sábado, 18 de febrero de 2017

El Jueves de Comadres (Jueves Merendero)


                               

   Una de las fiestas del ciclo de invierno, que se celebraban en nuestra zona, es el Jueves Merendero o Jueves de Comadres. Esta fiesta, también conocida en Villasbuenas como “La Corcová”, se celebra el jueves que precede al carnaval, y, tanto la una, como la otra, no tienen una fecha fija; ambas fiestas son movibles y, por ello, su situación en el calendario varía todos los años estando ligadas, las dos, a la fecha de celebración de la Semana Santa, que también es movible.
   Tras los carnavales, viene el Miércoles de Ceniza, que siempre lo encontramos, en el calendario, situado 40 días antes del Domingo de Ramos, fecha que da inicio a la Semana Santa que finalizará el Domingo de Resurrección, una fecha clave para los cristianos que conmemoran, este día, la resurrección de Jesús.
   Es, precisamente, este Domingo de Pascua, el que determina la movilidad de las fiestas anteriores; aunque tampoco tiene una fecha fija en el calendario y todos los años hay que calcularla.
   Todo partió del Primer Concilio de Nicea (año 325) en el que se dispuso que, cada año, la fecha de la Pascua de Resurrección “Se celebraría el primer domingo después de la luna llena que coincida, o suceda, al Equinocio de Primavera (21 de marzo); en el caso de que la luna llena tenga lugar en domingo, la Pascua se traslada al domingo siguiente” Ese es el motivo por el que todos los años, en Semana Santa, podemos ver en el cielo una hermosa luna llena; por otra parte, si hacemos cálculos, ateniéndonos a los requisitos exigidos en dicho concilio para establecer esa fecha, podemos observar que, como los ciclos lunares duran 28 días, las fechas posibles para celebrar el Domingo Pascua pueden ser muchas; en cambio, el espacio de tiempo en el que puede caer este día tan señalado es fijo: nunca antes del 22 de marzo, ni después del 25 de abril. 
   Nosotros, como lo que nos interesa aquí es la fecha del Jueves Merendero, podemos decir entonces que fue el Concilio de Nicea quien determinó que, todos los años, dicho jueves debía celebrarse 53 días antes del Domingo de Pascua.
   Una vez que ya sabemos calcular la fecha del Jueves Merendero, vamos a recordar cómo se celebraba en nuestra comarca ese día; indicando de antemano que, cada grupo de edad, lo festejaba de distinta forma.
   Para los niños, la celebración consistía en ir a comer la merienda al campo. En la escuela, ese día, sólo había clase hasta mediodía y los muchachos aprovechaban la tarde para ir al campo, en grupos, a comer la merienda, a algún lugar prefijado de antemano; generalmente, elegían sitios poco alejados del pueblo ya que esta época del año todavía es invierno, las tardes aún son cortas, y anochece pronto.    Cada chico/a llevaba las viandas en un fardel de tela -aún no habían llegado a nuestro país las mochilas que vemos ahora por todas partes- consistiendo la merienda, habitualmente, en algún
embutido de la reciente matanza, un huevo cocido o una tortilla, algo de pan y fruta (ese día, era muy habitual que a cada niño su madrina le regalase una pequeña longaniza de chorizo o salchichón reservada de antemano, para este menester, desde el mismo día de la matanza). En algunos pueblos hacían hornazos para merendar este día; en nuestra zona, en cambio, éstos se reservaban para “los otros días de la merienda”: Domingo, Lunes y Martes de Pascua (los Días del Hornazo).
   Para los varones adultos, este día no tenía significado especial alguno, era una jornada laboral más; en cambio, las mujeres sí hacían fiesta aprovechando, también, la tarde para comer la merienda, igual que los niños, aunque, en su caso, no lo hacían en el campo, sino en los propios domicilios. Esa tarde, las mujeres se reunían en grupos, en algunas casas, para merendar; cada grupo estaba integrado por mujeres que guardaban entre sí una profunda amistad y, como las amigas íntimas también son llamadas comadres, éste es el motivo por el que el Jueves Merendero también es conocido como Jueves de Comadres (también son conocidas como comadres las madrinas de bautizo de los niños que, en ese caso, son comadres de los padres de éste. Esta circunstancia podía darse también, en algunos casos, entre estas mujeres, por lo que algunas eran comadres por partida doble).
   Estas fechas aún son invernales y el clima sigue siendo hostil en nuestra zona; por ello, las comadres, al contrario que los niños, preferían reunirse alrededor de las mesas camillas, al calor del brasero de cisco, donde disfrutaban de una opípara merienda. El Jueves Merendero era una fecha muy apropiada para probar la matanza. Los chorizos, aún no solían estar en su punto para comerlos crudos y, por ello, habitualmente, eran asados en las brasas de la lumbre, o en el brasero; además, algunos filetes de lomo fresco, conservados dentro de las ollas, en manteca de cerdo, salían de éstas para la ocasión.
   Unas comadres aportaban productos de sus matanzas, y otras llevaban dulces elaborados por ellas mismas, así que era un auténtico banquete el que se daban esa tarde. Entonces, el colesterol aún no formaba parte de nuestras vidas, ni preocupaba tanto el valor calórico de los alimentos, tal como sucede ahora, así que lo comían todo a plena satisfacción.
   Estas reuniones eran exclusivamente para mujeres y estaban vedadas a los hombres. Antiguamente, las mujeres apenas iban a los bares y casi ninguna ingería bebidas alcohólicas; en cambio, esa tarde no tenían reparo en acompañar la merienda con unos vasos de vino. La consecuencia que ello acarreaba es que algunas comadres se ponían muy alegres y acababan cantando; evidentemente, cuanto más vino bebían, más desafinaban, pero “un día, es un día”, y jueves merenderos al año sólo hay uno.
   Mientras los niños merendaban en el campo, y las comadres lo hacían en las casas, los hombres estaban trabajando “como si nada”, pues la fiesta no era para ellos; aunque imagino que cuando volvieran a casa, a la hora de cenar, sus mujeres les reservarían algo especial para que se notase que era el Jueves Merendero (les ofrecerían carne del cerdo en forma de exquisitos productos de la matanza, y quién sabe si, gracias al vino que se había tomado más de una, era una noche propicia para ofrecerles “otro tipo de carne”).
   Aún había otro grupo de edad que también hacía fiesta, el de los jóvenes “en edad de merecer”. En este caso, el eje central de la festividad no era gastronómico, como ocurría con los demás grupos; para ellos era día de jolgorio, una fecha propicia para relacionarse con chicos/as del otro sexo, ya que, ese día, era la auténtica antesala de los carnavales y había baile. Por ello, tras las tareas de la tarde, había que merendar pronto, ponerse “la ropa de los domingos”, e ir al salón del baile donde les esperaba la diversión. Para los quintos y quintas del año, que serían los protagonistas principales de las inminentes carnestolendas, se trataba de una fecha importantísima ya que, durante el baile del Jueves Merendero, tenía lugar un ritual que para ellos guardaba un gran significado: ese día se emparejaban para pasar los carnavales.
   Con ese fin, se hacía un sorteo que consistía en escribir en distintos papeles el nombre de cada uno de los quintos y quintas; a continuación, eran introducidos en dos sombreros, en uno se depositaban los papeles con los nombres de los chicos, en el otro los de las chicas, y empezaba el sorteo que discurría así: Dos personas, de probada honradez, metían la mano en los sombreros e iban sacando, de uno en uno, los papeles con los nombres de los protagonistas. El que tenía el sombrero de las quintas sacaba un papel y, en voz alta, pronunciaba el nombre escrito en el mismo, para que lo oyera todo el público; a continuación, quien tenía el sombrero con los papeles de los quintos hacía lo mismo y decía el nombre del chico, quedando así establecida la primera pareja. Este proceso se repetiría sucesivamente, las veces que fuera necesario, hasta que todos estuvieran emparejados.
   Estos emparejamientos debían mantenerse hasta que finalizaran los carnavales y conllevaban una serie de obligaciones; una de ellas era la que obligaba a cada quinto a recoger todos los días a su pareja para ir al baile y, una vez acabado éste, debía acompañarla de vuelta hasta su casa; en cambio, ella estaba obligada a bailar con él siempre que se lo demandara pues eran “una pareja oficial”; aunque esto no suponía una exclusividad para ninguno de los dos ya que, tanto ella como él, podían bailar con todo el mundo.
   Gracias a estos sorteos, algunas parejas comenzaban a relacionarse, se gustaban, y mantenían en el tiempo esa relación. Más de un noviazgo, y posterior matrimonio, tuvo sus inicios en un sorteo del Jueves Merendero. Otras veces, el azar no acompañaba mucho y el chico/a, que hubiera tocado en suerte, no era del agrado del otro/a, incluso el desafecto podía ser mutuo; pero, como públicamente eran “pareja oficial”, debían esforzarse y guardar la compostura hasta que el Miércoles de Ceniza, una vez acabado el carnaval, finalizaba “el compromiso” adquirido.
   El origen de esta fiesta es muy antiguo y se pierde en el tiempo; como sucede con otras tantas fiestas, existen diversas opiniones respecto al mismo.
   La fiesta es conocida como Jueves de Comadres porque en ella las mujeres hacían reuniones que estaban prohibidas a los hombres, y su origen, según Julio Caro Baroja, podría estar relacionado con la Matronalia, una fiesta romana dedicada a Juno, diosa de la maternidad, donde las mujeres casadas, durante ese día, tomaban el mando adquiriendo supremacía sobre los maridos (esta fiesta romana, en realidad, tiene una relación más próxima a la Fiesta de las Águedas, que al Jueves de Comadres, pero el sentido de ambas fiestas es el mismo: son fiestas sólo para mujeres).
   En cambio, otros opinan que el origen de la fiesta no guarda relación alguna con el mundo romano y consideran que surgió como consecuencia de algunos preceptos de nuestra religión. En los primeros tiempos del cristianismo, cuando se estableció la celebración de la Cuaresma y la Pasión, la Iglesia dictó una serie de directrices a seguir, durante ese espacio de tiempo, que obligaban ¡cómo no! a hacer penitencia; consistiendo, una de estas normas, en la prohibición de comer carne durante toda la Cuaresma -con el tiempo se suavizaría dicha restricción y, en la actualidad, el impedimento de la carne sólo afecta a los viernes cuaresmales-
   Por lo tanto, las circunstancias eran las siguientes: nuestros antepasados, por una parte, tenían en esta época del año, en sus casas, carne en abundancia procedente de la reciente matanza, y, por otra parte, estaba la prohibición de catarla, durante todo este tiempo, por mandato de la Santa Madre Iglesia; así que, para no pecar y evitar ir “de patitas al infierno” por comer carne en Cuaresma; como mal menor, la gente aprovechaba el Jueves Merendero y los carnavales, para despedirse de estas exquisiteces hasta que, una vez finalizado este período de abstinencia, el Domingo de Resurrección, con mucha alegría, se reenganchaban a su dieta habitual; celebrándose, para la ocasión, los días del hornazo (esta justificación, como origen de la fiesta, también es creíble ya que no parece casual el hecho de que el comienzo del Tiempo de Cuaresma y Pasión, y su final, coincidan con unas buenas merendolas).
   En cuanto al sorteo de quintos y quintas, para emparejarlos durante los carnavales, su origen no parece guardar relación con el asunto de la carne. El hecho de que el sorteo tuviese lugar ese día, parecer ser, simplemente, una coincidencia en el tiempo; además, no siempre se hacía durante el Jueves Merendero, a veces se realizaba al día siguiente, el viernes, pero no más adelante pues las “celebraciones oficiales” de los quintos comenzaban ya el sábado, la víspera del Carnaval, y para entonces todo quinto/a debía saber ya quién iba a ser su pareja.
   Independientemente de que el origen de la fiesta sea uno u otro, la verdad es que no importa mucho; el caso es que el Jueves Merendero, para aquellos que tenemos cierta edad (los que íbamos con el fardel a comer la merienda al campo), era una fiesta muy esperada y alegre que, como tantas otras costumbres que había en nuestros pueblos, con el paso del tiempo fue decayendo progresivamente y, en la actualidad, prácticamente ha desaparecido.
   Estamos ante una fiesta profana que no estaba dedicada a ningún cristo, virgen o santo, sino a las personas; donde la gente comía, bebía, cantaba, bailaba… en resumen, se divertía todo lo que podía. Era una fiesta cuyo fin no era otro que celebrar la alegría de vivir.

viernes, 3 de febrero de 2017

La fiesta de “Las Águedas”

 
      Santa Águeda nació en Catania, una ciudad de la isla de Sicilia (Italia), en el siglo III, cuando Roma aún era un imperio que se extendía por toda la cuenca mediterránea y gran parte de la Europa actual. En aquella época, los cristianos eran perseguidos a lo largo y ancho del imperio y resulta que ella era joven, muy bella, y cristiana.
   Quintiano, el gobernador de la isla,  cuando la conoció, se enamoró de ella y le pidió que fuera su esposa (o compañera o querida, este extremo no puedo precisarlo), exigiéndole, además, que abandonase la práctica del cristianismo; pero a Águeda debió gustarle poco el gobernador -debía ser muy feo- y, además, era una mujer de fuertes convicciones religiosas, así que no aceptó ninguna de las pretensiones de  Quintiano, y éste, muy irritado por no lograr sus propósitos, ordenó que torturaran a la joven y que le cortaran los senos; de ahí que muchas imágenes de la Santa  aparezcan acompañadas con una bandeja en la que reposan unos  pechos cortados.
   Su martirio se cree que tuvo lugar en el año 251 y, cuando fue elevada a la categoría de santa, pasó a ser la patrona de Sicilia, siéndolo también de muchos pueblos de España.  Además, es considerada  protectora de las mujeres ya que recurren a ella cuando tienen algún mal en los pechos, o problemas con la lactancia.
   
   Dentro del santoral, encontramos a Santa Águeda el 5 de febrero, teniendo su fiesta un gran arraigo en muchos pueblos de Salamanca. Ese día, tiene un significado muy especial para las mujeres, las auténticas protagonistas de la fiesta, ya que le arrebatan la autoridad a los hombres tomando ellas el mando. Éste es el motivo por el que el festejo también es conocido como  “El día de las Águedas”. 
   La celebración de esta fiesta es bastante antigua y, aunque la forma en que se desarrollaba el festejo ha evolucionado mucho a lo largo del tiempo, aún sigue manteniendo la mayor parte su esencia.
   Hace unos 50 años, en muchos pueblos, la fiesta discurría así:
    
   La fiesta comenzaba a media mañana cuando algunas “Águedas” tocaban las campanas para convocar a las mujeres, juntándose éstas en la plaza, o en  casa de la alcaldesa -previamente al día de la fiesta, habían mantenido una reunión para elegir a esta última - después, ésta y su cohorte  de mujeres entraban en el ayuntamiento donde las esperaba el alcalde, que cedía el bastón de mando a la alcaldesa de ese día; tomando las mujeres, desde ese momento,  el mando a todos los efectos.
Águedas de Barruecopardo  (2011)
 A continuación iban a misa, teniendo lugar, después de la misma, un convite sólo para mujeres, a base de dulces y chocolate. Del género masculino, sólo acudían el cura y el tamborilero.  
  A mediodía había una comida, también exclusiva para mujeres, y, tras los postres, tomaban café y, algunas, incluso se atrevían con una copa. El alcohol, ya sabemos que quita la vergüenza y suelta la lengua; así que, tras tomarse los licores, cantaban y brindaban.
   Los brindis eran variados y muy graciosos, algunos relacionados con la eterna guerra entre hombres y mujeres, como el siguiente: “En caso de dudas, que seamos nosotras las viudas”. También era frecuente escuchar: “El mejor hombrito, huerfanito” (ni que decir tiene, que éste  iba dirigido a las suegras… y eso que algunas de las asistentes lo eran).
   Los hombres, ese día, estaban obligados a cuidar de los niños y atender las tareas de la casa
   Acabada la sobremesa, “Las Águedas” recorrían el pueblo invitando a todo el mundo al baile. En éste, eran las mujeres quienes sacaban a bailar a los hombres, estando éstos, inexcusablemente,   obligados a aceptar.  El dar calabazas ese día, a alguna mujer, ni se contemplaba como posibilidad. Si alguno se negaba a bailar, podía pasarle de todo: se metían con él, lo empujaban hasta el centro del baile entre varias y allí lo acorralaban obligándole a bailar. Si el muy necio aún seguía negándose, le daban “los Gallos” (para quien no lo sepa, el hecho de dar a un hombre los gallos  no consistía, precisamente, en regalarle al mismo una cesta con pollos, sino en agarrarle los testículos y darle unos tirones. Cada tirón era un gallo. Es fácil comprender por qué ningún varón se negaba ese día a bailar con cualquier mujer que lo solicitara).  
   También podía ocurrir que, cuando los hombres iban por la calle, alguna mujer, desde el  balcón, les tirara encima un jarro de agua, o ceniza, o harina, o…
   Las féminas recorrían las calles en grupo  y, si se cruzaban con algún hombre, éste procuraba rodear por otra calle; o bien, se daba la vuelta volviéndose por donde había venido, para evitarlas,  ya que le piropeaban, le pedían dinero, o le gastaban alguna gamberrada.
   Sólo eran motivo de broma los hombres adultos y los jóvenes, con los niños no se metían.  
   Imaginaos, en un pueblo pequeño, a varias docenas de mujeres juntas, con ganas de juerga y llenas de autoridad  ante los hombres. Evidentemente, tal fecha no era el lugar ideal para estos.   Aunque algunos preferían ir  a pasar el día a la ciudad, con cualquier excusa, para evitar las bromas de “las Águedas”,  la mayoría de ellos participaba de la fiesta y acudían al baile para que las mujeres los sacasen a bailar. Eso sí,  al desplazarse por las calles del pueblo caminaban por el centro de éstas, lejos de balcones y ventanas, para evitar  que les tirasen algo encima. 
   Una vez finalizado el baile, cuando acababa la fiesta, la alcaldesa devolvía el bastón al alcalde y éste, una vez recuperado el mando, siempre repetía las mismas palabras rituales:    
-   ¡Que lo celebremos de hoy en un año!

   Se trata de una fiesta muy divertida y, aunque no puede determinarse con certeza desde cuando se celebra, tenemos la referencia del año 251 como fecha del martirio; por lo tanto, lo que sí puede asegurarse es que la conmemoración del  mismo, obligatoriamente, tuvo que comenzar después de esa fecha.

  A mediados  del pasado siglo XX, salvo honrosas excepciones, la fiesta de las Águedas dejó de celebrarse en muchos lugares, permaneciendo en el olvido durante mucho tiempo. Afortunadamente, hace algunos años volvió a recuperarse y, hoy día, continua formando parte, del calendario festivo, en muchos pueblos salmantinos.