Muchos de nosotros - los más viejos-
recordamos que “el pajarito” era un personaje muy presente en el imaginario popular. Cuando un varón se dejaba la bragueta del pantalón abierta, sin darse
cuenta de ello, la expresión más común que solía escuchar para
avisarle era: - Se te va a enfriar el pajarito.
También, cuando éramos niños y nuestros
padres se enteraban de alguna travesura que habíamos hecho, porque alguien se lo
había contado; para exculpar al chivato y darle más teatralidad al asunto, a
menudo, nos decían, por poner un ejemplo:
-
“Me ha dicho un pajarito”, que, hoy, el maestro te ha reñido por haber hecho tal
cosa.
(Esto de que el maestro pudiera reñir a un
alumno, sin que ello tuviera consecuencias para el docente, es algo propio del
siglo pasado; hoy día, es posible que los padres del niño hasta acaben denunciándole si tuviera tal osadía).
Otro día, el pajarito, a lo mejor, les decía
que no habíamos ido a la catequesis; otro, que habíamos estado en una huerta robando
manzanas (entonces, como no había móviles
ni tablets, algunos nos entreteníamos haciendo cosas que nos situaban al borde
de la delincuencia).
El
caso es que no sé cómo se las arreglaba el pelma del pajarito, para estar en
todos los sitios espiándonos y después ir a contar a los padres nuestras
andanzas.
Que la dichosa ave delatara a los niños
ante los padres, por sus trastadas, hasta podría tener un pase; era tiempos en
que los padres hablaban y los niños solo podían escuchar lo que sus
progenitores decían –estos , a veces no
solo se conformaban con hablar, algunos, además, tenían la mano “muy larga”- , y los roles de unos y otros estaban muy establecidos –ojo, no confundir roles con rólex- , el problema era que, a veces, el
pajarito también se empeñaba en inmiscuirse en las travesuras de los
adultos y éstas, a menudo, no eran tan inocentes como las infantiles.
Esto sucedió un día en…bueno, vamos a dejar
el lugar en el aire y decir que sucedió en un pueblo que podía ser cualquiera,
incluso el nuestro (no perdáis el tiempo indagando quienes fueron los
protagonistas ni cuando sucedió, porque no merece la pena; si llegó a ocurrir, fue hace mucho tiempo y hoy
día ya nadie sabe nada de ello).
En este caso, no se trataba de un padre o
una madre que, aprovechando la omnipresencia del pajarito, se hubiera
enterado que su hijo/a se había peleado con alguien o había molestado a alguna
vecina llamando de noche al timbre o llamador de la puerta, escondiéndose posteriormente para ver, desde lejos, la cara que ésta ponía al abrirla y comprobar que allí no
había nadie; en este caso, no era una pillería infantil, sino una travesura de adultos.
En aquel pueblo había un matrimonio, Pepe San
Romualdo y Pepa La Brava –entonces es que
había muchos Pepes y Pepas y eso hacía necesario que el nombre de cada uno siempre
fuera acompañado por el apellido o un apelativo, más o menos afortunado; en
este caso, lo de él era su apellido y lo de ella era un sobrenombre o mote, que
supongo se lo había ganado por méritos propios-
No eran viejos...hoy pasarían por jóvenes, lo
que ocurre es que se habían casado a edad temprana, tal como se hacía entonces; llevaban
algo más de 10 años casados; los dos eran guapos y simpáticos y, ante la vecindad,
pasaban por ser un matrimonio bien avenido; pero, como ocurre en muchos casos, la
trastienda de una relación no siempre coincide con la fachada que ven los demás; en cualquier pareja, solo sus protagonistas conocen la auténtica realidad de como marcha la relación, y algo así sucedía con Pepa y Pepe, pues lo que para todos era un pareja bien avenida, eso no era así.
Resulta que a Pepa La Brava, desde hacía
algún tiempo, le habían salido unas protuberancias virtuales en la frente y no
es que estuviera convirtiéndose en diablesa, estoy hablando de unas astas –sin h-, vamos…que el marido le estaba poniendo los cuernos.
Al respecto, hay un dicho de los vikingos, ese pueblo del norte de
Europa que, durante la Edad Media, asoló las costas europeas; de ellos se dice: “bienaventurados los vikingos porque los suyos eran postizos”, haciendo alusión
a la forma de sus cascos de combate.
Lo bueno del asunto, es que Pepa la Brava no estaba
sola en su circunstancia, ya que, al marido, Pepe San Romualdo, le sucedía lo
mismo que a ella: le estaban saliendo también unos apéndices similares a los de la
esposa. Mientras que él, desde hacía una temporada, tenía una amiga con
derecho a roce –creo que cuando se veían
se rozaban mucho-, Pepa también tenía un amigo íntimo.
Se dice que las cosas nunca suceden por
casualidad, pero es indudable que las casualidades existen y la situación de
ambos cónyuges habría que catalogarla como un empate técnico.
No sé si los astros se habían
alineado de una forma determinada, que Eros y Afrodita (dioses mitológicos
del amor), habían influido para que se diera esta circunstancia, o que aquello
era, simplemente, producto del azar; pero la realidad era que, ambos cónyuges
estaban siendo infieles el uno al otro simultáneamente; luego, los dos engañaban
y eran engañados a la vez –si esto no es
justicia divina, ¿qué otra cosa puede serlo? -
Si buscamos la causa de que, en un
matrimonio, uno de los dos cónyuges decida buscarse un amigo / a y ser infiel a su pareja, posiblemente no encontremos una...sino varias. De ello, ya hablaba Antístenes
(445 - 365 a. C, un filósofo griego de la escuela
cínica, este hombre decía: “Si tu
mujer es bella, no solo será tuya; si no es bella, tuya sola será la desgracia”.
Hoy día, no sé qué opinarían, de Antístenes, en
el Ministerio de Igualdad; de todos modos, como pertenecía a la escuela cínica,
cualquiera de sus opiniones habría que dejarla entre paréntesis antes de tomarla literalmente.
El caso es que los dos, Pepe y Pepa ,
después de varios años de estar casados, no tenían hijos, estaban aburridos uno del otro o no sé qué pasaría y, como ambos eran guapos, dándole la razón al
filósofo, decidieron compartir su belleza con otras personas.
Como suele ocurrir en estos casos, el último
en enterarse es el cónyuge engañado y aquí sucedía lo mismo, pero por partida
doble. Pepe no sabía que Pepa le era infiel y Pepa tampoco sabía
que Pepe, a su vez, lo era con ella; en cambio, en el pueblo, casi todos lo
sabían.
Hay amigos buenos, regulares y malos. Estos últimos,
son peores que los enemigos pues, aparentan ser amigos, te fías de ellos, y encima no lo son. Un aforismo, posiblemente de origen medieval, dice:
“De mis amigos...líbrame Señor, de mis enemigos me ocupo yo”.
Bueno,
pues una buena amiga, una tarde, fue a casa de Pepa la Brava y le dijo:
-
Pepa,
no estoy segura si estoy haciendo bien, pero quiero decirte algo; si a mí me
ocurriera
lo mismo y tú lo supieras, me gustaría que me lo dijeras y por eso
estoy aquí.
Pepa
miró a la amiga bastante intrigada, intuyendo que se trataba de un asunto serio,
y respondió:
-
Dime ya lo que sea, me estás preocupando.
-
¿Dónde
estuviste ayer a las seis? -preguntó la amiga-
-
Ayer
estuve toda la tarde aquí, en casa.
-
¿Y
Pepe? Él no estaba aquí a las seis ¿verdad? -insistió la amiga-
- No,
a esas horas estaba en el campo, saldría a las cinco o así y volvió al
atardecer.
- Deberías
saber que ayer, a las seis, vieron a tu marido en un prado.
- Si
fue al campo y le vieron en un prado, ¿qué problema hay en ello?
- Estaba debajo de un árbol. Quien le vio, estaba un poco lejos y no
se fijó si era un roble o un
fresno.
Pepa, estaba empezando a hartarse de tanta retórica y echó mano de la ironía:
- ¡Bueno! ¿eso qué tiene de extraño? Lo raro es que le hubieran visto debajo de una palmera tropical.
- ¡Espera, que todavía no he acabado!
- ¡Pues
acaba! - dijo Pepa, que estaba empezando a enfadarse por las banalidades que estaba oyendo-
- ¡No me interrumpas hasta que acabe! -continuó
diciendo la amiga- Ayer a las seis de la tarde, han visto a Pepe...en el campo...en un prado...debajo de un árbol y no estaba sentado a la sombra, sino tumbado. boca abajo y no sobre la hierba; debajo de él, boca arriba, se
encontraba una mujer. No creo que sea necesario decirte lo que estaban haciendo.
Antes
que digas nada, además quiero que sepas que, también ayer, a la misma hora, vieron
entrar en tu casa, por la parte trasera, a un hombre que no es Pepe. Quien lo vio
afirma que no era la primera vez que venía a verte.
Pepa quedó muy sorprendida al oírla. Lo suyo,
era evidente que lo sabía, pero la infidelidad del marido era algo nuevo para
ella.
- ¿Hay alguien más, aparte de ti, que sepa lo mío y lo de Pepe?
- ¿Qué si lo sabe alguien más? ¡Hija, parece que no eres de este pueblo! ¿Cómo quieres
que te diga el número de personas que lo saben?, en unidades o en docenas.
¡Mira Pepa! Lo
vuestro lo sabe todo el mundo. Como estáis los dos en la misma situación, te aconsejo que lo arregléis de la mejor manera posible y sin armar
escándalo alguno. Tú no puedes reprocharle nada a él y él tampoco a ti; aquí
los dos sois igual de buenos o igual de malos, eso depende de cómo queráis
catalogarlo cada uno.
-
Entonces, dices que Pepe me está engañando con una mujer. ¿Tú crees que él
sabe que yo también me estoy viendo con alguien?
-
Eso
no lo sé, habría que preguntárselo a él, lo que sí sé, es que mucha gente sabe que ayer tarde
tuviste una visita, aquí en tu casa, mientras él estaba en el campo con la otra, así que
no me extrañaría nada que también supiera lo tuyo.
- Y
tú como es que lo sabes todo -preguntó Pepa con mucho interés- ¿quién te lo ha
dicho?
- Eso importa poco. Además, no quiero que le digas a Pepe que
esto te lo he dicho yo
- Y si me pregunta cómo me he enterado ¿qué le respondo?
- Yo que se… dile que ha sido un pajarito.
- Eso es muy infantil y no lo va a creer.
- Pues tú veras como lo haces, es tu marido y eso ya es cosa tuya.
Cuando volvió Pepe a casa, al atardecer, se
sentaron a cenar y ambos cónyuges estaban poco habladores; permanecían pensativos
mirándose sin decir nada y esto acabó de convencer a Pepa que él sabía
que le estaba siendo infiel con un hombre.
Habían acabado el primer plato, iban por el segundo y aquel silencio tan prolongado estaba
siendo ya demasiado molesto para los dos, siendo él quien decidió sacar el tema a relucir, para ver cómo reaccionaba Pepa:
- ¿Sabes
una cosa? Esta tarde me ha hablado un pajarito y me ha dicho algo.
- ¿Qué? -respondió Pepa sorprendida-. Cuando
había hablado con la amiga le había dicho que no era partidaria de usar al pajarito,
porque aquello resultaba muy infantil y ahora se encontraba que era el marido
quien había sido informado por el ave acusica ¿Qué es lo que te ha dicho el
pajarito?
- Me
ha dicho una poesía:
Las esposas son jardines
Que cuidan los jardineros
Algunos cuidamos los propios
Y otros cuidan los
ajenos
Pepa, al oírle, observaba al marido, sin saber qué
responder y, en vista de que el pajarito ya se lo había apropiado él,
decidió contestarle así:
- Pues
a mí quien me ha hablado ha sido un fresno:
- ¿Desde
cuando hablan los árboles?
- Desde
el mismo momento que lo hacen los pajaritos.
- Vale…vale.
Y que te ha dicho el fresno.
Aunque solo soy un árbol,
y creen que no puedo hablar
lo que sucedió bajo mis ramas
a ti te lo voy a contar.
Volvió
a hacerse el silencio entre los dos esposos, que se miraban fijamente; ambos sabedores que estaban igual de implicados en el asunto de la infidelidad y al fin dijo el marido:
- ¿Qué
te parece si dejamos de hablar con pajaritos y fresnos y lo olvidamos todo?
¿Qué hay de postre?
Nota
Aunque a alguno/a le cueste creerlo, esto es un cuento popular. Además, de los cuentos infantiles, que eran los mas comunes, también existían cuentos para adultos. Obviamente, este pertenece al segundo grupo.
Saludos,
ResponderEliminar-Manolo-
Hola Manolo. ya estamos en pleno verano con sus calores y fiestas patronales a la vuelta de la esquina. Salud ya disfrutar del mismo.
EliminarMuy buena historia pues te las debieron de contar todas el pajarito ,me encanta leer tus historias un beso 😘
ResponderEliminarMe alegro que te guste. El pajarito conmigo hablaba poco, pero con mis padres sí que lo hacía. Un abrazo
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