El patrimonio folklórico que tenemos en
nuestro pueblo, nuestros bailes y
canciones tradicionales, es rico y variado; pero si hubiera que buscar una
palabra que reflejara claramente su situación actual, desgraciadamente, ésta no
puede ser otra que el olvido.
Al contrario de lo que sucede en muchos
lugares de nuestra geografía, donde están orgullosos de su folklore y lo
conservan y promocionan todo lo posible; nosotros, ni lo conservamos y, mucho
menos, lo promocionamos.
Hasta mediados del siglo pasado, en nuestro
pueblo se bailaban una serie de danzas: el Baile del Cordón, la Rosca,
la Danza de Palos, la Bandera; así como charros, jotas,
y otros bailes de forma habitual y era algo que formaba parte de nuestra
idiosincrasia; pero, como en todos los sitios, no solo en nuestro pueblo, fue
desapareciendo progresivamente el gusto por bailar estos bailes tradicionales,
un hecho que fue debido a varias razones, destacando, entre todas ellas, una
modernidad mal entendida.
Llegaban
“nuevos tiempos” y la gente pretendía adaptarse a la vida moderna y olvidar cuanto
antes todo aquello que sonara a antiguo; de modo que, bailar una jota al son del
tamborilero, era visto como algo propio de gente atrasada que había quedado anclada
en el tiempo.
Esto ocurría
no solo en nuestro pueblo, sino en todos los lados dando lugar a que nuestras
tradiciones, el rico folklore que teníamos, pasara de ser una realidad a quedar
totalmente olvidado yendo a parar, como se dice vulgarmente, al Limbo de los
Justos, como tantas otras cosas y, salvo alguna excepción muy puntual, allí
sigue.
En cuanto a los tamborileros, nuestros
músicos autóctonos, también sufrieron un
declive tremendo; muchos de ellos
emprendieron el camino del más allá -dicho
sin florituras, las palmaron- sin que hubiera un relevo generacional porque
nadie mostraba interés alguno por emularles –
cuando digo emularles, no me refiero a que quisieran seguir su camino muriéndose
como ellos, sino a aprender a tocar la gaita y el tamboril- y su número fue
disminuyendo dramáticamente, alcanzando sus niveles más bajos en las décadas de
1960 -70.
Ya no eran
requeridos para tocar en fiestas, bodas y otras celebraciones; llegando, realmente,
a estar en peligro de extinción, pues nuestros
padres preferían escuchar y bailar con la música de “los Chupaligas” una estupenda
familia de músicos, creo que eran oriundos de Cabeza del Caballo, y otros
grupos similares, porque tocaban música “moderna”
A finales de la década de 1970, hubo una
canción que se hizo muy famosa “El video acabó con la estrella de la radio”
(The Buggles, 1979), y yo, que por esa época, estaba aprendiendo a tocar la
gaita y el tamboril, encontraba bastante
similitud con lo que había estado sucediendo, pensaba que la música pop estaba
a punto de acabar con los tamborileros, algo que, afortunadamente no llegó a
suceder.
Tras este largo preámbulo, hoy me gustaría
recordar uno de nuestros bailes tradicionales,
aunque en este caso se puede decir que no está olvidado ya que sigue
siendo el único que conservamos en la actualidad; afortunadamente, todos los años, aún sigue
habiendo gente que baila la bandera ante el Cristo el día de su fiesta.
Todo
tiene un origen, además un porqué, y este es, precisamente, el motivo de este
escrito: comentar algunos detalles del Baile de la Bandera.
El baile en sí, aunque es lo más conocido y
lo único que ha llegado hasta el presente; en realidad, formaba parte de un ritual mucho más amplio como podremos
ver.
Si quisiéramos
situar, geográficamente, los lugares donde realizan este tipo de celebraciones o
ceremonias, donde una bandera se convierte en la figura central de la fiesta,
hay que empezar diciendo que no es algo exclusivo de nuestra provincia, ni tan
siquiera de nuestra comunidad, en Extremadura, Castilla-la Mancha y
posiblemente en alguna otra comunidad o región –por si alguien prefiere llamarlo así- también hay pueblos donde
una bandera es el elemento esencial de la fiesta.
El ritual que se sigue con la enseña, varía
según el lugar; en unos sitios, simplemente, la ondean haciendo distintas
figuras con ella; en otros hacen desfiles donde ocupa el lugar más destacado;
en otros la colocan en un sitio principal...
Dentro de nuestra provincia, sería
inexcusable olvidar a Miranda de Castañar, donde la bandera juega un papel fundamental
en la fiesta de Santa Águeda (2 de febrero); ese día, “las águedas” realizan
con ella un auténtico ceremonial, cuyo objetivo, las acciones y movimientos que
efectúan con la bandera, entre otras cosas., es reafirmar, aquel día su
autoridad sobre los hombres
Además de Miranda del Castañar, dentro de la
provincia de Salamanca, es, sobre todo, en algunos pueblos de nuestra comarca
donde aún continúa ejecutándose el baile de La Bandera.
El origen de las ceremonias o rituales, en
torno a La Bandera, se piensa que es común a todos los sitios donde celebran
esta tradición, remontándose sus inicios al siglo XVII, quizá un poco antes.
En esa época, no había un ejército
estructurado, como el que tenemos ahora, y en muchos pueblos lo que había era una especie de milicia civil
que, aunque no eran militares, podríamos
catalogarlos como “soldados en la reserva”.
La
milicia tenía una jerarquía casi militar en la que había oficiales: sargentos,
cabos…, y las armas que portaban sus integrantes eran las de aquel tiempo, alabardas
y espadas. Además, una de estas personas portaba una bandera que era
identificativa de cada pueblo o ciudad.
En algunos de los lugares, donde mantienen
esta tradición, incluso usan una indumentaria que recuerda antiguos uniformes
militares.
Esta “milicia”,
desde sus inicios, estuvo siempre vinculada a cofradías e intervenía en procesiones
y romerías, escoltando a las imágenes; posteriormente, cuando perdió su
primitivo carácter militar, continuó acompañando al santo o cristo
correspondiente, pasando entonces a cumplir una función exclusivamente
religiosa.
La bandera de cada lugar era un elemento
fundamental de estos “soldados”, era para ellos un signo de identidad, y con
ella hacían lo que se conoce como “el juego de la bandera” que
consiste en ondearla y realizar diversas figuras, pasándola unos a otros.
Es ésta, una actividad compleja que requiere
un gran esfuerzo y habilidad por parte de los abanderados; estos, la revolotean
a lo alto y alrededor del cuerpo, vigorosamente, procurando que no se enrede y que esté siempre
desplegada.
En nuestro pueblo, y pueblos vecinos, el
juego de la bandera fue evolucionando y acabó convirtiéndose en una danza, que
conocemos como Baile de la Bandera.
En Barruecopardo, se creó la Sacramental Cofradía
o Hermandad del Cristo de las Mercedes -
sus estatutos están fechados en 1664- ,
tuvo mucha importancia en su tiempo y perduró durante siglos, desapareciendo
a mediados del siglo XX.
Cada año, tenía dos mayordomos, tal como
sigue ocurriendo hasta ahora (en la actualidad existen mayordomos, pero no hay
cofradía); cada año, una vez que los mayordomos salientes habían cumplido su
cometido y entregaban las varas a los entrantes, pasaban a ser, automáticamente, cofrades del Cristo.
Hasta la década de 1940, la cofradía del
Cristo aún existía, tenía muchos cofrades y, entre sus integrantes, todos los
años se ofrecían cuatro de ellos como encargados de la Bandera.
Estos cuatro abanderados portaban los
atributos de la misma: Un palo alto, coronado por una pequeña cruz, una
alabarda, un bastón (creo que este elemento en algún momento anterior fue una
espada) y una bandera que llevaba grabada la Cruz de Santiago, ya que Barrueco
era un pueblo santiaguista.
El Día del Cristo, los cuatro abanderados,
junto a los mayordomos y resto de cofrades, acompañaban a la imagen titular; la fiesta
comenzaba al amanecer, cuando el tamborilero recorría las calles del
pueblo tocando La Alborada, a lo que
seguían una romería y diversos actos religiosos en la explanada del Cristo y en
el vecino valle Cardadal.
Esta fiesta atraía a mucha gente de la
comarca, debido a que nuestro Cristo de las Mercedes es muy milagrero y todo el
mundo se acercaba a Él para pedirle favores, o mercedes (de ahí le viene el
apellido a nuestro Cristo).
En un momento dado, ante la imagen se
situaban los cofrades en círculo delimitando un espacio ( tal como se sigue
haciendo) para poder hacer el ofertorio y bailar la Bandera, y tras ellos se
situaba el público. Mientras tanto, el tamborilero comenzaba a tocar el
tamboril con ritmo insistente, indicando que iba a comenzar el ritual.
En un momento determinado, comenzaba a tocar
con la gaita el son propio de este baile, e iniciaba la danza el cofrade que
portaba la bandera que era habitualmente el de más edad.
Después, el baile se repetiría múltiples
veces siguiendo un orden preestablecido: le seguían los otros cofrades de la
Bandera, el resto de la cofradía y, por último, aquellas personas del pueblo y
forasteras que quisieran participar en la danza.
Bailar la Bandera era un honor y cada hombre
que lo hacía –aún faltaba mucho tiempo
para que las mujeres se incorporaran a la danza- daba un pequeño donativo, alguna
moneda, que se empleaba para el mantenimiento del cristo y la ermita.
En nuestro pueblo, y en otros lugares vecinos,
la particularidad que tiene La Bandera es que,
mientras en otros sitios se
limitan a ondearla y agitarla con los
brazos, dibujando con ella figuras en el aire,
aquí es un baile en el que cada uno de los ejecutantes danza al ritmo de
la música que toca el tamborilero.
El abanderado, a la par que baila, coge la
bandera por el mástil, con una mano y la ondea constantemente, con energía,
haciendo diversas figuras, pasándola por encima de su cabeza y de los hombros,
alrededor de la cintura, debajo de las piernas…
Durante el baile, la bandera ha de
permanecer siempre desplegada, de ahí que el bailador tenga que evitar,
constantemente, que se enrolle en el palo y, obviamente, que no se le caiga de
las manos.
La ejecución correcta de este baile encierra
bastante dificultad ya que, mientras el danzante baila, siguiendo con los pies
los pasos correspondientes, con los brazos debe realizar, simultáneamente, el
"juego de la bandera".
Algunos, también ejecutan el baile sentados,
ondeándola desde esa posición.
Al terminar el baile, el danzante hace una
leve inclinación de cabeza hacia la imagen del Cristo, hincando una rodilla en
tierra, mientras coloca el mástil de la bandera en posición vertical.
Los espectadores saben apreciar el esfuerzo,
la habilidad y la pericia de cada uno de los danzantes, celebrando cada baile
con un fuerte aplauso.
Para bailar la danza, el tamborilero toca
una melodía específica para tal fin, conocida como “El toque de la Bandera”
que consta de tres partes, correspondiéndose, cada una de ellas, con las tres
partes de que consta el baile: Entrada, paso de jota y pasos finales.
Cuando aún existía la Cofradía del Cristo,
el día siguiente de la fiesta, por la mañana, los cofrades se reunían en la
ermita para escuchar una misa por los hermanos difuntos, especialmente por los
fallecidos el último año y, después, en el pórtico, sentados en los poyos de
piedra, trataban los asuntos concernientes a la cofradía y hacían el balance de
cuentas.
Algunos ingresos ya hemos visto,
anteriormente, de donde provenían; en
cuanto a los gastos estos eran variados y, entre ellos, me gustaría
destacar que cuando un cofrade moría y su familia tenía pocos medios, la
cofradía corría con los gastos del entierro.
La
Bandera, es uno de los bailes más emblemáticos de nuestra comarca y se bailaba
en casi todos los pueblos del entorno pero, del mismo modo que ocurrió con
otros bailes y danzas tradicionales, dejó de hacerse en casi todos los sitios.
Actualmente se sigue bailando en Hinojosa, Mieza, Vilvestre y Barrueco.
En Hinojosa no es un simple baile, allí, La
Bandera forma parte de un largo ritual que celebran los habitantes de ese pueblo el día de San
Juan, conocido como “echar la bandera”; en él,
las distintas escenas que se suceden a lo largo de la ceremonia
representan la rebelión que hace siglos
protagonizó la gente del lugar ante un señor feudal que oprimía a sus
habitantes –cuando hablo de oprimir, no
es que abrazara a la gente con muchas ganas, sino que los crujía a impuestos
como nuestros feudales actuales: el Ministerio Hacienda y compañía -.
En Barrueco, tal como sucedió con las demás
danzas, el baile de la Bandera estaba totalmente perdido; siendo recuperado
gracias al interés de un persona: Alejandro Rebollo que, con gran ilusión, en la década de 1970, promovió la creación de
una asociación cultural llamada “Amigos
de Barruecopardo”.
Inicialmente, los fundadores de esta
asociación tenían muchos proyectos que con el tiempo se fueron diluyendo poco a
poco y, posiblemente, su único logro real fue la recuperación de este
baile.
Los integrantes de la asociación tuvieron
que costear la elaboración de los elementos que forman la Bandera: Una bandera
roja, con la Cruz de Santiago grabada en el centro, la alabarda, el palo
coronado con una cruz y un cuarto elemento que no recuerdo exactamente su
estructura, creo que era una vara corta adornada en los extremos, aunque en
tiempos anteriores por lo visto era una espada (la antigua bandera y demás abolorios
que la acompañaban habían desaparecido “misteriosamente” y no se sabía nada de
ellos).
Para concluir este escrito, voy a rememorar una historia, relacionada con este
baile, que tuvo lugar en nuestro pueblo, en la primera mitad del siglo XX.
Había cuatro matrimonios amigos, cuyos
maridos eran cofrades del Cristo; éstos, un año, fueron los abanderados y
prometieron que, si pasados veinticinco años, sobrevivían todos, tanto los
esposos como las esposas, volverían a
serlo nuevamente.
Cuando un asunto lo fías tan largo, te
despreocupas totalmente del mismo; pero no hay forma de parar el tiempo; el
calendario siguió su curso y pasaron los veinticinco años del compromiso
adquirido.
Llegó la fecha y los cuatro cofrades
sobrevivían, pero uno había enviudado, así que la condición de la supervivencia
de los ocho no se cumplía en su totalidad.
Un día se reunieron los tres matrimonios
supervivientes, con el cofrade viudo, para hablar del tema, buscando su
opinión, dejando la decisión en sus manos. Nuestro cofrade viudo, tras meditarlo un poco,
aceptó cumplir el compromiso adquirido, por todos ellos, cinco lustros
antes.
Este hecho tuvo lugar en la primera mitad
del siglo pasado, era la década de 1920, y aún eran jóvenes cuando hicieron su
promesa. Veinticinco años más tarde, en la década de 1940, fue cuando la
cumplieron.
Se trata de una historia real y, por lo
tanto, de personas reales; nuestros paisanos se llamaban Agapito, Cristino, Hermenegildo, y Ricardo -
mi abuelo materno-
Estos hombres, ya en plena madurez; algunos
con la cabeza plateada (una forma algo cursi de llamar a las canas) y otros con
ella despoblada (de pelo), se dispusieron a cumplir la promesa que hicieran
siendo jóvenes.
En el pueblo, todo el mundo conocía la
promesa de los cuatro abanderados y el día de la fiesta, la gente acudió en
gran número a la ermita del Cristo, para ver cómo, una vez más, se cumplía el
ritual del Baile de la Bandera y verificar que aquellos hombres cumplían el
compromiso adquirido.
Nuestros cuatro paisanos, sin la agilidad
que les acompañara veinticinco años antes; con artrosis y algún otro achaque
añadido, propio de la edad; pero con el mismo entusiasmo que pusieron, veinticinco años atrás, cuando
eran jóvenes; uno tras otro, el catorce de
septiembre de aquel año, tal como habían hecho sus antepasados durante siglos, bailaron La
Bandera, entre los aplausos de la gente.
Saludos, desde La Zarza virtual
ResponderEliminar-Manolo-
Hola Manuel. Hoy tocaba recordar el folklore. Nunca viene mal recordar lo que fuimos y lo que somos. Un saludo
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarIncreíble ver el baile de la bandera en Barruecopardo. Recomendable para todos los que se quieran acercar a verlo a mediados de septiembre
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo
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