy imparciales no son), no tenía pareja dándose en él ese hecho tan común que sucede a los solteros que no es otro que “lo que quiero no me lo dan y lo que me dan no lo quiero”. Esto último, el reciente noviazgo  del compañero, había determinado que la envidia que sentía hacia él ya hubiese alcanzado un grado supino.  

 Iba sumido en estos pensamientos, conduciendo su Citroën cv2, o lo que es lo mismo, un “Dos Caballos”, y de pronto divisó a lo lejos un bulto en una cuneta.

elpais.com

 Al acercarse, comprobó que se trataba de una persona tendida en el suelo que permanecía inmóvil. Cuando llegó a su altura, paró el coche, bajó del mismo  acercándose a ella y, como estaba tendida boca abajo, le dio la vuelta pudiendo apreciar que era una mujer que presentaba una herida en la cabeza, por lo que le resultó fácil llegar al diagnóstico. Ha caído al suelo y está inconsciente debido al “cogotón” que se ha dado -pensó.

 Al verle el rostro, tuvo la sensación de haberla visto anteriormente en alguna ocasión, pero no recordaba donde. Ella, con el movimiento recuperó la conciencia y Fulgencio, como llevaba el material apropiado, dijo:

 -  Tienes una herida en la cabeza, soy médico y voy a curarte. Aunque es pequeña y superficial, el golpe que te has dado ha debido ser bastante fuerte ya que te ha hecho perder el conocimiento

  Durante la cura, ambos permanecieron en silencio todo el rato, ella sentada en el suelo mientras que él arrodillado hacía su trabajo y, una vez que acabó, la miró con detenimiento.

  Al estar sentada, la falda se le había subido muy arriba mostrando generosamente sus piernas; era joven, muy guapa, con una figura estupenda y de inmediato se sintió atraído por ella. No es que sintiera sentimientos románticos hacia la mujer, lo que sintió hacia ella era otra cosa (si antes hemos hablado de envidia, a esto se le sumaba ahora la lujuria).

-  ¿Quién eres? –preguntó. Estoy seguro de haberte visto anteriormente, en alguna ocasión, pero no recuerdo donde.

 -  ¿Solo en alguna ocasión…? Me has visto bastantes veces, lo que sucede es que nunca hemos estado tan cerca uno del otro como ahora...por eso no me reconoces. Soy la muerte, cuando has ido a atender a algún paciente que estaba muy grave y no se ha salvado, yo siempre estaba por allí para llevármelo, de eso me conoces.

 -  ¡¡¡La muerte…!!! ¡Una chica guapa y con minifalda! Me estás tomando el pelo, la muerte es una mujer vieja y fea ¡Cómo vas a ser tú la muerte!

 - ¡A todos os pasa lo mismo! –respondió ella enfadada. Creéis que soy vieja y fea, pero estáis muy equivocados. Lo de vieja lo reconozco… soy tan vieja como el mundo; pero no entiendo por qué todos os empeñáis en que soy fea. Supongo que es debido a que siempre estáis intentando evitarme y nunca queréis verme de cerca. En cuanto a la minifalda, que quieres que te diga. Hoy es día de descanso y me visto como me da la gana, pero cuando trabajo la hago de uniforme y es como me veis. Siempre llevo un vestido  de color negro con capucha también negra que me tapa la cabeza pero no la cara, aunque ninguno  me la veis porque os da miedo mirarme. Por eso me enfado tanto cuando decís que soy fea.

 Fulgencio tras escucharla con atención, respondió:

 -  Es que te presentas en unos momentos críticos, donde todo se ve muy negro. Tú misma acabas de decir que apareces vestida así para recoger el alma del difunto. La muerte, aunque esperada, nunca llega a tiempo, por eso nadie te quiere ver de cerca.

 -   Efectivamente, eso es lo que ocurre; pero la culpa es vuestra. La mayoría de los humanos pasáis por la vida sin saber disfrutar de ella,  porque no sabéis vivir; por ello os desesperáis cuando llega la hora de abandonar este mundo. En realidad, soy yo quien da sentido a la vida, ten en cuenta que, desde el momento que uno nace, se puede decir que comienza a morir ya que es algo inevitable; por eso, lo que debéis hacer, mientras estáis vivos, es procurar vivir lo mejor posible y no limitaros a existir como hacen algunos. Hay que vivir, día a día, siendo conscientes que todo tiene un final, valorando el presente de modo que, hasta que llega ese momento, vuestro objetivo debe ser intentar ser lo más felices posible.

   El médico escuchaba los razonamientos que daba la muerte, los veía bastante lógicos y de pronto se alarmó al venirle un terrible pensamiento a la mente:

-  ¡A propósito…! ¿Has venido a por mí?

 

-    No, puedes estar tranquilo… hoy no es tu día. ¿Acaso me ves con el uniforme de trabajo? Ya te he dicho que hoy descanso. Como me has socorrido, te voy a compensar un poco. De ahora en adelante, cuando estés con un enfermo en su habitación y me veas, fíjate bien donde estoy situada.

   Si observas que estoy en la cabecera de la cama, no pierdas el tiempo con él porque a ese no hay     medico ni medicina que lo salve. Si es católico, le dices a la familia que le administren los Santos      Oleos, quedas bien con ellos y te vas tranquilo.

   En cambio, cuando me veas a los pies de la cama, ese seguro que se salva; no va a haber enfermedad que pueda con él; ni siquiera el peor médico, por muy malo que sea, va ser capaz de cargárselo.

   No olvides que soy yo la que decide quien se va conmigo y quien se queda.

 

    Una vez dicho esto último, aquella chica joven y guapa, por la que inicialmente había sentido una fuerte atracción, que había desaparecido súbitamente al saber de quien se trataba, se esfumó dejando a Fulgencio totalmente confundido.

   Subió al viejo Citroën y, antes de arrancarlo, sopesó detenidamente lo ocurrido inmerso en un mar de dudas. Aquello le había parecido tan extraño que se dio una buena bofetada a sí mismo para convencerse que estaba despierto y no había sido un sueño; como le dolió bastante, llegó al convencimiento de que la bofetada era real y que no estaba soñando volviendo sus pensamientos al encuentro con la mujer que afirmaba ser la muerte. Aún tenía serias dudas de aquello hubiera ocurrido realmente y, como hombre de ciencia que era, se puso a analizar la situación.

  Eran las diez de la mañana y él nunca bebía aguardiente ni licor alguno a aquellas horas, luego, no podía tener perturbada la mente por el alcohol; además, como tampoco consumía drogas lícitas, ni ilícitas, consideró que por ahí no iba la cosa.

  También valoró el haber sufrido un espejismo, tal como le sucede a algunas personas en el desierto cuando están con hambre, sed y calor; pero él no se encontraba en medio del Sahara, sino a medio camino, entre Juntal de Arriba y Juntal de Abajo, el suelo estaba cubierto de hierba y contaba además con una buena capa arbórea, luego aquello distaba mucho de ser un desierto; tampoco tenía hambre ni sed, ya que había desayunado opíparamente, así que lo del espejismo también quedaba descartado.

  Otra posibilidad era que hubiese tenido una alucinación visual y esta fuese el primer síntoma de una enfermedad venidera. Los médicos, como conocen tantas enfermedades, algunos son algo hipocondríacos y creen tenerlas todas, pero él no lo era y tampoco consideró que la cosa fuera por ese camino.

  Una vez descartadas las distintas posibilidades, aunque seguía sin encontrar explicación lógica alguna al encuentro que creía haber tenido, decidió olvidar el asunto. Además, si aquella mujer realmente era la muerte, tendría ocasión de comprobarlo cuando estuviera con algún enfermo a punto de abandonar este mundo.

   El paciente al que iba a ver, en Juntal de Abajo, era un hombre mayor, muy rico y soltero. Siempre se ha dicho que “a quien no tiene hijos, el diablo le da sobrinos”, especialmente si hay dinero por medio, y allí se daba esa circunstancia.

  Se llamaba Gaudencio, estaba en la cama bastante fastidiado de salud y le acompañaba una sobrina. Al verla vestida de negro, Fulgencio la miró fijamente a la cara para asegurarse que no era la mujer que creía haber visto en el camino, aunque después recordó haberla oído decir que aquel día lo tenía libre. Una vez comprobó que no era ella, quedó muy tranquilo pues Gaudencio, por muy pachucho que estuviera, sabía que aún no iba a palmarlas.

-  ¡Doctor! Sé que soy viejo y que estoy bastante mal, pero no me deje morir ¡Cúreme por favor! –exclamó el paciente

 -  No te preocupes que hoy no te vas a morir –le tranquilizó el médico. Eso te lo garantizo. Voy a ponerte un tratamiento y ya veremos cómo evolucionas. Mañana por la mañana vuelvo a verte.

 Al día siguiente, cuando el médico volvió a ver al enfermo, este seguía en la cama y observó que la misma estaba rodeada por cerca de una docena de personas... eran los sobrinos y sus cónyuges. Se habían enterado que el tío rico estaba enfermo y allí estaban todos sin faltar ni uno.

 El enfermo, no veía afecto ni sentimiento alguno en sus caras, sólo veía reflejado en ellas el interés;  estaban deseando que muriera y apañar todo lo posible, una vez dejara de existir.

   Fulgencio, al entrar en la habitación, vio al pobre Gaudencio con una cara de angustia tremenda (cuando una persona está grave, os aseguro que sonríe poco) y, al ver aquel barullo de gente, les dijo que el enfermo necesitaba tranquilidad pidiéndoles que salieran todos y que les dejaran solos, como así hicieron.

-  ¡Sálveme doctor!  -es lo primero que dijo el enfermo. Si me salva y evita que me muera, le pago lo que me pida, por dinero no lo haga.  Yo no tengo hijos; ésa caterva de gente que acaba de salir de la habitación, son los sobrinos con los mujeres y maridos respectivos.

 ¿Ha visto usted alguna vez a los buitres buscando comida? Cuando uno de ellos tiene hambre, al llegar la mañana inicia el vuelo buscando carroña, surca el cielo planeando y, cuando la ve, empieza a volar en círculos antes de aterrizar para comerla; los demás, cuando de lejos ven a uno de ellos volar en círculos, saben que ha encontrado algo que llevarse al buche y acuden todos allí.

 Algo así ha pasado, la sobrina que estaba aquí ayer cuando vino usted, dio el aviso a los demás de que estaba enfermo y ahí están todos ellos.

  Ellos no vuelan, pero rodean la cama formando casi un circulo y eso no me gusta nada.


-  Sí, eso pasa a veces cuando no se tienen hijos – respondió el médico lacónicamente.

  Fulgencio daba por supuestos que estaban los dos solos y de pronto reparó que, al lado de la cabecera de la cama, había una mujer totalmente vestida de negro, con una amplia capucha cubriéndole la cabeza, recordando entonces lo ocurrido en la carretera el día anterior.

  Había mantenido la duda de que aquello hubiera sucedido realmente y ahora comprobaba que todo había sido real... era la muerte con su uniforme de trabajo y, lo que era peor, estaba situada en la cabecera, lo cual significaba que, hiciera lo que hiciera, Gaudencio no iba a salvarse.

 -    ¡¡No deje que me muera…por favor!! – volvió a rogar el enfermo. No tengo mujer y tampoco hijos, solo dinero; tengo mucho dinero y si me muero ¡de qué me va servir! He vivido toda mi vida trabajando y ahorrando y ahora es cuando me arrepiento de no haber vivido un poco mejor. Tengo medio millón de euros en el banco, si me salva usted le doy la mitad.

   El médico, al escucharle, sintió un gran sobresalto y casi sufre un cortocircuito cerebral pues sus pensamientos empezaron a circular a gran velocidad. Si lograba salvar a Gaudencio y recibía doscientos cincuenta mil euros, tendría dinero de sobra para un Mercedes-Benz y de los más caros, logrando así superar al colega del pueblo vecino al que tanto envidiaba, consiguiendo así que la envidia cambiara de lado, pasando a ser él el envidiado; pero había un problema…aquella mujer vestida de negro.

  Aunque no le veía la cara por la capucha, no tenía duda alguna que se trataba de su vieja amiga con el uniforme de trabajo; recordó haberla oído decir que, si estaba la cabecera, eso significaba que Gaudencio era un caso perdido, lo que conllevaba que iba a quedarse sin el mercedes, y eso hizo que cogiera un enfado tremendo.

-   ¡Vaya faena que me estás haciendo! –exclamó irritadísimo, dirigiéndose a ella ¿Por qué no haces el favor de colocarte a los pies de la cama?

  Pero ella, imperturbable, no respondió; al contrario que en la carretera, donde se había mostrado bastante habladora, algo comprensible si consideramos que era su día libre y se hallaba fuera de servicio, en ese momento estaba haciendo su trabajo y la muerte siempre es silenciosa.

-   ¡¡¡Por lo que más quiera!!! - volvió a suplicar el enfermo casi gritando, desesperado al haber reparado también en la presencia de la mujer de negro. Si me salva y no me muero, aumento la cifra, le doy trescientos mil.

 ¡Trescientos mil euros!  - repitió Fulgencio en voz alta, apesadumbrado al ver que se le iba escapar la oportunidad de tener un mercedes.

  Siempre se ha dicho que, “ante situaciones extraordinarias, hacen falta soluciones extraordinarias” y algo así sucedió con Fulgencio, al que le llegó la inspiración súbitamente.

  Si la muerte estaba a la cabecera con lo que eso conllevaba, eso iba a solucionarlo inmediatamente. Agarró la cama por el lado de los pies y le dio la vuelta, girándola, desplazándose él con la misma, consiguiendo, de ese modo, que  ahora la muerte quedase situada a los pies de la cama y la cabecera en el lado contrario, pensando que así lograría evitar que ésta se llevara a  Gaudencio. Pero con el esfuerzo sintió una fuerte opresión en el pecho, algo parecido a lo que sucede cuando a uno le da un infarto, y perdió la conciencia.

  Cuando la recuperó, no estaba en el dormitorio de Gaudencio sino que se encontraba en un lugar desconocido para él; miró hacia todos los lados, no reconocía nada y de pronto a su lado vio a la mujer de negro.

 -   ¿Qué ha pasado? –preguntó.

 -  Que torpe has sido Fulgencio –respondió ella. Estabas avisado que, si me veías en la cabecera de la cama de alguien, era porque ya no tenía remedio y me lo llevaba. Has girado la cama consiguiendo que  yo pasase a estar a los pies de Gaudencio, le has salvado a él...sí, ¿pero sabes que has conseguido con  eso? Te lo explico en pocas palabras. Al hacer esa maniobra, acabaste colocándote a mi lado y, por si no lo recuerdas, soy la muerte. Si estoy con mi uniforme de trabajo, es porque había venido a llevarme a alguien y si él ya no iba a poder ser, tu verás...

 Fulgencio, permaneció un momento pensativo, tras escuchar sus palabras y preguntó:

 -    Esto es solo un sueño ¿verdad?

 -    Si prefieres verlo así....Respondió ellaAlgunos lo llaman sueño eterno.